Mass effect. Ascensión (28 page)

Read Mass effect. Ascensión Online

Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Mass effect. Ascensión
11.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

«En eso confío».

Gillian representaba más de una década de intensa investigación para Cerberus. Habían invertido decenas de miles de horas y miles de millones de créditos en la niña, con la esperanza de que iba a convertirse en la llave que abriría un día nuevas fronteras en el campo de la biótica humana.

El Hombre Ilusorio quería recuperar a Gillian tanto como Grayson, pero por razones distintas. Y aquello ponía al padre en una situación que muy pocas personas habían disfrutado al hacer tratos con el Hombre Ilusorio: el Hombre necesitaba algo que sólo él poseía.

—Es la única opción —le avisó Grayson—. No voy a decir el código. No antes de estar en una nave que vaya directa hasta el corazón de la Flota Migrante. Si Cerberus quiere recuperar a Gillian, yo soy la única posibilidad.

Era una apuesta arriesgada. Nada les impedía torturarlo hasta que les diera la información, y sus técnicas harían que los métodos que Pel había usado con el quariano parecieran incluso compasivos. Pero Grayson todavía les podía ser útil, especialmente para Gillian. Cerberus sabía cómo era la niña, sabía que podía bloquearse completamente ante extraños. Valía la pena mantener a su padre con vida… o eso esperaba él.

—Veo que tu dedicación hacia ella es total —dijo el Hombre Ilusorio, con una sonrisa que no ocultó del todo la ira que había debajo—. Espero que eso no se convierta en un problema.

—Entonces… ¿puedo ir?

El Hombre Ilusorio asintió.

—Haré que organicen una entrevista con Golo, nuestro contacto quariano en Omega.

Hizo un gesto con la mano y Grayson se puso en pie, esforzándose para no dejar que se le notara la alegría. Muy probablemente aquel desafío le pasaría factura en el futuro. El Hombre Ilusorio tenía muy buena memoria. Pero ahora no le importaba. Estaba dispuesto a pagar el precio que fuera a cambio de recuperar a su hija.

VEINTE

—Recuerda lo que te he dicho, Gillian —dijo Hendel—. Visualiza la imagen con la mente, aprieta el puño y concéntrate.

Gillian hizo lo que le decía Hendel y arrugó la cara mientras concentraba toda su atención en la almohada que había al pie de la cama donde estaban sentados. Kahlee los observaba con interés desde el otro lado de la habitación, apoyada en el marco de la puerta abierta.

Aunque Kahlee no era biótica, conocía las técnicas que Hendel le enseñaba a la niña. El Proyecto Ascensión usaba un sistema de retroalimentación biomecánica, como por ejemplo apretar el puño o levantar la mano en el aire, como herramienta para descargar el poder biótico. Asociando movimientos musculares básicos con los complejos patrones de pensamiento necesarios, se creaba un mecanismo de respuesta para provocar fenómenos bióticos específicos. A través de práctica y entrenamiento, la acción física se convertía en un catalizador para los procesos mentales requeridos, y aumentaba tanto la velocidad como la potencia del efecto biótico deseado.

—Puedes hacerlo, Gillian —la animó Hendel—. Haz lo que hemos hecho cuando practicábamos.

La niña apretó los dientes, con el puño cerrado tan fuerte que empezó a temblar.

—Muy bien —dijo Hendel—. Ahora lanza el brazo hacia adelante e imagina la almohada volando por la habitación.

A Kahlee le pareció ver un débil brillo en el aire, como el calor levantándose en ondas del asfalto quemado por el sol. Justo entonces, la almohada salió despedida hacia Kahlee y le dio de lleno en la cara. No le hizo daño, pero la pilló completamente desprevenida. Gillian se rio y dio un chillido nervioso de excitación y sorpresa. Incluso Hendel dejó escapar una sonrisa. Kahlee frunció el ceño, fingiendo que se había enfadado.

—Tus reflejos ya no son lo que eran —comentó Hendel.

—Creo que será mejor que os deje solos antes de que me rompáis un diente —contestó ella antes de salir de la habitación, y se dirigió a los asientos de la cabina de pasajeros.

Ya habían pasado tres días desde que su lanzadera se había acoplado en la
Idenna
, y seguían esperando a que el capitán les diera autorización para subir a la nave. Durante aquel tiempo habían cuidado bien de ellos, pero Kahlee empezaba a desarrollar un caso serio de claustrofobia.

Gillian y Hendel luchaban contra el aburrimiento concentrándose en desarrollar los talentos bióticos de la niña. Había hecho progresos sorprendentes en muy poco tiempo. Aunque Kahlee no era capaz de decir si era por el entrenamiento particular que le estaba dando Hendel o porque el incidente de la cafetería había roto algún tipo de barrera mental que tenía dentro. Le alegraba ver que Gillian progresaba, pero no podía hacer mucho para ayudarla.

Estaba claro, de cualquier modo, que Gillian llevaba muy bien la situación, para sorpresa de todos. Siempre había tenido días buenos y días malos; su estado mental sufría continuos cambios de manera irregular. En los días que habían pasado juntos, aún había veces en las que parecía desconectarse de lo que ocurría a su alrededor, pero en general parecía mucho más atenta e implicada. Kahlee tampoco sabía explicar muy bien por qué ocurría esto. Podría ser que tuviera que ver con el hecho de que recibía mucha más atención personal de la que le habían dedicado nunca en la Academia. También podía estar relacionado con su confinamiento en el espacio de la lanzadera; Gillian conocía perfectamente cada centímetro cuadrado de la nave. No era imposible que aquello la hiciera sentir segura y protegida a bordo, en contraste con la vulnerabilidad que sentía al tener que moverse por las clases y pasillos de la Academia Grissom. O podía ser que fuera simplemente el hecho de tener que interactuar con menos gente. Además de Hendel y Kahlee, el único visitante que la lanzadera había recibido era Lemm.

El quariano los visitaba una o dos veces al día para informarles de lo que ocurría a bordo de la
Idenna
y compartir con ellos las noticias provenientes del resto de naves de la Flota. Con casi cincuenta mil naves —muchas de ellas fragatas, lanzaderas y pequeñas naves personales— había un flujo constante de información y tráfico dentro de la flotilla.

Por suerte, gracias a los esfuerzos interminables de los quarianos para buscar recursos para su sociedad, cada día había docenas de naves que iban y venían desde mundos cercanos. Como les habían prometido, la
Idenna
había pedido a las otras naves comida apta para humanos, además de trajes ambiente que pudieran usar. Al día siguiente empezaron a llegarles las provisiones, y las despensas de la lanzadera estaban llenas a rebosar.

Como era de esperar, aquella solicitud había disparado sospechas y rumores en el resto de la Flota. Lemm interpretaba que aquélla era una de las razones por las que la decisión tardaba tanto en llegar. El capitán de cada nave tenía autoridad absoluta sobre ella, siempre y cuando esa autoridad no fuera objeto de abuso y no pusiera en peligro al resto de la flotilla. Aparentemente, recibir a no quarianos estaba claramente fuera de lo que estaba permitido.

Después de que la
Idenna
sorprendiera a la Flota solicitando equipo y provisiones para humanos, el Cónclave y el Almirantazgo —los gobiernos quarianos civil y militar, respectivamente— se habían implicado en las discusiones acerca de qué hacer. Finalmente, quien tendría la última palabra sería el capitán de la
Idenna
, pero no antes de que el resto hubiera intervenido en la discusión con sus opiniones y consejos.

Para pasar el rato entre las visitas de Lemm, Kahlee había empezado a charlar con los quarianos que los guardaban, vigilando la esclusa de aire. Ugho, el mayor de los dos, era educado, pero algo frío. Siempre respondía a sus preguntas con respuestas cortas, casi cortantes, y Kahlee pronto dejó de intentar mantener una conversación con él cuando estaba de guardia.

Con Seeto, por otra parte, ocurría exactamente lo contrario. Kahlee imaginaba que era más o menos de la edad de Lemm, aunque cubierto con la máscara y el traje ambiente lo único que le daba una pista en ese sentido era el «nar» de su nombre. Por alguna razón, Seeto parecía mucho más inocente e infantil que su rescatador. No había duda de que los meses que Lemm había pasado lejos de la flotilla en su Peregrinaje tenían algo que ver con ello, pero Seeto parecía tener una exuberancia juvenil que Kahlee atribuyó simplemente a una personalidad extrovertida y excitable.

No tardó en darse cuenta de que era muy parlanchín. Una o dos preguntas por su parte eran lo único que necesitaba para que las palabras empezaran a fluir, y, cuando lo hacían, era en un torrente incansable. A Kahlee no le molestaba en absoluto. La ayudaba a pasar el rato y había aprendido mucho sobre los quarianos en general y sobre la
Idenna
en particular, gracias a Seeto.

Dado que no tenía más de treinta años de antigüedad, le explicó el quariano, la
Idenna
aún se consideraba una nave nueva. No era raro, considerando que algunas de las naves de la flotilla habían sido construidas más de trescientos años atrás, antes de que los geth batieran a los quarianos y los obligaran a exiliarse. Con los años las habían mejorado, reparado y ampliado hasta que ya no se parecían en nada a cómo eran originalmente, pero seguían siendo menos fiables que las naves nuevas.

Seeto también le contó que la
Idenna
era un crucero de tamaño medio, lo bastante grande como para disponer de un escaño en el Cónclave, el organismo civil que aconsejaba al Almirantazgo acerca de la política que debía seguir la Flota, y tomar decisiones acerca de disputas específicas dentro de la flotilla. Por él se enteró también de que había seiscientos noventa y tres hombres, mujeres y niños que vivían en la
Idenna
—seiscientos noventa y cuatro si el capitán aceptaba el regalo ofrecido por Lemm y le permitía unirse a la tripulación—. Kahlee se quedó asombrada ante el número; en la Alianza, un crucero medio tendría una tripulación de setenta u ochenta personas como máximo. Mentalmente, imaginó a los habitantes de la
Idenna
viviendo en una miseria escuálida y superpoblada.

Cuanto más hablaba con Seeto, más cómodo parecía sentirse el quariano. Le había hablado de Ysin’Mal vas Idenna, el capitán de la nave. El puesto de capitán normalmente era ocupado por hombres y mujeres ligados a la tradición; Mal, sin embargo, era generalmente considerado un partidario agresivo del cambio y el progreso. Incluso había propuesto, le confió Seeto con voz susurrante, que la flotilla empezara a enviar a cruceros en misiones de exploración de largo alcance, con la esperanza de descubrir un planeta inhabitado con vida donde los quarianos pudieran establecerse.

Esa idea en particular le había traído conflictos con los otros capitanes y con el Cónclave, que eran de la opinión que, para sobrevivir, los quarianos debían seguir unidos en la Flota Migrante. Pese a ello, por la manera en que hablaba el joven quariano, Kahlee tenía claro que apoyaba la posición del capitán más que la del resto.

Atravesó la cabina de pasajeros para llegar a la esclusa de aire, y deseó que fuera Seeto, y no el estoico Ugho, quien estuviera de guardia al otro lado. Todavía no tenía permiso para abandonar la nave, pero iba a usar el intercomunicador de la esclusa para contactar con el guardia y pedirle que subiera a la nave. De repente, las puertas se abrieron solas.

La sorpresa la hizo tropezar, y se alejó de la puerta, cuando vio entrar a un grupo de siete quarianos. Kahlee experimentó un breve instante de alarma al verlos aparecer en la lanzadera, pero se relajó al ver que ninguno iba armado.

Reconoció a Seeto y a Ugho en el grupo. También le pareció ver a Isli, la oficial de seguridad que les había dado la bienvenida al llegar, liderando la comitiva. A los otros cuatro no los conocía.

—El capitán ha aceptado entrevistarse con usted —la saludó Isli, confirmando su identidad.

«Ya iba siendo hora», pensó Kahlee, pero en voz alta se limitó a decir:

—¿Cuándo?

—Ahora —le dijo Isli—. La escoltaremos hasta el puente de mando para verle. Debe ponerse el traje ambiente, por supuesto.

—De acuerdo. Voy a decirles a Hendel y Gillian adonde voy.

—Ellos también vienen. El capitán quiere hablar con todos ustedes. Lemm espera con él.

A Kahlee no le hacía mucha gracia la idea de sacar a Gillian de la lanzadera y arrastrarla a través de los abarrotados pasillos de la
Idenna
, pero a la vista de las circunstancias no encontró la manera de negarse.

Hendel reaccionó como ella cuando se lo dijo, pero a Gillian no pareció importarle la idea. Cinco minutos más tarde, una vez embutidos en los trajes ambiente, salieron de la lanzadera. Isli, Ugho y Seeto fueron con ellos como escolta, mientras los otros cuatro quarianos se quedaban detrás.

—Hay que esterilizar la lanzadera —les dijo Isli—. Es mejor que no estén dentro mientras trabajan.

Kahlee se preguntó si realmente estaban esterilizando la nave o aquélla era simplemente una oportunidad para registrarla de arriba abajo sin ofenderlos. Tampoco era que le importara en absoluto; no tenían nada que ocultar.

Isli los guio por la nave mientras Ugho, a su lado, marchaba en silencio. Seeto los seguía a la altura de los humanos para poder hacer comentarios y explicaciones ocasionales acerca de lo que veían.

—Esto es la cubierta de intercambio de la
Idenna
—dijo mientras atravesaban lo que habría sido el compartimento de carga en una nave de la Alianza.

La sala estaba llena de quarianos que se movían arriba y abajo, todos con sus trajes ambiente. Cada uno llevaba una bolsa o una mochila. Las paredes estaban cubiertas de armarios de almacenaje. La mayoría de ellos tenían la puerta abierta y mostraban sus contenidos, una mezcla de objetos mundanos, desde ropa a utensilios de cocina. Pilas de bienes parecidos se acumulaban en enormes cajones metálicos sin tapar que había esparcidos aleatoriamente por la habitación, dejando tan sólo unos estrechos pasillos que atravesaban el espacio.

Los quarianos se movían de contenedor en contenedor y de armario en armario. Revolvían los contenidos, tomaban ocasionalmente un objeto, lo examinaban, se lo quedaban o lo devolvían a su sitio para seguir buscando.

—Quien tiene objetos que no necesita los pone aquí —explicó Seeto—, para que el resto pueda tomar lo que le haga falta.

—O sea que ¿cualquiera puede hacerse con las cosas de otro? —preguntó Hendel, sorprendido.

—No si las estás utilizando —dijo Seeto, con una voz que dejaba claro que la respuesta le parecía obvia.

Other books

Coming Home by Lydia Michaels
The Way West by A. B. Guthrie Jr.
The Ruby Dream by Annie Cosby
Guilty Pleasure by Jane O'Reilly
Blue Thirst by Lawrence Durrell
Last Stand: Patriots (Book 2) by William H. Weber
Healing Love at Christmas by Crescent, Sam
Unspeakable Things by Kathleen Spivack