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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (35 page)

BOOK: Marte Verde
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Lo que él necesitaba eran unos principios similares que influyeran en la historia humana. Las pocas lecturas sobre historiografía que había hecho no habían sido muy alentadoras: eran una triste imitación del método científico o bien arte puro y simple. Más o menos cada década una nueva explicación histórica revisaba todo lo anterior, pero era evidente que el revisionismo encerraba placeres que no tenían nada que ver con hacerle justicia al caso que se estuviera tratando. La sociobiología y la bioética eran más prometedoras, pero tendían a explicar las cosas mejor cuando trabajaban con escalas temporales evolutivas, y él quería algo que sirviera para los pasados y los siguientes cien años. O incluso para los pasados cincuenta y los siguientes cinco.

Noche tras noche se despertaba y no conseguía volver a conciliar el sueño. Se levantaba, se sentaba ante la pantalla y se devanaba los sesos con estas cuestiones, demasiado cansado para pensar con claridad. Y puesto que esas noches siguieron repitiéndose, se encontró volviendo a los acontecimientos de 2061. Había numerosas compilaciones en vídeo sobre los sucesos de ese año, y algunas de ellas no se mostraban tímidas a la hora de calificarlos:
¡La Tercera Guerra Mundial!
era el título de la serie más larga, unas sesenta horas, mal editadas y desordenadas.

Sólo era necesario un rato para darse cuenta de que el título no era tan sensacionalista como parecía. Las guerras habían hecho estragos en la Tierra en ese año aciago, y los analistas reacios a llamarla Tercera Guerra Mundial juzgaban que no había durado lo suficiente para merecer ese calificativo. O que no se había producido el enfrentamiento de dos grandes alianzas globales, sino algo mucho más confuso y complejo: diferentes fuentes afirmaban que había sido norte contra sur, o jóvenes contra viejos, o la UN contra las naciones, o las naciones contra las transnacionales, o las transnacionales contra las banderas acomodaticias, o los ejércitos contra la policía, o la policía contra los ciudadanos. Parecía que habían sido todos los conflictos a la vez. Durante un período de seis u ocho meses el mundo se había hundido en el caos. En sus incursiones en la «ciencia política», Sax había tropezado con un gráfico de Herman Kahn, llamado «Escala de la escalada bélica», que intentaba clasificar los conflictos según su naturaleza y gravedad. En esa escala había cuarenta y cuatro etapas: desde la primera, «Crisis evidente», iba subiendo a través de categorías como «Gestos políticos y diplomáticos», «Declaraciones solemnes y formales» y «Movilizaciones significativas». Subía vertiginosamente: «Demostración de fuerza», «Medidas hostiles»,

«Enfrentamientos militares dramáticos», «Guerra convencional a gran escala», y luego se perdía en zonas inexploradas, como «Guerra nuclear declarada», «Ataques ejemplares contra la propiedad», «Ataque devastador contra la población civil». El final de la escala, la etapa cuarenta y cuatro, era «Espasmo o Guerra insensata». Era un intento en verdad interesante de taxonomía y secuencia lógica, y Sax pudo ver que las categorías se habían extrapolado de muchas guerras del pasado. Y por las definiciones de la tabla, 2061 había subido disparada hasta el número cuarenta y cuatro.

En ese torbellino, Marte no había sido más que una guerra espectacular entre cincuenta. Muy pocos programas generales sobre el sesenta y uno le dedicaban apenas unos minutos, y esos simples clips ya los había visto Sax entonces: los guardias congelados en Koroliov, las cúpulas destrozadas, la caída del ascensor, y luego la de Fobos. Los intentos de análisis de la situación marciana eran como mucho superficiales; Marte había sido un exótico espectáculo secundario, con algunas buenas tomas, pero nada que lo distinguiera del embrollo general. No. Luego de una de esas noches insomnes, al alba, al fin lo supo: si quería comprender lo ocurrido en 2061, tendría que reconstruirlo por sí mismo, a partir de las fuentes primarias de las videograbaciones, movimiento de multitudes enfurecidas, ciudades en llamas y las ocasionales conferencias de prensa con líderes desesperados y frustrados. Poner todos esos acontecimientos en orden cronológico no era tarea fácil, y se convirtió en su único interés durante semanas (al estilo de Echus): encajar los sucesos en una cronología era el primer paso para recomponer lo que había sucedido, lo cual había de preceder al intento de averiguar el porqué.

Con el paso de las semanas empezó a verle el sentido. Los rumores populares eran ciertos: la emergencia de las transnacionales en la década de 2040 había preparado la escena, y era la causa última de la guerra. En esa década, mientras Sax estaba dedicado en cuerpo y alma a terraformar Marte, un nuevo orden terrano había tomado forma a medida que miles de corporaciones multinacionales empezaban a fusionarse en docenas de transnacionales colosales. Algo semejante a la formación de los planetas, se le ocurrió una noche, cuando los planetesimales se convierten en planetas.

Sin embargo, no un orden del todo nuevo. Las multinacionales habían surgido principalmente en las naciones industrializadas ricas, y por tanto en ciertos aspectos las transnacionales eran la expresión de esas naciones, extensiones de su poder en el resto del mundo, de una manera que le recordó lo poco que sabía él de los sistemas imperialistas y coloniales que las habían precedido. Frank había dicho algo al respecto: el colonialismo no murió nunca, solía declarar, sólo cambia de nombre y contrata a la policía local. Todos somos colonias de las transnac.

Ése era el cinismo de Frank, decidió Sax (deseando poder tener a mano aquella mente ácida y dura para instruirlo), porque las colonias no eran todas iguales. Era cierto que las transnac eran tan poderosas que habían reducido a los gobiernos nacionales a poco más que criados sin dientes. Y ninguna transnac había mostrado una lealtad particular hacia ningún gobierno o hacia la UN. Pero eran hijos de Occidente, hijos que ya no cuidaban de sus padres aunque seguían manteniéndolos. Porque los archivos mostraban que las naciones industrializadas habían prosperado bajo las transnac, mientras que a las naciones en vías de desarrollo no les quedaba otro recurso que pelearse entre ellas para conseguir el estatus de bandera acomodaticia. Y por eso, cuando las transnac habían sido atacadas por las naciones pobres desesperadas, había sido el Grupo de los Siete y su poderío militar quien había salido en su defensa.

Pero ¿y la causa siguiente? Noche tras noche Sax examinó minuciosamente grabaciones sobre las décadas de 2040 y 2050, buscando alguna señal de orden. Al fin decidió que había sido el tratamiento de longevidad lo que había llevado las cosas al límite. Durante la década de 2050 el tratamiento se distribuyó por las naciones ricas, ilustrando la crasa desigualdad económica que imperaba en el mundo como una mancha de color en una muestra bajo el microscopio. Y mientras el tratamiento se esparcía, la tensión había ido creciendo, subiendo sin pausa los escalones de la escala de crisis de Kahn.

Curiosamente, la causa inmediata de la explosión del sesenta y uno parecía ser una disputa originada por el ascensor espacial marciano. El ascensor había sido desarrollado por Praxis, pero después de que entrase en servicio, en febrero de 2061 para ser exactos, había sido adquirido por Subarashii en una absorción claramente hostil. En aquellos momentos Subarashii era un conglomerado de las principales corporaciones japonesas que no se habían unido a Mitsubishi, y era un poder en ascensión, ambicioso y agresivo. Tras la adquisición del ascensor —una absorción aprobada por la UNOMA—, Subarashii había ampliado de inmediato las cuotas de inmigración, provocando una situación crítica en Marte. Al mismo tiempo, en la Tierra los competidores de Subarashii se habían opuesto a lo que a todos los efectos era una conquista económica de Marte, y aunque Praxis se había limitado a la acción legal de la inútil UN, una de las banderas acomodaticias de Subarashii, Malasia, había sido atacada por Singapur, una base de Shellalco. En abril de 2061 la mayor parte del sur asiático estaba en guerra. Muchas de esas guerras tenían su raíz en viejos conflictos, como el de Camboya y Vietnam, o el de Pakistán y la India, pero otros eran ataques directos a las banderas de Subarashii, como en Birmania y Bangladesh. Los acontecimientos en la región habían acelerado la escalada bélica a medida que viejos enemigos se unían a los conflictos de las nuevas transnac, y al llegar junio la guerra se había extendido a toda la Tierra y luego a Marte. En octubre el número de muertos alcanzaba los cincuenta millones, y otros cincuenta morirían a consecuencia de las secuelas, ya que muchos servicios básicos estaban interrumpidos o habían sido destruidos, y el vector de la malaria liberado durante la guerra seguía sin vacuna o cura efectiva.

Eso le parecía suficiente a Sax para calificar la situación de guerra mundial, a pesar de la brevedad. Había sido, concluyó, una mortífera combinación sinérgica de luchas entre transnac y levantamientos de un amplio abanico de desheredados contra el orden transnac. Pero el caos había persuadido a las transnac de la necesidad de resolver sus diferencias, o al menos de darles carpetazo, y todas las revueltas habían fracasado, sobre todo después de que los ejércitos del Grupo de los Siete interviniesen para rescatar a las transnacionales del desmembramiento de sus banderas acomodaticias. Todas las naciones militares-industriales gigantescas habían acabado del mismo lado, lo que había contribuido a hacer que la guerra fuera muy corta comparada con las dos anteriores. Corta pero terrible: en 2061 habían muerto tantas personas como en las dos primeras guerras juntas.

Marte había sido una campaña menor en esa Tercera Guerra Mundial, una campaña en la que ciertas transnac habían reaccionado desproporcionadamente contra una revuelta flamígera pero desorganizada. Cuando terminó, Marte estaba atrapado en el puño de hierro de las principales transnacionales, con la bendición del Grupo de los Siete y de los otros clientes de las transnac. Y la Tierra se levantó tambaleándose con cien millones menos de habitantes.

Aparte de eso, nada había cambiado. Ninguno de sus problemas se había discutido. Así que podía suceder otra vez. Era posible, incluso probable.

Sax seguía durmiendo muy mal. Y aunque de día continuaba con sus rutinas, veía las cosas de manera distinta después del congreso. Otra prueba, supuso con aire sombrío, de la noción de visión como construcción del paradigma. Sólo que ahora era demasiado evidente que las transnac estaban en todas partes. En lo referente a autoridad, apenas existía aparte de ellas. Burroughs era una ciudad transnac, y por lo que había dicho Phyllis, Sheffield también. Ya no existía ninguno de los equipos nacionales que habían proliferado en los años anteriores a la conferencia del tratado. Y con los Primeros Cien muertos o escondidos, la tradición de Marte como estación de investigación había desaparecido. La ciencia que existía estaba volcada en el proyecto de terraformación, y él ya había visto la clase de ciencia que podían esperar. No, la investigación se había reducido a ciencia aplicada.

Y, ahora que lo pensaba, tampoco había señales de vida de las viejas naciones-estado. Las noticias daban la impresión de que la gran mayoría estaba en bancarrota, incluso el Grupo de los Siete; y las transnac se habían hecho cargo de las deudas, si es que alguien lo hacía. Algunos informes hicieron pensar a Sax que en cierto sentido las transnac estaban contratando a naciones pequeñas como capital fijo, en un nuevo acuerdo negocio/gobierno que iba mucho más allá de los viejos contratos de bandera acomodaticia.

Un ejemplo ligeramente distinto de esta nueva relación era Marte, que a todos los efectos era posesión de las grandes transnac. Y ahora, con la restauración del ascensor, la exportación de metales y la importación de gente y bienes se había acelerado. Los mercados de valores terranos se estaban hinchando histéricamente para reflejar la acción, y la cosa no parecía decrecer a pesar de que Marte sólo podía proveer a la Tierra unas cantidades determinadas de ciertos metales. Por tanto, la subida del mercado de valores probablemente era una especie de fenómeno burbuja, y sí reventaba sería suficiente para que todo se viniera abajo otra vez. O quizá no; la economía era un campo misterioso, y en ciertos aspectos el mercado de valores era demasiado irreal para tener impacto fuera de sí mismo. ¿Pero quién podía saberlo hasta que no ocurriese? Sax, vagando por las calles de Burroughs, mirando las cifras del mercado de valores en las ventanas de las oficinas, desde luego no presumiría de poder hacerlo. Las personas no eran sistemas racionales.

Esa verdad profunda se reforzó cuando una noche Desmond apareció en su puerta. El famoso Coyote en persona, el polizón, el hermano pequeño del Gran Hombre, allí delante, menudo y ligero, vestido con un mono de obrero de la construcción de colores vivos, pinceladas diagonales de aguamarina y azul cobalto que atraían la mirada hacia las botas de marcha verde lima. Muchos obreros de la construcción de Burroughs (y había muchos) calzaban todo el tiempo las nuevas botas de marcha, ligeras y flexibles, como una especie de declaración estética, y todos vestían con colores chulones, pero muy pocos exhibían la sorprendente cualidad de los verdes fluorescentes de Desmond.

Desmond esbozó su sonrisa quebrada cuando Sax lo miró boquiabierto.

—Sí, ¿verdad que son bonitas? Y pasan inadvertidas.

En realidad, eso era lo de menos, porque Desmond llevaba las tiesas trenzas embutidas en una voluminosa boina roja, amarilla y verde, un tocado inusual en Marte.

—Vamos, salgamos a tomar una copa.

Desmond llevó a Sax a un pequeño bar junto al canal, excavado en el costado de un enorme pingo vaciado. Los obreros de la construcción se apiñaban en torno a unas largas mesas, y la mayoría tenían acento australiano. A la orilla del canal una pandilla particularmente ruidosa estaba arrojando pedazos de hielo hacia el canal, y de vez en cuando alcanzaban el césped de la otra orilla, lo que elevaba un clamor de vítores y originaba una ronda de óxido nitroso. Los paseantes de la otra orilla evitaban esa parte del canal.

—¿eh?

Desmond pidió cuatro tequilas y un inhalador nitroso.

—Así que pronto vamos a tener agave creciendo en la superficie,

—Creo que ya pueden hacerlo ahora.

Se sentaron en el extremo de una mesa, codo con codo, Desmond hablando al oído de Sax mientras bebían. Tenía toda una lista de cosas y quería que Sax las robase de Biotique. Semillas, esporas, rizomas, ciertos medios de cultivo, ciertas sustancias químicas difíciles de sintetizar...

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