—Dichos representantes señalados por el Consejo realizarán inspecciones regulares en todas las colonias e instalaciones de la Alianza, incluida la Tierra, para asegurarse de que la Humanidad cumple con las leyes y reglamentos de la Ciudadela.
Quizá seamos antagonistas.
La raza humana era, sin lugar a dudas, agresiva, además de enérgica, resuelta e implacable. ¿Pero eran éstos en realidad defectos? La Alianza se había extendido más lejos y con mayor rapidez que ninguna otra especie antes que ellos. Según sus estimaciones, la Alianza tendría el poder para competir contra las razas del Consejo en veinte o treinta años. De repente, todo tenía sentido.
¡Tienen miedo de nosotros!
La fatiga y el cansancio que unos instantes antes habían abrumado a la embajadora Goyle desaparecieron, barridos por esa única y asombrosa revelación.
¡Realmente tienen miedo de nosotros!
—¡No! —dijo Goyle bruscamente, interrumpiendo al salariano mientras pronunciaba con monotonía su lista de exigencias.
—¿No? —respondió con perplejidad—. ¿No qué?
—No acepto estas condiciones. —Había estado a punto de cometer un terrible error. Había dejado que los alienígenas la manipularan y distorsionaran sus pensamientos hasta dudar de sí misma y de su gente. Pero no iba postrarse ante ellos. No iba a pedir disculpas porque la Humanidad actuara de forma humana.
—Esto no es una negociación —le advirtió el turiano.
—Ahí es donde se equivoca —dijo, con una feroz sonrisa. La Humanidad la había elegido como su representante, su campeona. Era su deber defender los derechos de cada hombre, mujer y niño de la Tierra y a lo largo del espacio de la Alianza. ¡Ahora la necesitaban y pensaba luchar por ellos!
—Embajadora, quizá no alcanza a comprender la gravedad de la situación —insinuó la asari.
—Son ustedes los que no entienden —fue la severa contestación de Goyle—. Estas sanciones que sugieren paralizarán la Humanidad. La Alianza no permitirá que esto suceda. Yo no permitiré que esto suceda.
—¿Realmente cree que pueden desafiar al Consejo? —preguntó el turiano con incredulidad—. ¿De verdad cree que su gente podría vencer en una guerra contra nuestras fuerzas combinadas?
—No —reconoció Goyle abiertamente—. Pero no nos vendríamos abajo fácilmente. Y no creo que quieran ir a la guerra por algo como esto. Se perderían demasiadas vidas y naves en un conflicto que todos queremos evitar, por no mencionar el impacto que tendría sobre el resto de las especies. Somos la fuerza dominante en el Confín Skylliano y en la travesía de Attica. La expansión de la Alianza mueve la economía de estas regiones; las naves y los soldados de la Alianza ayudan a mantener el orden ahí afuera.
Por las expresiones de sus respectivas proyecciones holográficas, la embajadora pudo comprobar que había tocado un punto débil. Ansiosa por insistir en su argumento, continuó hablando antes de que ningún miembro del Consejo pudiera responder.
—La Humanidad es el principal socio comercial de media docena de otras especies del espacio de la Ciudadela, incluida cada una de las suyas. Representamos el quince por ciento de la población de la Ciudadela y hay miles de humanos trabajando en el Seg-C y en el Control de la Ciudadela. ¡Hace menos de una década que formamos parte de la comunidad galáctica y ya somos una parte muy importante de ella —demasiado esencial— como para que nos expulsen de ella sin más!
Siguió con su diatriba, sin dejar de hablar incluso cuando, con bastante necesidad, cogía aire; una técnica que había aprendido temprano en su carrera política.
—Reconoceré que hemos cometido un error y que debería haber algún tipo de sanción. Pero los humanos tomamos riesgos. Ampliamos las fronteras. Así es como somos. ¡A veces nos pasamos de la raya, pero eso no les da el derecho de hacernos callar como si fueran unos padres demasiado estrictos! La especie humana tiene mucho que aprender sobre el trato con otras especies. Pero ustedes tienen otro tanto que aprender sobre el modo de tratar con nosotros. ¡Y será mejor que aprendan pronto, porque los humanos estamos aquí para quedarnos!
Cuando la embajadora se detuvo al fin, un silencio atónito cayó sobre la Cámara del Consejo. Los tres representantes del gobierno más poderoso de la galaxia se miraron entre sí y desconectaron los micrófonos y los proyectores holográficos para mantener una pequeña conferencia privada. Desde el otro extremo de la habitación era imposible que Goyle pudiera leer sus expresiones ni oír lo que estaban diciendo, aunque resultaba evidente que estaban teniendo una discusión muy acalorada.
La reunión duró varios minutos antes de que llegaran a algún tipo de acuerdo y conectaran de nuevo los micrófonos y los proyectores holográficos.
—¿Embajadora, qué clase de castigos sugiere? —preguntó la consejera asari.
Goyle no estaba segura de si la pregunta era sincera o de si estaban intentando atraerla hacia alguna clase de trampa. Si sugería un castigo demasiado leve, podrían ignorarla y forzar a la Humanidad a aceptar las condiciones iniciales. Al diablo con las consecuencias.
—Sanciones monetarias, por supuesto —comenzó, intentando determinar lo mínimo que considerarían aceptable. Aunque no pensaba admitirlo, Goyle sabía que también era importante disuadir a otras especies de investigar ilegalmente en IA—. Aceptaremos sanciones, pero éstas deben ser específicas: limitadas en alcance, región y duración. Nos opondremos a cualquier decisión unilateral sólo por principios. Nuestro avance como sociedad no puede permitir verse obstaculizado por restricciones autoritarias. Mañana mismo puedo tener preparado a un equipo de negociadores para trabajar en los detalles de una decisión que todos podamos sobrellevar.
—¿Y qué hay del nombramiento de inspectores para supervisar las operaciones de la Alianza? —preguntó el salariano.
Había sonado como una pregunta o una petición en lugar de una orden. Ahí fue cuando Goyle supo que estaban en sus manos. No estaban preparados para ponerse tercos sobre este punto y quedó claro que ella sí que lo estaba.
—Eso no va a suceder. Como muchas especies, los humanos somos un pueblo soberano. No toleraremos a investigadores extranjeros vigilando a hurtadillas todo lo que hacemos.
La embajadora sabía, en cambio, que probablemente aumentaría el número de operativos de inteligencia supervisando las actividades humanas, aunque no había nada que pudiera hacer al respecto. Todas las especies espiaban a todas las demás; formaba parte de la naturaleza del gobierno y era una pieza esencial de la maquinaria política. Y todo el mundo sabía que el Consejo jugaba al juego del espionaje y a la recogida de información igual que el resto. Pero tener que incrementar las actividades de contrainteligencia de la Alianza era mucho mejor que conceder acceso sin restricciones a un equipo de observadores oficialmente designados por la Ciudadela.
Hubo otra larga pausa, aunque esta vez el Consejo no se molestó en dialogar. Al final, fue la asari quien rompió el silencio.
—Entonces, por ahora, así procederemos. Mañana se reunirán negociadores de ambas partes. Se suspende la reunión del Consejo.
Goyle asintió tímidamente con la cabeza, cuidándose de mantener la expresión de su rostro neutra. Había obtenido una importante victoria. No había ningún beneficio en regocijarse en ello, pero mientras bajaba por las escaleras de la tribuna de los demandantes y se dirigía al ascensor que la llevaría de vuelta al Presidium, una sonrisa maliciosa y de autosuficiencia se dibujó en sus labios.
Mientras informaba sobre los detalles de la última noticia principal, la voz de la mujer del vídeo-noticiario no vaciló ni cambió de tono.
—Además de la multa, la Alianza ha consentido en aceptar voluntariamente numerosas sanciones comerciales como castigo por haber violado las convenciones de la Ciudadela. La mayor parte de estas sanciones afectarán a los ámbitos de las manufacturas de núcleos de propulsión y de producción del elemento cero. Un economista ha advertido de que los precios en la Tierra podrían subir hasta un veinte por ciento durante los próximos…
Anderson apagó el vídeo con el mando a distancia.
—Creí que sería peor —dijo Kahlee.
—Goyle es una negociadora dura —explicó Anderson—. Aunque sigo pensando que hemos tenido suerte.
Ambos estaban sentados al borde de una cama en una habitación de hotel en Hatre. De hecho, era Anderson quien había reservado la habitación a cuenta de la Alianza como parte de la investigación. No obstante, compartir una habitación individual no era más que una necesidad derivada de su situación: seguía sin haber mencionado a Kahlee a nadie del cuartel general de la Alianza y, de haber pedido otra suite o incluso una habitación doble, hubiera levantado sospechas.
—¿Y ahora qué? —preguntó Kahlee—. ¿Cuál será nuestro siguiente paso?
Anderson se encogió de hombros.
—La verdad es que no lo sé. Oficialmente esto se ha convertido en un asunto de espectros, aunque siguen quedando demasiados cabos sueltos para que la Alianza abandone.
—¿Cabos sueltos?
—Tú, por ejemplo. Seguimos sin tener una verdadera prueba que demuestre que no eres una traidora. Necesitamos algo que limpie tu nombre. Y seguimos sin saber quién es el verdadero traidor o dónde se han llevado al Dr. Qian.
—¿Llevarse al Dr. Qian? ¿Qué quieres decir?
—La embajadora está convencida de que Qian sigue con vida y de que le mantienen preso en algún lugar —explicó Anderson—. Cree que él es el auténtico motivo por el que atacaron la base. Según ella, alguien necesitaba de sus conocimientos y habilidades, y estaban dispuestos a matar para hacerse con ellos.
—Eso es una locura —insistió Kahlee—. ¿Y qué pasa con la tecnología alienígena que encontró? ¡Ése es el verdadero motivo del ataque!
—Nadie está al tanto de eso todavía —le recordó el teniente—. Sólo nosotros dos.
—Imaginé que se lo harías saber —dijo, dejando caer la mirada.
—Yo no haría algo así sin contártelo antes —le aseguro Anderson—. Si les proporcionara esa clase de información, querrían saber de dónde la obtuve. Tendría que hablarles de ti. No creo que queramos hacer eso todavía.
—Estás cuidándome de verdad —susurró ella.
Hubo algo extraño en su reacción subyugada, como si se sintiera avergonzada o abochornada.
—¿Kahlee? ¿Qué sucede?
La joven se levantó de la cama y caminó hacia el otro extremo de la habitación. Se detuvo, respiró profundamente y entonces se volvió para darle la cara.
—Tengo que explicarte una cosa —dijo en un tono sombrío—. He estado pensando mucho en ello. Desde que me hablaste de tu encuentro con Saren, allá en Dah’tan.
Anderson permaneció en silencio pero movió la cabeza para indicarle que continuara.
—Cuando te vi por primera vez en casa de mi padre, no me inspiraste confianza. Incluso después de que te pelearas con aquel krogan no pude estar segura de si lo hacías para conseguir que te explicara lo que sabía sobre Sidon.
Anderson estuvo a punto de abrir la boca para decirle que podía confiar en él, pero cambió de opinión. Mejor dejar que fuera ella quien terminara la historia.
—Y entonces fuimos a Dah’tan y te encontraste con Saren y… Sé lo que ocurrió allí, David. Incluso lo que no me contaste.
—¿De qué estás hablando? —protestó—. Te conté todo lo ocurrido.
Ella agitó la cabeza.
—No todo. Dijiste que Saren pensó en matarte y que entonces cambió de idea sólo porque tuvo miedo de que hubiera testigos. ¿Pero nunca te molestaste en contarle que habías venido con alguien más, no?
—No tuve por qué hacerlo. Él mismo se lo imaginó.
—¡Pero si no se lo hubiera imaginado, te habría matado! Pusiste tu propia vida en peligro en lugar de contarle al espectro que yo estaba por allí.
—Estás viendo más de lo que hay en esto —respondió Anderson, poniéndose incómodo—. No pensé en decir nada hasta que se marchó.
—Teniente, es usted un pésimo mentiroso —dijo con una débil sonrisa—. Probablemente porque es buena persona.
—Y tú también —le aseguró.
—No —respondió negando con la cabeza—. En realidad no. No soy una buena persona, razón por la que debo de ser tan buena mentirosa.
—¿Has estado mintiéndome? —podía oír en su mente la advertencia que Saren le hizo durante su enfrentamiento fuera de las ruinas de Dah’tan.
Te está mintiendo. Sabe mucho más sobre el tema de lo que te ha contado.
—Sé quién es el traidor de Sidon. Tengo pruebas. Y sé cómo podemos averiguar con quién trabaja.
Anderson se sintió como si alguien le abofeteara. No sabía qué le dolía más: si el hecho de que Kahlee le hubiera engañado o el hecho de que Saren se hubiera percatado de ello mucho antes de que él lo sospechara siquiera.
—Por favor —dijo, leyendo su expresión de dolor—. Tienes que comprenderlo.
—Sí, ya lo comprendo —respondió con suavidad—. Sólo estabas siendo inteligente.
Cuidadosa.
Y yo fui demasiado ciego y estúpido para ver lo que estaba sucediendo.
El divorcio debió de perjudicarle más de lo que creía. Había estado tan sólo y tan desesperado que se había imaginado que había una relación especial entre él y Sanders, cuando lo único que en verdad tenían en común era una conexión con un ataque a una base de la Alianza. Sacrificarlo todo por ser mejor soldado le había costado el matrimonio. Ahora que su divorcio había concluido, había dejado que sus sentimientos personales interfirieran en una misión militar. Cynthia se hubiera reído por la ironía.
—Iba a decírtelo —insistió Kahlee—. La primera noche, después de que nos salvaras del krogan. Grissom me advirtió que no lo hiciera.
—Pero a él sí que se lo dijiste.
—¡Es mi padre!
Un hombre a quien apenas conoces
, pensó Anderson, aunque no dijo nada en voz alta. Lógicamente, comprendía por qué lo había hecho, aunque eso no hizo que se sintiera menos herido. Le había utilizado. Había estado jugando con él durante toda la investigación, dándole fragmentos de información para mantenerle distraído y que no se diera cuenta de la verdad: desde el principio, ella había tenido las respuestas que él estaba buscando.
Anderson respiró larga y pausadamente y dominó sus emociones. No tenía ningún sentido pensar demasiado en ello. Se había acabado. Punto y final. Pensar en cómo Kahlee le había manipulado no les acercaría más al final de la misión; ni contribuiría a vengar a los que perdieron la vida en Sidon.