Authors: David Brin
—¿No han llamado aún los thenanios? —espetó.
—Aún no, Madre de la Flota —respondió un pila de la sección de comunicaciones después de inclinarse ante ella—, aunque ya se han separado de sus aliados tandu.
Esperarnos recibir pronto noticias de Buoult.
—Informadme al momento —ordenó Krat con aspereza. El pila se apresuró a mover la cabeza en sentido afirmativo y se retiró.
Krat volvió a considerar sus opciones. Por último tuvo que decidir cuál de sus deterioradas y casi inservibles naves sería destinada a una nueva exploración de la superficie del planeta, en vez de participar en el próximo combate.
Por unos momentos, jugó con la idea de mandar a una nave thenania cuando se formalizara la alianza contra los tandu, actualmente los más poderosos. Pero decidió que sería poco inteligente. Era mejor mantener a los pedantes y mojigatos thenanios en el espacio, para no perderlos de vista. Destinaría una de sus pequeñas patrulleras.
Krat imaginó a los terrestres, con su piel pastosa, altos y delgados, desgarbados y furtivos, y a sus extraños y mancos delfines pupilos.
Cuando al fin sean míos, pensó, voy a hacerles lamentar todos los problemas que me están causando.
Hemos llegado.
Durante las últimas cuatro horas, he sido la directora de un manicomio. Gracias al cielo hemos recuperado a Hannes, Tsh't y Lucky Kaa y a todos esos maravillosos y competentes fines que habían partido hace tanto tiempo. Sólo cuando han regresado nos hemos dado cuenta de cuántos de nuestros mejores elementos fueron enviados como avanzadilla a preparar nuestra nueva morada.
Fue un encuentro alocado. Los fines se lanzaban unos contra otros, formando tal alboroto que a menudo tenía que recordarme a mí misma que los galácticos en realidad no podían oírnos... Sólo hubo una sombra, cuando evocamos a los miembros ausentes de la tripulación, los seis fines desaparecidos, incluyendo a Hikahi, Akki y Keepiru. Y Tom, por supuesto.
Fue poco después cuando descubrimos que también Creideiki había desaparecido.
Después de una breve celebración, empezamos a trabajar. Lucky Kaa cogió el timón, casi con tanta seguridad y firmeza como la que mostraba Keepiru, y dirigió el Streaker a lo largo de los raíles guía hasta el interior de la naufragada nave thenania. Abrazaderas gigantes surgieron de las paredes y ciñeron al Streaker, casi convirtiéndolo en una parte más del armazón exterior. El ajuste es perfecto. De inmediato, los técnicos empezaron a integrar los sensores y a sintonizar las impedancias de los alerones de estasis. Los impulsores ya están alineados. Con cuidado, hemos abierto las disfrazadas portillas de armamento, por si tenemos que luchar.
¡Vaya empresa! Nunca pensé que fuera posible. Y no puedo creer que los galácticos esperen algo así. La imaginación de Tom es desbordante. Si pudiéramos oír su señal...
Le he pedido a Toshio que envíe aquí a Dennie y a Sah'ot en trineo. Si hacen una ruta directa a máxima velocidad, pueden llegar en poco menos de un día. De todos modos, necesitaré ese tiempo para acabar de poner orden.
Realmente, es vital conseguir las notas de Dennie y las muestras de plasma. Si Hikahi comunica con nosotros, le pediré que se detenga en la isla para recoger a los emisarios kiqui. Lo segundo, sólo tras la necesidad de escapar con todos nuestros datos, es nuestro deber hacia esos pequeños anfibios: salvarles de un contrato de aprendizaje con alguna raza demente de tutores galácticos.
Toshio decidió quedarse para no perder de vista a Takkata-Jim y a Metz, y también para esperar a Tom, suponiendo que aparezca. Creo que añadió este último motivo sabiendo que así era imposible que me negara... Yo sabía que se ofrecería, desde luego.
Contaba con ello.
Hace que me sienta mal haber tenido que utilizarlo para que vigile a Takkata-Jim.
Incluso si nuestro antiguo segundo frustra mis expectativas y se porta bien, no sé cómo podrá regresar Toshio a tiempo, sobre todo si tenemos que despegar precipitadamente.
Estoy aprendiendo el significado de la frase «la soledad del mando».
He tenido que fingir sorpresa cuando Toshio me ha hablado de las minibombas que Charlie Dart robó de la armería. Toshio se ofreció para intentar quitárselas a Takkata-Jim, pero se lo he prohibido. Le he dicho que aceptaremos el riesgo.
No podía hacerle confidencias. Toshio es un joven brillante, pero no tiene cara de póquer.
Creo que he calculado bien las cosas. ¡Si pudiera estar segura!
La maldita Niss aún sigue llamándome. Esta vez, iré a ver qué quiere.
Oh, Tom. Si hubieras estado aquí, ¿habrías perdido a todo un capitán de navío?
¿Cómo podré perdonarme el haberle dejado salir solo?
Sin embargo, parecía estar tan bien. Por Ifni, ¿qué habrá podido pasarle?
A primera hora de la mañana, inclinado sobre su consola instalada al borde del agua, conversaba alegremente con su nuevo robot. Había descendido ya más de un kilómetro, implantando pequeños detectores en las paredes del pozo del árbol taladrador, a lo largo de su ruta.
Charles Dart mascullaba satisfecho. En pocas horas, llegaría a la máxima profundidad alcanzada por el primero, una sonda inútil que tuvo que abandonar. Luego, tras realizar varias pruebas más para verificar sus teorías sobre las formaciones de la corteza local, podría comenzar a informarse acerca de cuestiones más importantes, como averiguar qué planeta era similar a Kithrup.
¡Nadie, nadie, podría detenerle ahora!
Recordaba los años que había pasado en California, en Chile, en Italia, estudiando los seísmos sobre el terreno, trabajando con algunos de los mejores cerebros de la ciencia geofísica. Había sido apasionante. Sin embargo, después de varios años, empezó a darse cuenta de que algo iba mal.
Había sido admitido en todas las mejores asociaciones profesionales, sus artículos eran recibidos con grandes elogios y ocasionales rechazos vehementes; reacciones ambas preferidas por cualquier científico decente a la indiferencia. No le faltaron prestigiosas ofertas de trabajo.
Pero llegó un día en que, de repente, empezó a preguntarse dónde estaban los estudiantes.
¿Por qué ningún estudiante de los que preparaban una tesis de graduación lo solicitaba como asesor de la misma? Veía a sus colegas asediados por aspirantes ansiosos de ser ayudados en la investigación, mientras que a él, a pesar del prestigio de sus publicaciones, de sus amplios conocimientos y de sus controvertidas teorías, sólo llegaban los de segunda clase: los estudiantes que necesitaban más la garantía de un apoyo que un mentor. Ninguno de los brillantes jóvenes masc y fem le escogía como tutor académico.
Claro que habían ocurrido un par de casos sin importancia en los que su temperamento se impuso sobre la mejor parte de él, y uno o dos de sus estudiantes salieron dando un portazo. Pero esto no podía explicar el pozo en que había caído la parte pedagógica de su carrera.
Poco a poco, llegó a pensar que debía haber algo más. Alguna cosa... racial.
Dart siempre se mantuvo por encima de las obsesiones que muchos chimps sentían por la elevación, incluyendo el fastidioso respeto que la mayor parte de ellos profesaba a los humanos, o los mohines de resentimiento de una pequeña pero bulliciosa minoría. En cualquier caso, un par de años antes empezó a prestar atención al asunto, y pronto tuvo una teoría. ¡Los estudiantes lo eludían porque era un chimpancé!
Le había sorprendido. Durante tres meses completos lo abandonó todo para estudiar el problema. Leyó los protocolos que regían el patronazgo de la Humanidad sobre su raza, y se sintió ultrajado por la absoluta autoridad que los humanos tenían sobre las otras especies, hasta que leyó también las prácticas de elevación utilizadas por toda la galaxia.
Aprendió entonces que ningún otro tutor daba asiento en sus concejos a una raza pupila con cuatrocientos años de antigüedad, como hacían los humanos Charles Dart se sintió confuso. Pero luego reflexionó sobre la palabra «dar».
Se documentó acerca de los antiguos conflictos raciales de los humanos. ¿Había transcurrido en realidad menos de medio milenio desde que los humanos urdieran gigantescas y fatuas mentiras sobre una parte de ellos tan sólo por diferencias de pigmentación, y asesinaran a millones porque acabaron creyendo sus propias mentiras?
Había descubierto una nueva palabra, «diferencialismo», y sintió una terrible vergüenza. Fue entonces cuando se presentó voluntario para una misión en el espacio profundo, determinado a no regresar sin pruebas de su competencia académica, ¡su valor como científico a la par con cualquier humano!
Así fue como le asignaron al Streaker, una nave llena de delfines chillones... y agua. Y, como postre, ese saco lleno de presunción que era Ignacio Metz empezó de inmediato a tratarle como si él fuera otro de sus inacabados semiengendros experimentales.
Tuvo que aprender a vivir con eso. Se acomodó a Metz. Tenía que soportar cualquier cosa hasta que los descubrimientos de Kithrup se hicieran públicos.
¡Entonces todos se levantarían cuando Charles Dart entrara en la habitación! Los jóvenes estudiantes humanos, los más brillantes, acudirían a él. ¡Todos podrían ver que, al menos, él no era diferente.
Los profundos pensamientos de Charlie fueron interrumpidos por unos sonidos procedentes de la cercana vegetación. Se apresuró a bajar la placa que cubría una serie de controles en la esquina inferior de la consola. No quería correr el riesgo de que alguien descubriera la parte secreta de su experimento.
Dennie Sudman y Toshio Iwashika aparecieron por el sendero de la aldea, hablando en voz baja y llevando unos pequeños bultos. Charlie se enfrascó en los complicados mandos del robot, mientras dirigía subrepticias miradas hacia los humanos, preguntándose si sospecharían algo.
Pero no. Estaban demasiado ocupados el uno con el otro, tocándose, acariciándose, murmullando. Charlie dejó escapar un disimulado bufido ante la incesante preocupación de los humanos por el sexo, pero agitó la mano y les sonrió cuando ellos miraron en dirección a él.
No sospechaban nada, se felicitó a sí mismo, mientras le devolvían el saludo; luego volvió a sus asuntos particulares. Es una suerte para mí que estén enamorados.
—Aún quiero quedarme. ¿Qué pasará si Gillian se equivoca? ¿Y si Takkata-Jim acaba la conversión de las bombas antes de lo previsto?
Toshio se encogió de hombros.
—Todavía tengo algo que él necesita —dirigió la mirada al segundo de los dos trineos que había en la charca, el que perteneciera a Tom Orley—. Takkata-Jim no puede partir sin ello.
—¡Exacto! —dijo Dennie con énfasis—. Necesita esa radio, o los ETs podrían volarlo en pedazos antes de que tuvieran la oportunidad de negociar. ¡Pero estarás solo! ¡Y ese fin es peligroso!
—Ésta es una de las muchas razones para que te envíe lejos de inmediato.
—¿Es el gran humano macho quien me está hablando? —Dennie intentaba ser sarcástica, pero le faltó mordacidad.
—No —respondió Toshio, sacudiendo la cabeza—. Es tu comandante militar quien está hablando. Y ya basta. Ahora vayamos a cargar las últimas muestras. Os escoltaré a ti y a Sah'ot unas cuantas millas antes de deciros adiós.
Se inclinó para recoger uno de los paquetes, pero antes de que lo tocara siquiera sintió una mano en su espalda.
Un fuerte empujón le hizo perder el equilibrio.
—¡Dennie! —gritó.
Alcanzó a vislumbrarla, sonriendo diabólicamente. En el último momento, hizo un precipitado movimiento con la mano izquierda y asió las de ella. Las risas se convirtieron en un grito cuando la arrastró consigo al agua.
Emergieron, farfullando, entre los trineos. Con una carcajada triunfante, Dennie agarró la cabeza de Toshio con ambas manos y la sumergió. Pero entonces casi saltó fuera del agua al sentir que algo la tocaba por detrás.
—¡Toshio! —le acusó.
—No he sido yo —aguantó la respiración y se alejó de los brazos que lo retenían—.
Debe tratarse de tu otro amante.
—¿Mi otro...? ¡Oh, no! ¡Sah'ot! —Dennie dio varias vueltas a su alrededor buscando y protestando al mismo tiempo; de pronto lanzó un alarido cuando algo la tocó de nuevo desde atrás—. ¿Es que vosotros, machos con cerebro de escroto, nunca pensáis en otra cosa?
La cabeza jaspeada de gris de un delfín rompió la superficie a su lado. El respirador que cubría el agujero soplador sólo ponía sordina a sus carcajadas.
Mucho antes de que los humanos
Remaran sobre un trozo de madera
Nosotros hicimos un invento.
¿Os importa si
Hacemos un intento
De
Ménage a trois
?
Los miró de reojo, y Toshio se echó a reír cuando Dennie se ruborizó. Aquello sólo provocó que empezara a salpicarle agua hasta que él nadó hacia donde se encontraba ella y le sujetó los brazos contra uno de los trineos. Acabó con sus imprecaciones con un beso.
Sus labios soportaron el desesperado sabor de Kithrup cuando le devolvió el beso.
Sah'ot se deslizó a su lado, y les mordisqueó suavemente las piernas con sus afilados y puntiagudos dientes.
—Sabes que no debemos exponernos al peligro de estas aguas, si podemos evitarlo —le dijo Toshio mientras aún permanecían abrazados—. No tenías que haberlo hecho.
Dennie sacudió la cabeza, y luego hundió su rostro en el hombro del joven para ocultarlo.
—¿Cuál de nosotros es más tonto, Tosh? —murmuró—. ¿Por qué preocuparse por ese metal venenoso? Estaremos muertos mucho antes de que nuestras encías empiecen a ponerse azules.
—Vamos, Dennie, no digas esas cosas...
Intentó encontrar palabras para confortarla, pero descubrió que todo lo que podía hacer era abrazarla con más fuerza, mientras el delfín giraba a su alrededor.
Zumbó un transmisor. Sah'ot fue a encender la unidad del trineo de Orley. Era la única que estaba conectada por cable monofilamento con la antigua posición del Streaker.
Escuchó una serie de chasquidos primitivos; después, graznó rápidamente en respuesta. Se alzó en el agua, desatándose el aparato respirador.
—¡Es para ti, Toshio!
Toshio ni siquiera se molestó en preguntarle si se trataba de algo importante. Por aquella línea tenía que serlo. Con delicadeza, se apartó de Dennie.
—Acaba de cargar tus cosas. Yo vuelvo en seguida para ayudarte.