En el estuario del río Sime, el mejor puerto natural de toda Lyonesse, se empezaron a construir doce cascos, y muchos más en astilleros menores en las costas de la bahía de Balt y el ducado de Fetz.
Una noche sin luna, cuando las naves estaban armadas y listas para ser botadas, seis galeras troicinas entraron sigilosamente en el estuario del Sime y, a pesar de las fortificaciones, guarniciones y guardias, quemaron los astilleros. Simultáneamente, guerreros troicinos desembarcaron de pequeños botes en las costas de la bahía de Balt, incendiaron los astilleros, botes en construcción y gran cantidad de planchas de madera. Los planes del rey Casmir se fueron al traste.
En la Sala Verde de Haidion, el rey Casmir desayunó a solas, anguila en salmuera, huevos hervidos y bizcochos; luego se reclinó para reflexionar sobre sus asuntos. La derrota de Bulmer Skeme y su angustia pertenecían al pasado; pudo evaluar las consecuencias con cierto grado de desapasionamiento.
A pesar de todo, un cauto optimismo parecía justificado. El bloqueo era una provocación y un insulto que por el momento debía aceptar digna y pasivamente. A su debido tiempo infligiría una cruel retribución, pero por ahora debía continuar con su gran plan: en síntesis, la derrota del rey Audry y la recuperación del trono Evandig.
El oeste era el punto más vulnerable de Dahaut, pues allí se sorteaba la hilera de fortificaciones que bordeaba la frontera con Pomperol. El trayecto de semejante invasión conducía al norte desde Nolsby Sevan, más allá del castillo Tintzin Fyral, luego al norte a lo largo de la ruta conocida como Trompada, hasta Dahaut. La ruta estaba bloqueada por dos formidables fortalezas: Kaul Bocach, en las Puertas de Cerbero, y Tintzin Fyral. Una guarnición de ulflandeses del sur custodiaba Kaul Bocach, pero el rey Oriante de Ulflandia del Sur, temiendo disgustar a Casmir, ya había concedido el libre paso para él y sus ejércitos.
Tintzin Fyral era el único escollo para las ambiciones de Casmir. Se erguía sobre dos desfiladeros y controlaba tanto la Trompada como el camino que conducía a Ulflandia del Sur a través de Valle Evander. Faude Carfilhiot, que gobernaba Valle Evander desde su nido inexpugnable, con vanidad y arrogancia, no reconocía amo alguno, y menos aún a su soberano nominal, el rey Oriante.
Un lacayo entró en la Sala Verde y se inclinó ante el rey Casmir.
—Majestad, una persona desea veros. Se llama Shimrod y dice estar a vuestras órdenes.
Casmir se enderezó en su silla.
—Hazlo entrar.
El lacayo se retiró, y regresó con un joven alto de físico delgado, que vestía blusón y pantalones de buena tela, botas bajas y una gorra de color verde oscuro que se quitó dejando al descubierto una tupida caballera de color polvoriento cortada hasta las orejas, según la moda de esos tiempos. Los rasgos eran regulares, aunque un tanto angulosos: nariz delgada, mandíbula y barbilla huesudas, boca ancha y torcida, y brillantes ojos grises que le daban un aire de gnomo y de arrogancia en la que quizá no había suficiente reverencia y abnegación como para complacer al rey Casmir.
—Majestad —dijo Shimrod—, estoy aquí para responder a tu urgente requerimiento.
Casmir examinó a Shimrod apretando los labios y ladeando la cabeza.
—Por cierto, no eres como esperaba que fueras.
Con un gesto cortés, Shimrod negó toda su responsabilidad por la perplejidad de Casmir. El rey señaló una silla.
—Siéntate, por favor. —Él se levantó y se plantó de espaldas al fuego—. Me han contado que eres experto en magia.
Shimrod asintió.
—Todo hecho extraordinario hace agitar las lenguas. —Casmir sonrió con desgana.
—¿Y es verdad lo que dicen? —preguntó.
—Majestad, la magia es una disciplina exigente. Algunas personas tienen una habilidad natural, pero yo no soy una de ellas. Me considero un atento estudioso de las técnicas, pero ésa no es necesariamente una medida de mi competencia.
—¿Y cuál es tu competencia?
—Comparada con la de los adeptos, la proporción es, digamos, de una a treinta.
—¿Conoces a Murgen?
—Lo conozco bien.
—¿Y él te ha adiestrado?
—En cierta medida.
El rey Casmir procuró conservar la paciencia. Las airosas afectaciones de Shimrod sorteaban toda insolencia, pero aun así resultaban irritantes, y esas respuestas lacónicas volvían fatigosa la conversación. Casmir habló con voz calmada.
—Como sabrás, nuestra costa está bloqueada por los troicinos. ¿Puedes sugerirme cómo romper el bloqueo?
Shimrod reflexionó un instante.
—En verdad, lo más sencillo es hacer las paces.
—Sin duda. —El rey Casmir se mesó la barba; los magos eran gente rara—. Prefiero un método, quizá más complicado, pero que defienda los intereses de Lyonesse.
—Tendrías que responder al bloqueo con una fuerza superior.
—Exacto. Ésa es precisamente mi dificultad. He pensado en aliarme con los ska, y deseo que predigas las consecuencias de semejante acto.
Shimrod sonrió ladeando la cabeza.
—Majestad, pocos magos pueden leer el futuro. Yo no soy uno de ellos. Hablando como hombre de mero sentido común, te aconsejaría que no llegues a eso. Los ska han conocido diez mil años de tribulaciones; son un pueblo duro. Como tú, se proponen dominar las Islas Elder. Si les invitas al Lir y les concedes bases, nunca se irán. Es obvio.
El rey Casmir entornó los ojos; rara vez le hablaban con tanto desenfado. Aun así, razonó, el estilo de Shimrod bien podía ser medida de su sinceridad; nadie que intentara traicionarlo usaría un tono tan desenvuelto.
—¿Qué sabes del castillo de Tintzin Fyral? —preguntó con estudiada neutralidad.
—Nunca he visto ese lugar. Dicen que es inexpugnable, como sin duda ya sabes.
El rey Casmir asintió.
—También he oído que la magia forma parte de su defensa. Eso lo ignoro. Lo construyó un mago menor, Ugo Golias, que deseaba gobernar el Valle Evander, a salvo de los síndicos de Ys.
—¿Entonces cómo obtuvo Carfilhiot la propiedad?
—Sólo puedo repetir rumores al respecto.
El rey Casmir, con un gesto impasible, le indicó que continuara.
—El linaje de Carfilhiot es dudoso —dijo Shimrod—. Es posible que fuera hijo del hechicero Tamurello y la bruja Desmëi. Pero nada se sabe con certeza, excepto que Desmëi desapareció primero, y luego Ugo Golias, con toda su gente, como si los hubieran capturado los demonios, y el castillo estuvo vacío hasta que Carfilhiot llegó con sus soldados y se adueñó de él.
—Parece como si él también fuese mago.
—No lo creo. Un mago se habría comportado de otro modo.
—¿Entonces le conoces?
—En absoluto. Nunca lo he visto.
—Pero pareces estar familiarizado con su historia y su personalidad.
—Los magos son tan proclives a los chismes como todos los demás, especialmente si se trata de alguien tan notorio como Carfilhiot.
El rey Casmir tiró del cordel de una campanilla; dos lacayos entraron en la sala con vino, nueces y confituras que dejaron en la mesa. El rey Casmir se sentó frente a Shimrod. Sirvió dos copas de vino y le alcanzó una a su huésped.
—Mis respetos, majestad —dijo Shimrod. El rey Casmir se quedó mirando el fuego.
—Shimrod —dijo pensativamente—, creo que mis ambiciones no son un secreto. Un mago como tú podría brindarme una ayuda inestimable. Y mi gratitud no le iría a la zaga.
Shimrod hizo girar la copa de vino y observó el movimiento del oscuro líquido.
—El rey Audry de Dahaut ha hecho una propuesta similar a Tamurello. El rey Yvar Excelsus buscó la ayuda de Noumique. Todos se negaron a causa del gran edicto de Murgen, que también me compromete.
—¡Bah! —rezongó el rey Casmir—. ¿Acaso la autoridad de Murgen trasciende todas las demás?
—En este sentido… sí.
—Pero has hablado sin la menor reserva —gruñó Casmir.
—Sólo te aconsejé como lo haría cualquier hombre razonable.
El rey Casmir se puso de pie abruptamente y arrojó una bolsa sobre la mesa.
—Esto pagará tus servicios.
Shimrod vació la bolsa. Cinco coronas de oro echaron a rodar. Se transformaron en cinco mariposas doradas que revolotearon en el aire convirtiéndose en diez, veinte, cincuenta, cien mariposas. Todas cayeron en la mesa, donde se convirtieron en cien coronas de oro.
Shimrod tomó las cinco monedas, las guardó en la bolsa y metió ésta en el talego.
—Gracias, majestad.
Se inclinó y salió de la sala.
Odo, duque de Folize, cabalgó con una pequeña compañía hacia el norte, a través del Troagh, una lúgubre comarca de riscos y grietas, hasta Ulflandia del Sur, y cruzó Kaul Bocach, donde peñascos opuestos se juntaban tanto que tres hombres no podían cabalgar a la par.
Un abanico de pequeñas cascadas se despeñaban en el desfiladero para convertirse en el tramo sur del río Evander; el camino y el río seguían rumbo al norte uno junto al otro. Delante se elevaba un macizo peñasco: el Diente de Cronos, o Cerro Tac. Por una garganta venía el tramo norte del Evander. Los dos tramos se unían y pasaban entre el Tac y el peñasco donde se erguía el castillo Tintzin Fyral.
El duque Odo se anunció a las puertas y fue llevado por un camino zigzagueante ante la presencia de Faude Carfilhiot.
Dos días después partió y regresó hasta la ciudad de Lyonesse por donde había venido. Se apeó en el patio de la armería, se sacudió el polvo de la capa y fue a ver al rey Casmir.
Haidion, siempre eco de rumores, reverberó de inmediato con noticias de la inminente visita de un importante personaje, el señor de cien misterios: Faude Carfilhiot de Tintzin Fyral.
Suldrun estaba sentada en el naranjal con sus dos doncellas favoritas: Lia, hija de Tandre, duque de Sondbehar, y Tuissany, hija del conde de Merce. Lia ya había oído hablar mucho de Carfilhiot.
—Es alto y fuerte, y tan orgulloso como un semidiós! ¡Dicen que su mirada fascina a todos quienes lo observan!
—Parece ser un hombre imponente —dijo Tuissany, y ambas muchachas miraron de soslayo a Suldrun, quien movió los dedos con desdén.
—Los hombres imponentes se toman a sí mismos demasiado en serio —dijo Suldrun—. Sólo saben quejarse y dar órdenes.
—¡Hay mucho más! —declaró Lia—. Me lo dijo mi costurera, quien se lo oyó decir a la dama Pedreia. Parece que Faude Carfilhiot es muy romántico. Todas las noches ve despuntar las estrellas desde una alta torre, languideciendo.
—¿Languideciendo? ¿Por qué?
—De amor.
—¿Y quién es la altiva doncella que le causa tanto dolor?
—Eso es lo curioso. Es imaginaria. Él adora a esta doncella de sus sueños.
—Me cuesta creerlo —dijo Tuissany—. Sospecho que debe de pasar más tiempo en la cama con doncellas verdaderas.
—Eso no lo sé. A fin de cuentas, los rumores pueden ser exagerados.
—Será interesante descubrir la verdad —dijo Tuissany—. Pero aquí viene tu padre, el rey.
Lia y Tuissany se pusieron de pie y Suldrun las imitó, aunque más despacio. Todas hicieron una reverencia formal. El rey Casmir se les acercó.
—Doncellas, deseo hablar con la princesa sobre un asunto privado. Por favor, dejadnos a solas unos instantes.
Lia y Tuissany se retiraron. El rey Casmir escudriñó a Suldrun un momento. Suldrun desvió los ojos con aprensión, sintiendo un nudo en el estómago.
El rey Casmir cabeceó bruscamente, como si corroborara una idea personal. Habló con voz portentosa.
—Sabrás que esperamos la visita de una persona importante, el duque Carfilhiot de Valle Evander.
—Lo he oído, sí.
—Estás en edad de casarte. Si el duque Carfilhiot te encuentra atractiva, yo contemplaría esa posibilidad con agrado, y se lo haré saber.
Suldrun alzó los ojos hacia la cara de barba dorada.
—Padre, no estoy preparada para eso. No tengo el menor interés en compartir la cama con un hombre.
El rey Casmir asintió.
—Ese sentimiento es adecuado en una doncella casta e inocente. No me desagrada. Aun así, tales aprensiones deben ceder ante los asuntos de estado. La amistad del duque Carfilhiot es vital para nuestros intereses. Pronto te acostumbrarás a la idea. Por tanto, tu conducta hacia el duque Carfilhiot debe ser amable y grácil, aunque sin exageraciones. No lo acoses con tu compañía. La reserva y la reticencia estimulan a un hombre como Carfilhiot. De todas formas, no seas esquiva ni fría.
—Padre —exclamó Suldrun con desesperación—, ¡no tendré que fingir reticencia! ¡No estoy preparada para el matrimonio! ¡Tal vez nunca lo esté!
—Silencio —ordenó el rey Casmir—. El pudor es grato, incluso atractivo, en dosis moderadas. Pero cuando se ejerce en exceso se vuelve fatigoso. Carfilhiot no debe pensar que eres una mojigata. Éstos son mis deseos. ¿Está claro?
—Padre, entiendo muy bien tus deseos.
—Bien. Asegúrate de que influyan en tu conducta.
Una procesión de veinte caballeros y hombres armados bajó por el Sfer Arct y entró en la ciudad de Lyonesse. Los encabezaba el duque Carfilhiot, erguido y aplomado: un hombre de pelo negro y ensortijado, tez clara, rasgos finos y regulares, aunque un tanto austeros, salvo por la boca, que era la de un poeta sentimental.
La compañía se detuvo en el patio de la Armería. Carfilhiot desmontó y un par de palafreneros vestidos con colores verde espliego de Haidion se llevaron su caballo. Su séquito también desmontó y se alineó detrás de él.
El rey Casmir bajó de la terraza superior y cruzó el patio. El duque Carfilhiot hizo una reverencia convencional, y su gente le imitó.
—¡Bienvenido! —dijo el rey Casmir—. ¡Bienvenido a Haidion!
—Tu hospitalidad me honra —dijo Carfilhiot con voz firme, rica y bien modulada, aunque carente de resonancia.
—Te presento a Mungo, mi senescal. El te mostrará tus aposentos. Se servirá una colación, y cuando estés cómodo tomaremos un refrigerio informal en la terraza.
Una hora más tarde Carfilhiot se presentó en la terraza. Se había puesto un blusón de rayas grises y negras, con pantalones negros y zapatos negros: un atuendo inusitado que realzaba su ya dramática presencia. El rey Casmir lo esperaba junto a la balaustrada. Carfilhiot se le acercó y se inclinó.
—Rey Casmir, ya encuentro mi visita muy placentera. El palacio Haidion es el más espléndido de las Islas Elder. El panorama de la ciudad y el mar es incomparable.