—¿Cómo? —preguntó Edan sorprendido.
—Que no piensa entregar las armas. Y lleva un blindaje de cuerpo entero.
—No pienso reunirme con él si va armado —prometió Edan.
—Eso fue lo que le dije —respondió el mercenario, ladeando la cabeza a la izquierda en señal de súplica—. Tan sólo rio. Dijo que estaba contento por poder desentenderse y considerar finalizado vuestro acuerdo de negocios.
Edan maldijo entre dientes. Le había pagado al krogan todo el trabajo por adelantado. Normalmente, un batariano jamás hubiera aceptado semejantes condiciones pero, con un hombre con la reputación de Skarr, se tenían que hacer excepciones.
—Dejadle quedarse con las armas —cedió al fin—. Escoltadle hasta aquí.
—¿Es eso prudente?
—Dile a tus hombres que, en caso de que intente algo, esta vez son libres de matarle. Y asegúrate de que el cazarrecompensas te oiga.
El mercenario, previendo la ocasión de vengarse, sonrió y se dirigió de vuelta a la parte delantera. Al regresar, le acompañaba el cazarrecompensas, que parecía enfadado. De hecho, no había visto jamás a un maestro de batalla krogan con un blindaje de cuerpo entero. Era una visión terrorífica: parecía un tanque viviente rodando hacia él. Lo único que pudo hacer fue evitar dar un paso atrás.
Aunque Skarr no llevaba las armas desenfundadas tenia un arsenal completo encajado en el blindaje: una pistola en cada cadera y, colgados de la espalda, un rifle de asalto plegable de fuego pesado y una escopeta de gran potencia. El blindaje tenía varios agujeros pequeños en el pecho, cada uno de ellos perfilado con sangre descolorida. De las heridas le corrían manchas oscuras que teñían el blindaje; eran el mudo testigo de la lucha que había librado en Elysium.
Los Soles Azules le observaban de cerca; nueve rifles de asalto que seguían su trayectoria a cada paso del camino. Al krogan no parecía importarle: sólo tenía ojos para el hombre que le había contratado. Avanzó hacia él con largos y pesados pasos, siendo el implacable clong, clong, clong de sus botas el único sonido en el almacén. Edan pensó, por un breve instante, que no se detendría; que seguiría caminando y arrollaría la pequeña figura del batariano bajo sus pies, aplastándola hasta hacerla papilla. En lugar de eso, se detuvo a menos de un metro, respirando con ásperos e irritados gruñidos.
—Fallaste —dijo Edan. Pretendía pronunciarlo como una acusación mordaz, pero estar a la sombra del enorme asesino que se extendía frente a él eliminó todo rastro de valentía en su voz.
—¡No me dijiste que tendría que enfrentarme a un espectro! —respondió Skarr, gruñendo.
—¿Un espectro? —preguntó Edan con sorpresa—. ¿Estás seguro?
—¡Sé reconocer a un espectro cuando lo veo! —rugió Skarr—. Especialmente a éste. ¡Un turiano cabrón!
Aunque no dijo nada, las comisuras de la boca de Edan cayeron, dibujando una expresión de disgusto. Eran malas noticias. Sabía que Skarr se refería a Saren; el turiano era, con mucho, el espectro más infame del Confín Skylliano. Era conocido por tres motivos: su crueldad, su lealtad al Consejo y su talento para obtener resultados.
—Tengo por costumbre no mezclarme jamás en los asuntos de un espectro —señaló Skarr, bajando la voz hasta que ésta fue un débil gruñido—. Ya lo sabías cuando me contrataste. Me engañaste, batariano.
—Mis guardas dispararán sobre ti si intentas cualquier cosa —respondió Edan rápidamente, al percibir la tácita amenaza—. Puede que consigas matarme pero jamás saldrás de aquí con vida.
La gran cabeza del krogan se movió de un lado a otro, echando un vistazo a los mercenarios armados y evaluando sus posibilidades. Al darse cuenta de que aquella era una batalla que ni siquiera él podía ganar se alejó de Edan, dando lentamente un paso hacia atrás.
—Supongo entonces que estamos juntos en esto —gruñó—. Pero vas a tener que doblar mis honorarios.
Edan parpadeó sorprendido. No era así como esperaba que fueran las negociaciones.
—No estás negociando desde una posición de poder. No acabaste el trabajo. En todo caso, tendría que pedirte un reembolso. O podría hacer que mis hombres te eliminaran ahora.
Skarr soltó con una sonora carcajada.
—Tienes razón. Sanders sigue con vida. Es probable que ahora mismo esté hablando con Saren y le esté explicando todo lo que sabe. ¿Cuánto tiempo crees que va a pasar hasta que éste averigüe que tú estabas tras todo esto? ¿Cuánto tiempo hasta que aparezca por Camala?
El batariano no respondió.
—Tarde o temprano el espectro te localizará —le advirtió el cazarrecompensas, insistiendo en su argumento—. Y cuando lo haga, tu única esperanza de seguir con vida será tenerme de tu lado.
Edan juntó las manos, formando una suerte de campanario de cinco dedos mientras consideraba la situación. El krogan tenía razón; ahora necesitaba su ayuda más que nunca. Aunque no estaba dispuesto a admitir una derrota total.
—Muy bien —cedió—, te doblaré la paga. Pero a cambio tendrás que hacer algo por mí.
Skarr no dijo nada, sino que se limitó a esperar a que el batariano continuara.
—Nunca he estado en Sidon —explicó Edan—. Sanders desconoce mi identidad. Los archivos de la base fueron destruidos y sólo queda una conexión que me relacione con este delito: el proveedor del Dr. Qian, aquí en Camala.
—Manufacturas Dah’tan —dijo Skarr tras dudar sólo por un momento, atando rápidamente los cabos. Una vez más Edan se quedó sorprendido por la rapidez con que su mente trabajaba—. ¿Sanders sabe algo sobre el proveedor?
—No estoy seguro —reconoció Edan—. Pero si lo menciona, ése será el primer sitio al que vaya el espectro. No deseo correr ese riesgo.
—¿Qué es lo que necesitas de mí entonces?
—Te ordené que volvieras a este mundo para que pudieras destruir la Manufacturas Dah’tan. Elimina todos los registros y a todo el personal. Arrásala hasta los cimientos. No dejes nada a tu paso. Nada.
—¿Para eso me has hecho volver? —le espetó Skarr—. ¿Eres estúpido o qué? Saren va a tener a su gente vigilándome. Es probable que ya esté de camino hacia aquí para intentar localizarme. Si atacamos Dah’tan, dentro de una hora él ya estará allí. ¡Casi le conducirías directamente a tu proveedor!
—De todos modos, Sanders podría haberle informado sobre Dah’tan —replicó Edan. Esta vez, rehusó echarse atrás. Estaba harto de quedar en ridículo con esa bestia—. Puedes entrar, acabar el trabajo y desaparecer antes de que Saren llegue —insistió—. Para cuando llegue a Dah’tan, todas las pruebas estarán destruidas y hará mucho tiempo que habrás desaparecido. No quedará nada que pueda encontrar. Tendrás que trabajar rápido.
—Así es como se cometen los errores —argumentó el cazarrecompensas—. No me gustan las misiones chapuceras. Diles a tus hombres que entren sin mí.
—¡Esto es innegociable! —gritó Edan, perdiendo finalmente los estribos—. ¡Te contraté para asesinar a alguien! ¡Fallaste! ¡Exijo algo a cambio del dinero que te estoy pagando!
Skarr negó con la cabeza con incredulidad.
—Sabes que ha sido un error hacerme venir hasta aquí para esto. Pensé que eras suficientemente inteligente para no anteponer el orgullo a los negocios.
—Pues pensaste mal —respondió Edan, dejando de gritar, aunque con una voz fría como el hielo. Era algo más que simple orgullo; la cultura batariana daba un enorme valor a las castas sociales. Él era un hombre con una posición elevada; perdonar sin más al krogan por fracasar sería igual que admitir que eran iguales… algo que no tenía la intención de consentir.
El krogan echó otro largo vistazo a los Soles Azules que, apostados alrededor del almacén, seguían con las armas alzadas y listas, apuntándole directamente.
—Dah’tan tiene una fuerte seguridad —dijo al fin—. ¿Cómo se supone que vamos a entrar?
—Tengo en nómina a algunas personas que trabajan allí —respondió Edan con un leve asomo de suficiencia. Finalmente, había logrado arrinconar a Skarr. Ahora estaban negociando según sus condiciones.
—¿Realmente crees que estos
hrakhors
son lo bastante buenos para encargarse de un trabajo como éste? —preguntó el cazarrecompensas en un último intento por salirse del asunto.
—Fueron lo bastante buenos para eliminar a los soldados de la Alianza en Sidon.
—Fallaron en esa misión —objetó Skarr.
—Ése es el motivo por el que te envío junto a ellos esta vez —fue la condescendiente respuesta de Edan.
Anderson mostró su identificación militar con rapidez y pasó el pulgar por el escáner portátil que sostenía el guardia de la Alianza que trabajaba en la entrada para autoridades del puerto. El joven, que dio un salto para cuadrarse mientras se acercaban, echó un vistazo a la pantalla del ordenador para confirmar la lectura.
—Señor —respondió el guardia, con un seco saludo con la cabeza, devolviéndosela un momento después.
El teniente hizo lo posible por contener la respiración mientras Kahlee colocaba el pulgar en el escáner y le entregaba la falsa identificación y el disco de almacenamiento óptico con las órdenes de autorización falsificadas que habían adquirido aquel día a primera hora.
El hombre que las había falsificado se había pasado por la casa temprano por la mañana, llegando, tras la llamada de teléfono de Grissom, en menos de diez minutos. Era joven; según el cálculo de Anderson no pasaba de los veinte. Iba vestido con ropa de paisano raída y arrugada y tenía el pelo negro largo y grasiento. Su rostro estaba cubierto por un vello oscuro que intentaba hacer pasar por barba y parecía como si no se hubiera duchado en una semana. El contralmirante no explicó quién era el hombre ni de qué le conocía.
—Es un profesional —le aclaró a Anderson—. Trabaja rápido y no os delatará.
Nada más llegar, el chaval miró con sorpresa las ventanas rotas, el mobiliario destrozado y el agujero quemado del césped donde el disparo de escopeta por poco decapita al krogan. Pero no hizo ninguna pregunta. En cualquier caso, no sobre eso.
—¿Qué necesitáis? —fue todo lo que dijo, una vez estuvo dentro, mientras colocaba sobre la mesa de la cocina un inclasificable maletín que llevaba consigo.
—Algo que les permita acceder a las zonas de embarque restringidas del puerto espacial —respondió Grissom—. Además de un disfraz y una nueva identificación para Kahlee. Tienen que partir hoy.
—Tengo que cargaros un suplemento por trabajo urgente —advirtió.
Grissom asintió.
—Te lo daré por adelantado, como siempre.
El joven abrió el maletín para mostrar un surtido de extrañas herramientas, artilugios y material inclasificable del que Anderson ni siquiera era capaz de imaginar para qué servía. Empleando una variedad de los mismos, le llevó media hora producir un DOA (Disco Óptico de Almacenamiento) con las autorizaciones indicadas. Y tardó otros veinte minutos en codificar un nuevo nombre y rango en la identificación de la Alianza de Kahlee: cabo Suzanne Weathers.
—Eso no va a funcionar —le advirtió Anderson—. En sus sistemas no figurará ningún registro sobre la cabo Weathers.
—Los tendrán veinte minutos después de que me marche de aquí —aseguró el chaval con una sonrisa desafiante—. Agregaré a la cabo Weathers al sistema. Entonces duplicaré todos los datos de Kahlee y bloquearé el acceso del sistema a su ficha. Cuando escaneen sus huellas digitales será Weathers y no Sanders la que aparezca en sus pantallas.
—¿Tienes acceso a los archivos de datos de la Alianza? —preguntó Anderson con incredulidad.
—Sólo a los de los puertos. No intentéis usar esta identificación una vez que estéis fuera de Elysium.
—No creía que fuera posible infiltrarse en los sistemas de la Alianza —dijo Anderson, en busca de información.
—¿Seguro que puedo confiar en este tío? —le preguntó el chaval a Grissom.
Es gracioso
, pensó Anderson.
Yo me estaba preguntando lo mismo de ti.
—Sólo por hoy —respondió Grissom—. Aunque puede que la próxima vez que le veas quieras dar media vuelta y caminar en dirección contraria.
—La Alianza tiene una seguridad consistente —reconoció el joven, hablando con despreocupada indiferencia mientras trabajaba—. Cuesta entrar, pero no es imposible.
—¿Y qué hay de las depuraciones? —preguntó Kahlee. Anderson la miró con perplejidad mientras ésta se explicaba para provecho suyo—. Cada diez horas, la Alianza ejecuta un barrido completo de seguridad por sus sistemas para localizar y poner en cuarentena todos los datos nuevos que entran en ellos. Esto les permite identificar los datos fraudulentos y rastrearlos hasta su origen.
—Antes de subirlos al sistema, introduzco pequeños algoritmos auto regresivos en los datos —explicó el chaval, jactándose más de la cuenta—. Algo que se me ocurrió a mí mismo. En el momento en que ejecuten el barrido de seguridad, tus datos volverán a estar en línea y todo rastro de la cabo Weathers o de esas autorizaciones falsas hará mucho tiempo que habrá desaparecido. No pueden rastrear algo que ya no está ahí.
Kahlee asintió en señal de agradecimiento, y el tipo le devolvió un guiño y una sonrisa lasciva que hicieron que Anderson apretara el puño sin querer. No eran celos. No exactamente. Ahora, Kahlee era responsabilidad suya. Era natural que, instintivamente, quisiera protegerla. Pero debía tener cuidado de no reaccionar exageradamente.
Por fortuna, nadie se había dado cuenta; todos estaban centrados en el joven y en su trabajo.
—Podrían tener también tu descripción física —le advirtió a Kahlee—. Será mejor que cambiemos tu apariencia por si acaso.
Alteró digitalmente la foto que aparecía en la identificación de Kahlee; oscureció y recortó el pelo, cambió el color de los ojos e intensificó los pigmentos de la piel. Entonces le hizo tragar un puñado de pastillas de pigmentación. Después usó lentes de contacto sombreadas, tinte para el pelo y un par de tijeras para conseguir que la apariencia física de Kahlee encajara con la de su imagen digital. Para incomodidad de Anderson parecía disfrutar demasiado de ello, aplicando el tinte a su cabello durante varios minutos y demorándose demasiado también con los mechones antes de cortárselos.
Para cuando terminó con su cabello, la piel de Kahlee era ya casi tan oscura como la de Anderson. El chaval se puso justo frente a ella, sostuvo la identificación junto a su rostro y comparó la imagen con el original.
—No está mal —dijo a modo de elogio, aunque no estaba claro si se refería a su trabajo o a la propia Kahlee—. Tu piel empezará a aclararse de nuevo a partir de mañana —le explicó, poniéndose de pie y tendiéndole la tarjeta de identificación de la Alianza—. Así que ten cuidado. Dejarás de coincidir con la foto.