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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (75 page)

BOOK: Marte Verde
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Art sonrió.

—Deberías colar tus recomendaciones dentro de Pauline, imitando la voz de John Boone.

Maya volvió a reír.

—¡Buena idea!

Hablaron sobre el proyecto de Hellas y ella explicó la importancia del acuífero descubierto al oeste de Hellespontus. Art seguía en contacto con Fort, y describió los vericuetos de la última decisión del Tribunal Mundial, de la que Maya no sabía nada. Praxis había entablado un pleito contra Consolidados, porque estaba planeado anclar el ascensor espacial terrano en Colombia, tan cerca del emplazamiento escogido por Praxis, en Ecuador, que ponía en peligro ambos lugares. El tribunal había decidido en favor de Praxis, pero Consolidados no había hecho caso de la sentencia y había seguido adelante. Había construido una base en su nuevo país cliente y ya estaban preparados para hacer descender el cable allí. Las demás metanacionales disfrutaban viendo la autoridad del Tribunal Mundial desafiada, y respaldaban a Consolidados, lo que estaba creándole dificultades Praxis.

—Esas metanacionales siempre están peleándose, ¿no? —dijo Maya.

—Así es.

—Lo que hay que hacer es provocar más peleas entre ellas. Las cejas de Art salieron disparadas hacia arriba.

—¡Un plan peligroso!

—¿Para quién?

—Para la Tierra.

—Me importa un comino la Tierra —dijo Maya, saboreando las palabras.

—Únete a la multitud —masculló Art pesaroso, y ella volvió a reírse.

Felizmente, la tropa de Jackie partió pronto para Sabishii. Maya decidió visitar el acuífero recién descubierto. Tomó un tren que rodeaba la cuenca en sentido contrario a las agujas del reloj, sobre el Glaciar Niesten, y que luego enfilaba hacia el sur descendiendo por la gran pendiente occidental, dejaba atrás la ciudad colina de Montepulciano y llegaba a una diminuta estación llamada Yaonisplatz. Desde allí viajó en coche, por una carretera que seguía un valle a través de las abruptas cumbres del Hellespontus.

La carretera no era más que un burdo tajo en el regolito rociado con fijador, señalada por radiofaros y obstruida en los lugares umbríos por ventisqueros de nieve estival endurecida y sucia. Era una región muy extraña. Desde el espacio, el Hellespontus tenía una cierta coherencia visual y areomorfológica, ya que las deyecciones arrancadas de la cuenca se habían depositado, al caer, en círculos concéntricos. Pero en la superficie esos anillos irregulares eran casi indistinguibles, un caos de piedras caídas del cielo. Y las fantásticas presiones generadas por el impacto habían originado toda suerte de metamorfosis extrañas; las más conspicuas, habían dado como resultado los conos de explosión, bloques cónicos de piedra fracturada; algunos tenían fallas tan grandes que el coche cabía en ellas, mientras que otros eran pedruscos con fallas microscópicas, como la antigua cerámica china.

Maya atravesó aquel paisaje sobrecogida por la frecuente aparición de estas tétricas piedras
kami
: conos de impacto que habían caído de punta y se habían mantenido en equilibrio; otros habían caído sobre material más blando, y al erosionarse éste se habían convertido en dólmenes inmensos, hileras de colmillos gigantescos y altas columnas lingam encapuchadas, como las conocidas con el nombre de Falo del Gran Hombre; y también capas sedimentarias curiosamente superpuestas (el conjunto mas conocido era Platos en el Fregadero), grandes paredes de basalto columnar hexagonal y otras paredes tan lisas y relucientes como inmensos pedazos de jaspe.

El anillo de deyecciones más exterior era el que más se asemejaba a una cadena montañosa convencional, y apareció delante de ella en la tarde como salido del Hindukush, desnudo y enorme bajo las nubes galopantes. La carretera cruzaba esa cadena por un desfiladero entre dos picos parecidos a jorobas. Maya detuvo el rover en el ventoso desfiladero y miró atrás, y no vio sino un mundo de montañas escarpadas: picos y crestas moteados por las sombras de las nubes y la nieve, y aquí y allá el anillo de algún cráter para darle al paisaje un aspecto en verdad sobrenatural.

Delante, la pendiente se precipitaba hacia Noachis Planura, picada de cráteres, y abajo se alcanzaba a ver un campamento minero con los rovers dispuestos en círculo. Maya se dio prisa y llegó a ese campamento a última hora de la tarde. La recibió un reducido contingente de viejos amigos beduinos, además de Nadia, que había ido a consultarlos sobre la plataforma de perforación para el nuevo acuífero. Todos estaban muy impresionados por el descubrimiento.

—Se extiende hasta más allá del Cráter Proctor, y seguramente llega hasta Kaiser —dijo Nadia—. Parece que también llega muy lejos hacia el sur, tanto que quizá se comunica con el de Australis Tholus. ¿Fijaron alguna vez el límite septentrional de ese acuífero?

—Creo que sí —dijo Maya, y empezó a teclear en el ordenador de muñeca para averiguarlo. Hablaron casi exclusivamente del agua durante la cena temprana, y después se acomodaron en el rover de Zeyk y Nazik y paladearon sin prisas los sorbetes que Zeyk les ofreció, contemplando el carbón del pequeño brasero en el que había cocinado el shish kebab. La conversación giró inevitablemente hacia la situación del momento, y Maya repitió lo que le había dicho a Art, que deberían fomentar las disensiones entre las metanacionales, si podían.

—Eso conduciría a una guerra mundial —dijo Nadia con agudeza—. Y si sigue la pauta, será la peor. —Meneó la cabeza con disgusto.— Tiene que haber una solución mejor.

—No nos necesitan a nosotros para empezarla —dijo Zeyk—, se han metido en la espiral que lleva a la guerra.

—¿De verás lo crees? —dijo Nadia—. Bien, si sucede supongo que tendremos la oportunidad de dar el golpe aquí.

Zeyk negó con la cabeza.

—Marte es su salida de emergencia. Hace falta mucha coerción para obligar a los poderosos a renunciar a un lugar como éste.

—También muchas clases de coerción —dijo Nadia—. En un planeta en el que la superficie es mortífera, deberíamos ser capaces de encontrar medios que no implicaran matar a la gente. Debería haber una nueva tecnología para hacer la guerra. He comentado el tema con Sax y está de acuerdo.

Maya dio un respingo y Zeyk sonrió.

—¡Sus nuevos métodos se parecen mucho a los viejos, hasta donde yo sé! ¡Derribar esa lente espacial...! ¡Nos encantó! En cuanto a sacar a Deimos de su orbita, bien, comprendo sus razones hasta cierto punto. Cuando los misiles crucero salen...

—Tenemos que procurar no llegar a eso. —Nadia tenía una expresión obstinada, y Maya la miró con sorpresa. Nadia estratega revolucionaria. Nunca lo hubiera creído posible. En fin, seguramente sólo pensaba en proteger sus proyectos de construcción. O un proyecto de construcción particular, en un plano diferente.

—Deberías hablar a las comunas de Odessa —le sugirió Maya—. Son seguidores de Nirgal.

Nadia asintió y se inclinó para devolver uno de los carbones al centro del brasero con un pequeño atizador. Miraron el fuego; un espectáculo insólito en Marte, pero a Zeyk le gustaban los fuegos, lo suficiente como para tomarse la molestia de prepararlos. Las cenizas grises revoloteaban sobre el naranja marciano de los carbones encendidos. Zeyk y Nazik describieron con voces quedas la situación de los árabes en el planeta, compleja como de costumbre. Los radicales estaban casi siempre fuera con las caravanas, buscando metales y agua y puntos areotérmicos, al parecer con un comportamiento pacífico y sin ofrecer el menor indicio de que no formaban parte del orden metanacional. Pero estaban ahí, esperando, listos para actuar.

Nadia les dio las buenas noches y se fue a dormir, y entonces Maya dijo vacilante:

—Háblame de Chalmers.

Seyk la miró, tranquilo e impasible.

—¿Qué quieres saber?

—Quiero saber qué parte tuvo en el asesinato de Boone. Zeyk desvió la mirada, incómodo.

—Aquella fue una noche complicada en Nicosia —protestó—. Los árabes han hablado de ella largo y tendido. Es agotador.

—¿Y qué dicen?

Zeyk miró a Nazik que declaró:

—El problema es que todos dicen cosas diferentes. Nadie sabe lo que ocurrió en realidad.

—Pero ustedes estaban allí. Presenciaron muchas cosas. Cuéntenme lo que vieron.

Al oír eso, Zeyk la observó con atención, y luego asintió.

—Bien. —Respiró hondo, se concentró. Solemnemente, como si estuviese declarando en un tribunal, dijo:— Estábamos reunidos en la Hajr el-kra Meshab, después de los discursos. La gente estaba furiosa con Boone porque corría el rumor de que había suspendido la construcción de una mezquita en Fobos, y su discurso no había aclarado gran cosa. Nunca nos gustó la sociedad marciana que él proponía. Así que estábamos refunfuñando cuando Frank llegó. Debo decir que fue muy alentador verlo allí en aquel momento. Nos parecía entonces que era el único capaz de oponerse a Boone. Así lo veíamos, y Frank nos animaba: descalificaba a Boone sutilmente, hacía bromas que nos indisponían aún más con Boone al tiempo que hacían aparecer a Frank como el único bastión contra él. Yo estaba enojado con Frank por exaltar los ánimos de los jóvenes. Selim el- Hayil y algunos de sus amigos del ala Ahad estaban allí, y se los veía muy nerviosos, no sólo por Boone, sino también por el ala Fetah. Verás, los Ahad y los Fetah discrepaban en muchas cuestiones: panarabismo contra nacionalismo, relaciones con Occidente, actitud hacia los sufíes... Era una división fundamental en esa joven generación de la Hermandad.

—¿Sunnitas-chiítas? —preguntó Maya.

—No. Se trataba más bien de conservadores y liberales; se suponía que los liberales eran seglares y los conservadores, religiosos, tanto sunnitas como chiítas. El-Hayil era el líder de la Ahad conservadora, y estaba en la caravana con la que Frank viajó ese año. Hablaban mucho y Frank le preguntó muchas cosas; de esa manera llegaba al corazón de la persona, comprendía las motivaciones o la posición de uno.

Maya asintió; reconocía a Frank en esa descripción.

—Así que Frank lo conocía bien, y esa noche el-Hayil estuvo a punto de decir algo en cierto momento, pero Frank lo miró y se calló. Yo mismo lo vi. Entonces Frank se marchó, y el-Hayil lo hizo inmediatamente después.

Zeyk tomó un sorbo de café y meditó un momento.

—No volví a verlos en las dos horas siguientes. Las cosas empezaron a ponerse feas antes de que mataran a Boone. Alguien se dedicó a grabar eslóganes en las ventanas de la medina, y la Ahad pensó que era la Fetah, y algunos Ahad atacaron a un grupo Fetah. Después de eso hubo refriegas por toda la ciudad, y lucharon también con algunos obreros de la construcción norteamericanos. Había disturbios por todas partes. Fue como si de repente todo el mundo se hubiera vuelto loco. Maya asintió con un movimiento de cabeza.

—Lo recuerdo.

—Entonces, oímos que Boone había desaparecido, y fuimos a la Siria a comprobar los códigos de las antecámaras para ver si había salido por allí, y descubrimos que alguien había salido y no había vuelto a entrar, íbamos a salir cuando nos enteramos de lo que había sucedido. Era increíble. Regresamos a la medina donde se habían reunido todos, y nos confirmaron la noticias. Conseguí entrar en el hospital después de media hora de empujones. Lo vi. Ustedes estaban con él.

—No me acuerdo.

—Bueno, tú estabas, pero Frank se había ido. Luego de ver a Boone salí y les dije a los otros que era verdad. La noticia conmocionó incluso a los Ahad, estoy seguro: Nasir, Ageyl, Abdullah...

—Sí —dijo Nazik.

—Pero el-Hayil, Rashid Abou y Buland Besseisso no estaban con nosotros. Y habíamos regresado a la residencia que hay delante de Hajr el-kra Meshab cuando oímos un fuerte golpe en la puerta. Cuando la abrimos, el-Hayil se desplomó en la habitación. Se le veía muy mal, sudaba y tenía arcadas, y la piel llena de manchas rojas. Se le había hinchado mucho la garganta y casi no podía hablar. Lo llevamos al cuarto de baño y vimos que el vómito lo sofocaba. Llamamos a Yussuf y estábamos tratando de llevar a Selim a la clínica de nuestra caravana cuando nos detuvo. «Me han asesinado», dijo. Le preguntamos qué significaba eso, y él dijo: «Chalmers».

—¿Dijo eso? —preguntó Maya.

—Yo le pregunté: «¿Quién te hizo esto?», y él contestó: «Chalmers». Como si la voz llegara desde una gran distancia, Maya oyó que Nazik decía:

—Pero hubo más. Zeyk asintió.

—Yo le pregunté: «¿Qué quieres decir?», y él dijo: «Chalmers me ha matado. Chalmers y Boone». Pronunció cada palabra con un gran esfuerzo. Añadió: «Nosotros planeamos matar a Boone». Nazik y yo nos encogimos al oír esto, y Selim me agarro del brazo. —Zeyk alargo las manos y aferró un brazo invisible—.
«Quiere echarnos de Marte.»
Dijo esto de una manera... no lo olvidare jamás. Lo creía de verdad. ¡Creía que Boone nos iba a echar de Marte! —Meneó la cabeza.

—¿Qué sucedió entonces?

—Él... —Zeyk abrió las manos.— Tuvo un espasmo. Primero la garganta, y luego todos los músculos... —Apretó los puños.— Se puso rígido y dejó de respirar. Intentamos hacerlo respirar, pero no se recuperó. Quién sabe, quizás una traqueotomía. Respiración asistida. Antihistamínicos. —Se encogió de hombros—. Murió en mis brazos.

Hubo un largo silencio y Maya contempló a Zeyk recordando. Había pasado medio siglo desde esa noche en Nicosia, y Zeyk era viejo entonces.

—Me sorprende lo bien que lo recuerdas —dijo—. Mis recuerdos,

incluso los de una noche como aquélla..., son difusos.

—Lo recuerdo todo —dijo Zeyk sombrío.

—Él tiene el problema inverso de todo el mundo —dijo Nazik mirando a su marido—. Recuerda demasiado. Duerme muy mal.

Maya reflexionó un momento.

—¿Qué hay de los otros dos? Zeyk apretó los labios.

—No estoy seguro. Nazik y yo pasamos el resto de la noche con Selim. Hubo una discusión a propósito de su cadáver. No sabíamos si llevarlo a la caravana y ocultar lo sucedido o avisar a las autoridades inmediatamente.

O presentarse a las autoridades con un asesino muerto, pensó Maya, advirtiendo la expresión cautelosa de Zeyk. Quizá también se había discutido eso. El estaba contando la historia a su manera.

—No sé lo que les ocurrió en realidad. Nunca lo supe. Había muchos Ahad y Fetah en la ciudad esa noche, y Yussuf oyó lo que Selim había dicho. Así que pudieron haberlo hecho sus enemigos, sus amigos, ellos mismos. Murieron esa misma noche, en una habitación de la medina. Coagulantes.

Zeyk se estremeció.

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