Más allá de las estrellas (22 page)

BOOK: Más allá de las estrellas
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En cada ocasión, se habla contenido al recordar las palabras de Rekkon, pero Han debía luchar continuamente para refrenar sus impulsos.

Atuarre había estado entregada a reflexiones parecidas.

—Cuando los espos se presentaron para expulsarnos de nuestro mundo
-
colonia —dijo lentamente—, algunos trianii intentaron resistirse con las armas. Los espos interrogaron brutalmente a los prisioneros, intentando descubrir a los cabecillas. Fue la primera vez que vi utilizar «La Parrilla». ¿Sabes a qué me refiero, capitán Solo?

Han lo sabía. La Parrilla era una tortura en la que se utilizaba un desintegrador calibrado a baja potencia para chamuscar y quemar la carne de un prisionero arrancándosela a tiras hasta dejar sólo los huesos ensangrentados. Generalmente, empezaban por una pierna, inmovilizando a la víctima; luego iban dejando al descubierto el resto del esqueleto, centímetro a centímetro. Muchas veces obligaban a los restantes prisioneros a mirarlo todo, para doblegar su voluntad. La Parrilla raras veces dejaba de dar resultados y obtener confesiones, si había algo que confesar; pero en opinión de Han, ningún ser que empleara tales métodos merecía seguir viviendo.

—No estoy dispuesta a dejar a mi compañero en manos de individuos capaces de hacer eso —declaró Atuarre—. Nosotros somos trianii y la muerte, llegado el momento, no nos asusta.

—Un análisis muy poco profundo —intervino la vocecita de Max Azul.

—¿Y de dónde has sacado que tú podrías comprenderlo, jaula de cotorras? —bufó Han.

—Oh, lo comprendo, capitán —dijo Max y Han habría jurado que había una nota de orgullo en su voz—. Sólo he dicho que era poco...

El bip-bip del sistema de escucha de comunicaciones no le dejó terminar la frase. Cuando éste sonó por segunda vez, Han ya se había levantado velozmente de la silla y se dirigía a la carlinga. Acababa de instalarse en el asiento del piloto cuando un último y largo bip señaló el final de la transmisión.

—El grabador lo ha recogido —dijo Han, pulsando el botón de repetición—. No creo que esté cifrado.

Era un mensaje en lenguaje directo, transmitido de la manera más económica, en una andanada. Han tuvo que disminuir la velocidad de la repetición en un factor cinco a uno para poder entenderlo.

«Destinatario: Vicepresidente Corporativo Hirken Centro de la Autoridad, Confín de las Estrellas» empezó diciendo la audio
-
reconstrucción—. «Remitente: Gremio Imperial del Espectáculo. Pedimos perdón e indulgencia al Vicepresidente, pero la compañía que debía pasar por su lugar de destino se ha visto obligada a cancelar su viaje debido a un accidente de circulación. Este departamento programará el envío de unos sustitutos en cuanto quede libre alguna compañía que disponga de un droide del tipo solicitado. Quedo de usted, distinguido Vicepresidente, su abyecto servidor, Hokkor Long, Secretario encargado de programación, Gremio Imperial del Espectáculo.»

Han golpeó el pupitre de control con el puño nada más terminar la última sílaba.

—¡Eso es! Atuarre le miró con una mezcla de desconcierto y preocupación por el estado de cordura de Han.

—¿Qué es eso, capitán Solo?

—No, no, quiero decir que eso somos nosotros. ¡El juego empieza a arreglarse! ¡Acaba de tocarnos un comodín!

Dio un grito de júbilo, se golpeó la palma de la otra mano con el puño cerrado y estuvo a punto de revolverle la gruesa melena a Atuarre en medio de su entusiasmo. Ella dio un paso atrás.

—Capitán Solo, ¿acaso notas falta de oxígeno? Ese comunicado hablaba de una compañía de variedades.

Han le replicó con un bufido.

—¿Dónde has estado metida toda tu vida? Decía que les mandaría unos sustitutos. ¿No sabes lo que eso significa? ¿No has asistido nunca a una de esas desastrosas funciones que organiza el Gremio para cumplir con un compromiso, todo con tal de no perder su comisión? ¿No has estado nunca en una fiesta para la cual se había anunciado una actuación de primera clase y luego, en el último momento, cambian la programación y te endilgan...

Han advirtió de pronto que todas las miradas estaban pendientes de él, fotoreceptores y ojos de trianii por un igual, y se calmó un poco.

—¿Qué otra cosa podemos hacer? La única alternativa que se me ocurre es acercarnos a Mytus VII volando hacia atrás, para hacerles creer que nos marchamos. Pero esto es todavía más astuto. Y está a nuestro alcance. Oh, puede que piensen que apestamos a bosta de banta, pero se tragarán el anzuelo.

Observó que Atuarre no estaba demasiado convencida, en vistas de lo cual se volvió hacia Pakka.

—Quieren un espectáculo. ¿Qué me dices, te gustaría hacer un número de acróbata?

El cachorro dio un saltito, como si intentara decir algo, luego, al ver frustrados sus esfuerzos, dio un brinco y quedó colgado cabeza abajo de una tubería del techo, suspendido por las rodillas y la cola.

Han acogió su acrobacia con un gesto de aprobación.

—¿Y tú, Atuarre, no puedes montar algún número para ayudar a tu compañero? ¿Sabes cantar? ¿O hacer juegos de manos?

Ella estaba perpleja, molesta de que él hubiera recurrido a Pakka y a invocar el recuerdo de su compañero para convencerla. Pero al mismo tiempo también comprendía que Han tenía razón. ¿Cuántas oportunidades como ésa se les presentarían?

El cachorro empezó a palmear con las garras intentando atraer la atención de Han. Cuando lo consiguió, meneó enérgicamente la cabeza como si quisiera responder que no a sus últimas preguntas; luego, todavía suspendido boca abajo, apoyó las patas delanteras en las caderas y empezó a ondular el cuerpo.

Han frunció el entrecejo.

—¿Una... bailarina? ¡Eres una bailarina, Atuarre!

Ella le dio una fuerte palmada en el trasero al cachorro.

—Pues... domino un poco los rituales de mi pueblo.

Han advirtió que se sentía algo avergonzada; ella le clavó una mirada desafiante.

—¿Y tú, capitán Solo? ¿Con qué actuación sorprenderás a tu público?

Era tal su entusiasmo ante la perspectiva de entrar en acción que no se dejó acobardar por tan poca cosa.

—¿Yo? Ya se me ocurrirá algo. ¡La inspiración es mi especialidad!

—Una especialidad peligrosa, la más arriesgada de todas, tal vez. ¿Y de dónde sacaremos el droide? ¿Qué droide? Ni siquiera sabemos qué clase de droide habían pedido.

—Ah, pero éste será un sustituto, ¿recuerdas? —se apresuró a replicar Han, deseoso de liquidar rápidamente esa objeción, y señaló a Bollux.

El droide emitió una serie de sonidos prevocales extrañamente humanos, dando rienda suelta a su asombro, y Max Azul vitoreó entusiasmado mientras Han seguía exponiendo su plan.

—Podemos decir que el Gremio se ha equivocado.

El Confín de las Estrellas había pedido un malabarista o lo que sea y les han mandado un rapsoda. Tampoco es tan grave. ¡Les diremos que demanden al Gremio del Espectáculo si quieren!

—Capitán Solo, señor, por favor —consiguió objetar finalmente Bollux—. Con vuestro permiso, señor, debo señalar...

Pero Han ya había puesto las manos en los castigados hombros del droide mientras le contemplaba artísticamente.

—Mmm, una capa de pintura, claro, y tenemos cantidad a bordo; con frecuencia vale la pena darle una repintada a algún objeto antes de revenderlo, sobre todo si es ajeno. Liqui­brillo escarlata, creo; sólo tendremos tiempo de darle cinco capas. Y tal vez algún adorno. Nada demasiado llamativo, ni volutas ni filigranas, unas simples rayitas plateadas. Bollux, muchacho, ya no tendrás problemas de obsolescencia después de eso, ¡pues los dejarás a todos boquiabiertos!

La aproximación y entrada en el planeta transcurrieron sin incidentes. Han alteró la inercia del asteroide cautivo hasta situarlo otra vez fuera del alcance de los sensores de la Autoridad y luego lo abandonó.

Una vez se encontraron nuevamente en las profundidades del espacio, efectuó un minisalto, rozando apenas el hiperespacio, y emergió en las proximidades de Mytus VII y sus dos diminutas lunitas. El
Halcón
se identificó, citando el número del Pase que les había conseguido Rekkon, y a continuación añadió que transportaba a la Gran Compañía de Madame Atuarre y sus Cómicos Ambulantes.

Mytus VII era una desolada extensión rocosa, sin atmósfera, oscuro y triste dada la distancia que lo separaba de su sol. Si alguien llegaba a escapar del Confín de las Estrellas, no tendría dónde refugiarse; el resto del sistema solar estaba deshabitado, pues ninguno de sus planetas resultaba acogedor para la vida humanoide.

Las instalaciones de la Autoridad se componían de varios bloques de barracones provisionales, hangares y acuartelamientos para los guardias, zonas de quimiocultura, galpones en forma de cúpula y depósitos de armamento. El terreno aparecía lleno de fosos y zanjas en los puntos donde se habían iniciado las obras de construcción de las instalaciones de superficie permanentes, pero ya se veía al menos una estructura terminada. Una torre se alzaba en el centro de la base, como un reluciente puñal desenvainado.

Saltaba a la vista que aún no tenían ningún sistema de túneles completo. Todas las construcciones aparecían interconectadas por un laberinto de anchas tuberías destinadas a los túneles, cual gigantescas mangueras plateadas irradiando de las cajas de las estaciones de enlace, un sistema de uso corriente en los tajos de los mundos desprovistos de atmósfera.

Sólo se veía una nave de dimensiones respetables en el suelo, un vehículo blindado de asalto de la Espo.

También había otras naves más pequeñas y gabarras de carga desarmadas, pero esta vez Han se preocupó de comprobar cuidadosamente la posible presencia de naves patrulleras hasta convencerse de que no había ninguna.

Han intentó localizar con la mirada la planta de energía de gran potencia que habían descubierto sus sensores y al no conseguir encontrarla se preguntó si estaría en el interior de la torre. Luego decidió dar un segundo vistazo a la torre, que tenía un aire algo sospechoso. La torre estaba equipada con dos gruesas compuertas de amarre, una a nivel del suelo y la otra cerca de la cúspide, la primera de ellas conectada a una tubería del sistema de túneles. Le hubiera gustado mucho poder sobrevolar todo el lugar a baja altura para intentar descubrir alguna importante concentración de formas vivientes que pudiera indicar la presencia de prisioneros, pero no se atrevió por temor a activar los sistemas de contra detección. Si les descubrían espiando en la base, se habría terminado la comedia.

Aterrizó modestamente, sin ninguna floritura, no dejando entrever ninguna de las habilidades secretas del
Halcón
. Los atentos hocicos de los turbolasers inspeccionaron exhaustivamente la nave.

El centro de control de tierra les dirigió hasta el suelo y una de las tuberías del sistema de túneles se acercó serpenteando, abriendo como un acordeón los pliegues de su estructura accionada por una servoarmazón. El extremo en forma de compuerta se fijó sobre el fuselaje del
Halcón Milenario
, engullendo la rampa de aterrizaje de la nave.

Han detuvo los motores.

—Te lo digo por última vez, capitán Solo —dijo Atuarre, que ocupaba el desmesurado asiento del copiloto—, no quiero ser yo la que hable.

El hizo girar su asiento.

—Yo no sé actuar, Atuarre. Sería distinto si sólo se tratara de entrar corriendo, coger a los prisioneros y decir adiós a toda esta gente, pero jamás podría soportar esas largas y estúpidas conversaciones y representar toda la comedia.

Salieron de la carlinga. Han lucía un ajustado mono negro, transformado en un disfraz con la adición de unas charreteras, cordoncillos, un brillante galón y una ancha faja amarilla, sobre la cual había prendido su revólver. Sus botas relucían recién lustradas.

Atuarre llevaba las muñecas, los antebrazos, la garganta, la frente y las rodillas adornados con manojos de cintas multicolores, el atavío tradicional de los trianii para los festivales y demás celebraciones. Se había aplicado los perfumes exóticos y olores formales de su especie, para lo cual había tenido que agotar las escasas reservas que llevaba en la bolsa de su cinturón.

—Yo tampoco soy actriz —le recordó a Han mientras iban a reunirse con los demás junto a la escotilla de la rampa de aterrizaje.

—¿Has visto alguna vez a un personaje famoso?

—Sólo los ejecutivos de la Autoridad y sus esposas, cuando hacían visitas de turismo a nuestro mundo.

Han chasqueó los dedos.

—Eso es. Engreídos, tontos y felices.

Pakka iba vestido como su madre, con los olores apropiados para un macho preadolescente. Ofreció a su madre y a Han dos largas y ondulantes capas metálicas, color cobre para ella y azul eléctrico para él.

Habían saqueado el reducido guardarropa de Han en busca de material para los trajes y las capas estaban confeccionadas con las finas coberturas de material aislante de una tienda de campaña del equipo de supervivencia de la nave.

La tarea de cortar, coser y adaptar las prendas había representado un verdadero problema. Han era de una infinita torpeza en materia de costura y los trianii, naturalmente, eran una especie que jamás había desarrollado ese arte pues las únicas ropas que usaban eran trajes protectores. Bollux les había ofrecido finalmente la solución. El droide llevaba incorporadas las técnicas necesarias en sus programas, adquiridas, entre otras muchas, mientras estaba al servicio del comandante de un regimiento durante la Guerra de los Clones.

La rampa ya estaba bajada; sólo tenían que abrir la compuerta.

—Suerte a todos —les deseó quedamente Atuarre.

Juntaron todas sus manos, incluidas las frías manos metálicas de Bollux y luego Han pulsó el botón.

Mientras la compuerta se levantaba, Atuarre todavía seguía protestando:

—Capitán Solo, sigo opinando que tú deberías encargarte de...

La entrada del túnel, al pie de la rampa, estaba llena de espos con armaduras completas que empuñaban grandes detonadores, fusiles antidisturbios, proyectores de gas, cortadores de fusión y cargas explosivas.

—¡Oh, qué veo! —exclamó entusiasmada Atuarre, con gran revoloteo de manos. ¡Qué delicadeza!

—¡Habéis visto, queridos, nos han mandado una guardia de honor!

Se arregló la reluciente melena recién cepillada con una mano, mientras sonreía seductoramente a los policías de seguridad. Han se dijo que no comprendía por qué se había preocupado tanto. Los espos, preparados para un tiroteo, se la quedaron mirando atónitos mientras descendía ondulante por la rampa, con una estela de cintas revoloteando y reverberando tras ella, envuelta en la reluciente capa. Sus pies tintineaban con el sonido de las tobilleras de cascabeles que Han le había fabricado a base de distintos materiales de la nave, gracias a su reducida pero completa caja de herramientas.

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