La infidelidad también puede dañar nuestra autoestima si ya no confiábamos demasiado en nuestro propio valor. La Olga de nuestra historia representa este último caso. En el dolor que expresa a su amiga, su pensamiento está centrado en el poco valor que ella siente que tiene para su marido.
Aunque Mateo sólo le ha sido infiel una vez y ha tenido la valentía de contárselo a Olga, ha provocado una crisis entre ellos: Olga ha estado deprimida y probablemente él se ha sentido muy culpable al ver a su mujer sufriendo por esta razón. Pero ambos han sabido superar en principio la situación y han decidido analizar su relación implicándose en una terapia de pareja.
La crisis de los ocho años
La crisis de Olga y Mateo sucede cuando llevan ocho años juntos y tienen dos hijos. El tiempo que dura el vínculo es un aspecto muy interesante para muchos evolucionistas.
A primera vista, desde un punto de vista evolutivo, la diseminación de genes sería más rentable que permanecer con una sola hembra o dejarse fecundar por un solo macho. Sin embargo, como afirman los antropólogos evolucionistas más convincentes, la monogamia se manifiesta cuando más de un único individuo (la hembra) es necesario para criar a los hijos. Es muy probable que las mujeres dieran a luz a intervalos de aproximadamente cuatro años debido a la necesidad de mantener sus reservas energéticas. De este modo, los vínculos humanos de pareja se desarrollarían en un principio para durar sólo el tiempo que lleva criar a un hijo dependiente durante la infancia, es decir, los primeros cuatro años, a menos que un segundo hijo fuera concebido.²
Este hecho se ajusta bastante a la experiencia de Olga y Mateo. Tienen dos hijas, así que han cumplido el período de permanencia desde el punto de vista del «mantenimiento» de la especie. Ahora los genes ya no son tan importantes.
El atractivo sexual
A pesar de que estos datos inducen a pensar que es más probable que surja un «desliz», como lo llama la amiga de Olga, después de ocho años y con dos hijos ya «destetados», Olga atribuye a su propia falta de atractivo físico la infidelidad de Mateo. Se infravalora en comparación con él, que es fuerte, atractivo y muy elegante, además de tener una buena posición social y profesional, lo que lo convierte en el foco de atención entre las mujeres.
En los últimos años se ha observado que, a mayor grado de simetría de los varones, es decir, cuanto más atractivos son, menos proclives se muestran a comprometerse en relaciones estables o a mantener la fidelidad hacia la pareja. Al tener gran aceptación, optan por mayor variedad sexual.
Sin embargo, para Olga no es el atractivo físico de Mateo lo que explica que haya tenido que ceder a su inevitable éxito, sino el hecho de no ser ella suficiente para su marido. Una opinión que en el fondo también comparte su amiga, aunque no se lo diga. De hecho, considera que su falta de atractivo es una rémora a la hora de rehacer su vida si se separase, por lo que decide aconsejarle que perdone a Mateo su infidelidad.
La gran importancia que le damos al físico tiene una base también biológica. Resulta evidente que, a lo largo del tiempo, las diversas culturas que han poblado nuestro planeta muestran unos patrones recurrentes: aquello que atrae de la mujer es una cara redonda y de piel fina y tersa, y las partes del cuerpo más estimulantes son: el pecho, las nalgas, los genitales y también el juego proporcionado de cintura y cadera —no tanto el hecho de que esté delgada o gorda—. En general, todos ellos son atributos de buena fertilidad y que, por tanto, señalan salud y juventud.
La cara femenina y aniñada y un cuerpo con estas características se convierten en estímulos eróticos por excelencia, y puede que el físico de Olga no coincida con el prototipo de mujer que llame la atención desde el punto de vista sexual. Sin embargo, lo que podría resultar menos atractivo para Mateo no es tanto su físico, sino su actitud, marcada por la autodesvaloración.
Siempre se ha considerado que el hombre tiene una sexualidad más
visual
que la mujer. Sin embargo, en un estudio relacionado se ha demostrado que las mujeres hacen más el amor y tienen más orgasmos cuanto más atractiva encuentran a su pareja. A su vez, se demostró que las que tenían parejas que consideraban atractivas necesitaban menos fantasías eróticas durante el coito que aquellas que tenían parejas que eran menos agraciadas.
También se ha conocido en una interesante investigación³ llevada a cabo con mujeres japonesas e inglesas, que la gran mayoría prefieren hombres con aspecto «dulce», excepto durante el período de ovulación, cuyas preferencias sexuales varían, sintiendo más atracción por otros con aspecto más fuerte, «duro» o masculino. Los investigadores explican esta diferencia como una muestra de asegurar, por un lado, un hombre que sea bueno y capaz de cuidar de sus hijos y, por otro, un hombre con más desarrollo muscular para satisfacer el deseo sexual.
Todas estas cuestiones nos arrojan algo de luz para explicar la infidelidad de Mateo, pero no reflejan lo que le ha sucedido a Olga. ¡Teniendo un hombre tan guapo y viril en casa! La reacción de Olga se debe a que nuestras tendencias sexuales se ven excitadas, tanto en hombres como en mujeres, por la variedad en los estímulos.
Los motivos psicológicos que explican la infidelidad
Aunque existan predisposiciones biológicas en ambos sexos que nos lleven a sentir atracción por la variedad sexual, lo que explica la infidelidad trasciende normalmente tal preprogramación, ya que la sexualidad de las personas es el resultado de complejas interacciones entre nuestra biología y el contexto social en el que nos desarrollamos. Cuando las encuestas preguntan a hombres y a mujeres por qué motivos tienen aventuras extramaritales, los adúlteros siempre responden: «por placer», «por amor» o «no lo sé».4
Un análisis más profundo nos conduce a otras razones:
• Para ser descubiertos y así poder sacar a la luz un conflicto que obstaculiza su relación de pareja.
• Para tener un excusa que justifique el tener que separarse de la pareja.
• Para llamar la atención,
existir
para su pareja, aumentar su valor ante la misma.
• Para mejorar sus vínculos conyugales, buscando satisfacer sus necesidades fuera de casa.
• Para llevar a cabo una vida
liberada
, más independiente.
• Para sentirse más atractivos, especiales, deseados, más masculinos o femeninas.
• Para mostrarse tal como se sienten y comunicarse desde su auténtico yo, teniendo la oportunidad de sentirse aceptados, comprendidos, reconocidos en un amante.
• Para vengarse y hacer tanto daño al otro cuando uno mismo se ha sentido herido.
• Para excitarse, reanimarse y salir del tedio o la depresión.
• Para sentirse con potencia juvenil, con potencia vital
.
• Para experimentar el placer, el erotismo...
Pero ¿por qué ocurrió en el caso de Olga?
Recordemos lo que le dice a su amiga:
He descubierto una parte de mí que no conocía y que me apetece explorar. El sexo separado del amor. La relación física con una persona por la que no siento nada más que deseo... ¿Sabes que Mateo es el primer hombre con el que me acosté?
Hay dos factores de enorme importancia en el caso de Olga: su autoestima y su falta de experiencia sexual en el período adolescente. El primero determina una necesidad: la de aumentar su valor como persona y, en concreto, su poder de atracción sexual, algo que siempre ha visto disminuido por comparación con el fuerte atractivo de su marido. El segundo factor es de extrema importancia también. La naturaleza favorece que, a lo largo del desarrollo, se cumplan una serie de «hitos». Uno guarda relación con la exploración autónoma y aparece en forma de impulso al dejar el hogar familiar y desarrollar una vida como adulto libre e independiente. La exploración de la sexualidad es otro de esos «hitos» que nos ayudan a tener seguridad en nosotros mismos. La adolescencia y la primera juventud constituyen la fase en la que estamos mejor predispuestos para lograrlo. En contraposición, en la juventud media tendemos a establecer compromisos.
Estas exploraciones son fundamentales para percibir control, desarrollar habilidades y obtener una buena imagen de nosotros. Es fácil que las personas que adquieren compromisos muy pronto sientan que les «falta algo». La necesidad de explorar queda latente, lo que puede añadir a la experiencia sexual con otro hombre un deseo especial.
A nadie afecta el que yo me vaya a una habitación de hotel y pase allí un rato divertido con un hombre que me gusta y al que yo le gusto. Eso no cambia nada el resto de mi vida. Si en lugar de quedar para acostarme con él quedase contigo para jugar al tenis, a nadie le parecería un problema. Pues bien, para mí Toño es eso: un partido de tenis. Un entretenimiento.
A su amiga le cuesta
reconocer
a Olga en estas palabras, no da crédito a lo que oye, ya que son las palabras de una mujer independiente, libre de cualquier juicio y segura de su atractivo. Probablemente, una Olga que siempre ha deseado ser.
Olga sigue amando a Mateo y se siente muy unida a sus hijas, pero ha descubierto en su joven compañero de oficina algo que no puede experimentar con su marido. Sería fácil atribuir una rivalidad entre ambos hombres. Sin embargo, para ella no son rivales, ella siempre elegiría a Mateo. Lo que mantiene con Toño no tiene nada que ver con el amor, con el apego a su familia. Esta relación tiene que ver con ella misma y con cómo la hace sentir.
Un pequeño test
Nuestra identidad se expresa fundamentalmente en cuatro esferas bien interrelacionadas:5
• La corporal: la representación que tenemos de nosotros mismos a través de nuestra presencia física y las experiencias que nos proporciona nuestro cuerpo: la belleza, energía, fuerza, etc.
• La erótica: la imagen que obtenemos desde nuestra vivencia de la sexualidad, el atractivo o deseo que percibimos, así como la capacidad que nos atribuimos.
• La intelectual: el concepto que obtenemos de nuestras capacidades para resolver problemas, para entender y desenvolvernos en la vida.
• La moral: el concepto que obtenemos de la bondad o maldad con la que actuamos y que los demás nos devuelven de nosotros.
El mejor TEST para comprender lo que motiva la infidelidad es preguntarse qué imagen, en cada una de esas esferas, nos devuelve de nosotros el amante y que, sin embargo, no obtenemos con nuestra pareja habitual. La respuesta pondrá sobre la mesa uno o varios aspectos fundamentales para la identidad que es preciso atender y satisfacer. Eso nos brindará una oportunidad: hablar de esa
necesidad íntima
con nuestra pareja o bien, mantenerla en secreto y continuar como si no pasara nada, como ha decidido hacer Olga.
Cuestión de detalle
Se le cayó el alma a los pies cuando, al volver a casa con la niña, no había un ramo de flores esperándola. Fue eso, y no otra cosa, lo que la empujó a encerrarse en el dormitorio mientras su madre, perpleja, echaba la culpa de aquella reacción a los cambios hormonales. Pero no eran las hormonas, no, aunque por supuesto que ellas también hacían de las suyas. Era la obligación de enfrentarse a la certeza absoluta de que Luis no tenía la menor intención de reconocer —menos aún de agradecer— lo mucho que ella había hecho para traer al mundo a aquella niña.
No había sido un embarazo fácil. Tres meses en reposo absoluto era algo que Marga no le habría deseado ni a su peor enemiga. Casi trece semanas. Noventa días metida en la cama, como una enferma, aguantando hasta las ganas de ir al baño para moverse lo menos posible y dar tiempo a que el renacuajo ganase peso y pudiese dejar el tibio seno materno para llegar al mundo, donde alguien lo esperaba con auténtica ansiedad. Y no era ella, precisamente. Porque Marga no tenía un interés particular en ser madre, pero Luis sí quería formar una familia. Por él, y sólo por él, se había sometido a aquel maldito tratamiento de fertilidad que, aunque dio resultado a la primera (no, ella no habría soportado un año y medio de fracasos y desesperanza, como le había pasado a su amiga Sonsoles), fue engorroso y estuvo lleno de efectos secundarios que prefería olvidar. Y mientras ella se pinchaba, mientras se resignaba a llevar una alimentación sanísima, a no acompañar la cena con copa de vino ni fumarse un pitillo, mientras se atiborraba a ácido fólico, controlaba su peso y andaba cinco kilómetros —¡cinco!— todos los días, ni una sola vez había escuchado a Luis agradecer de alguna forma todo su sacrificio. Su sufrimiento, en fin. Eso sí, hablaba por los codos del niño, contaba los días que faltaban para el parto y llenaba la casa de juguetes absurdos y artilugios de diseño para recién nacidos. Cuando, presa de las náuseas y agotada por aquellos paseos interminables, ella lo veía llegar con una bañerita anti resbalones o un avión hinchable, se decía que en esa casa muy pronto habría dos bebés.
Nunca se quejó de los sinsabores del embarazo. Ni de las caminatas, ni del régimen, ni del castigo final del reposo obligado. Había aceptado embarcarse en la aventura maternal con todas sus consecuencias, y lo había hecho por él. Y su marido, ¿qué estaba dispuesto a hacer por ella? En aquellos ocho meses y medio no había variado ni un ápice sus rutinas. Marga se moría de envidia cuando una amiga le contaba que su marido había renunciado a tomar alcohol hasta que ella pudiese volver a hacerlo, para compartir así su obligada renuncia, o cuando le contaban que el novio de Carla practicaba con ella una serie de ejercicios absurdos que le había prescrito el médico. Luis ni siquiera había querido acompañarla en las clases de iniciación al parto. Pretextó mucho trabajo, pero Marga sabía perfectamente que no iba porque encontraba ridícula toda aquella parafernalia de las inspiraciones acompasadas y demás monsergas. Vale, tal vez no valía de nada aprender a controlar las inspiraciones, y era estúpido pensar que uno podía relajarse en un paritorio o respirar con una cadencia determinada (de hecho, bastante difícil le parecía ya acordarse de que había que respirar). Pero el resto de las mujeres de la clase iban con sus parejas a aquellas dichosas sesiones, y a ella le habría gustado que Luis se hubiese dignado acompañarla, aunque fuera una vez.