Authors: David Brin
Los sonidos de la discusión de la enfermería se alejaron a medida que su suave canción tejía una tela cada vez más tupida a su alrededor. Los ecos de murmullos o crepitaciones hicieron que las paredes se disolvieran y tomara forma una nueva realidad.
Junto a él creció poco a poco una oscura presencia.
Sin palabras, le dijo que se marchara.
: No: Hemos Regresado: Tienes Más Que Aprender:
Por lo que sé, sois uno de mis delirios. Ninguno de vosotros ha pronunciado nunca un sonido por sí mismo. ¡Siempre habláis por reflejo de mi propio sonar!
: ¿Han Sido Tus Ecos Tan Complejos Alguna Vez?
¿Quién sabe lo que puede hacer mi inconsciente? ¡En mi memoria hay más sonidos extraños de los que haya captado cualquier otro cetáceo viviente! ¡He estado en el lugar en que las nubes vivas silban para vencer a los huracanes! ¡He oído las explosiones de los agujeros negros y he escuchado las canciones de las estrellas!
: Razón De Más Para Que Seas El Que Queremos: El Que Necesitamos:
¡Me necesitan aquí!
: Por supuesto.
Ven,
Creideiki.:
El antiguo dios, K-K-Kph-kree, se aproximó. Su forma sónicamente traslúcida resplandecía. Sus afilados dientes centellearon. Ficticia o no, la gran cosa empezó a moverse, arrastrándole consigo, como antes, impotente para resistir.
: ABAJO:
Entonces, en el instante en que la resignación invadía a Creideiki, oyó un sonido.
Milagrosamente, no lo había producido él, difractado contra su demente sueño. ¡Procedía de otro lugar, poderoso y apremiante!
: No Hagas Caso: Ven
La mente de Creideiki saltó tras el sonido como si éste fuera un banco de salmonetes, incluso cuando creció hasta un volumen ensordecedor.
: Estás Sensibilizado: Tienes Una Psi Que No Conocías Antes: Aún No Sabes Cómo Usarla: Desprecia Los Premios Inmediatos: Sigue El Camino Difícil...: Creideiki rió y se abrió al ruido del exterior. Chocó en su interior, disolviendo la brillante oscuridad del dios antiguo y convirtiéndola en manchas sónicas que destellaron y luego, poco a poco, desaparecieron.
: Ese Camino Se Ha Terminado Para Ti:
: Creideiki...:
Entonces, el dios de la gran cresta se marchó. Creideiki rió al sentirse libre de la cruel ilusión, agradecido al nuevo sonido que le había liberado.
Pero el ruido seguía creciendo. La victoria se convirtió en pánico a medida que aumentaba y se tornaba una presión en el interior de su cabeza, golpeando contra las paredes de su cráneo, martilleando con insistencia para salir al exterior.
Creideiki soltó un silbido de desesperación mientras trataba de controlar la estrepitosa marea.
Por fin, las olas de pseudo-sonido cedieron.
—¡Creideiki! —gritó Makanee, nadando hacia el tanque del comandante. Los demás también se volvieron y percibieron la angustia del delfín herido.
—¿Qué le pasa? —preguntó Gillian, aproximándose a nado a Makanee. Pudo ver cómo el capitán se debatía débilmente, soltando una serie de graves gemidos que iban disminuyendo.
—No lo sé. Nadie le estaba vigilando cuando la bomba psi alcanzó su punto álgido.
Justo ahora acabo de darme cuenta de su trastorno.
La gran forma gris oscura del interior del tanque parecía ya más tranquila. Los músculos de la espalda de Creideiki se contraían lentamente mientras emitía un grito casi imperceptible.
Ignacio Metz fue al encuentro de Gillian.
—Ah, Gillian —empezó—. Quiero que sepa que me alegro mucho de que Tom esté vivo, aunque este retraso sea un mal presagio. Sigo pensando que ese plan suyo del «Caballo Marino de Troya» está concebido sin la debida reflexión.
—Eso ya lo discutiremos en el concejo de la nave, ¿verdad, doctor Metz? —dijo ella con frialdad. Metz se aclaró la garganta.
—No estoy seguro de que el capitán en funciones permita... —no pudo sostener la mirada de Gillian y dirigió la vista hacia otro lado.
Gillian observó a Takkata-Jim. Si tomaba una decisión apresurada, ésa sería la gota que colmaría el vaso de la moral del Streaker. Gillian tenía que convencer a Takkata-Jim de que perdería si se enfrentaba con ella. Y además, él tenía que ofrecer una salida o podía declararse una guerra civil a bordo.
Takkata-Jim le devolvió la mirada con una mezcla de hostilidad y cálculo. Ella vio cómo el extremo de su mandíbula sensible a los sonidos se movía por turnos hacia cada uno de los fines para medir su reacción. La noticia de que Tom Orley estaba vivo correría por la nave como un reguero de pólvora. Uno de los guardias armados stenos, presumiblemente elegido cuidadosamente por el teniente, mostraba un júbilo rebelde y charlaba esperanzado con Wattaceti.
Tengo que actuar deprisa, pensó Gillian. Está desesperado.
Nadó hacia Takkata-Jim, con la sonrisa en los labios. Éste retrocedió, y un leal stenos que estaba junto a él la miró de hito en hito.
—Ni siquiera lo pienses, Takkata-Jim —Gillian hablaba en voz baja para que los demás no pudieran oírla—. Los fines a bordo de la nave tienen ahora fresco en la memoria el recuerdo de Tom Orley. Si antes pensaste que podías hacerme daño, es mejor que vuelvas a considerarlo —los ojos de Takkata-Jim se ensancharon y Gillian supo que había dado en el blanco, aprovechándose de la leyenda de sus facultades psi—. Además, voy a estar junto a Ignacio Metz. Es un bobo, pero si es testigo de que se me hace daño, lo perderás. Necesitas a tu lado a un hombre como símbolo, ¿no es cierto? Si no tienes a ninguno, ni siquiera tus stenos te apoyarán.
Takkata-Jim batió sus mandíbulas con fuerza.
—¡No trates de intimidarme! No tengo por qué herirte. Soy la autoridad legal de la nave.
Puedo confinarte en tus habitacionesss.
—¿Estás seguro? —dijo Gillian, mirándose las uñas.
—¿Vas a incitar a la tripulación para que se rebele contra la autoridad legal? —Takkata-Jim parecía en verdad ofendido. Sabía que muchos tursiops, tal vez la mayor parte, la seguirían a ella dijera la ley lo que dijese. Pero eso sería un motín y dividiría a la tripulación.
—¡Tengo la ley de mi parte! —susurró él. Gillian suspiró. Tendría que jugar a la defensiva, debido al daño que esto ocasionaría si se enteraban los delfines de la Tierra.
Murmuró las dos palabras que nunca hubiera querido pronunciar.
—Ordenes secretas —dijo.
Takkata-Jim la miró fijamente, y luego soltó un agudo grito. Se alzó sobre la cola y aleteó ante el guardia que parpadeaba confuso. Gillian se volvió y pudo ver corno Metz y Wattaceti los miraban.
—¡No te creo! —rezongó Takkata-Jim, lanzando chorros de agua en todas direcciones—. ¡En la Tierra nos lo prometieron! ¡El Streaker es nuestra nave!
—Pregunta a la tripulación del puente si funcionan los controles de batalla —contestó Gillian, encogiéndose de hombros—. Que alguien intente salir por la esclusa, que alguien intente abrir la puerta del arsenal.
Takkata-Jim dio la vuelta y se dirigió a toda prisa a la pantalla de transmisiones que estaba en el extremo opuesto de la sala. El guardia miró a Gillian unos instantes, y luego le siguió. Su mirada contenía un sentimiento de traición.
Gillian sabía que no todos los tripulantes iban a sentir de ese modo. Algunos estarían encantados. Pero en lo más profundo se asentaría la desconfianza. Uno de los objetivos principales de la misión del Streaker, el crear en los neofines un sentido de independencia y seguridad en sí mismos, se vería comprometido.
¿Tengo otra alternativa? ¿Hay algo que hubiera podido intentar antes?
Gillian sacudió la cabeza, deseando que Tom estuviese allí. Tom hubiese arreglado las cosas con una cancioncilla sarcástica en ternario que les hubiera hecho avergonzarse a todos.
Oh, Tom, pensó. Tenía que haber ido yo en tu lugar.
—¡Gillian!
Las aletas de Makanee golpeaban el agua y su arnés tintineaba. Con un brazo de metal señaló al delfín herido que flotaba en el tanque de gravedad.
¡Creideiki le devolvía la mirada!
—Joshua H. Bar, ¡usted dijo que tenía el córtex quemado! —observó Metz con asombro.
En los rasgos de Creideiki se dibujaba una expresión de meditación profunda. Respiró con pesadez y luego emitió un grito desesperado.
—¡Fuera!
—¡No esss posible! —dijo Makanee suspirando—. Sus centrosss de lenguaje...
El rostro de Creideiki se arrugó por el esfuerzo.
Sal:
¡Creideiki!
Nada:
¡Creideiki!
Era un ternario infantil, pero con un tono extraño. Y sus ojos oscuros ardían de inteligencia. El sentido telempático de Gillian se estremeció.
—¡Sal! —giró en el tanque y golpeó los cristales con sus aletas, produciendo un gran estrépito. Repitió la palabra ánglica. Su tono descendente recordaba una frase en primal.
—¡Sa-a-al!
—¡Ayudadle a salir! —ordenó Makanee a sus asistentas—. ¡Con cuidado! ¡Rápido!
Takkata-Jim regresaba a toda prisa de la pantalla de transmisiones; en su rostro había cólera. Se detuvo con brusquedad ante el tanque de gravedad y miró fijamente el brillante ojo del capitán Creideiki.
Era la gota que colmaba el vaso.
Se movió adelante y atrás como si fuera incapaz de decidir cuál era el lenguaje corporal adecuado. Luego se dirigió a Gillian.
—He hecho lo que creí mejor para la nave, su tripulación y la misión. Al llegar a la Tierra puedo demandarla.
Gillian se encogió de hombros.
—Esperemos que tengas la oportunidad de hacerlo.
—Muy bien —replicó Takkata-Jim, riendo secamente—. Vamos a representar esa comedia del concejo de la nave. Voy a convocarlo para dentro de una hora. Pero déjeme avisssarle, doctora Baskin; no lleve las cosas demasiado lejosss. Todavía tengo poder.
Hemos de llegar a un acuerdo. Si me censura, lo único que conseguirá será dividir a la tripulación de la nave —y en voz más baja añadió—: Y entonces tendremos que enfrentarnos. Gillian asintió. Había conseguido lo que quería. Si Takkata-Jim había hecho las cosas horribles que Makanee sospechaba, no existía ninguna prueba; debían llegar a un acuerdo o se produciría la guerra civil en la nave. Se tenía que ofrecer una salida al primer oficial.
—Lo tendré presente, Takkata-Jim. Dentro de una hora estaré allí.
El segundo se dispuso a partir, seguido de sus dos leales guardias de seguridad.
—¿Ha perdido usted el control, no? —preguntó Gillian al pasar junto a Metz, que observaba cómo se alejaba el teniente delfín.
—¿Qué, Gillian? —dijo el genetista, sacudiendo la cabeza—. ¿Qué quiere decir? —pero su cara le traicionaba. Como tantos otros, Metz tendía a sobrestimar los poderes psíquicos de Gillian. Ahora se preguntaba si ella había leído sus pensamientos.
—No importa —dijo Gillian con una ligera sonrisa—. Vamos a presenciar ese milagro.
Nadó hacia Makanee, que esperaba ansiosa la emersión de Creideiki. Metz la miró, lleno de dudas, antes de decidirse a acompañarla.
Con manos temblorosas, apartó las cepas de la entrada de la cueva. Se arrastró para salir de su refugio y parpadeó ante la brumosa mañana.
Se había formado una densa capa de nubes bajas. Todavía no se divisaban naves alienígenas, y eso estaba bien. Temió que llegasen mientras él, impotente, luchaba contra los efectos de la bomba psi.
No fue divertido. Durante los primeros minutos, las descargas psíquicas habían abatido sus defensas hipnóticas, sobrepasándolas y empapando su cerebro de aullidos alienígenas. Durante dos horas, que le parecieron toda una eternidad, tuvo que enfrentarse a imágenes estrafalarias, pulsaciones y luces y sonidos evocados en los centros nerviosos. Tom todavía temblaba a causa de la reacción.
—Espero que aún queden thenanios ahí fuera, y que bajen por esto. Y así, habrá valido la pena.
Según Gillian, la máquina Niss decía que había conseguido los códigos correctos de la Biblioteca encontrada en la nave thenania. Si todavía quedaban thenanios en el sistema, intentarían responder. La bomba debía haber sido detectada a millones de millas en todas direcciones.
Sacó un puñado de basura del agujero que había entre las hierbas y la tiró a un lado.
La espumosa agua del mar llegaba casi hasta la superficie. Probablemente, había otra abertura en el montículo que se hallaba a pocos metros —el paisaje herbáceo se movía y respiraba sin cesar—, pero Tom quería un manantial de agua al alcance de la mano.
Ensanchó el agujero lo mejor que pudo, se lavó las manos y luego se sentó en su refugio a examinar el cielo. Tenía junto a él las bombas psi restantes.
Por fortuna, aquéllas no contenían la angustia de la llamada thenania. Eran sólo mensajes grabados, concebidos para transmitir un breve código a una distancia de varios miles de kilómetros.
Únicamente había recuperado tres de los globos de mensajes del trineo accidentado, de modo que sólo podía transmitir una limitada serie de hechos. Según qué bomba mandase, Gillian y Creideiki sabrían la clase de aliens que habían ido a investigar la llamada de socorro.
Por supuesto, podía darse el caso de que ocurriera algo fuera de lo previsto. Entonces tendría que decidirse entre lanzar un mensaje ambiguo o no hacer nada y esperar.
Tal vez hubiera sido mejor traer una radio, pensó. Aunque una nave de guerra podría captarla casi al instante y localizar su situación a las pocas palabras dichas a través de ella. Una bomba de mensajes cumpliría su cometido en un segundo más o menos, y era mucho más difícil de localizar.
Tom pensó en el Streaker. Parecía que había pasado una eternidad desde que salió de allí. Todo lo que deseaba estaba en la nave: comida, una buena cama, agua caliente y su mujer.
Sonrió ante el orden de prioridad con que habían aparecido en sus pensamientos.
Bueno, Jill lo comprendería.
Tal vez el Streaker tuviera que abandonarle si su experimento sólo le dejaba una pequeña posibilidad de escapar de Kithrup. Pero aquélla no sería una manera deshonrosa de morir.
No tenía miedo a morir, sólo a no haber hecho todo lo que estaba en sus manos, y no poder escupir al ojo de la muerte cuando fuera a buscarlo. Ese gesto final era importante.
Le llegó otra imagen mucho más desagradable: el Streaker capturado, la batalla espacial terminada, y todos sus esfuerzos inutilizados.
Tom se estremeció. Era mejor imaginar un sacrificio que mereciese la pena.