Con cuidado de no despertarlo, se escurrió de entre las sábanas y se puso en pie, desnuda, junto a la cama. Ahora que no estaban generando calor corporal, el aire de la habitación era tan frío que la hacía temblar.
Entonces se dispuso a emprender la tarea, nada fácil, de recuperar sus ropas esparcidas por la habitación. En su entusiasmo, Jiro solía tirar las piezas de ropa por todas partes cuando la desnudaba. Mientras se ponía la camiseta oyó a Jiro murmurar algo. Al girarse se dio cuenta de que seguía dormido y sus palabras no eran más que un diálogo en sueños ininteligible. Kahlee le observó durante varios segundos. Parecía tan joven, acurrucado así en la cama… Por un instante, sintió una punzada de culpabilidad y vergüenza.
No había nada ilegal en lo que hacían; ambos eran mayores de edad y, aunque técnicamente ella era su jefa, no había nada escrito en sus contratos que prohibiera explícitamente su relación. Era, como a Jiro le gustaba decir, una cuestión éticamente poco definida.
Kahlee pensaba a veces que Jiro sólo la utilizaba para escalar en su carrera, aunque era posible que esos pensamientos no fueran más que su propia culpabilidad que intentaba quitar a la relación cualquier aspecto agradable. Si de verdad pensaba que dormir con su jefa le iba a ayudar de algún modo, iba muy equivocado. En todo caso, tendía a ser más dura con Jiro que con otros investigadores. Pero era bueno en su trabajo. El personal lo respetaba y le gustaba a todos los estudiantes. Ésa era una de las cosas que la habían atraído de él al principio.
«Y que tiene un buen culo», pensó con una sonrisa maliciosa.
A lo largo de los años había tenido otros amantes, por supuesto —probablemente más que suficientes, para ser sinceros—. Pero, como en el caso de Jiro, no habían sido más que aventuras. Tampoco es que nunca hubiera buscado nada serio. Cuando estaba en el ejército, la Alianza había sido siempre lo más importante, y una vez volvió a la vida civil se había concentrado más en su carrera que en una relación duradera.
Por suerte, tenía aún mucho tiempo. Gracias a los avances médicos del último siglo, las mujeres ya no se veían obligadas a empezar una familia antes de los cuarenta. Si quisiera, podría esperar veinte años más y luego dar a luz a un bebé completamente sano.
La cuestión era que Kahlee todavía no estaba segura de qué quería exactamente. No era que no le gustaran los niños; la oportunidad de trabajar con niños bióticos era una de las razones por las que había aceptado la posición en el Proyecto Ascensión. Pero, pese a todo, era incapaz de verse viviendo una vida familiar idílica.
«Basta de tonterías —pensó—, ahora lo que tienes que hacer es vestirte de una vez».
Se deshizo de sus pensamientos. Descubrió los pantalones colgando de una silla y se los puso. Aún buscaba el calcetín que le faltaba cuando Jiro se despertó bostezando sonoramente.
—¿Te vas? —preguntó, aún atontado.
—Me vuelvo a mi habitación. No puedo dormir contigo si roncas como un hipopótamo enfermo.
Él sonrió mientras se erguía, puso la almohada a su espalda para apoyarse contra la cabeza de la cama.
—¿Estás segura de que esto no tiene nada que ver con la visita de Grayson?
Ella no se molestó en negarlo y siguió buscando el calcetín en silencio. Una vez lo hubo encontrado, se sentó en la cama y se lo puso. Jiro la observaba sin hablar, esperando pacientemente su respuesta.
—Estoy más preocupada por Gillian —confesó Kahlee, finalmente—. Nada de lo que hacemos parece ayudarla. Puede que este programa no sea el adecuado para ella.
—¡Un momento! —exclamó Jiro, despertándose de golpe y gateó por el colchón con rapidez para llegar hasta ella—. Gillian tiene más potencial biótico que… ¡que cualquier otra persona! El Proyecto Ascensión se creó precisamente para alguien como ella.
—Pero no es sólo una biótica —protestó Kahlee, dando voz a los reparos que habían estado llenando su mente—. Es una niña con problemas psicológicos serios.
—No estarás pensando en pedir a la junta que la expulse, ¿verdad? —preguntó él, horrorizado.
Ella se giró con el ceño fruncido.
—Esa decisión le corresponde a su padre.
—O sea, que vas a comentárselo a Grayson…
Su voz sonaba menos ansiosa.
—Le informaré de las opciones que tiene. Puede que Gillian viviera mejor si no estuviera en la Academia intentando desarrollar sus habilidades bióticas. Podría buscarle un tutor privado, alguien preparado para tratar su enfermedad. Está claro que puede permitírselo.
—¿Y si no quiere sacarla del programa?
—Entonces empezaré a preguntarme si realmente piensa en lo que es mejor para su hija.
Se arrepintió de aquella frase casi al mismo tiempo que la decía.
—Empiezas a sonar como Hendel —se burló él.
El comentario le dolió más de lo que debería; aún tenía frescas las palabras de Nick, comparándola al jefe de seguridad el día anterior.
—Lo siento —se disculpó Kahlee—. Es que estoy cansada. No puedo venir noche tras noche —añadió, intentando aligerar la situación—. A mi edad una necesita dormir bien.
—Estás de broma, ¿verdad? —preguntó incrédulo—. Si casi no nos vemos. Siempre estás trabajando… o con Hendel.
—Le gusta estar al tanto de lo que hacen los estudiantes —explicó ella.
«Especialmente Gillian».
—Estoy empezando a pensar que igual sois más que amigos —dijo Jiro, con tono oscuro.
Kahlee lanzó una sonora carcajada. Jiro se puso tenso y se alejó de ella.
—Perdóname —dijo, poniéndole el brazo dulcemente sobre los hombros—. No tendría que haberme reído. Pero puedes estar seguro de que no soy su tipo. Igual tú sí lo eres.
Por un segundo, Jiro puso una cara de confusión juvenil.
—Oooh… —dijo un instante después, al entender lo que había dicho Kahlee.
Antes de que pudieran decir nada más, sonó el teléfono de la habitación. Jiro miró la identificación de la pantalla y puso los ojos como platos.
—¡Es Hendel!
—¿Y? —dijo Kahlee, indiferente—. ¿No contestas?
Jiro alargó un dedo y apretó el botón de manos libres.
—¿Hendel?
—La lanzadera de Grayson ha contactado con nosotros —gruñó la voz al otro lado de la línea—. Estará aquí en una hora. Se ve que el hijo de puta viaja con sus propios horarios.
Kahlee puso los ojos en blanco. Normalmente, los visitantes a un planeta o estación espacial planeaban su llegada para que coincidiera con el ritmo de la hora local. Grayson, sin embargo, viajaba mucho por su trabajo y el constante reajuste a tantas zonas horarias resultaba muy fatigoso para él. El padre de Gillian no era el único que se presentaba de madrugada, pero era el único que se ganaba los insultos de Hendel por ello.
—Vale, de acuerdo —respondió Jiro—. Enseguida estoy listo.
—He llamado a la habitación de Kahlee, pero no estaba —añadió Hendel—. Supongo que está contigo.
Jiro se giró hacia ella con cara de «¿y ahora qué le digo?».
—Estoy aquí —respondió ella tras un largo e incómodo silencio—. Iré con Jiro a recibirlo a la plataforma de acoplamiento.
—Nos vemos allí en cuarenta y cinco minutos.
La llamada terminó con un sonido seco.
—¿Cómo se habrá enterado? —se preguntó Kahlee en voz alta.
Creía que nadie lo sabía. Tanto ella como Jiro habían sido siempre discretos.
—Vaya jefe de seguridad estaría hecho si no lo supiera —rio Jiro mientras se levantaba para meterse en la pequeña ducha de la habitación.
Hendel era brusco y poco amigable, además de sobreprotector con sus subordinados, pero nadie podía acusarlo de no hacer bien su trabajo. De todos modos, aquello no era suficiente para Kahlee.
—¿Qué crees que nos ha delatado? —dijo mientras se volvía a quitar la camiseta.
Jiro sacó la cabeza del baño.
—Tú, probablemente. Seguro que eres como un libro abierto para él. Además, no se te da bien guardar secretos.
—Puede que fueras tú —replicó mientras se desabotonaba los pantalones—. Tampoco es que seas mucho mejor con los secretos.
—Puede que sea mejor de lo que crees —respondió con aire misterioso y rio mientras desaparecía de nuevo en el baño.
Un segundo después, el agua de la ducha empezó a correr. Kahlee atravesó la habitación completamente desnuda y se metió en el baño. Jiro levantó sugestivamente las cejas cuando abrió la puerta de la ducha y se apretó contra él en el reducido espacio.
—Ni lo sueñes —le advirtió ella—. Tenemos que salir de aquí antes de que la lanzadera de Grayson aterrice. Me da miedo que pueda pasar algo si lo dejamos solo con Hendel.
—¿Por qué odia tanto a Grayson? —preguntó Jiro desde su espalda mientras le ponía champú.
«Porque cree que Grayson tiene tantos prejuicios contra los bióticos que sólo puede ver a su hija dos veces al año. Porque los padres de Hendel lo abandonaron en el programa MYAB, prácticamente echándolo de la familia. Porque parte de él cree que ayudar a Gillian a vivir mejor con su condición de biótica, puede servirle para liberarse de los recuerdos de su propio abandono y aislamiento cuando era niño».
—Es complicado —respondió simplemente.
—Igual es que le pone —comentó Jiro, burlón.
Kahlee lanzó un suspiro de reproche.
—Rezo porque no seas tan idiota para hacer bromas de ésas cuando él pueda oírte.
La Academia Grissom era una estación espacial de tamaño medio, con media docena de pequeñas plataformas de acoplamiento en su exterior, cada una capaz de alojar naves de pequeño y mediano tamaño. La mayoría de las visitas que recibían eran de naves de aprovisionamiento, que transportaban desde Elysium los recursos necesarios para mantener a la Academia en funcionamiento, además de las paradas, dos veces al día, de la lanzadera pública de pasajeros que los conectaba con el planeta.
Cuando Kahlee y Jiro llegaron, Hendel los esperaba con la mirada fija en la ventana de observación que daba a las plataformas de acoplamiento. Kahlee se sintió un poco decepcionada de que la estación no estuviera orientada hacia el planeta; siempre había encontrado la imagen de Elysium flotando en el espacio particularmente impresionante.
La mayoría de visitantes de la Academia —básicamente padres y amigos del personal— solía venir desde Elysium. Compraban un billete hasta el planeta y desde allí tomaban la lanzadera de pasajeros. Sólo los que eran lo suficientemente importantes o ricos para permitirse una lanzadera personal tenían la opción de aparcar sus naves directamente en la estación, así se ahorraban el tiempo y las molestias que implicaba usar uno de los espaciopuertos públicos.
El acceso directo les permitía evitar los chequeos de aduanas y seguridad en el planeta; lo que quería decir que por ley tenía que haber personal de seguridad esperándolos, para llevar a cabo los procedimientos necesarios al llegar a la estación. Era poco más que una formalidad, y normalmente Hendel delegaba esa tarea a uno de sus subordinados. Pero en las raras ocasiones en que Grayson iba de visita, siempre estaba el jefe de seguridad para recibirlo en persona. Kahlee sabía que era la manera que tenía Hendel de comunicarle a Grayson, de forma muy poco sutil, que lo estaba vigilando.
Por suerte, la lanzadera de Grayson aún no había aparecido. Hendel abandonó su vigilancia y se volvió hacia ellos mientras se acercaban.
—Empezaba a preguntarme si llegaríais a tiempo.
Su comentario iba dirigido a Kahlee, casi como si estuviera ignorando, a propósito, la presencia de Jiro. La mujer decidió no hacer ningún comentario al respecto.
—¿Cuánto falta para que lleguen?
—Cinco o diez minutos, a lo sumo. Me encargaré del papeleo de Grayson y luego es todo tuyo. Llévalo al comedor unas horas o algo.
—Querrá ver a su hija enseguida —protestó Jiro.
Hendel lanzó una mirada afilada hacia el joven, como si hubiera interrumpido una conversación privada, y sacudió la cabeza.
—Estas visitas por sorpresa ya son suficientemente duras para Gillian. No voy a despertarla a medianoche sólo porque su padre es demasiado egoísta para no esperar hasta la mañana para visitarla.
—Querer ver a su hija inmediatamente no es ser egoísta —replicó Kahlee.
—Estos últimos meses se ha estado levantando pronto, de todos modos —añadió Jiro—. No duerme más que unas pocas horas. El resto del tiempo está sentada en la cama con la luz apagada y mirando a la pared. Creo que tiene algo que ver con sus problemas psicológicos.
Hendel torció el rostro en una mueca de disgusto.
—Nadie me ha dicho nada de eso.
Se tomaba su trabajo muy en serio, y no le gustaba que otros supieran más que él acerca de los hábitos y comportamiento de los estudiantes.
«Está buscando pelea», pensó Kahlee. Tendría que vigilarlo de cerca; no iba a dejar que arruinara la visita a Grayson o a Gillian.
—No hay nada que puedas hacer —replicó Kahlee, fríamente—. Además, el doctor Sánchez dijo que no era nada de lo que debiéramos preocuparnos.
Hendel notó el aviso implícito en su tono y dejó correr el tema. Durante unos minutos nadie dijo nada, y estuvieron mirando por la ventana. Hendel rompió el silencio con un comentario aparentemente inocente.
—Dicen que ese viejo amigo tuyo tiene muchos puntos para hacerse con uno de los escaños del Consejo —apuntó.
—¿Qué «viejo amigo»? —preguntó Jiro con curiosidad.
—El capitán David Anderson —explicó el jefe de seguridad, como si no hubiera visto el gesto enfurruñado que Kahlee le dedicaba a través del cristal—. Sirvieron juntos en la Alianza.
—¿Cómo es que nunca me has hablado de él? —preguntó Jiro, volviéndose hacia ella.
—Fue hace mucho tiempo —respondió ella, fingiendo indiferencia—. Llevamos años sin hablar.
Durante el incómodo silencio que siguió, Kahlee pudo imaginarse el tipo de preguntas que debían de estar pasando por la mente de Jiro. Era un joven seguro de sí mismo, pero aun así no era fácil quedarse impasible ante el hecho de que su amante hubiera tenido una relación en el pasado con uno de los héroes más famosos de la Humanidad. Cuando habló, sus palabras la tomaron completamente por sorpresa.
—Yo prefiero que sea el embajador Udina quien ocupe ese escaño.
—Será interesante ver cómo evoluciona la cosa —respondió Hendel, levantando una ceja con curiosidad.
Un agudo pitido cortó la conversación. Sobre sus cabezas se había encendido el aviso de la llegada de una nave. A través de la ventana de observación podían ver las luces rojas brillando en el exterior, marcando el perímetro de una de las plataformas de acoplamiento. Unos segundos después, la nave de Grayson —una lanzadera corporativa de alta gama— apareció en su campo de visión.