Mass effect. Ascensión (33 page)

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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mass effect. Ascensión
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Cerberus, además, tenía granadas.

Como si le leyeran la mente, oyó una ruidosa explosión al otro lado de la cubierta. Al girarse, vio entre el humo los cuerpos quemados y sin vida de dos quarianos que habían caído atrapados por la detonación.

Al menos tenían a Hendel, que sacó la cabeza de detrás de su posición y lanzó un nuevo ataque biótico. Dos soldados de Cerberus salieron volando de sus escondites y chocaron de espaldas contra la pared más cercana. Uno de ellos dio un salto después de la caída y se apresuró a ponerse de nuevo a cubierto. Kahlee apretó el gatillo y se aseguró de que el otro no pudiera hacer lo mismo.

Un instante después, sin embargo, fue Hendel quien salió volando por los aires. Al parecer, Cerberus también tenía a un biótico en su equipo. Hendel lanzó un grito de sorpresa y chocó con fuerza contra la pared, tras la mesa del almacén donde habían encontrado sus armas. El hombre cayó al suelo y no se levantó.

—¡Hendel! —gritó ella, intentando controlar el impulso suicida de levantarse de un salto para ir a ver si estaba bien.

En vez de eso volvió su atención hacia el enemigo, recurriendo a sus años de entrenamiento en la Alianza para no perder la concentración. En el fragor del combate caían soldados, algunos incluso amigos. Normalmente no se podía hacer nada para ayudarlos hasta que el enemigo no estuviera neutralizado.

Kahlee mantuvo su posición y escogió cuidadosamente sus blancos. Vio caer a otro soldado de Cerberus. Si no contaba mal, aquello dejaba cinco, contando al biótico. Pero a su alrededor podía oír los alaridos de los hombres de Mal. Cuando el biótico de Cerberus lanzó un nuevo ataque y privó a una francotiradora quariana del contenedor que la protegía para que la ametrallaran, el capitán dio finalmente la orden que Kahlee esperaba.

—¡Repliegue! —gritó—. ¡Repliegue!

Kahlee no quería dejar a Hendel atrás, pero intentar llegar hasta él ahora era una manera segura de que la abatieran a tiros. Aguantó las lágrimas que se le acumulaban en los ojos y soltó una ráfaga de fuego de cobertura a medida que empezaba a replegarse.

Gillian avanzó por el laberinto de cubículos, contando en silencio hasta que llegó al que estaba cubierto por una cortina de color naranja brillante. A lo lejos oía los ecos afilados de sonidos que no podía —o no quería— identificar conscientemente.

Sabía que pasaba algo malo y sabía que en cierto sentido era por culpa suya, pero aunque hizo todos los esfuerzos posibles por juntar las piezas del rompecabezas, la verdad se le escapaba. El estrés de la situación la había dejado en un estado de shock parecido al trance. Su mente fracturada sólo podía agarrarse a fragmentos insustanciales.

Por ejemplo, se dio cuenta de que tendría que haber habido más gente a su alrededor. Tenía recuerdos borrosos e incompletos de aglomeraciones de gente entrando y saliendo de sus cubículos. Ahora, sin embargo, todo estaba vacío. Todo estaba en silencio.

Sabía que eso tampoco era bueno, pero no podía explicarse por qué.

«Kahlee ha dicho que me esconda en la habitación de Seeto», pensó mientras apartaba la cortina. El cubículo no tenía el aspecto que recordaba. La esterilla de dormir estaba a unos quince centímetros de la posición en que lo recordaba y alguien había rotado el hornillo noventa grados desde la última vez que ella lo había visto.

Gillian sabía que a veces la gente movía las cosas de sitio, pero no le gustaba. Las cosas deberían estar siempre en el mismo sitio.

«No me gusta este lugar. Quiero volver a la lanzadera».

Volvió a correr la cortina y se alejó del cubículo. Caminando con pasos lentos e inciertos, atravesó de nuevo el laberinto de pasillos de vuelta a las escaleras que daban a la cubierta inferior. Esta vez, sin embargo, tomó una ruta más larga e intrincada que la que la había llevado hasta allí.

Kahlee se retiró y subió las escaleras, sabiendo que cuando Cerberus los persiguiera y el combate se extendiera a los habitáculos, aquello se convertiría en un infierno. Incluso aunque hubieran evacuado a los civiles, la batalla se convertiría en una serie interminable de emboscadas a la carrera por los pasillos serpenteantes, donde Cerberus tendría aún más ventaja con su equipación superior.

Mientras varios de los hombres de Mal se posicionaban cerca de las esquinas de los cubículos cercanos a la escalera y apuntaban a la puerta por la que debían aparecer los enemigos, Kahlee se dirigió al cubículo de Seeto para reunirse con Gillian.

Cuando llegó allí ya se oían ráfagas de balas que no cesaban. Sabía que no tenía mucho tiempo; Cerberus había penetrado las posiciones quarianas sin demasiado esfuerzo abajo, y allí arriba sería aún más difícil detenerlos. Tenían simplemente demasiadas opciones; los quarianos no podían retenerlos en ninguna posición, cuando sus enemigos podían hacer algo tan sencillo como retroceder y tomar otro pasillo para atacarlos desde un lado distinto.

Corrió la cortina con la mano, pero se encontró con una habitación vacía.

Gillian vagaba por los pasillos, cuando los ruidos que su mente se negaba a identificar empezaron a resonar más y más fuerte. Vio a un quariano que corría al fondo del pasillo en el que estaba, y el arma que llevaba la forzó a reconocer el estruendo como disparos.

«No quiero estar aquí —gritó su mente—. Vuelve a la nave».

Gillian se dispuso a regresar. Ahora oía disparos por todo su alrededor, ráfagas que resonaban delante, detrás y a ambos lados. Su mente sobrecargada las bloqueó mientras avanzaba hacia las escaleras.

Giró hacia la izquierda y se encontró cara a cara con un hombre y una mujer. Supo enseguida que no eran quarianos, pues no llevaban trajes ambiente. Iban cubiertos con cascos, pero el visor sólo les tapaba tres cuartos de la cara y llevaban una gruesa chaqueta que les cubría el tronco, los hombros y los brazos. Los dos iban armados y le apuntaron tan punto se apercibieron de su presencia.

Gillian siguió caminando hacia ellos, como si no los hubiera visto.

—¡No dispares! —chilló la mujer, bajando el arma a medida que la niña se acercaba—. ¡Es ella! ¡Es la hija de Grayson!

El hombre bajó a su vez el arma y se acercó para agarrar a Gillian. Sin ni siquiera pensar en ello, la niña apretó el puño y lo soltó, justo como Hendel le había enseñado. El hombre salió disparado y se golpeó de espaldas contra la esquina de uno de los cubículos. Se oyó un crujido seco y su cuerpo se desplomó, doblado grotescamente.

—Por todos los… —exclamó la mujer, pero Gillian la cortó antes de que pudiera terminar la frase.

Moviéndose por puro instinto, extendió el brazo con la palma hacia arriba y torció la muñeca. La mujer salió disparada hacia el techo con tal fuerza que el impacto le fracturó el casco. Cuando cayó ante los pies de la niña, tenía los ojos en blanco y sangraba copiosamente por la nariz, la boca y las orejas. La pierna le tembló una sola vez, la bota golpeó contra un cubículo cercano, y luego se quedó inmóvil.

Gillian pasó sobre ella y siguió andando. No encontró a nadie más de camino a la escalera y bajó por ella a la cubierta inferior. Seguía oyendo disparos arriba, pero allí todo estaba en silencio. Más relajada, se puso a tararear una canción sin melodía mientras caminaba hacia la lanzadera.

Kahlee estaba a punto de tener un ataque de pánico mientras corría arriba y abajo por los pasillos, buscando a Gillian con desesperación. Por suerte, el entrenamiento que había recibido le permitió mantener la cabeza lo suficientemente fría para no hacer nada estúpido y, en vez de girar las esquinas a la carrera y sin mirar, fue con el cuidado necesario para comprobar, cada vez, que no había enemigos en su camino.

Oía el ruido del combate por todos lados, pero no encontró a ningún agente de Cerberus, hasta que se topó con dos soldados muertos en medio del pasillo. Por un instante pensó que aquello significaba que Hendel había sobrevivido al ataque de antes: era obvio que los soldados habían muerto por efecto de un ataque biótico. Entonces se le ocurrió otra cosa.

«Gillian».

Desde que habían llegado a la
Idenna
, Hendel había trabajado con la niña, enseñándole a desarrollar y controlar sus habilidades bióticas. Pero pese a las notables mejoras en su estado psicológico durante los últimos días, Gillian seguía siendo emocionalmente frágil y fácil de desestabilizar. En el comedor de la Academia, algo había hecho que la tormenta de sus poderes bióticos se desatara. Ahora Kahlee tenía ante los ojos la prueba de que la tormenta se había desatado de nuevo.

«Tiene miedo —pensó Kahlee para sí—. Está confundida. Querrá ir a algún sitio donde se sienta segura».

Un instante después lo entendió.

«Va a volver a la lanzadera».

Dejó a los soldados donde estaban y siguió avanzando con cuidado por los pasillos, de vuelta hacia las escaleras.

Golo disfrutaba enormemente la batalla contra sus antiguos compatriotas. Aunque no había sido miembro de la tripulación de la
Idenna
, no le costó nada imaginar que los quarianos a los que abatía eran los que lo habían echado de la
Usela
, su antigua nave.

Gracias a su armamento y poderosa protección, ya se había anotado seis víctimas durante el combate, dos en la cubierta de intercambio y cuatro más cazados entre los cubículos. La lucha no tenía color, si se consideraba la superioridad del equipo del que disfrutaba Cerberus… y aquello era precisamente lo que a Golo le producía más placer. Se lo estaba pasando tan bien que casi no se dio cuenta del tiempo que pasaba.

Sólo cuando le sonó un pitido apagado en el casco se dio cuenta de que no les quedaban más que diez minutos. No habían encontrado a la niña, pero eso le importaba muy poco. Era el momento de volver a la lanzadera de Grayson y salir de la
Idenna
.

Sabía que el resto del equipo seguiría luchando y buscando a Gillian durante cinco minutos más antes de retirarse, pero a él no le gustaba correr ese tipo de riesgos.

Con un suspiro de desilusión, abandonó la caza entre los cubículos y volvió rápidamente pero con cuidado hacia el nivel inferior.

Grayson se paseaba intranquilo arriba y abajo por la cabina de pasajeros de la lanzadera que le habían robado en Omega. Al mirar el reloj, se dio cuenta de que quedaban menos de diez minutos.

—Tú y tú —dijo señalando a dos de los tres soldados que se habían quedado con él para proteger la nave—. Salid a buscar los controles para desacoplar la nave.

Pensaba esperar hasta el último segundo antes de marcharse, pero eso no quería decir que no pudiera prepararlo todo de antemano.

Los dos soldados corrieron hacia la esclusa de aire, mientras Grayson y el otro hombre —el piloto que había llevado la nave quariana— esperaban en silencio.

Oyó un ruidoso y pesado golpe que venía del exterior de la nave. La curiosidad lo llevó a acercarse a la esclusa y vio una pequeña figura femenina vestida con un traje ambiente, de pie en medio de la plataforma de acoplamiento.

—¿Papá? —dijo la figura.

La voz estaba en parte distorsionada por la máscara y los instrumentos de respiración, pero la reconoció al instante.

—Gigi —dijo, medio arrodillándose y extendiendo la mano hacia ella.

La niña se acercó hacia él con su característico andar renqueante hasta que estuvo lo suficientemente cerca para tocarlo. Conociendo su estado, Grayson dejó caer la mano sin contactar con ella y entonces, de manera totalmente inesperada, la niña dio un paso más y lo abrazó.

No fue hasta que tuvo a su hija entre los brazos, que se dio cuenta de que los dos soldados a los que había enviado fuera antes estaban atrapados bajo una carretilla elevadora que los quarianos usaban probablemente para cargar y descargar las naves de transporte. Parecía como si el vehículo de seis toneladas se hubiera elevado en el aire y les hubiera caído encima, aplastándolos como hormigas y produciéndoles la muerte instantánea.

El reencuentro fue interrumpido por la voz del piloto, que resonó a su espalda.

—S… S… Señor —tartamudeó con voz temblorosa mientras observaba los cadáveres de los dos soldados bajo la carretilla elevadora—. ¿Qué les ha pasado?

—No te preocupes —dijo Grayson, cortante, mientras soltaba a su hija y se ponía en pie—. Sube a bordo y activa los motores. Es hora de irse.

—No podemos irnos aún —dijo Gillian.

A Grayson le sorprendió oír una emoción auténtica en su voz, en vez del tono monótono al que estaba acostumbrado.

—Tenemos que esperar a mis amigos.

—¿Tus amigos? —preguntó él, para que siguiera hablando.

—Hendel y Kahlee y Lemm —respondió ella—. Lemm es quariano.

—No podemos esperarlos, cariño —le dijo él dulcemente.

La niña se cruzó de brazos y se separó de él, un gesto que no le había visto nunca usar.

—No me voy sin ellos —dijo, desafiante.

Grayson parpadeó sorprendido y finalmente asintió.

—De acuerdo, Gigi, vamos a buscarlos.

Cuando la niña se dio la vuelta para regresar hacia la
Idenna
, Grayson se puso tras ella y sacó la pistola aturdidora. Un disparo rápido entre los omóplatos fue suficiente para que la niña se desplomara en brazos de su padre.

Grayson se sentía culpable por haber usado el arma contra su hija, pero sabía que no tenían tiempo que perder y se la llevó sin dudar hacia el interior de la lanzadera. Una vez dentro, se dirigió a la habitación y la puso suavemente en la cama. Después de quitarle el traje ambiente y el casco se quedó unos instantes observándole el rostro, hasta que el piloto se dirigió a él de nuevo.

—¿Señor? —dijo desde la puerta—. La nave todavía está acoplada.

—Pues sal a desacoplarla —ordenó Grayson—. Yo no voy a dejar sola a mi hija.

El hombre asintió y se fue, dejándolos solos.

—No te preocupes, Gigi —susurró él—. Me aseguraré de que te traten bien a partir de ahora.

VEINTICUATRO

Kahlee atravesó corriendo la cubierta de intercambio y se dirigió a la lanzadera que Gillian consideraba su casa. Estaba tan obsesionada con encontrar a la niña antes de que le pasara nada, que ni siquiera se le ocurrió ir a ver cómo estaba Hendel, detrás de la mesa.

Al pasar por el espacio que separaba la cubierta de las plataformas de acoplamiento bajó el ritmo, por si había tropas de Cerberus esperándola. Pronto vio que tenía sentido ser cautelosa; había un guardia frente a la lanzadera. Estaba de espaldas a ella, manipulando el panel de control para desacoplar la lanzadera con una mano, mientras con la otra sostenía un rifle de asalto.

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