—Si creo que la visita supone un peligro para el estudiante puedo denegarla —replicó Hendel con frialdad.
—¿Peligro? ¿Qué tipo de peligro?
—¡Es un drogadicto, por el amor de Dios!
—No puedes probarlo —le advirtió Kahlee—. Y no puedes denegar la solicitud basándote sólo en esas sospechas. Si lo haces te quitarán el puesto.
—Quiere venir pasado mañana —respondió Hendel—. Lo único que quiero ver es si Gillian está preparada. Puede que sea mejor que la visita espere unas semanas, para que se pueda hacer a la idea.
—Claro —replicó Kahlee, sarcástica—. Ahora me dirás que sólo piensas en lo mejor para ella. Tus opiniones acerca de Grayson no tienen nada que ver.
—Gillian necesita rutina y regularidad —insistió Hendel—. Ya sabes cómo se pone si se le desmonta el horario. Si él quiere ser parte de su vida, puede venir a verla una vez al mes como hacen los otros padres, en vez de una o dos veces al año cuando le da la gana. Estas visitas inesperadas son demasiado para ella.
—Seguro que irá bien —dijo Kahlee, aguzando los ojos—. Le diré a Gillian que su padre va a venir. Tú vuelve a tu oficina y aprueba la solicitud.
Hendel abrió la boca como para decir algo, pero después decidió cerrarla sabiamente.
—De acuerdo —murmuró, y echó a andar en dirección opuesta, de vuelta al ala de administración del edificio.
Kahlee le vio alejarse y respiró profundamente para calmarse. Gillian era extremadamente perceptiva y era capaz de leer las emociones ajenas y reaccionar ante ellas. Además, admiraba mucho a Hendel. Si hubiera oído la noticia de la visita de sus labios, seguro que habría notado su disgusto y habría tenido una reacción negativa por simpatía. No era justo para Grayson ni para su hija.
La habitación de Gillian estaba a uno de los extremos de la residencia, donde había menos ruido que pudiera molestarla. Cuando Kahlee llegó a la puerta ya había convertido su expresión en una cara de expectativa alegre. Levantó el puño y llamó suavemente. Quien le respondió no fue la niña, sino Jiro.
—Adelante.
La puerta se abrió para mostrar a Gillian sentada frente a la mesa. Era una niña delgada y angulosa, la más alta por varios centímetros de su grupo de edad. La cabellera morena le llegaba casi hasta la cintura y tenía los ojos demasiado separados para la forma alargada del rostro. Kahlee sospechaba que habría salido a su madre porque, aparte de la complexión delgada, no se parecía en nada a Grayson.
Gillian tenía doce años, los mismos que Nick. De hecho, casi la mitad de los niños del Proyecto Ascensión tenían aproximadamente esa edad. Trece años atrás había habido tres graves accidentes industriales, cada uno en una colonia humana distinta, en un espacio de cuatro meses. Las circunstancias eran sospechosas, pero la investigación no descubrió ninguna conexión entre los incidentes. No hace falta decir que eso no había afectado para nada a los participantes en la Extranet que veían en el caso una conspiración. No pocos se negaban a creer que hubiera sido simplemente una desafortunada serie de errores humanos y coincidencias.
El tercer accidente fue con mucho el más devastador. Algunos informes lo calificaron inicialmente del peor desastre tóxico de la historia de la Humanidad. Una nave de transporte Eldfell-Ashland había explotado en la atmósfera. La tripulación había perecido, y una nube mortal de elemento cero había caído sobre la colonia Yandoa, afectando a miles de bebés en estado de gestación.
Aunque la mayoría no sufrió efectos dañinos duraderos, unos cientos desarrollaron síntomas significativos que iban desde el cáncer hasta daños en los órganos, defectos de nacimiento o incluso abortos espontáneos. Por otra parte, la tragedia produjo otras estadísticas más felices: treinta y siete de los niños expuestos no sólo habían nacido sanos, sino que presentaban un potencial biótico significativo en varios grados. Todos ellos habían ido a parar a la Academia Grissom.
Gillian observaba con una intensidad preocupante las tareas que aparecían en la pantalla de su computadora. A veces permanecía sentada de aquella manera durante horas, sin moverse. Luego, como si se hubiera activado un interruptor invisible dentro de su mente, explotaba en un torbellino de actividad, tecleando respuestas tan deprisa que era imposible seguirle el movimiento de los dedos a simple vista. Sus respuestas eran siempre correctas al cien por cien.
—¿Ya estáis listos? —preguntó Kahlee a su asistente, que recogía el instrumental en una esquina de la habitación.
—Precisamente ahora hemos terminado —replicó Jiro, sonriente.
Sólo tenía veinticinco años, y era guapo y atractivo. Su rostro era una armónica mezcla de su sangre americana y asiática, y llevaba el pelo teñido de rojo oscuro, en un estilo alborotado, como de recién levantado. El encanto confiado de su sonrisa traviesa le hacía parecer aún más joven de lo que en realidad era.
«Estás hecha una asaltacunas», la reprendió la voz de su conciencia, pero Kahlee la ignoró a propósito.
—Gillian se ha portado muy bien hoy —añadió Jiro, girándose hacia la niña—. ¿Verdad, Gillian?
—Supongo —murmuró la muchacha, sin apartar la mirada de la pantalla.
Gillian tenía días buenos y días malos, pero si hablaba significaba que ése era uno de los buenos.
—Tengo muy buenas noticias —dijo, avanzando hasta la altura de Jiro.
Con cualquier otro niño, Kahlee se habría sentado en el canto de la mesa o le habría posado la mano dulcemente sobre el hombro, pero a Gillian el más mínimo roce de un dedo sobre la piel podía hacerla reaccionar como si la hubieran tocado con una brasa ardiendo. Otras veces parecía ajena a cualquier sensación, como si se le hubieran muerto todas las terminaciones nerviosas. Eso dificultaba el proceso de obtener las lecturas diarias que Kahlee necesitaba para su investigación. Por suerte, Gillian parecía reaccionar bien ante Jiro, que normalmente conseguía obtener los datos sin causarle muchas molestias.
—Tu padre va a venir de visita dentro de dos días.
Esperó a ver la reacción de la niña y observó con alivio que había empezado a sonreír. Jiro se dio cuenta enseguida del cambio de humor de Gillian y reaccionó con rapidez.
—Seguro que tiene un montón de ganas de verte —añadió con una voz llena de exuberancia.
La niña se volvió hacia ellos, sonriendo de oreja a oreja.
—Me pondré el vestido que me regaló —dijo con voz soñadora.
Grayson le había regalado un vestido la última vez que la había visitado, casi nueve meses atrás. Kahlee no estaba segura de que aún le entrara, pero prefirió no decir nada para no estropear el momento.
—Me parece que le gustaría verte con el uniforme de la escuela —intervino Jiro, sin perder el ritmo—. Así verá lo mucho que estás trabajando en clase.
Gillian arrugó las cejas y se quedó un rato procesando la información. Después se relajó y volvió a sonreír.
—Le gusta hablar sobre la escuela.
—Eso es porque está muy orgulloso de lo lista que eres —añadió Jiro.
—Tengo que terminar los deberes —dijo Gillian de repente.
La mención de las clases le había hecho recordar sus tareas académicas. Su mente se concentró en ellas, olvidando todo lo demás; se volvió de nuevo hacia la pantalla de la computadora y fijó la mirada en ella.
Kahlee y Jiro, acostumbrados a su comportamiento, decidieron salir sin decir nada para no molestarla.
—¿Qué te parece si nos tomamos un ratito los dos solos? —susurró Jiro mientras avanzaban por el pasillo, al tiempo que agarraba a Kahlee por la cintura.
—Los niños nos pueden ver —le riñó ella, dándole un codazo juguetón en las costillas.
Jiro se estremeció, pero no la soltó.
—Podríamos volver a la habitación de Gillian —sugirió, acercándose aún más a ella—. Ni se daría cuenta de que estamos allí.
—No tiene gracia —replicó Kahlee, dándole otro codazo, esta vez más fuerte.
Jiro la soltó al tiempo que lanzaba un gruñido exagerado y se doblaba en dos, haciendo como si no pudiera respirar. Kahlee puso los ojos en blanco y siguió caminando.
—Ve con cuidado, soldado —dijo él, irguiéndose al tiempo que la alcanzaba con una pequeña carrera—. No puedes ir por ahí maltratando a civiles inocentes.
—Inocente lo eres más bien poco —replicó ella—. Además, ahora yo también soy civil.
—La chica puede dejar el ejército, pero el ejército no deja nunca a la chica —respondió Jiro, sonriente.
Era una broma inocente de las que hacía siempre Jiro para reírse de su pasado militar, pero hizo que Kahlee pensara de nuevo en el comentario de Nick comparándola con Hendel.
—Parece que Gillian está mejor —dijo para cambiar de tema.
Jiro se encogió de hombros, con expresión seria.
—Pero sigue sin interactuar con los otros niños y aún va bastante retrasada en clase.
Kahlee sabía que se refería a la biótica, más que a cuestiones académicas. Incluso dentro del grupo excepcional de niños que formaban el Proyecto Ascensión, Gillian era especial. A los tres años le habían diagnosticado autismo de alto funcionamiento. La Academia casi la había rechazado por ello. Finalmente había cedido, en parte por la generosa donación que Grayson había ofrecido, y también porque Gillian había demostrado un potencial mayor que cualquiera de los otros estudiantes… o cualquier otro individuo en la breve historia de los bióticos humanos.
La ciencia establecida decía que el potencial biótico se determinaba en la primera infancia y era fijo e inalterable. El objetivo de un programa como el Proyecto Ascensión era enseñar a los bióticos cómo utilizar su talento para explotar esas habilidades innatas al máximo. En el caso de Gillian, sin embargo, los tests regulares en la Academia mostraban un potencial que seguía creciendo a rachas de ritmo irregular pero innegable. Era un fenómeno inaudito.
La diferencia entre las habilidades bióticas de Gillian y el resto de su clase ya era grande cuando habían empezado, pero ahora era enorme. Sin embargo, pese a esa ventaja, a Gillian le costaba convertir ese potencial en resultados tangibles. Debido a sus particulares procesos cognitivos, le costaba aprender las técnicas de concentración mental que necesitaba para coordinar los amplificadores con los impulsos eléctricos del cerebro. En pocas palabras, no sabía cómo llegar a la fuente de sus poderes y ninguno de los profesores parecía conocer la manera de enseñárselo.
—Puede que la junta tuviera razón al querer rechazarla —suspiró Kahlee—. Quizá todo esto es demasiado para ella.
—Es posible que ver a su padre la ayude —apuntó Jiro sin mucha esperanza—. ¿Cómo reaccionó Hendel cuando supo que vendría el padre de visita?
—Como es de esperar —respondió ella—. Estaba buscando alguna excusa para denegar la solicitud.
—A ver si lo adivino —añadió Jiro sonriente—. Utilizaste tu autoridad para evitarlo.
—Basta de lenguaje militar —replicó Kahlee con voz cansada.
—Perdona —se disculpó él.
Su sonrisa desapareció un instante, pero volvió enseguida con toda su fuerza.
—Oye, ¿por qué no terminas un poco antes hoy? —le ofreció—. Yo me encargaré de procesar tus números. Ve a mi habitación, ponte cómoda y relájate. En cuanto termine iré a verte.
—Esa es la mejor idea que he oído en todo el día —respondió con una sonrisa sugerente, al tiempo que le entregaba su omniherramienta.
Después de echar una mirada a su alrededor para asegurarse de que estaban solos, le dio un beso rápido en los labios.
—No me hagas esperar toda la noche.
—Mira por dónde andas, humano.
El krogan con quien Pel había chocado por accidente le lanzó una mirada agresiva, buscando obviamente una excusa para empezar una pelea. Pel no solía amedrentarse ante nadie, y mucho menos ante un alienígena, pero fue lo bastante listo para hacer una excepción ante aquella montaña de músculos escamosos de dos metros y medio.
—Lo siento —murmuró evitando mirarle a los ojos, hasta que el gigantesco reptil decidió ir a saciar su sed de sangre a otra parte.
En circunstancias normales, Pel iba con suficiente cuidado para no chocar con reptiles del tamaño de un minitanque, incluso en las aglomeraciones que colapsaban las calles de Omega, pero en aquellos momentos tenía la mente ocupada en otras cosas. Cerberus lo había enviado a hablar con un contacto nuevo en los sistemas de Terminus, y el contacto no había aparecido. Eso ya habría bastado para ponerle nervioso pero, además, de camino de vuelta al apartamento que alquilaba cerca de allí, había tenido la sensación de que lo vigilaban.
No es que hubiera visto a nadie siguiéndolo, pero en Cerberus enseñaban a los agentes que ignorar sus instintos era la manera más fácil de morir. Desgraciadamente, Omega no era el tipo de sitio en el que se pudiera pasear mirando constantemente por encima del hombro. Había que estar al tanto de donde se pisaba para evitar recibir una cuchillada en el vientre. La enorme estación espacial de Omega, situada en lo más profundo de los sistemas de Terminus, era una instalación única en la galaxia conocida. Construido con los restos de un gigantesco asteroide de forma irregular, el centro rico en metales pesados había quedado prácticamente vacío por efecto de las minas; habían sacado de él los recursos necesarios para construir las instalaciones que cubrían completamente su superficie. Nadie sabía lo antigua que era, aunque todo el mundo estaba de acuerdo en que la habían construido los proteanos antes de desaparecer. Lo que no estaba tan claro era la primera especie que la había habitado de nuevo, después de que los proteanos fueran misteriosamente aniquilados.
Varios grupos habían intentado erigirse en únicos señores de la estación durante su larga historia, pero ninguno había mantenido el control muchos años. Ahora servía como punto de encuentro y centro neurálgico del comercio interestelar para aquellos que no eran bienvenidos en el espacio de la Ciudadela, como los batarianos o los salarianos lystheni, además de los mercenarios, traficantes de esclavos, asesinos y criminales de todas las razas.
Pese a las guerras ocasionales entre las especies que la ocupaban, Omega se había convertido en la capital de facto de los sistemas Terminus. Numerosas facciones se habían instalado en la estación a lo largo de los siglos, y cada nuevo grupo de recién llegados había construido nuevas secciones según sus necesidades. Sus esfuerzos habían transformado a Omega en el equivalente a una enorme ciudad flotante dividida en numerosos distritos independientes, cada uno de ellos marcado por diseños caóticos y estructuras arquitectónicas que contrastaban unas con otras. Desde la distancia, el interior de la estación parecía irregular y asimétrico. De la estructura principal se ramificaban brazos adicionales extendidos en todas direcciones y en ángulos imposibles. Dentro de los distritos, los edificios habían sido construidos sin orden ni concierto y las calles se torcían de manera inesperada, a veces volviendo incluso sobre sí mismas en irritantes callejones ciegos. Incluso los residentes de la estación se perdían y desorientaban con relativa rapidez y los recién llegados se sentían siempre agobiados por la atmósfera del lugar.