—¿Entonces qué, quién es el traidor? —preguntó, con una voz cuidadosamente neutra.
—El Dr. Qian. ¿Acaso no es obvio?
Anderson no se lo podía creer.
—¿Estás diciéndome que uno de los científicos más respetados e influyentes de la Alianza traicionó y ayudó a asesinar a su propio equipo, que él había escogido con tanto cuidado? ¿Por qué?
—¡Ya te lo dije! Temía que suspendieran el proyecto. Debía de saber que iba a denunciarle. ¡El único modo en que podía seguir estudiando la tecnología alienígena que descubrió era destruir Sidon y hacerme cargar con la culpa!
—¿Realmente crees que estaría dispuesto a matar por eso? —preguntó Anderson, aún escéptico—. ¿Por encima de la investigación?
—Ya te dije que estaba obsesionado, ¿recuerdas? Aquello tenía alguna influencia sobre él, le cambió. No… No está en sus cabales.
Se acercó hasta él y se dejó caer sobre una rodilla, alargando las manos para agarrar las suyas.
—Sé que te resulta difícil creerme después de todo lo que te he ocultado. Pero Qian era inestable. Ése es el motivo por el que decidí denunciarle —explicó—. Sabía que estaba asumiendo un riesgo —continuó—, pero no me di cuenta de lo grave que era la situación hasta que oí que la base había sido destruida. Fue en ese momento cuando vi lo peligroso que se había vuelto el Dr. Qian y lo lejos que había llegado. ¡Estaba aterrorizada!
Sus acciones eran completamente justificables, pero Anderson no quería oírlas. Ahora no. Se puso en pie, soltó su mano de entre las de ella y se alejó hacia el otro lado de la habitación. Quería creerla pero la situación parecía muy poco convincente. ¿Podía un respetado hombre de ciencia y cultura convertirse de repente en la clase de monstruo que asesinaría a sus amigos y colaboradores por un pedazo de tecnología alienígena?
—¿Dijiste que tenías una prueba? —preguntó, volviéndose para darle la cara.
Ella sacó un pequeño DOA y lo sostuvo en alto.
—Hice copias de seguridad de sus archivos personales. Por si necesitaba algo con lo que negociar. —Le lanzó el disco; él, temiendo dañarlo, lo cogió con cuidado—. Entrégaselo a la Alianza. Probará que digo la verdad.
—¿Por qué no me lo diste antes?
—No sabía si Qian estaba actuando en solitario. Tiene tanto poder e influencia en la Alianza: contralmirantes, generales, embajadores, políticos; los conoce a todos. Si te diera este disco y se lo entregaras a alguien que trabaja con él —no concluyó la reflexión—. Por eso no te lo dije, David. Tenía que estar segura.
—¿Y por qué ahora? ¿Qué ha cambiado?
—Tienes a gente en quien confiar en la Alianza. Y, al final, he decido que puedo confiar en ti.
Introdujo el disco en el bolsillo de la pechera de su camisa y volvió para sentarse junto a ella en la cama.
—También dijiste que conocías el modo de averiguar con quién trabajaba Qian.
—Todos sus archivos personales de Sidon están en ese disco —contestó—. Gran parte del mismo son notas de investigación. Material que se guardaba para sí. No tuve ocasión de piratearlo todo antes de huir. Pero me aseguré de coger todos los registros financieros. Descifrarlo y rastrear todas las transacciones hasta el origen debería conducir eventualmente hacia quien fuera que financiara toda la operación.
Anderson asintió, agradecido.
—Sigue el dinero.
—Exactamente.
Permanecieron sentados un rato el uno al lado del otro, en silencio, al borde de la cama, ambos callados, ambos sin apartarse entre sí. Anderson fue el primero en moverse… se levantó y fue a coger su chaqueta.
—Tenemos que llevarle estos datos a la embajadora Goyle —le dijo—. Limpiará tu nombre y nos dirá con quién trabaja Qian.
—¿Y entonces qué? —preguntó, saltando con impaciencia para coger también su chaqueta—. ¿Qué haremos después?
Entonces iré detrás de quienquiera que atacara Sidon. Pero tú no vendrás conmigo.
Kahlee se detuvo, con un brazo dentro de la manga de su chaqueta.
—¿Qué quieres decir?
Aunque seguía dolido porque ella no hubiera confiado en él ése no era el motivo por el que estaba actuando así. Sus sentimientos heridos eran su problema, no el de ella. Tan sólo había hecho lo necesario para sobrevivir a todo ese embrollo y, a decir verdad, no podía culparla por nada de ello. No era culpa suya que él se hubiera permitido involucrarse emocionalmente. Aunque ahora era responsabilidad suya asegurarse de que no volviera a ocurrir.
—Ese krogan sigue buscándote. Tenemos que hacer planes para sacarte de este planeta. Llevarte a algún lugar donde estés a salvo.
—¡Espera un momento! —protestó enfadada—. No puedes dejarme atrás. Fueron mis amigos quienes murieron en el ataque. ¡Tengo derecho a llegar hasta el final!
—Las cosas se van a poner feas —le dijo—. Eres parte de la Alianza, pero ambos sabemos que no eres un soldado. Si me sigues, no harás otra cosa que ralentizarme o estorbar.
Ella le miró con furia, aunque, evidentemente, no pudo pensar en qué decir para refutar su argumento.
—Hiciste tu parte —añadió, dando unos golpecitos al bolsillo que contenía el DOA—. Tu trabajo ha terminado. Pero el mío acaba de empezar.
—¡Esto es inadmisible! —gritó el Dr. Shu Qian.
—Estas cosas llevan tiempo —respondió Edan Had’dah, confiando en apaciguarle. Había temido ese encuentro toda la mañana.
—¿Tiempo? ¿Tiempo para qué? ¡No estamos haciendo nada!
—¡Hay un espectro en Camala! Debemos esperar hasta que se dé por vencido y se marche.
—¿Y qué ocurrirá si no se da por vencido? —exigió Qian, elevando el tono de voz.
—Lo hará. Con Dah’tan y Sidon destruidos, no queda nada que pueda relacionar mi nombre con esto. Sea paciente y verá cómo se marcha.
—¡Me prometió la posibilidad de proseguir mi investigación! —dijo a gritos Qian, comprendiendo que el asunto del espectro no le iba a dar demasiadas oportunidades de quejarse—. ¡Nunca me dijo que estaría atrapado, perdiendo el tiempo en las entrañas de una sombría refinería!
El batariano se frotó con una mano el lunar que tenía justo por encima de los ojos interiores, intentando mantener a raya un creciente dolor de cabeza. Por lo general, los humanos eran irritantes: como especie, les encontraba excesivamente vulgares, groseros y maleducados. Pero tratar con el Dr. Qian se había convertido en su propio tormento particular.
—Construir la clase de instalación que necesita es una tarea complicada —le recordó al adusto doctor—. Le llevó meses adaptar el material de Sidon. Esta vez estamos empezando de cero.
—¡No sería un problema tan grande si no hubiera destruido mi laboratorio y eliminado a nuestro proveedor! —le acusó Qian.
De hecho, destruir la base de la Alianza, había sido idea de Qian. Tan pronto como descubrió que Kahlee Sanders se había marchado, se puso en contacto con Edan y le exigió a su socio batariano que tomara medidas. Incluso le facilitó los planos y los códigos de acceso a la base.
—No podíamos permitir que el espectro se hiciera con los registros de Dah’tan —le explicó Edan, al menos por enésima vez—. Además, hay otros proveedores. E incluso ahora, mi gente está trabajando para construirle un nuevo laboratorio. Uno que esté mucho más allá de los límites del espacio de la Ciudadela, a salvo de los ojos inquisidores de la Alianza. Pero, sencillamente, no podemos adquirir todo lo que necesitamos en una compra descomunal. No sin llamar la atención de manera indeseada.
—¡Ya ha llamado su atención! —le espetó el humano, dándole vueltas una vez más al tema del espectro.
Desde el ataque a Sidon, Qian había estado extremadamente inquieto y, a cada día que pasaba, parecía volverse más irritable, polémico y paranoico. Al principio, Edan pensó que quizá fuera el remordimiento por haber traicionado a sus colegas humanos lo que había ocasionado el rápido deterioro mental de Qian. No tardó mucho tiempo en comprender que el verdadero motivo era algo completamente distinto.
Qian estaba obsesionado con el artefacto alienígena. Era lo único que le importaba y en lo único en que pensaba día y noche. Y cuando no estaba trabajando para intentar desvelar sus secretos, esto parecía provocarle al doctor verdadero dolor físico.
—Ahora mismo, el espectro nos está buscando —le advirtió, dejando caer la voz hasta ser un áspero susurro—. ¡Está buscándolo!
No había ninguna necesidad de aclarar qué era. Sin embargo, prácticamente no existía ninguna posibilidad de que alguien tropezara con él por casualidad. Seguía allí, donde uno de los equipos de exploración del espacio profundo de Edan lo había descubierto, orbitando alrededor de un mundo desconocido en un sistema remoto cerca del Velo de Perseo. Los únicos que conocían su localización exacta eran ellos dos y el pequeño equipo de científicos y topógrafos que dieron con él por primera vez, y Edan había tenido cuidado de mantenerles sobre la superficie del mundo inexplorado, completamente aislados de todo contacto.
De haber sabido lo irracional que el doctor se iba a volver, hubiera hecho las cosas de otra manera. De hecho, la verdad es que se podría alegar que Qian no era el único que actuaba irracionalmente. Antes de todo aquello, Edan tenía por norma no tratar nunca directamente con humanos. Y en todas las actividades ilegales de las que se aprovechó para construir su fortuna y su imperio, nunca había hecho nada que cayera bajo jurisdicción de los espectros.
Aunque, casi desde el momento en que viajó por primera vez para inspeccionar el increíble hallazgo de su equipo de reconocimiento, tomó decisiones que muchos de los que le conocían hubieran considerado absolutamente inusuales en él. Pero eso era sólo porque desconocían la magnitud absoluta de aquello con lo que había dado.
—No está a salvo ahí afuera —continuó Qian, con una voz que se transformó en un quejido de súplica—. Deberíamos moverlo. A algún sitio más cercano.
—¡No sea estúpido! —le espetó Edan—. ¡Algo de ese tamaño no puede moverse a otro sistema! No a menos que traigamos naves de remolque y equipos. ¡Tan cerca del Velo que podemos estar seguros de que atraeríamos la atención de los geth! ¿Puede imaginarse lo que ocurriría si cayera en sus manos?
Qian no tenía una respuesta para eso, aunque eso no hizo que se callara.
—Así que se queda ahí afuera —dijo en un tono cínico y sarcástico—. ¡Mientras sus supuestos expertos del planeta andan a tientas intentando comprender lo que han descubierto y yo estoy aquí atrapado sin hacer nada!
El equipo de exploración que descubrió el artefacto estaba formado por varios científicos; el único propósito del viaje había sido buscar tecnología proteana no reclamada con la esperanza de que el imperio empresarial de Edan pudiera de algún modo aprovecharse de ella. Pero ninguno de ellos era especialista en el campo de la inteligencia artificial, y Qian tenía razón al decir que estaba por encima de sus capacidades.
Edan había buscado detenidamente a alguien con los conocimientos y la habilidad para ayudarle a revelar el potencial de lo que había encontrado. Y, después de millones de créditos gastados en minuciosas —y muy discretas— investigaciones, se había visto obligado a aceptar la conclusión inevitable de que el único candidato apropiado era un humano.
Tragándose el orgullo, hizo que sus representantes se aproximaran cuidadosamente a Qian. Poco a poco, a base de revelar sólo los detalles menores —aunque los más tentadores— de su hallazgo, fueron engatusando al doctor cada vez más, apelando a su orgullo profesional y a la curiosidad científica. Ese grotesco cortejo, que culminó con la visita de Qian al sistema para ver el artefacto en persona, duró cerca de un año.
La impresión que le causó fue tal y como Edan había predicho que sería. Qian comprendió lo que acababan de descubrir. Se dio cuenta de que aquello iba más allá de los meros intereses humanos o batarianos. Reconoció que tenía el potencial para cambiar de manera radical la galaxia y se dedicó enérgicamente a intentar liberar ese potencial.
Pero en días como aquel, Edan seguía preguntándose si no habría cometido un error.
—Los suyos son unos idiotas —afirmó Qian impasible—. Usted sabe que no pueden hacer ningún progreso sin mí. Apenas pueden siquiera obtener lecturas básicas y sencillos datos de observación del artefacto sin sesgar los resultados por casualidad.
El batariano suspiró.
—Esto sólo será temporal. Sólo hasta que el espectro se retire. Entonces tendrá todo lo que quiera: acceso ilimitado al artefacto, un laboratorio justo sobre la superficie del mundo y todos los recursos y asistentes que necesite.
Qian resopló.
—¡Uf! Eso nos vendrá muy bien. Necesito expertos en el campo. Gente lo bastante inteligente para comprender lo que están haciendo. Como mi equipo de Sidon.
—¡Su equipo ha muerto! —gritó Edan, perdiendo al fin los estribos—. Ayudó a matarlos, ¿recuerda? ¡Les convertimos en vapor y cenizas!
—No a todos —dijo Qian sonriendo—. No a Kahlee Sanders.
Edan se quedó aturdido y se sumió en un breve silencio.
—Sé de lo que es capaz —insistió Qian—. La necesito en el proyecto. Sin ella, nos retrasaremos meses. Puede que años.
—¿Deberíamos enviarle un mensaje ahora mismo? —preguntó Edan, sarcásticamente—. Estoy seguro de que estará entusiasmada de unirse a nosotros si se lo pedimos.
—Yo no he dicho que tuviéramos que preguntárselo —contestó Qian—. Captúrela. Ya encontraremos el modo de convencerla para que nos ayude. Estoy seguro de que tiene a gente que puede llegar a ser muy persuasiva. Asegúrese de que no hagan nada que pueda dañar sus capacidades cognitivas.
Edan asintió. Puede que el doctor no fuera tan irracional como él pensaba. Sin embargo, sólo había un problema.
—¿Y dónde se supone que vamos a encontrarla?
—No lo sé. —Qian se encogió de hombros—. Estoy seguro de que usted lo averiguará. Quizá deba enviar otra vez a aquel krogan tras ella.
Por segunda vez en otras tantas semanas, la embajadora Goyle se dirigía a través de los exuberantes campos del Presidium a reunirse con el Consejo de la Ciudadela. La última vez que emprendió este trayecto, el Consejo le sermoneó para así poder castigarla por las violaciones de la Humanidad del Código de la Ciudadela. Sin embargo, esta vez, era ella quien había solicitado la audiencia.
Como en ocasiones anteriores, bordeó el centellante lago que era el eje central del decorado pastoral. Una vez más, pasó al lado de la réplica del relé de masa. Pero, en esta ocasión, mientras se montaba en el ascensor hacia la cumbre de la torre de la Ciudadela, se permitió incluso disfrutar de la vista.