Authors: David Brin
Muy bien, pensó Tom. Eso será como una meta para mí. Parece lo bastante entero para ofrecer posibilidades. Tal vez pueda conseguir material y comida. Y podría ser un refugio, si no contiene demasiada radiactividad.
Parecía encontrarse a unos cinco kilómetros de distancia, aunque la vista podía engañarle. Por lo menos, era una meta, algo que hacer. Necesitaba más información. Tal vez la nave destruida le dijera lo que necesitaba saber.
Consideró si debía ir «por tierra», confiando en que sus débiles piernas pudieran enfrentarse con las hierbas, o si debía intentar una travesía submarina, nadando de agujero en agujero y desafiando a las desconocidas criaturas de las profundidades.
De pronto, oyó un agudo silbido a sus espaldas, se volvió y vio un pequeño navío espacial, a un kilómetro de distancia, que se dirigía lentamente hacia el norte, ondeando a escasos metros sobre la superficie del océano. Sus brillantes escudos protectores lanzaban destellos y los propulsores parecían titubear, como si estuvieran fallando.
Tom se colocó la mascarilla y se dispuso a sumergirse, pero la diminuta nave no se dirigía hacia él. Pasó al oeste de donde él se encontraba, y de sus flancos de estasis salían chispas. Su casco estaba lleno de feos surcos negros y una parte se había quemado hasta fundirse.
Mientras pasaba, Tom contuvo el aliento. Nunca había visto un modelo como aquél.
Pero pensó en unas cuantas razas cuyo estilo era compatible con el diseño.
La patrullera se inclinaba al tiempo que sus propulsores tosían. El agudo lamento del generador de gravedad empezó a decaer.
La tripulación de la nave sabía sin duda que aquello se acababa. Cambió de rumbo para tomar la dirección de la isla. Tom contuvo la respiración, incapaz de evitar cierta simpatía por el desesperado piloto alienígena. La nave chisporroteó sobre las hierbas; después, desapareció tras una montaña.
El débil sonido de su aterrizaje se sobrepuso al silbido de los alisios.
Tom esperó. Al cabo de unos segundos, el campo de estasis de la nave se desprendió con una gran conmoción. Sobre el mar volaron fragmentos incandescentes que se apagaron en el agua o ardieron lentamente sobre las hierbas.
Dudaba que alguien hubiera podido salir de la patrullera a tiempo.
Tom cambió de planes. Su objetivo a largo plazo seguía siendo la cascara que flotaba a pocos kilómetros de distancia. Pero primero quería examinar los restos de aquella patrullera. Tal vez encontrase evidencias que hicieran más fácil su elección. Quizás encontrara comida.
Intentó trepar sobre las hierbas, pero le resultó muy difícil. Todavía temblaba.
Muy bien. Iré bajo el agua. Es probable que sea la única alternativa.
Y a lo mejor disfrutaré del paisaje.
¡Aquel hijo de lamprea de garganta sangrienta no le dejaría escapar!
Akki estaba exhausto. El sabor metálico del agua se mezclaba con el de la bilis de su esófago mientras nadaba a toda prisa hacia el sudeste. Ansiaba un descanso con desesperación, pero sabía que no podía permitir que su perseguidor acortara la distancia.
De vez en cuando divisaba a K'tha-Jon, a unos dos kilómetros a su espalda. El gigantesco delfín, de colores notablemente contrastados, parecía infatigable. Su respiración se condensaba en altos chorros verticales, como pequeños cohetes de bruma, mientras surcaba las aguas.
La respiración de Akki era más dificultosa, y se sentía débil y hambriento. Soltó una maldición en ánglico, pero no le proporcionó satisfacción alguna. En cambio, repetir una resonante obscenidad en delfiniano primal le ayudaba un poco.
Tendría que haber sido capaz de distanciarse de K'tha-Jon, al menos durante cierto tiempo, pero había algo en el agua que afectaba a las propiedades hidrodinámicas de su piel; alguna sustancia que le provocaba una reacción alérgica. Su epidermis, por lo general tan lisa y suave, estaba seca e irritada. Tenía la sensación de que nadaba en almíbar y no en agua. Akki se preguntaba por qué nadie se había dado cuenta de aquello antes. ¿Era posible que sólo afectara a los delfines de Calafia?
Ésta era una más de una serie de injusticias que tuvo que soportar desde el momento en que dejó la nave.
Escapar de K'tha-Jon no había resultado tan fácil como esperaba. Dirigiéndose hacia el sudeste creyó que podría virar a derecha o izquierda en busca de ayuda, de Hikahi y los tripulantes que estaban en la nave thenania o en la isla de Toshio. Pero cada vez que había intentado cambiar de dirección, K'tha-Jon había maniobrado para cortarle el camino. Akki no podía perder ni lo más mínimo de su ventaja.
Una oleada de sonar concentrado le atrajo desde atrás. Siempre que sucedía esto, deseaba enroscarse formando un ovillo. No era natural para un delfín huir de otro durante tanto tiempo. En un pasado lejano, un joven que encolerizara a sus mayores, intentando copular con una hembra del harén del viejo toro, por ejemplo, podía ser golpeado o perseguido. Pero sería muy raro que se le guardara rencor. Akki debía contener el impulso de detenerse e intentar razonar con K'tha-Jon.
¿Pero qué ganaría con eso? Era obvio que el gigante estaba loco.
Había perdido la ventaja de su velocidad a causa de la misteriosa comezón epidérmica.
Sumergirse para pasar por debajo de K'tha-Jon también le pareció disparatado. Los stenos bredanensis eran delfines oceánicos. Con toda seguridad, K'tha-Jon podía sumergirse a más profundidad que cualquier otro de la tripulación del Streaker.
Cuando miró de nuevo a sus espaldas, K'tha-Jon había reducido la distancia que los separaba en casi un kilómetro. Akki trinó un suspiro y redobló sus esfuerzos.
Una cadena de colmas cubiertas de vegetación se recortaba sobre el horizonte, a unos cuatro o cinco kilómetros. ¡Debía llegar allí!
Moki conducía el trineo a toda velocidad hacia el sur, precedido por una oleada de su sonar como si fuera un cuerno de caza, ...llamando a Haoke, llamando a Moki. Aquí Heurka-pete. ¡Confirmad recepción.
Verificarla p-por favor!
Moki sacudió la cabeza con irritación. La nave intentaba ponerse en contacto con él de nuevo. Conectó el encendido del transmisor del trineo y procuró hablar con claridad.
—¡Sssí! ¿Qué queréisss?
—Moki, déjame hablar con Haoke —dijo la voz, después de una pausa.
Moki apenas disimuló una carcajada.
—Haoke... muerto. ¡Asssesinado por intruso! Yo persigo ahora. ¡D-dile a Takkata-Jim que losss atraparé!
El ánglico de Moki casi era imposible de entender, pero no se atrevía a utilizar el ternario. Podía deslizarse hasta el primal, y no estaba preparado para hacerlo en público.
Se produjo un largo silencio en la línea de fono-sonar Moki esperaba que ahora lo dejasen en paz.
Cuando él y Haoke encontraron vacío el trineo de la fern Baskin, y derivaron lentamente hacia el oeste con los motores al mínimo, algo se había roto por fin dentro de él. Entró luego en un confuso estado de exaltación, una bruma de acción, como un sueño violento.
Quizá cayeron en una emboscada, o quizá sólo lo imaginó. Pero cuando aquello acabó, Haoke estaba muerto y él, Moki no lo lamentaba.
Después, su sonar había rastreado un objeto que se dirigía hacia el sur. Otro trineo. Sin pensárselo dos veces, salió en su persecución.
—Heurka-pete otra vez, Moki —crujió el fono-sonar—. Estás fuera del campo sáser, y aún no podemosss utilizar la radio. Voy a transmitirte ahora dos órdenesss. Primero, envía un mensaje a K'tha-Jon por fono-sonar, ordenándole que regrese. ¡Su misión está cancelada! Segundo, después de eso, ¡regresa tú también! ¡Esss una orden directa!
Las luces y los puntos significaban muy poco para Moki. Lo importante eran los esquemas de sonido que los sensores del trineo le transmitían. El sentido acústico expandido le hacía sentirse como un dios, como si fuera uno de los Grandes Soñadores.
Se imaginaba a sí mismo como un inmenso catodonte, como un cachalote, señor de la profundidad, persiguiendo una presa que huía cada vez que él se aproximaba.
No lejos, hacia el sur, percibía el apagado rumor de un trineo, el que persiguiera durante algún tiempo. Podría asegurar que le estaba dando alcance.
Mucho más lejos, y a su izquierda, había dos pequeñas señales rítmicas, sonidos del rápido nadar cetáceo. Debía tratarse de K'tha-Jon y el insolente calafiano.
Moki le hubiera robado la presa a K'tha-Jon con ganas, pero eso podía esperar. Su primer enemigo estaba delante de él.
—Moki, ¿me recibes? ¡Contesta! ¡Ya tienes tus órdenesss! Tienes que...
Moki batió las mandíbulas con repugnancia. Cortó el fono-sonar en medio de las quejas de Heurka-pete. De todos modos, le resultaba difícil entender a aquel engreído suboficial.
No tenía nada que ver con los stenos, siempre estudiando Keneenk con los tursiops e intentando «mejorarse».
Moki decidió ocuparse del sujeto después de acabar con sus enemigos en el exterior de la nave.
Keepiru sabía que lo estaban siguiendo. Había previsto que quizás enviaran a alguien tras él para impedir que se reuniera con Hikahi.
Pero su perseguidor era alguna especie de idiota. Podía adivinar, por el lejano rugido de los motores, que el trineo del fin avanzaba a una velocidad superior a la normal. ¿Qué esperaba conseguir aquel tipo? Keepiru le llevaba la suficiente ventaja como para llegar al alcance del fono-sonar de la nave thenania antes de que le capturara. Sólo debía empujar un poco el acelerador de su trineo.
El fin que lo perseguía estaba difundiendo por todas partes ruidos de sonar, como si quisiera anunciar a todos y a cada uno su llegada.
Con todo ese escándalo, el imbécil le estaba poniendo difícil a Keepiru hacerse una idea de lo que estaba sucediendo al sudeste. Keepiru se concentró e intentó aislarse del ruido que le llegaba desde atrás.
Le pareció percibir a dos delfines, uno casi sin respiración, el otro poderoso y aún con vigor, nadando furiosamente hacia un banco de sombras sonar a cincuenta kilómetros de distancia.
¿Qué estaba pasando? ¿Quién perseguía a quién?
Keepiru escuchaba con tanta atención que de pronto tuvo que virar para no colisionar con un elevado montículo marino. Pasó por la cara oeste, apartándose bruscamente para evitarlo por escasos metros. La masa rocosa lo cubrió momentáneamente de silencio.
Guárdate de los bancos de peces,
¡Hijo de tursiops!
Trinó una rima-lección, y luego silbó un haikú ternario.
Ecos de la orilla
Son como plumas al viento
Perdidas por los pelicanos.
Keepiru estaba regañándose a sí mismo. Se suponía que los delfines eran pilotos excepcionales, por eso consiguieron su primer puesto en una nave estelar casi un siglo antes, y él era conocido en todas partes como uno de los mejores. Entonces, ¿por qué le resultaba más difícil conducir a cuarenta nudos bajo el agua que a cincuenta veces la velocidad de la luz en embocadura?
El trineo dejó la sombra del montículo marino y entró en mar abierto. Una vez más, del sudeste le llegó la gestalt-imagen de una carrera de cetáceos.
Keepiru se concentró. Sí, el perseguidor era un stenos, uno grande. Utilizaba un extraño modelo de sonar de búsqueda.
El que iba delante...
...Tiene que ser Akki, pensó. El chico está en problemas. Graves problemas.
De pronto, quedó casi ensordecido cuando una ráfaga sonora procedente del trineo que estaba a sus espaldas le alcanzó de lleno. Lanzó una glifo-maldición y sacudió la cabeza para aclararse.
Estuvo a punto de dar media vuelta y encararse con aquel mamón que le pisaba los talones, pero sabía que su deber estaba al frente.
Keepiru tenía que escoger, y eso le atormentaba. Estrictamente, su deber era entregarle un mensaje a Hikahi. Sin embargo, abandonar al guardiamarina iba contra todas sus convicciones. Podía sondar el agotamiento del joven. Estaba claro que su perseguidor pronto le daría alcance.
Pero si viraba hacia el este le daría a su propio perseguidor la oportunidad de atraparlo...
Si pudiera distraer a K'tha-Jon, obligarle a desviar su rumbo...
Eso no era lo que se esperaba de un oficial de Terragens. No era una reflexión Keneenk. Pero no podía decidir con lógica.
Deseaba que algún lejano tatatataranieto estuviera allí ahora, un delfín lógico y maduro por completo que le dijera qué hacer a su tosco y medio animal ancestro.
Keepiru suspiró. De todos modos, ¿qué me hace pensar que me permitirán tener tataranietos?
Eligió ser leal consigo mismo. Giró el trineo hacia la izquierda y apretó el acelerador de los motores, y penetró en la zona de peligro.
Uno de los dos terrestres de la habitación, el humano, revolvía en los cajones de una cómoda y distraídamente metía las cosas en una maleta abierta sobre la cama. Mientras, escuchaba lo que decía el chimpancé.
—...la sonda ha descendido más de dos kilómetros. La radiactividad aumenta con rapidez, y la tasa de la temperatura también. No estoy seguro de que la sonda pueda continuar más allá de otros pocos cientos de metros, ¡y sin embargo el pozo continúa!
»De todos modos, ahora puedo asegurar que hay desechos enterrados por una raza tecnológica, ¡y hace poco tiempo! ¡Sólo unos cientos de años!
—Esto es muy interesante, doctor Dart. Realmente interesante.
Ignacio Metz intentaba no demostrar su exasperación. Uno tenía que ser paciente con los chimps, y más con Charles Dart. No obstante, era difícil hacer el equipaje mientras el chimp no paraba de hablar, encaramado en una silla de su camarote.
Ajeno a todo, Dart prosiguió:
—Si algo me hace apreciar a Toshio, tan ineficaz como es el muchacho, es que haya podido trabajar con ese estúpido delfín lingüista, Sah'ot. Sin embargo, me estaba facilitando datos interesantes hasta que explotó la maldita bomba de Tom Orley y Sah'ot empezó a gritar tonterías acerca de las «voces» de las profundidades. Maldito y loco delfín...
Metz clasificaba sus pertenencias. ¿Y ahora, dónde está mi traje azul de bajar a tierra?
Ah, sí, ya está guardado. Veamos. Los duplicados de todas mis notas ya han sido cargados a bordo del bote. ¿Qué más hay?
—¡... se lo dije, doctor Metz!
—¿Hmmm? —Levantó la vista rápidamente—. Lo siento, doctor Dart. Son los cambios repentinos y todo eso. Estoy seguro de que me perdonará. ¿Qué estaba diciendo?