Alison me dirigió una mirada nerviosa. ¿De qué iba esto? ¿Había que votar? Yuen era el único que podía decidir; podía desenchufarlo en cualquier momento. Sin embargo su actitud dejaba claro que quería un consenso; quería que le apoyáramos en su decisión.
—Si alisamos el borde —dije con cautela— será prácticamente imposible que IA se aproveche del defecto, ¿no?
Alison negó con la cabeza.
—No lo sabemos. Puede que haya un componente cuántico de defecciones espontáneas, incluso para las proposiciones que aparentan estar en perfecto equilibrio.
—En ese caso podría haber defecciones espontáneas en cualquier parte —contestó Yuen—, incluso lejos del borde. Borrando toda la estructura no se garantiza nada.
—¡Se garantiza que IA no la encuentre! Puede que haya defecciones concretas en todo momento, pero la próxima vez que se comprueben siempre acabarán revirtiendo. Están rodeadas de contradicciones explícitas; es imposible que se afiancen. No se pueden comparar unos cuantos errores transitorios con este... arsenal de contramatemáticas.
El defecto se erizaba en la pantalla como un abrojo gigante Expectantes, Alison y Yuen se volvieron hacia mí. Justo cuando abrí la boca la estación de trabajo emitió un pitido. El software había examinado las alternativas al detalle: Luminoso tardaría veintitrés minutos y diecisiete segundos en destruir por completo el lado remoto; más o menos un minuto por debajo del tiempo que nos quedaba. En sellar el borde tardaría más de una hora.
—No puede ser correcto —dije.
—Pero lo es —protestó Alison—. En el borde se producen interferencias aleatorias que provienen de otros sistemas todo el tiempo, y hacer cualquier cosa complicada significa tratar con ese ruido, enfrentarse a él. Cargar hacia delante y hundir el borde es otra historia: puedes explotar el ruido para acelerar el avance. No es una cuestión de «tratar con una mera superficie» o «tratar con todo un volumen». Es más parecido a... intentar esculpir una isla como un círculo totalmente perfecto con las olas rompiendo constantemente en la playa o arrasarlo todo y hundirlo en el océano.
Nos quedaban treinta segundos para decidirnos, o bien hoy no haríamos ni una cosa ni la otra. Y tal vez Yuen tuviera los recursos para mantener el mapa fuera del alcance de IA durante el mes o más que tendríamos que esperar para tener otra sesión con Luminoso, pero yo no estaba preparado para vivir con esa clase de incertidumbre.
—Yo digo que nos libremos de todo. Hacer menos es demasiado peligroso. Los futuros matemáticos podrán estudiar el mapa de todos modos; y si nadie se cree que el defecto existió de verdad, qué le vamos a hacer. IA nos pisa los talones. No podemos arriesgarnos.
Alison tenía una mano levantada sobre el teclado. Me volví hacia Yuen; angustiado, miraba fijamente al suelo. Nos había dejado exponer nuestros puntos de vista, pero al final la decisión era suya.
Levantó la vista y en tono triste pero con decisión dijo:
—De acuerdo. Hazlo.
Alison pulsó la tecla cuando quedaban unos tres segundos. Me hundí en la silla, mareado de alivio.
Contemplamos cómo se encogía el lado remoto. El proceso no se veía tan extremo como «arrasar una isla»: era más parecido a disolver en ácido un cristal de estrambótica belleza. Sin embargo, con el peligro retrocediendo ante nuestros ojos, empecé a sentir ligeras punzadas de arrepentimiento. Nuestras matemáticas habían coexistido con esta extraña anomalía durante quince mil millones de años y me daba vergüenza pensar que, a los pocos meses de descubrirla, estuviéramos acorralados de tal manera que no nos quedaba más remedio que destruirla.
Yuen parecía extasiado con el proceso.
—Entonces, ¿estamos quebrantando las leyes de la física, o las estamos cumpliendo?
—Ni una cosa ni otra —dijo Alison—. Simplemente estamos cambiando lo que implican las leyes.
Yuen se rió quedamente.
—«Simplemente». Para cierto conjunto esotérico de sistemas complejos, estamos reescribiendo las reglas de alto nivel de su comportamiento. Lo que espero que no incluya al cerebro humano.
Se me puso la carne de gallina.
—¿No cree que eso es... poco probable?
—Estaba bromeando —dudó y luego añadió con seriedad—: Poco probable para los humanos, pero puede que alguien, en alguna parte, dependa de esto. Podríamos estar destruyendo la base de su existencia: certezas tan fundamentales para ellos como las tablas de multiplicar de un niño para nosotros.
Alison apenas pudo disimular su desprecio.
—Son matemáticas basura; una reliquia de un accidente sin sentido. Cualquier tipo de vida que evolucionara de formas simples a formas complejas las encontraría inútiles. Nuestras matemáticas funcionan para... rocas, semillas, animales en la manada, miembros de una tribu. Esto sólo empieza a tener sentido por encima del número de partículas que hay en el universo...
—O sistemas más pequeños que representan esos números —le recordé.
—¿Y crees que la vida en alguna parte podría sentir la necesidad acuciante de hacer aritmética transastronómica no estándar para sobrevivir? Lo dudo mucho.
Nos quedamos callados. La culpa y el alivio podían pelearse más tarde, pero nadie sugirió detener el programa. Tal vez, al final nada podía compararse al caos que el defecto podía haber causado si se hubiese llegado a usar como un arma, y estaba impaciente por redactar un largo mensaje para Industrial Algebra, informándoles de lo que habíamos hecho exactamente con el objeto de sus ambiciones.
Alison señaló una esquina de la pantalla.
—¿Qué es eso?
Una púa fina y oscura sobresalía del grupo decreciente de proposiciones. Por un momento pensé que simplemente estaba esquivando el ataque del lado cercano, pero no era así. Lentamente, de forma constante, se iba alargando.
—Podría ser un error en el algoritmo de mapeo. —Agarré el teclado y amplié la estructura. En primer plano se apreciaba que tenía varios miles de proposiciones de ancho. En su borde se podía ver el programa de Alison en acción, comprobando proposiciones en un orden diseñado para que los zarcillos del lado cercano tuvieran que penetrar cada vez más. Esta delgada extrusión, rodeada de matemáticas contradictorias, debería haber sido aniquilada en una fracción de segundo. Sin embargo, algo estaba contrarrestando activamente el ataque; reparando la más mínima fisura antes de que pudiera extenderse—. Si IA ha metido un virus aquí... —me volví hacia Yuen—. No podrían atacar directamente a Luminoso, así que no podrían impedir que el lado remoto siguiera encogiéndose, pero una estructura pequeña como ésta... ¿Qué piensa? ¿Podrían estabilizarla?
—Tal vez —reconoció—. Se podría hacer con cuatrocientas o quinientas estaciones de trabajo de las más rápidas. Alison tecleaba frenéticamente en su agenda. —Estoy escribiendo un parche para identificar cualquier interferencia sistemática y desviar todos nuestros recursos contra ella —dijo quitándose el pelo de los ojos—, Bruno, mira lo que hago. Corrígeme sobre la marcha.
—Vale. —Le eché un vistazo a lo que llevaba escrito—. Vas bien. Tienes que tranquilizarte. —Le temblaban las manos.
La púa no paraba de crecer. Para cuando el parche estuvo listo, la escala del mapa se reajustaba constantemente para caber en la pantalla.
Alison activó el parche. Apareció una capa de un azul eléctrico que envolvió a la púa, indicando la concentración de capacidad de cálculo, y la púa se paró en seco.
Contuve la respiración, a la espera de que IA se diera cuenta de lo que habíamos hecho; y reagrupara sus recursos en otra parte. Si lo estaba haciendo, no aparecería una segunda púa —no llegaría tan lejos—, pero el marcador azul de la pantalla se desplazaría hasta la ubicación donde se hubiesen reagrupado para intentarlo.
Pero el resplandor azul no se movió de la púa. Y la púa no desapareció aplastada por el embate de Luminoso.
Al contrario, comenzó a crecer de nuevo muy despacio. Yuen tenía mala cara.
—Esto no es obra de Industrial Algebra. No hay ordenador en el planeta...
Alison se rio con sorna.
—¿Y ahora qué vas a decir? ¿Que los alienígenas que dependen del lado remoto lo están defendiendo? ¿Alienígenas de dónde? Nada de lo que hemos hecho ha tenido tiempo de llegar ni a... Júpiter. —Había una nota de histeria en su voz.
—¿Has medido lo rápido que se propagan los cambios? ¿Estás segura de que no pueden viajar más rápido que la luz, con las matemáticas del lado remoto socavando la lógica de la relatividad?
—Sean quiénes sean —dije—, no están defendiendo todos sus bordes. Están acumulando todos su esfuerzos en la púa.
—Tienen un objetivo. Un objetivo concreto. —Yuen alargó el brazo por encima del hombro de Alison para coger el teclado—. Vamos a apagarlo ahora mismo.
Alison se giró y le bloqueó el paso.
—¿Estás loco? ¡Estamos a punto de repelerlos! Reescribiré el programa, lo ajustaré, conseguiré que sea un poco más eficaz...
—¡No! Dejemos de amenazarlos y veamos cómo reaccionan. No sabemos el daño que estamos causando...
Volvió a intentar hacerse con el teclado.
Alison le dio un codazo en la garganta, con fuerza. Yuen se tambaleó hacia atrás, intentando respirar, y luego se desplomó en el suelo derribando una silla que le cayó encima. Ella me susurró:
—¡Rápido, haz que se calle!
Vacilé. Mi lealtad se hacía añicos: su idea me había parecido perfectamente razonable. Pero si se ponía a llamar a gritos a los de seguridad...
Me agaché sobre él, aparté la silla y le puse una mano en la boca apretando fuerte, haciendo que la cabeza se le fuera hacia atrás al presionar en la mandíbula inferior. Tendríamos que atarlo y luego intentar salir descaradamente del edificio sin él. Pero lo encontrarían en cuestión de minutos. Aunque lográsemos atravesar la verja, estábamos jodidos.
Yuen recuperó el aliento y empezó a forcejear; con las rodillas le sujeté torpemente los brazos. Podía escuchar el tecleo irregular y entrecortado de Alison; intenté ver la pantalla de la estación de trabajo, pero no podía girarme mucho sin descargar el peso de encima de Yuen.
—Puede que tenga razón —dije—: tal vez deberíamos retirarnos y ver qué pasa.
Si las alteraciones podían propagarse más rápido que la luz... ¿cuántas civilizaciones distantes podrían haber notado los efectos de lo que habíamos hecho?
Nuestro primer contacto con la vida extraterrestre podía acabar siendo un intento de erradicar unas matemáticas que para ellos eran... ¿qué? ¿Un recurso irreemplazable? ¿Una reliquia sagrada? ¿Un componente esencial de su concepción del mundo?
El sonido de las teclas se paró en seco.
—¿Bruno? ¿Lo notas...?
—¿Qué?
Silencio.
—¿Qué?
Parecía que Yuen había dejado de forcejear. Me arriesgué y me di la vuelta.
Alison estaba echada hacia delante con la cara hundida en las manos. En la pantalla la púa había interrumpido su implacable crecimiento lineal, pero ahora en su extremo había brotado una compleja estructura dendrítica. Volví a mirar a Yuen; parecía ensimismado, ajeno a mi presencia. Le quité la mano de la boca con cautela. Se quedó tumbado, plácidamente, esbozando una leve sonrisa, sus ojos escudriñaban algo que yo no podía ver.
Me levanté. Agarré a Alison por los hombros y la sacudí suavemente; su única reacción fue apretar todavía más la cara contra las manos. La extraña flor de la púa seguía creciendo, pero no se expandía hacia fuera; lanzaba delgados brotes sobre sí misma, entrecruzando la misma región una y otra vez con estructuras cada vez más finas.
¿Tejía una red? ¿Buscaba algo?
Me impactó con una descarga de claridad más intensa que nada que hubiese sentido desde la infancia. Fue como revivir el momento en que comprendí por primera vez el concepto de número... pero con la comprensión adulta de todas las posibilidades que ofrecía, todo lo que implicaba. Fue una revelación en forma de relámpago... pero sin el menor matiz de confusión mística: sin la neblina opiácea de la euforia, sin la descarga pseudosexual. Con la lógica clarividente de los más simples conceptos, contemplé y comprendí cómo funcionaba exactamente el mundo...
... Salvo que todo estaba mal, todo era falso, todo era imposible.
Arenas movedizas.
Con una sensación de vértigo recorrí la habitación con la mirada, contando con frenesí: «Seis estaciones de trabajo. Dos personas. Seis sillas». Agrupé las estaciones de trabajo: tres conjuntos de dos, dos conjuntos de tres. Uno y cinco, dos y cuatro; cuatro y dos, cinco y uno.
Las volví a agrupar una docena de veces buscando la consistencia, buscando la cordura... pero todo tenía sentido.
No me habían robado la vieja aritmética; sencillamente me habían incrustado la nueva en la cabeza, encima de la otra.
Quienquiera que hubiese resistido nuestro ataque con Luminoso nos había alcanzado con la púa y había reescrito nuestras metamatemáticas neuronales —la aritmética que subyacía a nuestro propio razonamiento sobre la aritmética— lo suficiente para que pudiéramos comprender lo que habíamos estado intentando destruir.
Alison seguía sin decir nada, pero ahora respiraba despacio y de forma regular. Yuen parecía encontrarse bien, felizmente absorto. Me relajé un poco y traté de darle sentido al torrente de aritmética del lado remoto que corría por mi cerebro.
En sus propios términos los axiomas eran... triviales, obvios. Podía ver que correspondían a proposiciones muy elaboradas sobre números enteros transastronómicos, pero me era imposible realizar una traducción exacta. Y pensar en las entidades que describían en términos de los enormes números enteros que representaban era un poco como pensar en pi o en la raíz cuadrada de dos en términos de los primeros diez mil dígitos de su expansión decimal: sería como no entender nada en absoluto. Los «números» extraterrestres —los objetos básicos de la aritmética alternativa— habían encontrado una manera de alojarse en los números enteros y de relacionarse con ellos de una forma simple y elegante, y si los caóticos corolarios que implicaban al traducirlos contradecían las reglas que se suponía que respetaban los números enteros... bueno, sólo se había subvertido un conjunto pequeño y remoto de oscuras verdades.
Alguien me tocó el hombro. Me asusté, pero Yuen sonreía de manera amistosa, todas las disputas y la violencia estaban olvidadas.
—No se está superando la velocidad de la luz —dijo—. La lógica necesaria para que así sea permanece intacta.