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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (34 page)

BOOK: Marte Verde
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Pero los científicos de Armscor afirmaban con inflexibilidad que los bajos niveles de nitrógeno entorpecerían cualquier esperanza ecopoyética. Insistían en la necesidad de una intervención industrial continuada; y por supuesto era Armscor quien estaba construyendo los transbordadores para transferir el nitrógeno de Titán. La gente de Consolidados, a cargo de las perforaciones en Vastitas, hacían hincapié en la importancia vital de una hidrosfera activa. Y los de Subarashii, encargados de los nuevos espejos, encomiaban el gran poder de la soletta y la lupa aérea para proporcionar calor y gases al sistema, permitiendo que todo lo demás se acelerase. Siempre eran demasiado obvios los motivos que llevaban a probar un programa en detrimento de otro: uno podía leer en las tarjetas el nombre de la persona y el de la institución para la que trabajaba y predecir qué atacaría o qué defendería. Ver cómo la ciencia se vendía de una manera tan descarada le causaba un hondo dolor a Sax, y le parecía qué todos los presentes sentían lo mismo, incluso los implicados, lo que incrementaba la irritabilidad. Todos sabían lo que estaba ocurriendo, y a nadie le gustaba, pero nadie lo admitiría.

En ningún lugar resultó esto más evidente que en la mesa redonda de expertos en el tema del CO
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de la última mañana del congreso. La pretendida charla se convirtió en seguida en una defensa vehemente de la soletta y la lupa aérea por parte de dos científicos de Subarashii. Sax estaba sentado al fondo de la sala y escuchó la entusiasta descripción de los grandes espejos con creciente tensión y tristeza. Lo cierto era que le gustaba la soletta, que no era más que la extensión lógica de los espejos que él había estado poniendo en órbita desde el principio. Pero la lupa aérea volando a baja altura era un instrumento
extremadamente
poderoso, y si se la utilizaba con toda su potencia volatilizaría cientos de milibares de gases que se incorporarían a la atmósfera, sobre todo CO
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, y que en cualquier curso de acción sensato debería permanecer anclado al regolito. Había algunas preguntas incómodas a propósito de los efectos de esta lupa aérea que deberían ser contestadas, y era preciso censurar al equipo de Subarashii por empezar a fundir el regolito sin consultar a nadie, sólo con la aprobación maquinal del comité de la UNTA. Pero Sax no quería llamar la atención, y tuvo que limitarse a quedarse sentado junto a Berkina y Claire con el atril desconectado, revolviéndose en el asiento y esperando que alguien hiciese las preguntas incómodas por él.

Y como eran preguntas obvias además de incómodas, las hicieron: un científico de Mitsubishi, transnac en lucha casi ancestral con Subarashii, se levantó e inquirió con educación sobre el abrumador efecto de invernadero que resultaría de la liberación masiva de CO
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. Sax sacudió vigorosamente la cabeza. Pero los científicos de Subarashii replicaron que eso era precisamente lo que ellos estaban esperando, que no sería demasiado calor, y que una eventual presión atmosférica de setecientos u ochocientos milibares era preferible a una de quinientos.

—¡Pero no si es de CO
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! —le murmuró Sax a Claire, que asintió.

H. X. Borazjani se levantó para decir eso mismo. Y no fue el único: muchos de los presentes en la sala aún utilizaban el modelo original de Sax como base de acción, e insistieron en las dificultades de eliminar un gran exceso de CO
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del aire. Pero también había numerosos científicos, de Armscor, Consolidados y Subarashii, que afirmaban que no era tan difícil eliminarlo, o bien que una atmósfera cargada de CO
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no sería tan mala. Un ecosistema sobre todo vegetal, con insectos que toleraban el dióxido de carbono y quizás con algunos animales elaborados genéticamente, florecería en ese aire denso y cálido, y la gente podría ir en mangas de camisa y con una simple mascarilla.

Esto le dio dentera a Sax, y no fue el único, así que pudo permanecer en la silla mientras otros saltaban para poner en duda ese cambio fundamental en el objetivo de la terraformación. La discusión pronto fue acalorada, incluso rencorosa.

—¡No buscamos un planeta jungla aquí!

—¡Ustedes trabajan con la presunción de que se puede manipular genéticamente a los humanos para que toleren niveles más altos de CO
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, pero eso es ridículo!

Pronto se hizo evidente que no llegarían a ningún sitio. Nadie escuchaba, todos sostenía sus propias tesis, que respondían a los intereses de sus empleadores. Era indecoroso. Una aversión general por el tono del debate hizo que todos, salvo los participantes directos, se desconectaran: alrededor de Sax la gente doblaba programas, apagaba atriles, susurraba a los compañeros, y todo esto con gente de pie y exponiendo. Era de muy mala educación, pero todo el mundo estaba ya convencido de que allí lo político prevalecía sobre lo científico. A nadie le gustaba eso, y la gente empezó a abandonar la sala. La abrumada moderadora del debate, una japonesa demasiado cortés que parecía muy desgraciada, habló por encima de las voces acaloradas y sugirió que dieran por terminada la sesión. La gente salió en tropel a los vestíbulos y formó corrillos, y algunos incluso siguieron defendiendo sus posiciones rodeados sólo de amigos.

Sax siguió a Claire, Jessica y el resto del grupo de Biotique al otro lado del canal y a Hunt Mesa. Tomaron el ascensor hasta la llanura de la mesa y comieron en Antonio's.

—Van a inundarnos de CO
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—dijo Sax, incapaz de callar por más tiempo—. No creo que entiendan que eso sería un golpe terrible para el modelo estándar.

—Éste es un modelo distinto —dijo Jessica—. Un modelo industrial de dos fases.

—Que mantendrá a humanos y animales dentro de las tiendas más o menos indefinidamente —dijo Sax.

—Quizá eso no les importe a los ejecutivos de las transnac —señaló Jessica.

—Quizás hasta les gusta la idea —dijo Berkina. Sax hizo una mueca.

—Puede que sólo sea que ahora tienen la soletta y la lupa aérea y quieren usarlas —intervino Claire—. Como si jugasen con muñecos. Son como las lupas que usábamos para prender fuegos cuando teníamos diez años. Pero ésta es muy poderosa y ellos no quieren ni oír hablar de guardarla. Y encima llamarán a las zonas calcinadas canales, ya sabes...

—Pero es tan estúpido —dijo Sax con acritud, y cuando los demás lo miraron con sorpresa, trató de aligerar el tono—: Bueno, es que es un planteamiento tan idiota. Es romanticismo trasnochado. No serán canales para conectar un cuerpo de agua con otro, e incluso si intentaran usarlos para eso, las riberas serían escoria.

—Ellos afirman que serán cristal —dijo Claire—. Ahí está todo el encanto de la idea de los canales.

—Pero esto no es un juego —dijo Sax.

Le resultaba muy difícil mantener el sentido del humor de Stephen en ese tema. Lo irritaba y angustiaba profundamente. Habían empezado tan bien, sesenta años de avances sólidos. Y ahora otra gente venía golpeando a diestro y siniestro con ideas diferentes y juguetes diferentes, disputando y obstaculizando el trabajo de los demás, sacándose de la manga métodos cada vez más poderosos y caros, pero cada vez más faltos de coordinación. ¡Conseguirían arruinar su plan!

Las sesiones de clausura de la tarde fueron rutinarias y desde luego no restauraron su fe en el congreso como foro de ciencia desinteresada. Al caer la tarde, de vuelta en la habitación, miró las noticias medioambientales con más atención que nunca, buscando respuesta a las preguntas que ni siquiera había formulado. Los acantilados se desmoronaban. El ciclo de congelación-deshielo estaba arrancando rocas de todos los tamaños del permafrost, y las rocas presentaban formas poligonales típicas. Se estaban formando glaciares de roca en los barrancos y los saltos de agua: las rocas eran arrancadas por el hielo y luego se precipitaban por las gargantas en masas que se comportaban como los glaciares de hielo. Los pingos estaban ampollando las tierras bajas del norte, excepto donde las plataformas de perforación vomitaban los mares helados, inundando la tierra.

Era un cambio a escala masiva, que se hacía evidente por todas partes y se aceleraba año tras año a medida que los veranos se hacían más cálidos y la biota submarciana alcanzaba profundidades mayores. Mientras tanto, todo seguía helándose cada invierno, e incluso en verano escarchaba un poco por la noche. Un ciclo tan intenso desgarraría cualquier paisaje, y el marciano era particularmente sensible, puesto que se había mantenido en una estasis de frío árido durante millones de años. La pérdida de masa provocaba desprendimientos de tierra diarios, y las desgracias no eran raras. Los viajes por la superficie eran peligrosos. Los cañones y los cráteres recientes ya no eran lugares seguros para emplazar una ciudad, ni siquiera para resguardarse una noche.

Sax se puso de pie y se acercó a la ventana. Contempló las luces de la ciudad: estaba ocurriendo tal como había predicho Ann hacía mucho tiempo. No dudaba de que ella observaba los informes con disgusto, ella y los demás rojos. Para ellos cada derrumbe era una señal de que las cosas iban mal. En el pasado Sax los habría ignorado: la pérdida de masa exponía el suelo helado a sol, que lo calentaba y descubría potenciales depósitos de nitrato, y... Ahora, con la conferencia aún fresca en la memoria, ya no estaba tan seguro.

En el vídeo nadie parecía preocupado por lo que sucedía. Claro que los rojos no salían en los noticiarios. El colapso del relieve abría nuevas posibilidades, no sólo para la terraformación, que parecía considerarse un asunto exclusivo de las transnac, sino también para la minería. La noticia de una veta de oro que había quedado al descubierto hacía poco le produjo a Sax una sensación de desaliento. Era extraño que tanta gente pareciera sentirse fascinada por la prospección. Eso era Marte en el comienzo del siglo XXII; con la recuperación del ascensor habían vuelto a la vieja mentalidad de la fiebre del oro, como si fuese un destino manifiesto, allí en la frontera exterior, blandiendo grandes herramientas a diestro y siniestro: ingenieros cósmicos excavando y construyendo. Y la terraformación, que había sido su trabajo, el único objeto de su vida durante más de sesenta años, se estaba convirtiendo en algo distinto...

El insomnio empezó a atormentar a Sax. Nunca antes le había ocurrido, y lo desesperaba. Se despertaba, se daba la vuelta, las ruedas empezaban a girar en su cerebro, y todo se ponía a bullir. Cuando era evidente que no volvería a dormirse, se levantaba, encendía la pantalla de la IA y miraba programas de vídeo, incluso las noticias, que antes nunca veía. Le parecía advertir síntomas de alguna disfunción sociológica en la Tierra. Por ejemplo, no parecía que hubiesen intentado siquiera ajustar sus sociedades al impacto del crecimiento demográfico originado por el tratamiento gerontológico. Eso era elemental —control de natalidad, cuotas, esterilización...—, pero casi ninguna nación había hecho nada. En verdad, estaba naciendo una clase baja de no tratados, sobre todo en las naciones pobres densamente pobladas. Era difícil obtener estadísticas fiables ahora que la Organización de las Naciones Unidas agonizaba, pero un estudio de la Comisión Mundial aseguraba que el setenta por ciento de la población de las naciones desarrolladas había recibido el tratamiento, mientras que en las naciones pobres el porcentaje era del veinte por ciento. Si esa tendencia se mantenía mucho tiempo, pensó Sax, llevaría a una suerte de fisicalización de clase, una emergencia tardía o un desvelamiento retroactivo de la visión tenebrosa de Marx, sólo que mas extrema que en Marx, porque ahora las distinciones de clase se manifestarían como una diferencia fisiológica real causada por una distribución bimodal, algo casi semejante a la especiación...

Esta divergencia entre ricos y pobres era obviamente peligrosa, pero en la Tierra parecían aceptarlo como algo inevitable, natural. ¿Cómo era posible que no advirtieran el peligro?

Ya no entendía la Tierra, si es que alguna vez la había entendido. Se quedaba allí sentado, temblando, y apuraba sus noches de insomnio hasta la hez, demasiado cansado para leer o trabajar. Sintonizaba los canales de noticias terranos uno tras otro, intentando comprender lo que estaba ocurriendo allí abajo. Tendría que hacerlo si quería entender Marte; porque el comportamiento de las transnacionales en Marte venía determinado en última instancia por la Tierra.
Necesitaba
comprender. Pero las noticias eran irracionales e incomprensibles. En la Tierra, incluso más dramáticamente que en Marte, no había ningún plan.

Necesitaba una ciencia de la historia, pero por desgracia eso no existía. La historia es lamarckiana, solía decir Arkadi, una noción ominosamente sugestiva en vista de la pseudoespeciación originada por la desigual distribución del tratamiento gerontológico; pero en realidad no servía de ayuda. Psicología, sociología, antropología, todas eran sospechosas. El método científico no podía aplicarse a los seres humanos para obtener información útil. Era la antinomia hechos-valores planteada de una manera distinta: la realidad humana sólo podía explicarse en términos de valores, y éstos se mostraban muy resistentes al análisis científicicos. Aislamiento de factores para el estudio, hipótesis falsificables, experimentos repetibles... el entero aparato tal como se utilizaba en la física de laboratorio no se podía aplicar. Los valores movían la historia, que era completa, irrepetible y aleatoria. Podía ser admitida como lamarckiana, o como un sistema caótico, pero incluso eso eran suposiciones, porque ¿de qué factores estaban hablando, qué aspectos debían ser adquiridos por aprendizaje y luego permitidos, o circular de una manera no repetitiva pero según patrón?

Nadie podía decirlo.

Empezó a pensar otra vez en la disciplina de la historia natural que tanto lo había cautivado en el Glaciar Arena. Ésta utilizaba métodos científicos para estudiar la historia del mundo natural, en muchos aspectos esa historia era un problema de metodología tan complejo como la historia humana, siendo igualmente irrepetible y resistente a la experimentación. Y con la conciencia humana fuera de encuadre, la historia natural solía tener bastante éxito, incluso cuando se basaba sobre todo en la observación y en hipótesis que sólo podían comprobarse mediante la observación continuada. Se trataba de una ciencia real; allí, entre el desorden y la casualidad, había descubierto algunos principios generales de evolución válidos: desarrollo, adaptación, complejidad, y otros muchos principios específicos confirmados por diferentes subdisciplinas.

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