Read Mass effect. Ascensión Online

Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #Ciencia Ficción

Mass effect. Ascensión (14 page)

BOOK: Mass effect. Ascensión
2.24Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Estuvieron en silencio varios minutos y luego Jiro habló de nuevo, resistiéndose a dejar correr el tema de Gillian.

—Me han dicho que la tienen en la sala de cuarentena.

—Sólo por unos días. Hendel pensó que sería más seguro hasta que todo esté más calmado.

El silencio que siguió fue aún más largo, pero Jiro lo rompió diciendo:

—Seguro que tiene miedo. Me gustaría ir a verla.

Aquélla era la otra cara de Jiro: el joven compasivo que se preocupaba por los sentimientos de una niña de doce años antes que por su investigación. Kahlee se giró y le besó el pecho desnudo.

—Seguro que se pondrá contenta. Puedes ir mañana. Yo me encargaré de que tengas acceso.

Cuando Kahlee se despertó a la mañana siguiente tenía un dolor de cabeza espantoso por culpa del vino. Jiro se había ido y, al mirar el reloj de la mesilla, la mujer se dio cuenta con horror de que iba ya una hora tarde.

«Sabes que te haces mayor cuando media botella de vino te impide oír la alarma», pensó mientras se levantaba lentamente.

Fue entonces cuando se dio cuenta de la nota que había sobre la mesa, insertada bajo la botella vacía de vino. Agarrándose la cabeza con las manos, se inclinó para leerla.

He ido a vera Gillian. He apagado la alarma. He pensado que necesitabas descansar. J.

De camino al lavabo estrujó la nota hasta convertirla en una bola de papel y la tiró a la papelera.

Cuando terminó de ducharse y vestirse ya no sentía los efectos de la resaca. Quería hablar con Gillian otra vez y ver si recordaba algo más, pero primero tenía que consultar a Hendel. Al mirar el reloj, se dio cuenta de que lo encontraría en su oficina.

—¿Cómo estamos, bonita? —preguntó Jiro, asomando la cabeza por la puerta de la habitación.

Gillian estaba sentada en la cama, vestida con el pijama del hospital, mirando de frente hacia la pared vacía, pero cuando oyó la voz se giró hacia la puerta y sonrió.

Al principio, cuando había empezado a tratarla, Jiro se había preocupado de que la niña pudiera sentir malas vibraciones con él. Su enfermedad la hacía más perceptiva que otros niños y tenía miedo de que notara los motivos ulteriores del interés que mostraba por ella. Al final, sin embargo, la reacción de Gillian fue justo la contraria; parecía que le gustaba Jiro de verdad.

El joven había desarrollado su propia teoría personal para explicar la reacción de la niña. Le fascinaba la investigación que Cerberus llevaba a cabo en el campo de la biótica humana, y no podía esperar a ver los resultados que los últimos sueros diseñados tendrían sobre Gillian. Por ello siempre estaba de buen humor cuando iba a comprobar sus números. Jiro sospechaba que la niña reaccionaba ante su energía y entusiasmo, lo que la hacía responder mejor con él que con la mayoría de los otros técnicos.

—No está mal este sitio —dijo mientras se acercaba a la cama.

—Quiero volver a mi habitación —respondió con su monotonía habitual.

El científico la estudió cuidadosamente mientras hablaba y buscó signos de que algo hubiera cambiado. «No hay variaciones apreciables en su atención», anotó en silencio para sí mismo.

—Todavía no puedes volver a tu habitación —le dijo en voz alta—. Están intentando entender qué pasó en el comedor.

«Yo incluido».

Cuando Grayson le había entregado el botellín de aquel líquido desconocido la semana anterior, había tenido la sensación de que algo importante estaba a punto de ocurrir. No podía explicarlo con detalles, pero le daba la impresión de que habían conseguido algo grande. Algo que querían probar en Gillian inmediatamente. Pero no esperaba que fuera tan rápido… O tan espectacular.

No había duda para él, que el extraordinario despliegue de habilidades bióticas estaba relacionado con el misterioso elixir de Cerberus. Por desgracia, el increíble éxito del tratamiento había conllevado contratiempos para el mismo experimento. Se suponía que tenía que darle a Gillian otra dosis de medicación ese día, pero no podía hacerlo allí. Demasiada gente y demasiadas cámaras de seguridad.

—Odio esta habitación —le informó Gillian.

—¿Quieres dar un paseo? —sugirió él, aprovechando la oportunidad de sacarla del ala de cuarentena y llevarla a un sitio más privado—. Podríamos ir al atrio.

La niña consideró la oferta durante unos cuantos segundos y después asintió con decisión.

—Vístete —le dijo Jiro—. Voy a decirle a la enfermera adónde vamos.

El joven salió y se dirigió a la mesa de recepción. Recordaba haber visto por la estación a la enfermera que estaba al cargo, pero no sabía cómo se llamaba. Claro que ello no le había impedido flirtear con ella cuando se había registrado al llegar al ala de cuarentena.

—¿Ya se va? —preguntó con una brillante sonrisa.

Era una joven menuda, de piel oscura y hermosa cara redondeada.

—Voy a llevar a Gillian al atrio. Le irá bien tomar un poco el aire y salir de la habitación.

La enfermera frunció el ceño y arrugó la nariz.

—Lo siento, pero creo que no tiene autorización para salir, todavía —dijo en tono de disculpa.

—Te prometo que la traeré de vuelta enseguida —bromeó él, lanzándole su sonrisa más seductora.

La muchacha relajó la expresión, pero aún no parecía muy convencida.

—Puede que a Hendel no le guste.

—Hendel es como una madre sobreprotectora —dijo Jiro riendo—. Además, volverá antes de que él se dé cuenta de que ha salido.

—Esto me puede traer problemas…

La enfermera empezaba a vacilar, pero aún no se decidía del todo.

Jiro extendió la mano sobre la mesa de recepción y le tomó el brazo, como para tranquilizarla.

—No te preocupes. Hendel y yo somos buenos amigos. Yo te protegeré de él —prometió guiñándole el ojo con malicia.

Después de un instante de vacilación, la muchacha se dio por vencida y le entregó el registro de pacientes.

—Pero no tarde demasiado —le avisó mientras rellenaba el formulario.

Cuando le devolvió el registro, Jiro le dedicó a la enfermera una última sonrisa y luego se volvió hacia Gillian, que los observaba en silencio desde el umbral de su puerta.

—Vamos —le dijo.

Obediente, la niña salió y se fue con Jiro.

A Kahlee no le sorprendió encontrar la puerta de la oficina de Hendel cerrada cuando llegó. No podía ni imaginarse todo lo que le había caído encima en las últimas veinticuatro horas.

—Abrir puerta —gritó el jefe de seguridad en respuesta a su llamada.

Cuando la vio en el pasillo le hizo un gesto para que entrara, antes de decir:

—Cerrar puerta.

La oficina de Hendel era un caos, pero aquello no era extraño. No le gustaba el papeleo y tendía a dejar que se le acumulara bastante rápido. Siempre tenía montañas de informes impresos sobre la mesa, con más montones en el suelo, para revisar. Los armarios metálicos estaban también cubiertos por todo tipo de formularios, solicitudes y dispensas que esperaban su firma o ser archivados en la carpeta correspondiente.

El jefe de seguridad estaba sentado frente a su mesa, con la mirada fija en la pantalla de su computadora. Kahlee cruzó la habitación y se sentó en una de las sillas frente a Hendel. El hombre apagó el monitor al tiempo que ella se sentaba, dejó escapar un largo suspiro de agotamiento y se recostó en la silla.

Se había cambiado las ropas empapadas y manchadas de comida con las que le había visto el día anterior frente a la habitación de Gillian en el hospital, pero parecía que no había tenido tiempo de ducharse. Aún se le veían pedazos de pan pegados en el pelo y las patillas rojizas de su corta barba. Las mejillas mostraban que no se había afeitado y estaba ojeroso, con la mirada inyectada en sangre.

—¿Has estado trabajando toda la noche? —le preguntó.

—Control de daños —respondió—. Algún capullo anónimo del personal ha filtrado la historia. He recibido llamadas de los medios, la administración de la escuela, funcionarios gubernamentales y padres cabreados. Los padres son los peores.

—Eso es porque están preocupados por sus hijos.

—Ya lo sé —asintió—. Pero si pillo al que filtró la historia me aseguraré de que lo despidan con una patada en el culo.

Se inclinó hacia adelante y golpeó con fuerza la mesa para subrayar sus palabras.

—¿Has hablado con Grayson?

Hendel negó con la cabeza.

—Le he dejado un mensaje, pero no ha llamado.

—Puede que esté ocupado.

—¿¡Pues para qué coño nos da un número de emergencia si no va a estar disponible para una emergencia!? —gritó bruscamente antes de disculparse—. Perdóname, es que tengo muchas cosas en la cabeza.

—¿Algo de lo que quieras hablar?

—No —dijo, apoyó los codos en la mesa y dejó caer la frente sobre las manos.

Kahlee permaneció en silencio, esperando pacientemente. Unos segundos después, el jefe de seguridad levantó la mirada y le dijo:

—Creo que tenemos que sacar a Gillian del programa.

—Eso es lo que yo pensaba —dijo asintiendo con comprensión.

Hendel se recostó de nuevo en la silla y puso los pies sobre la mesa, dejó caer la cabeza hacia atrás y miró al techo.

—También estoy pensando en enviar al Consejo directivo mi carta de dimisión —dijo con una calma que contrastaba con la bomba que estaba soltando.

—¿¡Qué!? —exclamó Kahlee—. ¡No puedes abandonar ahora! ¡Los niños te necesitan!

—¿De verdad? —se preguntó en voz alta—. Ayer me necesitaban de verdad y no pude estar a la altura.

—Pero ¿qué dices? Nick y Gillian fueron los únicos heridos y estarán bien en pocos días. ¡Cumpliste perfectamente con tu deber!

Hendel bajó los pies de la mesa, se puso firme y se inclino hacia adelante con decisión.

—No, no lo hice —dijo con voz grave y seria—. Tendría que haber disparado a Gillian inmediatamente y no cuando me di cuenta de que no iba a parar. Pero dudé.

—Creo que eso es bueno —protestó Kahlee—. Me preocuparía más que pudieras hacer algo así sin pensarlo dos veces.

—Todos estaban en peligro en el comedor —explicó lentamente—. Cada segundo extra que le di aumentaron las posibilidades de que alguien sufriera heridas…, o algo peor.

—Pero no ocurrió nada más. No tiene sentido torturarse ahora por eso.

—No lo entiendes —dijo, sacudiendo la cabeza frustrado—. Puse la seguridad de Gillian por encima de la del resto de estudiantes de esta academia. Mi posición no me permite hacer una cosa así. Estoy entrenado para reaccionar en situaciones de emergencia, y no puedo dejar que mis sentimientos me afecten.

Kahlee no respondió enseguida, estaba concentrada en procesar la información. Creía que Hendel estaba reaccionando de forma exagerada ante los hechos, pero no era su estilo decir frases vacías; no dudaba que si decía que quería presentar su dimisión lo decía muy en serio.

—¿Qué vas a hacer?

—Estaba pensando en pedirle a Grayson que me contratara como profesor particular de Gillian.

Entonces lo entendió todo. Kahlee se dio cuenta de que la cuestión no era que Hendel se sintiera culpable por lo que había ocurrido. No era eso. A Hendel le preocupaban los niños del programa, pero Gillian era distinta. Necesitaba más ayuda que los otros niños. Necesitaba más tiempo y atención. Por ello, Hendel había desarrollado un vínculo más fuerte con ella que con los demás. No era justo, pero ¿quién había dicho que la vida tenía que serlo?

Gillian era especial para él. A Hendel le importaba mucho. La amaba. Y estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para seguir formando parte de su vida, aunque ello implicara tirar su carrera por la borda.

—Espera un poco antes de enviar esa dimisión —dijo Kahlee, tomándole suavemente de la mano—. Al menos hasta que estemos seguros de si la dirección va a permitir que Gillian siga en la escuela o no.

—No van a dejar que se quede. Los dos lo sabemos muy bien.

—Puede que no —admitió ella—, pero puede que haya alguna opción más —dijo, recordando la conversación de la noche anterior con Jiro—. Si es necesario haré que mi padre se implique en ello.

—¿Tu padre? —preguntó Hendel, confuso.

—El almirante Jon Grissom.

Hendel se quedó con la boca abierta.

—¿Grissom es tu padre? No…, no lo sabía.

—No me gusta hablar de él —dijo ella—. Jiro es el único que lo sabe.

—¿Qué dijo cuando se lo contaste? —preguntó Hendel, aún asombrado.

—Hummm…, no me acuerdo —respondió Kahlee dubitativa, intentando recordarlo.

«Es curioso. Tendría que recordar el momento en el que le dije algo así».

—La verdad es que no recuerdo habérselo dicho, pero lo sabe. Estuvimos hablando de él anoche.

«Pero si no se lo había dicho yo, ¿cómo lo sabía?». Hendel pasó de mostrar incredulidad a preocupación.

—Kahlee, ¿qué te ocurre? ¿Hay algún problema?

—Nadie sabe quién es mi padre —dijo lentamente, intentando comprender las implicaciones de lo que ella misma decía—. No aparece ni en mi expediente personal de la Alianza. Hay un único documento que menciona a mi padre: el informe confidencial Anderson, archivado hace veinte años. Para acceder a él se necesita una autorización de alto secreto.

—¿Y estás completamente segura de que nunca se lo mencionaste a él? ¿Cómo coño consigue uno de los técnicos de tu laboratorio una autorización de alto secreto? —preguntó Hendel, preocupado—. Aquí hay algo que no cuadra.

Kahlee no pudo hacer más que asentir, paralizada por la posibilidad de que el hombre con el que había estado manteniendo relaciones sexuales le hubiera estado mintiendo todo el tiempo. «¿Cuánto me ha mentido? ¿Y para qué?».

—Necesito hablar con Jiro. ¡Enseguida! —le dijo Hendel, abriendo un cajón de la mesa y sacando una pistola—. ¿Dónde está?

El jefe de seguridad se enfundó la pistola en el cinto.

—Ha ido a ver a Gillian.

Hendel presionó los botones del teléfono de su mesa, se movía con rapidez pero sin perder la concentración ni la calma. Era posible que lo que le motivara fueran las ganas de retomar el control de la situación, ansioso por concentrarse en algo distinto de los acontecimientos del día anterior.

—Ala de cuarentena —respondió la voz de la enfermera.

—Al habla el jefe de seguridad Mitra. ¿Ha ido el doctor Toshiwa a ver a Gillian?

—Sí, señor. Han ido a dar un paseo al atrio. ¿Quiere que…?

BOOK: Mass effect. Ascensión
2.24Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Trusting the Rogue by Danielle Lisle
Sleigh Bells in the Snow by Sarah Morgan
A Chink in the Armor by D. Robert Pease
Witch Hunter by Virginia Boecker
Flesh Eaters by McKinney, Joe