Read Más allá de las estrellas Online
Authors: Brian Daley
Hizo una señal con el dedo y un sargento de la Espo voceó una orden. Un par de altos y severos guardias se apostaron uno a cada lado de los dos trianii.
Atuarre no pudo contener un silbido. Cogió bruscamente la garra de Pakka y echó a andar a toda prisa hacia el ascensor, con el cachorro dando brincos a su zaga. La estridente carcajada de Uul-Rha-Shan sonó como un puñal cargado de odio.
Entretanto, abajo, en el centro de computadoras, la pantalla de lectura, sobre la que se iba proyectando una pequeña parte de las modificaciones que estaba introduciendo Max Azul, se apagó un breve instante.
—¿Max? ¿Te ocurre algo? —preguntó preocupado Han.
—Capitán Solo, están activando la máquina de combate, el Marca-X. ¡Van a enfrentarlo con Bollux!
El sondeador de computadoras todavía no había terminado de hablar, cuando los rápidos destellos de las imágenes de los planos de la estructura del Ajusticiador Marca-X ya empezaron a sucederse velozmente sobre la pantalla. Max estaba muy alarmado.
—Los controles y la energía del Marca-X son independientes de este sistema; ¡no puedo hacerle nada! Capitán, tenemos que volver arriba ahora mismo. ¡Bollux me necesita!
—¿Y qué ha pasado con Atuarre?
—Han llamado a un ascensor y han dado aviso al Servicio de seguridad comunicándoles su partida. ¡Tenemos que subir enseguida!
Han estaba meneando la cabeza, sin advertir que el fotorreceptor de Max se había apagado.
—Lo siento Max, todavía tengo que hacer muchas cosas aquí. Además, ahora ya no podríamos hacer nada por Bollux.
La pantalla de lectura se apagó y el fotorreceptor se encendió.
—Capitán Solo —dijo Max Azul con voz temblorosa—, no pienso hacer nada mas para usted hasta que me lleve junto a Bollux. Yo «puedo» ayudarle.
Han le dio una palmada, no demasiado amable, al sondeador de computadoras.
—Continúa con tu trabajo, Max. Te lo digo en serio.
Por toda respuesta, Max desconectó su adaptador a la red. Han agarró furioso la pequeña computadora y la levantó sobre su cabeza.
—¡Haz lo que te digo o te haré mil pedazos!
—Adelante, Capitán —replicó sombríamente Max—. Bollux haría cualquier cosa por ayudarme si yo estuviera en un aprieto.
Han ya se disponía a arrojar la computadora al suelo, pero por fin se detuvo en el último momento. Acababa de ocurrírsele que la preocupación de Max por su amigo no se diferenciaba en nada de la que sentía el propio Han por Chewbacca. Bajó el sondeador de computadoras, mirándolo como si lo viera por primera vez.
—¡Maldita Sea! ¿Seguro que eres capaz de ayudar a Bollux?
—Usted lléveme hasta allí, capitán, ¡y ya verá!
—Espero que tengas razón. ¿Cuál era el ascensor de la cúpula?
Max se lo dijo y Han echó a andar inmediatamente hacia los ascensores, con el sondeador colgado al hombro. Una vez en el vestíbulo, se quitó la insignia de libre acceso y pulsó el botón de bajada.
El ascensor que se detuvo no era el que le convenía; lo dejó esperar y seguir su camino, y luego volvió a pulsar el botón de bajada.
La suerte le favoreció. El ascensor que transportaba a Atuarre, Pakka, y sus dos guardianes había hecho varias paradas durante el descenso. Atuarre vio a Han y salió del ascensor arrastrando a su cachorro. Los espos tuvieron que apresurarse para no quedarse adentro.
Han se alejó un par de pasos en compañía de los trianii, pero los espos le dieron a entender bien a las claras que los tres estaban bajo su vigilancia.
—Nos dirigíamos a la nave —le dijo Atuarre en voz baja—. ¡No sabía que otra cosa podía hacer. Capitán Solo, Hirken va a enfrentar a Bollux con esa máquina ajusticiadora!
—Ya lo sé. Max tiene alguna idea al respecto.
Han observó que uno de los espos decía algo por un micrófono de intercomunicación.
—Escúchame bien, los desaparecidos están aquí y son millares. Max ha manipulado la torre; Hirken tendrá que soltar a todo el mundo si quiere seguir respirando. Prepara la nave. Si consigo apoderarme de una pistola habrá jaleo, hermana!
—Capitán, ya quería advertírselo antes —le interrumpió Max—, he estado comprobando mis cálculos y creo que debería saber...
—¡Ahora no, Max!
Han se llevó a Atuarre y Pakka otra vez hacia el ascensor y pulsó simultáneamente los botones de subida y bajada. Uno de los espos volvía a montar con los trianii, pero el otro se apostó junto a Han.
—El Vicepresidente Ejecutivo dice que puede subir —le explicó el policía—. Así luego podrá recoger lo que quede del droide al finalizar la pelea.
Los técnicos y los espos hicieron bajar a Bollux rápidamente al ruedo, mientras los paneles de acero transparente emergían de las ranuras que los mantenían ocultos bajo el suelo. A estas alturas, Hirken ya sabía que ése no era un droide gladiador y, en consecuencia, dio orden de que equiparan a Bollux con un escudo anti-explosiones, para darle más interés al combate.
El escudo, una plancha ovalada de dura
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armadura con asideras incorporadas, hizo doblarse bajo su peso el largo brazo del viejo droide mientras Bollux intentaba adaptarse a la nueva situación.
El droide sabía que jamás podría huir de tantos hombres armados. Había conocido muchos hombres durante su largo período de funcionamiento y en aquellos momentos ya era capaz de identificar el odio.
Y odio era lo que revelaban las facciones del Vicepresidente Ejecutivo. Pero Bollux ya había logrado superar una serie de situaciones aparentemente terminales y no tenía intención de dejarse destruir en aquel momento, si podía evitarlo.
Un panel se elevó en la pared del fondo abriendo una puerta en el círculo del ruedo. Se escuchó un chirrido de ruedas y un crujido de llantas. El Ajusticiador Marca-X emergió rodando a la luz.
Tenía una vez y media la estatura de Bollux y era mucho más grueso, si bien se desplazaba sobre dos gruesas bandas de oruga en vez de sobre piernas. Sobre las llantas y la estructura de sostén se alzaba un grueso tronco, cubierto con una armadura formada por grises planchas de aleación. El Ajusticiador mantenía en aquel momento sus múltiples brazos plegados junto al tronco, inactivos, cada uno de ellos provisto de un arma diferente.
Bollux empleó un truco que habla aprendido de uno de sus primeros propietarios humanos y omitió simplemente de sus computaciones la conclusión lógica de que su destrucción presentaba ahora un elevado orden de probabilidad. Sabía que, entre los humanos, aquella táctica se llamaba ignorar la muerte segura. Bollux la interpretaba como la exclusión de los datos contraproducentes. Ya llevaba largo tiempo aplicándola y aquélla era la razón de que todavía siguiera en funcionamiento.
La torreta craneal del Ajusticiador giró sobre su eje y sus sensores se clavaron sobre el droide. El Marca-X constituía la última palabra en materia de autómatas de combate y era una máquina de matar altamente especializada, sumamente lograda. Podría haber centrado la puntería sobre el desarmado droide
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obrero de uso general, pulverizándolo allí mismo en el acto, pero, naturalmente, estaba programado para ofrecerle a su propietario un espectáculo más divertido que eso. El Ajusticiador también era una máquina con una finalidad concreta.
El Marca-X empezó a avanzar sobre sus ruedas, desplazándose con veloz precisión, maniobrando para acorralar a Bollux. El droide retrocedió torpemente, mientras intentaba luchar con la poco familiar tarea de sostener y manipular su escudo anti
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explosiones. El Ajusticiador describió un círculo, examinando a Bollux desde todos los ángulos para intentar calibrar sus reacciones, mientras el droide le observaba oculto detrás de su escudo.
—¡Comienza! —ordenó el Vicepresidente Ejecutivo Hirken a través de los altavoces del ruedo.
El Marca-X, que estaba sintonizado para reaccionar al escuchar su voz, modificó su procedimiento de ataque. Se lanzó directamente hacia Bollux, abalanzándose contra él a máxima velocidad. El droide intentó esquivarlo, primero hacia un lado, luego hacia el otro, pero el Ajusticiador se anticipó a todos sus esfuerzos. Compensaba en el acto cada uno de sus movimientos, avanzando estrepitosamente dispuesto a aplastarlo bajo sus llantas.
—¡Anula! —tronó Hirken por los altavoces.
El Marca-X se detuvo casi rozando a Bollux y dejó que el viejo droide se apartara tambaleante.
—¡Sigue! —ordenó el Vicepresidente Ejecutivo.
El Ajusticiador se puso otra vez en movimiento con un chirrido y seleccionó otra alternativa de destrucción de su arsenal. Varios servos zumbaron y apareció un brazo armado, sosteniendo un proyector de llamas en su extremo. Bollux lo vio y levantó su escudo justo a tiempo.
Un chorro de fuego brotó del cañón del lanzallamas y fue a estrellarse contra las paredes del ruedo, transmitiendo una ardiente corriente a través del escudo de Bollux. El Marca-X hizo girar otra vez el cañón de su arma para hacer otra pasada apuntando hacia abajo, con el propósito de cercenarle las piernas bajo el cuerpo al droide.
Bollux a duras penas consiguió arrojarse torpemente de rodillas y apoyar su escudo en el suelo antes de que la llama lo barriera, formando charcos de fuego sobre toda la superficie a su alrededor. El Marca-X se había puesto en marcha otra vez, preparándose para hacer puntería desde un ángulo más favorable, cuando Hirken también anuló aquel procedimiento de combate.
Bollux se incorporó trabajosamente, apoyándose en el escudo. Advirtió que sus mecanismos internos empezaban a recalentarse, en particular sus cojinetes.
Su circuito giro-compensado no había sido diseñado pensando en un esfuerzo continuado de aquel calibre.
Entonces el Marca-X reanudó su ataque. Bollux ignoró lo inevitable y obligó a sus fatigadas piezas a reaccionar, moviéndose con lo que podría considerarse un equivalente mecánico del dolor, pero todavía con capacidad de respuesta.
Han salió del ascensor a la carrera. Los espos de guardia, enterados de que el Vicepresidente Ejecutivo deseaba que presenciara el espectáculo, lo dejaron pasar.
Cuando llegó a la última fila de butacas del anfiteatro se paró en seco. Hirken estaba sentado más abajo en compañía de su esposa y sus subordinados, jaleando a su campeón y burlándose de la ridícula figura de Bollux mientras el Ajusticiador levantaba otro brazo armado. Esta vez el brazo llevaba acoplado una media luna erizada de pequeñas cápsulas-cohete que se lanzaban como dardos.
Bollux también lo vio y empleó un ardid o, como lo habría interpretado él, una última variable. Agazapado, con el escudo todavía levantado, el droide aflojó la suspensión diseñada para trabajos pesados de sus piernas y escapó de un salto de los saetazos cruzados del Marca-X, cual un gigantesco insecto colorado. Misiles en miniatura explotaron contra las paredes transparentes del ruedo en medio de una nube de humo, inundando el anfiteatro con el estallido de las erupciones pese al sistema de supresión de ruidos incorporado al patio de butacas.
Hirken y sus gentes profirieron un rugido de frustración. Han bajó corriendo las escaleras que le separaban del ruedo, saltando los escalones de tres en tres. Bollux había aterrizado en una mala postura; el esfuerzo a que se veían sometidos sus mecanismos empezaba a resultarle intolerable.
El Vicepresidente Ejecutivo modificó una vez más la programación de su autómata de combate.
El Ajusticiador retrajo su brazo lanza
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misiles. Varios cables articulados de captura se proyectaron, cual tentáculos metálicos, de sendas aberturas situadas en sus costados y dos brazos blandieron un par de sierras circulares, preparados para el ataque.
Las sierras empezaron a girar creando un peculiar zumbido; las moléculas de sus bordes cortantes vibraban de una manera capaz de atravesar un metal con la misma facilidad con que cruzaban el aire.
El Marca-X avanzó hacia Bollux, agitando los cables en busca del abrazo mortal. Hirken descubrió a Han que acababa de llegar al borde del ruedo.
—¡Tramposo! ¡Mira esto, observa cómo trabaja un auténtico autómata de combate!
Una espeluznante carcajada sacudió el cuerpo del Vicepresidente Ejecutivo, despojado ya de todas las afectadas cortesías de las salas de juntas corporativas. Su esposa y sus subordinados imitaron obedientemente su ejemplo.
Han les ignoró y levantó la computadora.
—¡Dile lo que debe hacer, Max!
Max Azul empezó a emitir señales sincopadas a máximo volumen, impulsos concentrados de información. Bollux hizo girar sus fotoreceptores rojos enfocándolos sobre el sondeador de computadoras. Escuchó un instante y luego concentró nuevamente su atención en el Marca-X que se acercaba a toda marcha. Han, aunque sabía que era absurdo, no pudo evitar contener la respiración.
Bollux no hizo el menor gesto de intentar esquivar el ataque o levantar su escudo, mientras el Ajusticiador seguía aproximándose. El Marca-X lo interpretó como una reacción muy lógica. El droide estaba condenado sin esperanza. Los cables de captura se abrieron ansiosos en un amplio círculo para atrapar a Bollux; las sierras circulares se cerraron sobre su víctima.
Bollux levantó su escudo y lo lanzó contra el Marca-X. Los cables y sierras cambiaron la orientación de sus movimientos e interceptaron sin dificultad el escudo, cogiéndolo y cortándolo en pedazos. Pero Bollux aprovechó el momento de respiro para arrojarse muy tieso —con un enorme bong metálico— entre las destructoras llantas del Ajusticiador.
El autómata de combate se paró en seco, pero había reaccionado demasiado tarde. Bollux, tendido bajo su cuerpo, puso una mano en el vientre de su carrocería y apretó su servo
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pinza. La otra mano se introdujo entre los componentes del Marca-X y le desgajó el circuito de refrigeración.
El Ajusticiador profirió un aullido electrónico. Aunque se hubiera pasado toda una era sentado pensando, la máquina asesina jamás habría considerado la posibilidad de que un droide obrero de uso general pudiera haber aprendido a actuar de manera irracional.
El Marca-X se puso en movimiento, rodando hacia un lado y luego hacia el otro, al azar. No tenía manera de alcanzar a Bollux, que permanecía colgado de su vientre. Nadie había programado jamás al Ajusticiador para disparar contra sí mismo, o cortarse, o aplastar un objeto situado fuera de su alcance. Bollux se había refugiado en el único lugar seguro de todo el ruedo.
La temperatura interior del Marca-X empezó a subir de inmediato; la máquina de matar producía enormes cantidades de calor.