Más respeto, que soy tu madre (19 page)

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Authors: Hernán Casciari

Tags: #Humor

BOOK: Más respeto, que soy tu madre
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Y se fue pegando un portazo, la desagradecida… ¡Pegando un portazo! Me dejó sola, sin respiración, sentada en medio de la cocina, mientras todas mis ilusiones rebotaban por las baldosas, como las pelotas de un malabarista con Parkinson.

Y yo que tenía aquí mismo, en el segundo cajón y como sorpresa final, las invitaciones a punto, los centros de mesa con su nombre —«Sofía te invita…»— en relieves rosa sobre fondo blanco…

Yo, que tenía todos los sueños del mundo puestos en esa fiesta: el Zacarías bailando con la niña de sus ojos, el abuelo consiguiendo una novia decente, el Nacho llegando por sorpresa desde la capital… Incluso tenía preparados los kleenex, por si la Sofi se me ponía a llorar de la emoción cuando le diera esta noticia. Pero en vez de llorar, se ha ido dando un portazo…

Qué miseria de hija me ha salido, Virgen santa. Yo lo siento mucho por ella, pero la fiesta no se suspende, aunque tenga que disfrazar al Toño de quinceañera. Como que me llamo Lola, que esa fiesta se hace.

La tarde en que la parí

Más o menos a esta hora, quince años atrás, yo estaba pariendo por última vez. Pero no recuerdo esa época con alegría. La Sofi llegó al mundo sin que la buscáramos, pero lo peor es que además vino en el peor momento económico de esta familia. En 1989 estábamos tan mal, pero tan rematadamente mal, que no solamente pensamos en abortar a la Sofi, sino que incluso barajamos muchas veces la posibilidad de matar al Toño, que tenía año y medio y zampaba como una lima nueva.

Los problemas de dinero, además de hambre, traen mucho malestar en las familias. Gritos y portazos. La pasta que no alcanza. Discusiones por cualquier cosa… Para colmo, el Zacarías había votado a un Aznar muy jovencito y yo todavía confiaba en Felipe. Así que el pánfilo, cada vez que veía cómo se le desaparecían las pesetas del bolsillo, me echaba la culpa a mí.

—¿Ves lo que pasa cuando se da la espalda a las nuevas generaciones de derecha? —me decía—. Además de sociata eres gilipollas…

¡Qué época más triste! Cada vez que la recuerdo me vuelven a temblar las piernas. La cosa más horrible que le puede pasar a un ama de casa, además de que te entre gente con los zapatos llenos de barro en el comedor cuando has acabado de fregar el suelo, es que el dinero de la comida no alcance para alimentar a tus hijos.

Me acuerdo muy bien del día que llegó la Sofi. Yo estaba con la barriga gigante, pasada de fecha, haciendo cola en el supermercado. Y en ese momento, en medio de la impotencia de que no me alcanzara el dinero para nada, rompí aguas y las contracciones me paralizaron.

Dos horas después, en el hospital, cuando vi por primera vez a mi hija, tendría que haber pensado cosas bonitas, haberle dado gracias a Dios porque me la entregó sana y rechoncha, haberla llenado de besos felices. Pero en cambio no pensé nada bueno cuando la comadrona la puso en mis brazos. Le vi la carita, los puños apretados respirando por primera vez el aire del mundo, y pensé: «¿Y qué coño le doy de comer ahora a ésta?».

La miseria te hace egoísta; la incertidumbre te provoca rabia… Por eso la Sofi fue siempre la luz de mis ojos, la niña pequeña a la que doy todo lo que me pide. Porque no me olvido de que las colillas que el Zacarías se fumó nervioso mientras esperaba que llegase su hija, las tuvo que coger del suelo. Y porque me acuerdo siempre de que los primeros pañales de la Sofi fueron de tela, a la vieja usanza, porque no había un duro para desechables.

Tuve que rezar mucho durante la primera semana de mi hija; rezarle a Dios para que me diera buena leche mía, porque si no me daba leche de madre íbamos a tener que robar para comprar de la envasada. Yo creo que el año 89 lo pasé rezando para que las cosas mejorasen.

Hace un rato, a las doce en punto de la noche, cuando los relojes decían que ya era 28, me fui derecha a la habitación de la Sofi a llenarla de besos, a tirarle quince veces de las orejas, a agradecerle a Dios haberla traído al mundo a pesar de todo.

Y cuando abrí la puerta la sorpresa me la llevé yo: estaban los tres hermanos juntos, esperándome (¿cómo hizo el Nacho para llegar desde tan lejos sin que lo oyera entrar?), y los tres me miraban sonriendo. Cada uno vino al mundo en una época horrible. Pero ahora estaban aquí, en casa como cuando eran críos y había un solo plato de natillas para los tres. En casa. Y entonces supe que la fiesta de los quince de esta noche, con la silla del Nacho ocupada, con el Toño peinado como a mí me gusta (con la raya al medio), y con la Sofi de blanco y preciosa, iba a ser también la primera gran fiesta de mi vida.

El Zacarías en las fiestas se convierte en mono

¿Por qué razón un padre de familia decide, en un momento determinado de la fiesta, ponerse una corbata en la cabeza y arruinar años y años de ahorros e ilusión? ¿Qué titiritero invisible lo obliga? Ése es un misterio que deberían estudiar los científicos, en vez del sida. Y es justo este detalle —una corbata alrededor de la testa— lo que pone fin a la evolución de mi marido, lo que lo devuelve a las cavernas.

Yo bauticé esta experiencia como «el descenso evolutivo del Zacarías» porque, lo juro por Dios, mi marido en las fiestas se me va convirtiendo en mono. No no no, nada de metáforas. Le crecen los pelos de las orejas mientras va bebiendo cava, y en un momento de la noche se le descontrola el ADN y no hay manera de frenarle la regresión ni con un torniquete. Se dobla, anda a gatas y regresa a un perfecto estado salvaje.

—Mira a tu marido, qué risa —me dicen las invitadas más estiradas en las fiestas a las que vamos.

—¿Dónde? —pregunto con miedo, levantando el cuello entre la gente.

—Allí, allí, el que va oliéndole el culo al camarero.

El tío borde, desde que lo conozco, comienza siempre su numerito diciendo «qué bonita está la noche, mujer», mientras se desabrocha el cinturón y pide el primer whisky en la barra. Cuatro horas después de esas primeras palabras (y después de haber bajado a los infiernos) se sube a una mesa en calzoncillos, grita cosas a favor de Franco y se cae de morros al suelo desmayado. Fin de la fiesta para Lola. Pero lo que pasa en medio, eso, es lo que me deja siempre boquiabierta. No termino de acostumbrarme, aunque me lo sé de memoria.

Ayer por la noche el Zacarías se puso la corbata en la cabeza a las 23.07, hora peninsular. El resto de los acontecimientos (porque en todas las fiestas hace lo mismo) siempre ocurren en idéntico orden y yo lo separo en seis períodos:

Período tropical

23.10
[+ 2 whiskys] Pierde el sentido de mi presencia y le empieza a mirar las tetas a todas las compañeras de la Sofi. Traba amistad con otros hombres que también llevan corbata en la cabeza. Levanta las cejas y silba con los dedos en la boca. Hace ruidos guturales y me saca a rastras a bailar el rock.
Frase de este período: «Cuando salgamos de aquí te voy a pasar por la piedra, mujer: me siento propiamente como un toro»
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Período ibérico

00.19
[+ 2 copas de tinto] Descubre que éste es un país de privilegiados, que somos el verano de Europa, que no se iría de aquí ni aunque los franceses o los alemanes se le pusieran de rodillas para ofrecerle trabajo. Pérdida paulatina de la letra erre.
Frase de este período: «¡Adónde, adónde vamos a estar mejor que aquí, señora!»
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Período culpógeno

01.21
[+ 4 cervezas] Durante los postres derrama lágrimas por sus muertos. Le cuenta a todo el mundo que está peleado desde hace décadas con su hermano Jeremías y que la culpa no es de nadie, «es de la vida». Confunde el pretérito imperfecto de los verbos estar, tener y ser. Rompe cubertería.
Frase de este período: «¡Ay, si estuviera viva mi madre!»
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Período Deportivolacoruña

02.36
[+ 1 litro de champán] Reproduce a gritos, incluso interrumpiendo otras conversaciones, el gol de Makaay al Espanyol que consagró al Depor campeón de liga del 99. Se descamisa a jirones. Pierde el equilibrio. Canta «Deepor, Deepor». Sufre gases que amplifica por micrófono para deleite de la concurrencia más desinhibida.
Frase de este período: «¡Irureta es mi hermano, es mi amigo, es mi guía!»
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Período agresivo

04.29
[+ medio habano] Ve a la Sofi besándose con el Pajabrava junto a una ligustrina y le parte una silla en la cabeza a su futuro yerno. La sangre del muchacho mancha el vestido de la niña y, en la creencia de que su hija ha perdido la virginidad, la emprende a golpes al grito de «no corras que es peor». Después se sienta a la mesa y, sin transición, se pone a roncar.
Frase de este período: «¡Las mujeres son más putas que las gallinas de la raza ponedora!»
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Período político y pérdida parcial del conocimiento

05.52
[+ 3 gintónics] Aunque a estas alturas ya todo el mundo lo esquiva, encuentra siempre a un inocente y le explica por qué no funcionó el comunismo en la Unión Soviética. Se exaspera por nada. Se rasca los testículos por encima del traje. Recuerda la tarde que Franco visitó el barrio y le acarició la cabeza siendo niño. Se sube a una mesa y grita. Cae desmayado.
Frase de este período: «¡Viva el Generalísimo! ¡Viva España!»
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