Marea estelar (58 page)

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Authors: David Brin

BOOK: Marea estelar
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—Sí. Pensaba que informar a los ETs de la situación de la flota abandonada no bastaría...

—¿Tiene las cintas? —Toshio se sentía aturdido—. Pero ¿es posible que...? —Metz no le escuchaba. Parecía decaer rápidamente.

—Pensó que no serían suficiente para ganar la libertad del Streaker y decidió darles también los aborígenes. El hombre se agarraba débilmente al brazo de Toshio.

—Tienes que liberarlos, Toshio. No permitas que los capturen los fanáticos. Son muy prometedores. Es mejor que tengan tutores comprensivos. Quizá los Unten, o los synthianos... pero nosotros no somos los apropiados para esa tarea... los convertiríamos en caricaturas nuestras. Los...

Metz se desplomó.

Toshio se quedó junto a él. Era todo lo que podía hacer por el hombre. Su pequeño botiquín de primeros auxilios no le salvaría pero le ahorraría dolor.

Un minuto más tarde, Metz se incorporó de nuevo. Alzó los ojos pero no veía.

—Takkata-Jim —dijo ahogándose—. Nunca había pensado en ello antes. Es exactamente lo que hemos estado buscando. No me di cuenta, pero no es un delfín. Es un hombre. ¿Quién hubiese dicho...?

Su voz se desvaneció y puso los ojos en blanco.

Toshio no le encontró el pulso. Dejó el cuerpo tumbado sobre el suelo y se deslizó hacia el bosque.

—Metz ha muerto —le dijo a Charles Dart, cuya cabeza asomaba entre las ramas con el blanco de los ojos muy brillante.

—P-p-pero est-t-to es...

—Es un homicidio, lo sé —asintió Toshio simpatizando con el sentimiento de Charles Dart.

La única técnica estándar de elevación que los humanos habían tomado de los galácticos sin modificarla, era la gran repulsión ante el asesinato de los tutores por sus pupilos. Algunos la consideraban excesivamente hipócrita, si se tenía en cuenta el comportamiento liberal de los hombres en otros aspectos. Y sin embargo...

—Entonces no se lo pensarán dos veces antes de dispararte a ti o a mí. —Toshio se encogió de hombros—. ¿Qué vamos a hacer?

Charlie había perdido toda su sobriedad profesional. Miraba a Toshio y esperaba que éste le aconsejara.

Él es el adulto y yo soy el niño, pensó Toshio con amargura. Tendría que ser a la inversa.

No, eso es una idiotez. La edad o la relación tutor-pupilo no tienen nada que ver. Yo soy militar. El que nos mantengamos con vida es deber mío.

Mantuvo oculto su nerviosismo.

—Haremos lo mismo que hemos hecho hasta ahora, doctor Dart. Vamos a acosarlos y a intentar retrasar su partida lo máximo posible.

Dart parpadeó unas cuantas veces seguidas, y luego objetó:

—Pero entonces no habrá salida para nosotros. ¿Puedes conseguir que el Streaker venga a buscarnos?

—Eso no está en mis manos, pero creo que, si puede, Gillian lo hará. Pero usted y yo ahora somos prescindibles. Trate de comprenderlo, doctor Dart. Somos soldados. Se dice que es una satisfacción sacrificarse por el bien de los demás. Creo que es verdad; de otro modo, no existirían las leyendas.

El chimp intentaba creerle. Sus manos se agitaban a causa del nerviosismo.

—Si consiguen regresar a la Tierra, contarán lo que hemos hecho, ¿no?

—¿Usted qué cree? —sonrió Toshio.

Charlie miró al suelo durante unos instantes. Podían oír a los stenos avanzando por el bosque, aún a distancia.

—Humm, Toshio, hay algo que debieras saber.

—¿Qué es, doctor Dart?

—Ah, ¿te acuerdas de lo que yo quería hacer para retrasar un poco su partida?

—Su experimento. Sí, me acuerdo.

—Bien, los instrumentos que dejé a bordo del Streaker registrarán los datos, de forma que la información llegará a casa aunque yo no lo haga.

—¡Oh, eso es fantástico, doctor Dart! Me alegro por usted —Toshio sabía lo que aquello significaba para el científico chimp.

—Sí, bien, es demasiado tarde para impedir lo que va a ocurrir —Dart sonrió ligeramente—, así que pienso que debes saberlo para que no te sorprendas.

—Dígamelo —había algo en el tono de Dart que intranquilizó a Toshio.

—Dentro de ochenta minutos el robot estará donde yo quiera —dijo Charlie consultando su reloj. Miró a Toshio con cierto nerviosismo—. Entonces mi bomba explotará.

Toshio se apoyó contra el tronco de un árbol.

—Perfecto, es justo lo que necesitamos...

—Iba a decírselo a Takkata-Jim para que pudiéramos alejarnos en el momento de la explosión —explicó Charlie apesadumbrado—. Aunque yo no me hubiera preocupado mucho. Examiné el mapa de la caverna que trazó Dennie. Apostaría incluso que la colina no va a hundirse pero, ya sabes... —Hizo un gesto con las manos.

Toshio suspiró. De todas formas iban a morir. Por fortuna, ese último giro de la suerte no tenía, al parecer, implicaciones cósmicas.

94
STREAKER

—Estamos listos —anunció él con mucha flema.

Gillian levantó la vista de la pantalla holo. Hannes Suessi la saludó desde el umbral de la puerta formando con los dedos la V de victoria. Las luces del pasillo bien iluminado proyectaban un trapezoide en el suelo de la habitación en penumbra.

—¿Los ajustes de la impedancia...? —preguntó ella.

—Perfectos. De hecho, cuando regresemos a la Tierra, voy a sugerir que compremos un montón de cascos viejos de los thenanios para reparar con ellos a todos los Snarks.

Iremos despacio debido al agua contenida en la crujía central, pero el Streaker despegará, y volará. Y será prácticamente imposible que recibamos un golpe que atraviese la carcasa externa.

—Por ahí arriba se están repartiendo todavía muchos golpes —dijo Gillian poniendo los pies sobre la mesa del despacho.

—La nave volará... Y en cuanto a lo demás... —el ingeniero se encogió de hombros—.

Lo único que le aconsejaría es que dejase dormir un par de horas al personal de máquinas porque, en caso contrario, en el momento del despegue estarán destrozados.

Aparte de eso, todo es ahora cosa suya, madame capitán. Y no venga a pedirnos ningún otro consejo —siguió hablando sin dejarla intervenir—. Hasta ahora, Gillian, ha hecho usted muy buen trabajo y ni Tsh't ni yo vamos a decir otra cosa que «sí, señor», «muy bien, señor».

—De acuerdo —asintió Gillian cerrando los ojos. Hannes miró hacia el laboratorio de Gillian a través de la puerta abierta de la oficina de ésta. Tenía conocimiento de la existencia del viejo cadáver puesto que había ayudado a Tom Orley a trasladarlo a la nave. Vislumbró una silueta suspendida dentro de un ataúd de cristal. Hannes se estremeció y desvió la vista.

El visor holo de Gillian mostraba una pequeña representación, del tamaño de una pelota de ping-pong, del planeta Kithrup, y las lunas de éste como un enjambre de minúsculos insectos. Suspendidos en el espacio, se veían dos grupos de manchas azules y rojas acompañadas de diminutas letras-código de ordenador.

—No parece que queden demasiados de esos indecentes sodomitas —comentó Suessi.

—Ésas son justamente las naves situadas en el espacio cercano. La vista general de un astrón cúbico muestra dos escuadrones aún importantes de los galácticos. No podemos identificar de qué flotas se trata, pues el ordenador de combate asigna colores en función de sus movimientos. Al parecer, las alianzas ahí arriba siguen modificándose.

Y hay montones de supervivientes refugiados en las lunas.

Suessi frunció los labios. Iba a preguntar algo que estaba en la mente de todos, pero se contuvo. Y sin embargo Gillian respondió a su pregunta no formulada.

—Seguimos sin tener noticias de Tom —ella se miró las manos—. Hasta estos momentos tampoco hubiésemos podido utilizar su información, pero ahora... —interrumpió sus palabras.

—Pero ahora tendríamos que saber si despegar puede significar un suicidio —dijo Suessi completando la frase a medio acabar de Gillian. Vio que ésta examinaba de nuevo el visor—. Está intentando descubrirlo por sí misma, ¿no es cierto?

Gillian se encogió de hombros.

—Tómate una hora, Hannes, o tres, o diez. Di a tus fines que echen una cabezada en sus puestos y que conecten sus máquinas de dormir con el puente. Tal vez estoy equivocada —frunció el ceño al contemplar las manchas en movimiento del visor—, nosotros podemos elegir el menor de los males: quedarnos aquí escondidos hasta que nuestras encías empiecen a volverse azules debido al veneno del metal o nos muramos de hambre. Pero creo, tengo el presentimiento, de que debemos actuar en seguida —dijo sacudiendo la cabeza.

—¿Y qué hay de Toshio, Hikahi y los demás?

Gillian no contestó. La respuesta no era necesaria. Unos instantes después, Suessi se marchó, cerrando la puerta a sus espaldas.

Puntos. Los sensores pasivos del Streaker no podían detectar más que pequeños puntos en movimiento que a veces se unían en brillantes racimos y que cuando se separaban lo hacían en menor número. El ordenador de combate examinaba aquellas figuras y sacaba conclusiones provisionales. Pero la respuesta que ella necesitaba no llegaba nunca.

—Las flotas supervivientes, ¿reaccionarán con indiferencia ante la aparición repentina de un crucero thenanio perdido mucho tiempo atrás, o por el contrario aunarán sus fuerzas para hacerlo desaparecer de los cielos? —Gillian tenía que tomar una decisión.

Nunca se había sentido tan sola.

¿Dónde estás, muchacho? Vives, lo sé. Puedo sentir tu lejano aliento. ¿Qué estás haciendo ahora?

A su izquierda, una brillante luz verde empezó a emitir destellos.

—¿Sí? —dijo al operador de comunicaciones.

—¡Doctora Bassskin! —era la voz de Wattaceti, desde el puente—. Hay una llamada de Hikahi. ¡Creideiki está con ella!

—¡Pásame la comunicación!

Se produjo un silbido mientras el operador subía el volumen de la débil señal.

—¿Gillian? ¿Eresss tú?

—Sí, Hikahi. ¡Gracias a Dios! ¿Estás bien? ¿Y Creideiki?

—Estamos los dos muy bien, Asistenta de la Vida. Por lo que nosss ha dicho el fin del puente, veo que no nos necesitáis en absoluto.

—¡Son unos malditos mentirosos! ¡Vampiros de sus tutores! Y no cambiaría ni a uno de ellos por mi brazo izquierdo. Escucha, faltan cinco delfines de la tripulación Debes estar alerta, dos de ellos son regresivos y altamente peligrosos.

La línea silbó unos instantes y luego llegó la respuesta.

—No te preocupes, cuatro de ellos han muerto.

—¡Dios mío! —dijo Gillian cubriéndose el rostro con las manos.

—Keepiru está con nosotrosss —Hikahi respondió a la pregunta que Gillian no había formulado.

—Pobre Akki —suspiró Gillian.

—Haz saber a Calaña que murió cumpliendo su deber. Keepiru dice que fue valiente y cognoscitivo hasta el final.

—Hikahi, tu eres ahora la capitán. Necesitamos que regreses de inmediato. En este instante te hago oficialmente el traspaso de poderes...

—No, Gillian —la interrumpió—. Aún no, por favor. Todavía hay cosas que debo hacer con el esquife. Tenemos que recoger a los de la isla y a los kiqui voluntarios.

—No creo que tengamos tiempo, Hikahi —las palabras sonaban amargas al pensar en la brillante y siempre modesta Dennie Sudman, en el erudito Sah'ot, y en Toshio, tan joven, tan noble.

—¿Ha llamado Tom? ¿Hay alguna emergencia?

—Ni una cosa ni otra, todavía. Pero...

—¿Ent-t-tonces qué?

No podía explicarse. Lo intentó en ternario.

Qué sonido tan penetrante oigo,

Toque de clarines, motores acelerados,

Las lágrimas por un amor perdido,

Rápidas, muy rápidas.

En el esquife se produjo un largo silencio. Luego no se oyó la voz de Hikahi, sino la de Creideiki que respondía. En su ternario repetitivo, de frases simples, Gillian sólo pudo captar un ligero indicio de algo profundo y un poco misterioso.

Sonidos, Todos los Sonidos

Contentan Algo

Contestan Algo:

Acciones, Todas las acciones

Producen Sonidos

Producen Sonidos:

Pero el Deber, Todo el Deber

Llama en Silencio

Llama en Silencio:

Gillian contuvo la respiración hasta que oyó desvanecerse la última nota de Creideiki.

Un temblor helado le recorrió la columna vertebral.

—Adiós, Gillian —dijo Hikahi—. Haz lo que creas que debes hacer. Regresaremosss tan pronto como poda-mosss. Pero no nos esperes.

—¡Hikkahi! —Gillian se agarró al radiotransmisor pero la comunicación se cortó antes de que pudiera decir nada más.

95
TOSHIO

—Ambas esclusas de aire están cerradas por dentro —anunció Toshio jadeando al regresar a su escondrijo—. Me parece que tendremos que intentarlo como usted lo hizo.

Charles Dart asintió y lo condujo hasta los impulsores de popa de la pequeña astronave.

Por dos veces, tuvieron que encaramarse a unos altos árboles mientras los sienas patrullaban la zona. A los dementes fines no se les había ocurrido, al parecer, mirar hacia arriba en busca de sus presas. Pero Toshio sabía que no tendrían escapatoria si los cogían en campo abierto.

Charlie quitó la tapa posterior del pasillo de mantenimiento que estaba entre los motores.

—Entré por ahí arrastrándome entre los circuitos del combustible hasta llegar al panel de acceso de esa mampara —dijo, señalando, mientras Toshio contemplaba el laberinto de tubos.

—No es de extrañar que nadie buscase ahí a un polizón —comentó Toshio mirando con asombro a Dart—. ¿Y es así como entró también en el arsenal? ¿Trepando por las tuberías en las que no cabría ningún humano?

El planetólogo asintió.

—Me parece que no podrás acompañarme. Lo que significa que tendré que sacar a esos bichitos yo solo, ¿no?

—Creo que están en la bodega de popa —asintió Toshio—. Toma, aquí tienes el codificador.

Le tendió el dispositivo traductor. Parecía un gran medallón colgado de un collar. Todos los neochimps estaban familiarizados con los codificadores ya que, por lo general, tenían problemas para hablar hasta la edad de tres años. Charlie se lo pasó por la cabeza.

Empezó a trepar por la pequeña abertura, pero se detuvo y miró al guardiamarina con el rabillo del ojo.

—Dime, Toshio. Imagina que ésta es una de esas naves-zoológico del siglo XX y que ahí hubiera un montón de chimps presensitivos en la bodega de una nave clíper, o lo que usaran entonces para ir desde África a algún laboratorio o circo. ¿Te arriesgarías a rescatarlos?

—Con franqueza, Charlie, no lo sé —Toshio se encogió de hombros—, me gustaría pensar que sí. Pero en realidad, no sé lo que hubiera hecho.

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