Authors: David Brin
El sueño la llamaba insistentemente, pero ella sabía que aún tardaría bastante en dejarse atraer por él. Ante el humor que la había invadido, se sentía poco dispuesta.
La lógica era la bendición y la maldición de su proceso educativo. Sabía que Tom estaba donde se suponía que debía estar; lejos, buscando los medios para salvarlos a todos. Y él también lo sabía. Su partida había sido tan precipitada como necesaria, y ni siquiera había tenido tiempo de buscarla para decirle adiós.
Gillian era consciente de todas estas circunstancias, y no dejaba de repetírselas mientras nadaba. Pero aquello no hacía más que desconectar los problemas verdaderamente importantes de los pequeños, arrancando un punzante consuelo de la falta de atractivos de su lecho vacío.
—El Keneenk es un estudio de relaciones —explicó a su auditorio—. Un enfoque derivado de nuestra herencia delfiniana. El Keneenk es también un estudio de comparaciones rigurosas. Este segundo enfoque lo hemos aprendido de nuestros tutores humanos. El Keneenk es una síntesis de dos visiones del mundo, al igual que nosotros mismos.
Cerca de treinta neodelfines flotaban frente a él, las burbujas se elevaban lentamente desde sus agujeros sopladores, los intermitentes chasquidos de sonar eran el único sonido.
Ya que no había humanos presentes, Creideiki no tuvo que utilizar las largas vocales y las duras consonantes del ánglico culto. Pero, transcritas sobre papel, sus palabras hubieran sido del agrado de cualquier gramático inglés.
—Considerad los reflejos de la superficie del océano, donde el aire entra en contacto con el agua —sugería a sus discípulos—. ¿Qué nos dicen los reflejos?
Vio ante él expresiones de asombro.
—Los reflejos a qué lado del agua, os preguntaréis. ¿Hablo de reflejos que se perciben por debajo de la interfaz o por encima? Es más, ¿me refiero a reflejos de sonido o de luz?
Se volvió hacia uno de los atentos delfines.
—Wattaceti, imagínate que eres uno de nuestros ancestros. ¿Qué combinación se te ocurriría?
El técnico de la sala de máquinas parpadeó.
—Imágenes sonoras, comandante. Un delfín presensitivo habría pensado en reflejos de sonido en el agua, rebotando contra la superficie desde abajo.
Wattaceti parecía cansado, pero seguía asistiendo a estas sesiones con un ferviente deseo de perfeccionamiento. Era para elevar la moral de fines como Wattaceti por lo que el atareado comandante encontraba tiempo para continuar las sesiones.
—¡Exacto! —asintió Creideiki—. Ahora bien, ¿cuál sería el primer tipo de reflejo de que hablaría un humano?
—La imagen de luz procedente de arriba —respondió inmediatamente S'tat, el jefe del comedor de oficiales.
—Con toda probabilidad, aunque todos nosotros sabemos que algunos «orejas-grandes» pueden también aprender a oír.
Aquella inocente broma a expensas de la raza tutora fue recibida con una carcajada general. La risa era un modo de calibrar la moral de la tripulación, y Creideiki la sopesó como si estuviera comprobando la carga de una célula de combustible levantándola con las mandíbulas.
Por primera vez el capitán vio a Takkata-Jim y a K'tha-Jon formando parte del grupo.
Reprimió una momentánea preocupación. Si hubiera ocurrido algo, Takkata-Jim se lo habría indicado. Parecía estar allí sólo para escuchar.
Si esto quería decir que el teniente estaba poniendo fin a su larga y misteriosa crisis de melancolía, Creideiki se alegraba. Había mantenido a bordo a Takkata-Jim en vez de enviarlo con Orley y el equipo de rescate porque quería tenerlo bajo su control. A su pesar, había empezado a considerar que quizás era el momento de introducir algunos cambios en la cadena de mando.
Esperó a que cesasen las risas.
—Ahora, considerad. ¿Qué similitud guardan los pensamientos humanos y los nuestros sobre los reflejos de la superficie del agua?
Los estudiantes adoptaron expresiones concentradas. Éste sería el penúltimo problema. Con tantas reparaciones por supervisar, Creideiki había sentido la tentación de cancelar las clases. Pero entre la tripulación eran muchos los que querían desesperadamente aprender Keneenk.
Al inicio del viaje casi todos los fines habían participado en las conferencias, juegos y competiciones atléticas que ayudaban a combatir el aburrimiento del vuelo espacial. Pero desde el terrible episodio de las Syrtes, cuando una docena de fines de la tripulación había desaparecido mientras exploraban la terrorífica flota abandonada, algunos habían empezado a distanciarse de la comunidad de la nave para encerrarse en reducidos grupúsculos. Varios empezaron incluso a mostrar un extraño atavismo, crecientes dificultades con el ánglico y con el tipo de concentración indispensable para un espacionauta.
Creideiki se vio obligado a hacer malabarismos con los horarios para asegurar los remplazos. Le encargó a Takkata-Jim la misión de buscar tareas a los fines regresivos.
Esta actividad parecía apropiada para el teniente. Con la ayuda de K'tha-Jon, llegó incluso a encontrar un trabajo provechoso a los que estaban más afectados. Creideiki escuchó con atención los crujidos de las aletas, el gorgoteo penoso de las branquias, el ritmo de los latidos del corazón. Takkata-Jim y K'tha-Jon flotaban en silencio, aparentemente atentos. Pero Creideiki notó en ellos una tensión subyacente.
Sintió un escalofrío. Le había llegado de pronto una vivida imagen mental del ojo perspicaz y taciturno del teniente, y de los grandes y afilados dientes de K'tha-Jon. La rechazó y se reprendió por tener una imaginación tan activa. ¡No había razón lógica alguna para temer a ninguno de los dos!
—Estamos meditando sobre los reflejos que se producen en la interfaz que separa el aire del agua —resumió apresuradamente—. Tanto humanos como delfines, cuando consideran esta superficie, la conciben como una barrera. Al otro lado existe un reino que sólo se percibe al cruzar esta barrera. Sin embargo, el hombre actual, gracias a sus herramientas, ya no teme al mundo acuático como antes sucedía. Y, del mismo modo, gracias a sus herramientas, el neofín puede vivir y trabajar en el aire y mirar hacia abajo sin sentir vértigo.
«Considerad ahora vuestros pensamientos cuando hice la primera pregunta. La idea de un sonido reflejándose desde abajo fue lo primero que os vino a la mente. Nuestros ancestros se hubieran contentado con esa primera impresión, pero vosotros no os habéis quedado ahí. No habéis generalizado sin considerar antes otras posibles alternativas.
Éste es un rasgo común a todas las criaturas planificadas. Para nosotros es algo nuevo.
—El reloj del arnés de Creideiki sonó. Se hacía tarde. Pese a su fatiga, tenía que asistir todavía a una reunión y quería también acercarse al puente para saber si había noticias de Orley—. ¿Cómo un cetáceo, cuya herencia y cuya estructura cerebral están basadas en un conocimiento intuitivo, puede aprender a analizar elemento por elemento un problema complejo? A veces, la clave de una respuesta está en cómo se formula la pregunta. Os dejo por hoy con un ejercicio para vuestros ratos de ocio.
«Intentad plantear en terciario el problema de los reflejos en la superficie del agua... de modo que no exija una única respuesta o una oposición de tres niveles, sino un listado de todas las formas posibles de reflexión.
Vio cómo algunos fines fruncían el ceño con incomodidad.
—Sé que parece difícil y no os pediré que resolváis hoy este problema —dijo el capitán con una sonrisa tranquilizadora—. Pero sólo para mostraros que es factible, oíd el eco de este sueño:
Una capa divide
Estrella del cielo-Estrella del mar.
¿Qué llega a nosotros
En ángulo agudo?
El octópodo ruidoso, apresador de estrellas
¡Reflejos!
La gaviota que llama a la noche y sigue a una estrella
¡Reflejos!
La estrella que brilla en los ojos de mi amada
¡Reflejos!
El sol en su rugiente y muda ascensión
¡Reflejos!
Creideiki obtuvo una merecida recompensa al ver a su auditorio con los ojos desorbitados por la admiración. Cuando se disponía a marcharse, observó que incluso Takkata-Jim sacudía la cabeza lentamente como si estuviera considerando un pensamiento que nunca hubiera tenido antes.
Al salir de la reunión, K'tha-Jon insistía en su punto de vista.
—¿Lo has visssto, Takkata-Jim? ¿Lo hasss oído?
—He visto y oído, K'tha-Jon. Y, como siempre, estoy francamente impresionado.
Creideiki esss un genio. ¿Que querías indicarme?
K'tha-Jon entrechocó las mandíbulas, lo que estaba lejos de considerarse como una cortesía en presencia de un oficial superior.
—¡No ha dicho nada sssobre los galácticos¡¡Ni una palabra sssobre el asedio! ¡Nada en absoluto sobre planes concretos para sacarnos de aquí o, en su defecto, para luchar!
Y mientras, ignora la creciente ruptura que se está produciendo entre la tripulación.
Takkata-Jim soltó un chorro de burbujas.
—Ruptura que tú has alentado activamente, K'tha-Jon. No, no te molestes en demostrar tu inocencia. Has sido muy sutil, y sé que lo has hecho para ponerme a mí en la cima del poder. Yo no quiero saber nada. ¡Pero no pienses que Creideiki estará siempre tan ocupado como para no darse cuenta! Y, cuando lo haga, K'tha-Jon, ¡protégete la cola! ¡Porque yo fingiré no estar al corriente de tus manejos! —K'tha-Jon siguió expulsando burbujas tranquilamente, sin molestarse en contestar—. En cuanto a los planes de Creideiki, ya veremos. Ya veremos si quiere escuchar al doctor Metz y a mí mismo o si persissste en su sueño de regresar a la Tierra sin desvelar sus secretos respecto a lo que transportamos —vio que el stenos estaba a punto de interrumpirle y se apresuró a continuar—. Sé que piensas que deberíamos considerar una tercera opción, ¿no es cierto? Lo que te gustaría es vernos salir de nuestro escondite para enfrentarnos a todos los galácticos con una sola mano, ¿no es así, K'tha-Jon?
El enorme delfín no respondió, pero sus ojos sostuvieron con arrogancia la mirada del teniente.
¿Eres mi Boswell, mi Seaton, mi Igor o mi Yago? Pensó Takkata-Jim observando al gigantesco mutante. Ahora me sirves, pero a largo plazo, ¿seré yo quien te utilice o me utilizarás tú a mí?
La batalla se desarrollaba alrededor de la flotilla de pequeñas naves de guerra xappish.
—¡Acabamos de perder el X'ktau y el X'klennu! ¡Esto significa una tercera parte de la armada xappish! El más viejo de los dos tenientes xappish suspiró.
—¿Y qué? Dime algo nuevo joven, y no cosas que ya sé.
—Nuestros tutores xatinni están perdiendo a sus pupilos con la velocidad de una reacción en cadena, y están siendo muy cuidadosos con sus propias naves. ¡Fíjate en cómo permanecen en la retaguardia, preparados para huir si el combate se complica!
¡Pero a nosotros, por el contrario, nos ponen frente al peligro!
—Ése ha sido siempre su modo de actuar —convino el otro.
—Pero si la flota xappish es destruida en esta lucha inútil, ¿quién protegerá a nuestros tres pequeños mundos y hará respetar nuestros derechos?
—¿No sirven para eso los tutores?
El teniente más viejo era consciente de su ironía. Ajustó las pantallas para rechazar un repentino ataque psiónico, sin siquiera cambiar su tono de voz.
Su subalterno no se dignó hacer comentario alguno. En vez de ello, masculló:
—¿Qué nos han hecho a nosotros los terrestres? ¿De qué forma amenazan a nuestros tutores?
La abrasadora carga explosiva de un crucero de batalla tandu pasó rozando el ala izquierda de la pequeña patrullera xappish. El teniente más joven precipitó la nave en una violenta maniobra de evasión. El teniente más viejo respondió a la pregunta como si no hubiera sucedido nada.
—Pienso que no crees en la historia del regreso de los Progenitores —el otro sólo lanzó un bufido, mientras ajustaba las mirillas de un lanzatorpedos—. Eso está bien. A mí también me parece que todo esto es simplemente parte de un programa para exterminar a los terrestres. Las razas tutoras más antiguas los ven como una amenaza. Son lobeznos, y por lo tanto peligrosos. Predican prácticas revolucionarias de elevación... y eso es más peligroso todavía. Son aliados de los tymbrimi, un insulto difícil de perdonar. Y hacen proselitismo, una ofensa inaceptable.
La nave de reconocimiento se estremeció cuando el torpedo saltó hacia el destructor tandu. La pequeña embarcación aceleró al máximo para escapar.
—Bien, creo que deberíamos escuchar a los terrestres —gritó el teniente subalterno—.
Si todas las razas pupilas de la galaxia se rebelaran al mismo tiempo...
—Ya ha sucedido antes —le interrumpió el más viejo—. Consulta los registros de la Biblioteca. Por seis veces en la Historia galáctica. Y dos con un completo éxito.
—¡No es posible! ¿Y qué ocurrió?
—¿Tú que crees que ocurrió? Los pupilos acabaron por convertirse en tutores de nuevas especies, y las trataron del mismo modo que los habían tratado a ellos.
—¡No lo creo! ¡No puedo creerlo!
—Compruébalo tú mismo —dijo el teniente de más edad, con un suspiro.
—Lo haré.
Pero nunca lo hizo. Una indetectada mina de improbabilidad se cruzó en su camino. La diminuta patrullera se expandió por la galaxia de un modo pintoresco, pero mortal.
Una vez más, Dennie comprobó las cargas. La galería excavada por el árbol taladrador estaba oscura y llena de obstáculos. El rayo de luz de su casco proyectaba espantosas sombras a través del laberinto de raíces y raicillas.
Levantó la cabeza y gritó:
—¿Has acabado ya, Toshio?
El joven estaba colocando sus explosivos en la parte superior del túnel, cerca de la superficie de la colina metálica.
—Sí, Dennie. Si has terminado, vuelve a bajar. Me uniré contigo en un minuto.
Casi no podía ver los pies del muchacho situados sobre ella. Su voz sonaba distorsionada en el angosto e inundado pasadizo. Era un alivio que le permitieran salir de allí.
Escogió con cuidado el camino de descenso, sobreponiéndose a las oleadas de claustrofobia que la asaltaban. Aquél era un trabajo que Dennie no habría elegido nunca.
Pero había que hacerlo, y, por naturaleza, los dos delfines no estaban capacitados.
A mitad de camino se trabó con una planta trepadora que no quiso soltar su presa.