Authors: David Brin
Permaneció inmóvil durante un rato, respirando profundamente.
Bueno, pensó al fin. Esto abre el apetito. Tengo dos horas para comer, curarme las heridas y construir un refugio. Cada segundo que quieras concederme de más, Señor, lo aceptaré con humilde gratitud.
Se cruzó la tira de tejido por encima del hombro y empezó a prepararse la cena bajo la luz de las estrellas.
En un mundo más viejo y más complejo que el nuestro, acaban por alcanzar su plenitud, con sus sentidos llenos de extensiones que nosotros hemos perdido o nunca hemos adquirido, guiados por voces que nosotros no oiremos jamás... forman naciones, apresados, lo mismo que nosotros, en las redes de la vida y del tiempo...
Henry Bateson
Era ya de noche y los kiqui se dirigían a sus terrenos de caza. Sah'ot les oyó chillar excitados mientras se reunían en un claro, al oeste del árbol taladrador derribado. Los cazadores pasaron cerca de la charca en su camino hacia un cañón rocoso del acantilado meridional de la isla, parloteando y llenando con ostentación sus vesículas pulmonares.
Sah'ot escuchó hasta que los aborígenes se marcharon. Entonces se sumergió un metro bajo la superficie y exhaló unas deprimidas burbujas. Nada estaba saliendo bien.
Dennie había cambiado y a él no le gustaba el cambio. En vez de su habitual y deliciosa coquetería, ahora le ignoraba casi por completo. Había escuchado dos de sus mejores quintillas y le había respondido con toda seriedad, ignorando deliberadamente sus sutiles dobles sentidos.
A pesar de la importancia de sus estudios sobre los kiqui, Takkata-Jim también le había ordenado analizar para Charles Dart el funcionamiento del árbol taladrador. Ella se había sumergido dos veces en el agua para recoger muestras bajo la colina metálica. Ignoraba las insinuaciones que Sah'ot le hacía con el hocico o, lo que era más molesto aún, le acariciaba con aire ausente.
Sah'ot se dio cuenta de que pese a todos sus esfuerzos por hacerle cambiar de actitud, lo que en realidad nunca había deseado era que cambiase. No de este modo, al menos.
Se dejó ir con tristeza a la deriva hasta que la cuerda amarrada a uno de los trineos tiró de él. Su última misión le mantenía vinculado a esa obscenidad eléctrica, incómodo e impaciente en aquella minúscula charca, cuando su verdadero trabajo estaba en el mar abierto, con los presensitivos.
Al marcharse Gillian y Keepiru, supuso que su ausencia lo dejaría en libertad para hacer lo que quisiera. ¡Ja! Tan pronto como el piloto y la médico humana partieron, Toshio, sí, Toshio, había entrado en escena y asumido el mando.
Tendría que haber sido capaz de superarle. Por las Cinco Galaxias, ¿cómo se las ha arreglado el chico para hacerse con el mando?
Era difícil saber cómo. Pero allí estaba, ¡controlando un robot para un pomposo y egocéntrico chimpancé al que sólo le importaban las piedras! ¡El pequeño y estúpido robot no tenía siquiera un cerebro con el que poder HABLAR! Con los microprocesadores no se mantienen conversaciones. Les dices lo que tienen que hacer y luego contemplas impotente el desastre cuando te interpretan al pie de la letra.
Su arnés emitió un pitido. Había llegado el momento de verificar la sonda. Sah'ot cloqueó una sarcástica respuesta.
Sí, cachivache,
¡Señor y maestro!
¡Imbécil de metal,
desastre!
¡Pita de nuevo,
y trabajaré más deprisa!
Sah'ot dirigió su ojo izquierdo a la pantalla del trineo. Envió una pulsación en código al robot, y recibió un río de datos.
Finalmente, el robot había asimilado la muestra de rocas más reciente. Ordenó a la pequeña memoria de la sonda que se vaciase en los bancos de datos del trineo. Toshio le había hecho recorrer el árbol hasta que pudo controlar el robot de un modo casi inconsciente.
Le hizo anclar un extremo de la línea monofilamento a la roca, y después lo hizo descender otros cincuenta metros.
La vieja explicación del agujero bajo la colina metálica estaba descartada. Era imposible que el árbol taladrador necesitase excavar un túnel de un kilómetro de profundidad en busca de alimento. Era imposible que hubiera perforado la corteza hasta tal profundidad. La masa de la raíz taladro era evidentemente demasiado grande para haber sido producida por el modesto árbol que había estado en la cumbre.
La cantidad de material extraído hubiera sido suficiente para diez colinas metálicas.
Éste fue hallado como sedimento alrededor de la alta cornisa donde se asentaba la colina.
Para Sah'ot estos misterios no tenían nada de tentadores. Sólo le demostraban una vez más que el universo era extraño, y que tal vez los humanos, los delfines y los chimps deberían esperar un tiempo antes de desafiar sus enigmas más profundos.
El robot terminó el descenso. Sah'ot le hizo agarrarse a la pared de la cavidad con sus garras acabadas en puntas de diamante, y luego las contrajo desde arriba.
Podría funcionar bajando por etapas. Para aquella pequeña máquina ya no habría ascenso. A veces, Sah'ot se sentía del mismo modo, sobre todo desde su llegada a Kithrup. En realidad, no confiaba en poder salir nunca de ese mundo fatal.
Por fortuna, la rutinaria recogida de muestras del robot, una vez activado, se hacía de forma automática. Incluso Charles Dart no tendría excusa para quejarse. A menos que...
Sah'ot soltó una maldición. Allí estaba de nuevo, el parásito que invadía la sonda desde que rebasara el medio kilómetro. Toshio y Keepiru habían trabajado en ello, pero no dieron con el problema.
El crujido era diferente de cualquier otro parásito que Sah'ot hubiera oído... aunque no fuese un experto en parásitos. Tenía un ritmo sincopado que en realidad no resultaba desagradable. Sah'ot sabía que a algunas personas les gustaba escuchar el ruido blanco.
Pocas cosas podían considerarse menos absorbentes.
El reloj de su arnés seguía su camino. Sah'ot oyó el parásito y pensó en las perversidades, en el amor y en la soledad.
Nado - círculos - como los otros
Y aprendo - con tristeza - yo estoy
Ciegamente -
Suspirando - solo
Poco a poco, Sah'ot se dio cuenta de que había adoptado el ritmo del «ruido» de abajo.
Sacudió la cabeza. Pero cuando volvió a escuchar aún seguía allí.
Una canción. ¡Era una canción!
Sah'ot se concentró. Era como intentar seguir al mismo tiempo todas las partes de una fuga de seis partes. Las estructuras se entrelazaban con una increíble complejidad.
¡Claro que todos lo habían considerado un ruido! ¡Incluso él pensó lo mismo! El reloj de su arnés sonó pero Sah'ot no le prestó atención. Estaba demasiado ocupado escuchando al planeta que cantaba para él.
Moki y Haoke se habían presentado voluntarios como centinelas, aunque por distintos motivos.
A ambos les divertía salir de la nave, era todo un cambio. Y a los delfines tampoco les importaba demasiado verse conectados durante horas a un trineo en las aguas sombrías y silenciosas que la rodeaban.
Pero en lo demás diferían. Haoke estaba allí porque lo consideraba una tarea necesaria. Moki, por su parte, esperaba que la guardia le diera una oportunidad de matar.
—Me habría gussstado que Takkata-Jim me mandara tras Akki en vez de enviar a K'tha-Jon —dijo Moki con voz áspera—. Yo hubiera localizado tan bien como él a essse sabihondo.
El trineo de Moki se encontraba a unos veinte metros del de Haoke, sobre el alto acantilado submarino que dominaba la nave. Las lámparas de arco aún brillaban en el casco del Streaker, pero el paso a la zona estaba restringido para todos excepto para los pocos designados por el segundo de a bordo.
Moki miró a Haoke a través de la flexible cúpula de burbujas de su trineo. Haoke permanecía callado, como de costumbre, ignorando por completo el comentario de Moki.
¡Arrogante engendro de calamar apestoso! Haoke era otro tursiops sabelotodo, igual que Creideiki y que Akki, ese presumido guardiamarina.
Moki formó en su mente una pequeña escultura sonora, una imagen de pelea y destrucción. Hubo un tiempo en que ponía a Creideiki en el papel de víctima. El comandante, que tantas veces lo había sorprendido haciendo el vago y lo había avergonzado corrigiendo su gramática ánglica, encontró al fin su merecido. Moki se alegraba, pero ahora necesitaba otro blanco para su fantasía. Era más divertido imaginar que se masacraba a alguien en particular.
Akki, el calafiano, le había servido cuando se descubrió que el joven guardiamarina había traicionado al sustituto del comandante. Moki deseó que le designasen para salir a darle caza, pero Takkata-Jim, en cambio, envió a K'tha-Jon, razonando que el objetivo era traer a Akki para disciplinarlo, no cometer un asesinato.
El gigante pareció ignorar tan sutil distinción cuando partió equipado con un potente rifle láser. Quizá Takkata-Jim no tuviera un control absoluto sobre K'tha-Jon, y lo designara pensando en su propia seguridad. Por el brillo de los ojos de K'tha-Jon, Moki no envidió la suerte del calafiano cuando le encontrara.
¡Dejemos que K'tha-Jon traiga a Akki! La pérdida de un pequeño placer mermaba muy poco la completa felicidad de Moki.
¡Qué bueno era sentirse IMPORTANTE para variar! Cuando estaba libre de servicio, todo el mundo se apartaba de su camino, como si fuera el jefe de una manada. Había ya echado el ojo a dos de las pequeñas y seductoras hembras que trabajaban en la enfermería de Makanee. Algunos de los machos más jóvenes también le resultaban atractivos... Moki no tenía manías.
Pronto seguirían todos su camino, cuando vieran la dirección que llevaba la corriente.
Durante unos instantes, se resistió a un instinto, pero luego no pudo contenerse. Lanzó un breve canto triunfal en una forma prohibida.
¡Gloria! es, es,
¡Gloria!
Morder es y ¡Gloria!
¡A las hembras someter!
¡Un nuevo toro es! ¡es!
Vio que Haoke reaccionaba por fin. El otro centinela se sacudió ligeramente y levantó la cabeza para mirar a Moki. Permaneció en silencio, a pesar de que éste le devolvió la mirada de un modo desafiante. Moki envió un concentrado chorro de sonar hacia Haoke, ¡para demostrarle que él también le estaba escuchando!
¡Arrogante y apestoso calamar! Cuando Takkata-Jim controlara la situación, Haoke también tendría su merecido. Y los hombres de la Tierra nunca lo desaprobarían, ya que el Gran-Humano Metz estaba del lado de Takkata-Jim, ¡de acuerdo con él en todo!
Moki lanzó otro chillido en primal, saboreando con deleite el primitivismo prohibido. Le llegaba muy hondo. Cada sabor le despertaba las ganas de continuar.
¡Dejemos que Haoke chasquee de disgusto! ¡Moki retaba incluso a los galácticos a que vinieran e intentaran entrometerse entre él y su nuevo comandante!
Haoke soportó con estoicismo los bestiales gritos de Moki. Pero le recordaban que formaba parte de una pandilla de cretinos e inadaptados.
Por desgracia, los cretinos e inadaptados eran los razonables y la élite de la tripulación del Streaker quienes estaban embarcados en una aventura desastrosa.
Haoke se encontraba muy deprimido por el accidente de Creideiki. El comandante constituía sin duda uno de los mejores logros de la elevación. Pero el accidente posibilitaba un cambio tácito y perfectamente legal en la política de mando, y eso no lo lamentaba. Al menos Takkata-Jim reconocía la estupidez de desarrollar el desesperado plan del Caballo Marino de Troya.
Aunque el Streaker pudiera desplazarse en silencio hasta la nave thenania, y el equipo de Tsh't hubiese preparado las cosas para que pudiera introducirse en el casco y usarlo a modo de gigantesco disfraz y despegar luego en esas condiciones, ¿qué iban a ganar con ello?
Incluso si Thomas Orley informaba que los thenanios seguían enzarzados en la batalla espacial, no estaba claro que se les pudiera engañar, haciéndoles ir en rescate de un supuesto acorazado perdido. Una posibilidad muy dudosa.
El asunto era discutible. Parecía evidente que Thomas Orley había muerto. No se tenían noticias suyas desde hacía muchos días, y cualquier suposición se había convertido en una desesperada plegaria.
¿Por qué no darles a los tres veces malditos galácticos lo que querían? ¿Por qué ese romántico absurdo de preservar todos los datos para el Concejo de Terragens? ¿Qué nos importa un montón de cascos desaparecidos hace tanto tiempo? Resulta evidente que no es asunto nuestro si los galácticos quieren pelear por esa flota abandonada. Ni siquiera los aborígenes de Kithrup valen tanto como para morir por ellos.
A Haoke todo le parecía sencillo. También lo era para Takkata-Jim, cuya inteligencia Haoke respetaba.
Y si todo era tan obvio, ¿por qué Creideiki, Hikahi y Thomas Orley no lo aceptaban?
Ese tipo de dilemas era lo que mantenía a Haoke como encargado en la sala de máquinas, en lugar de promocionarlo a suboficial u oficial, tal como indicaban sus puntuaciones de test.
Moki soltó otra fanfarronada en primal, esta vez con voz más fuerte. El stenos intentaba burlarse de él.
Haoke suspiró. Una buena parte de la tripulación empezaba a comportarse de ese modo, no tan mal como Moki, pero bastante mal en definitiva. Y no eran sólo los stenos.
Algunos de ellos se portaban mejor que ciertos tursiops. Al tiempo que la moral se disipaba, también lo hacía la motivación para mantener el Keneenk, la lucha diaria contra el lado animal que siempre quería resurgir. Una semana antes, hubiera sido muy difícil prever quiénes serían los primeros en caer en la regresión.
Había que tener en cuenta, desde luego, que los mejores fines estaban fuera, con Hikahi y Suessi.
Por suerte, se dijo Haoke. Reflexionó sobre la ironía del bien que se transforma en mal y de lo verdadero que nace de lo equivocado. Al menos, Takkata-Jim parecía entender cómo se sentía y nunca le llevaba la contraria. El teniente había aceptado el apoyo de Haoke con gratitud.
Pudo oír cómo se agitaba la cola de Moki, pero antes de que el pequeño stenos, enfurecido, profiriera más insultos, los altavoces de ambos trineos cobraron vida.
—¿Haoke y Moki? Habla el fin Heurka-pete, de la sección de comunicaciones... ¿Me recibís?
La llamada procedía del operador de transmisión y detección. El hecho de que ambas tareas se hubiesen combinado demostraba lo mal que iban las cosas.