Los tipos duros no bailan (39 page)

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Authors: Norman Mailer

Tags: #Otros

BOOK: Los tipos duros no bailan
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–Sepamos las respuestas –repitió Regency.

–Las dos mujeres están muertas.

–¿Cómo lo sabes?

–Porque encontré sus cabezas donde guardo mi marihuana.

Esperé. Desde luego, Regency sabía muy bien que fingir pasmo no serviría de nada a sus propósitos.

–¿Qué ocurrió con esas cabezas? –preguntó– ¿Las pusiste tú allí?

–Jamás he puesto cabezas en lugar alguno.

Ante mi pasmo, Regency, sin previo aviso, se puso a gemir como una gran bestia herida, diciendo:

–¡He estado en el infierno! ¡No puedo creerlo! ¡He estado en el infierno!

–Apostaría cualquier cosa a que es cierto –comentó mi padre.

–Ahora, ya carece de importancia –dijo Regency.

–¿Por qué le cortaste la cabeza a Jessica? –le preguntó mi padre.

Regency dudó y dijo:

–No puedo decírtelo.

–Me parece que tienes ganas de decirlo –observó mi padre.

–No vayamos tan deprisa. Os diré todo lo que queráis saber, siempre y cuando me digáis lo que yo quiero saber.
Quid pro quo
.

–No, esto no sirve para nada –dije–. Tienes que confiar en mí.

–¿Dónde guardas tu almacén de biblias?

–Esto no sirve para nada –insistí–. Siempre que te digo algo, te aprestas a formular otra pregunta. Y cuando te lo haya dicho todo, ya no habrá razón alguna para que tú me digas algo.

–Démosle la vuelta a la argumentación. Si yo soy quien habla primero, ¿qué puede hacerte hablar?

–Tu Magnum.

–¿Me crees capaz de liquidarte a sangre fría?

–No. Pero pienso que te saldrías de madre.

–De acuerdo. Comienza. Infórmame acerca de algo que no sepa.

–Stude ha muerto.

–¿Quién lo mató?

–Wardley.

–¿Dónde está Wardley?

–Tienes la manía de hacer preguntas. Te lo diré cuando llegue el momento oportuno. Cumple tus obligaciones en lo que hemos pactado.

–Me gustaría conocer a ese Wardley. Siempre que doy un paso me tropiezo con él.

–Ya lo verás.

Únicamente después de haber pronunciado estas palabras me di cuenta de lo siniestras que eran.

–Me gustará. Le haré tragarse los dientes –dijo Regency.

Me eché a reír. Realmente, no lo pude evitar. Sin embargo, quizá ésa fue la mejor reacción. Regency se sirvió una copa y se la tragó. Me di cuenta de que era el primer trago que se tomaba desde el momento en que mencioné el machete.

–De acuerdo, te contaré mi historia. No es mala.

Miró a mi padre y dijo:

–Dougy, respeto a muy poca gente, pero a ti te respeto. Desde el momento en que he llegado a esta casa. El último tipo al que he conocido que podía compararse contigo fue mi coronel en los paracaidistas.

–Hazle general –dijo Dougy.

–Ya llegaremos a ese punto –dijo Regency–, pero quiero dejar aclarada una cosa: lo que viene a continuación es realmente duro.

–Así me parece –replicó Dougy.

–Quieres a tu hijo, y tu simpatía hacia mí va a decrecer.

–¿Por qué odiabas a mi hijo?

–Odiabas… Esto es el pasado del verbo. ¿Cómo lo sabes?

–Ahora, pareces respetarle –dijo mi padre tras encogerse de hombros.

–No, no le respeto. Le respeto a medias. Antes pensaba que era una mierda. Ahora ya no.

–¿Por qué? –le pregunté.

–Te lo diré a mi aire.

–Bueno.

–Voy a ser sincero –dijo Regency dirigiéndose a mí–. Te hice muchas jugadas. Intenté hacerte perder la razón.

–Pues casi lo conseguiste.

–Tenía derecho a ello.

–¿Por qué? –preguntó Dougy.

–Cuando conocí a mi esposa, Madeleine, se encontraba en una situación desesperada, para mandarla al hospital. Tu hijo la convirtió en una depravada. Cuando la conocí, era una cocainómana. Tu hijo la llevó a orgías, le destrozó el cuerpo en un accidente de automóvil, le hizo cisco la matriz, y la dejó plantada un año después. Heredé a una mujer tan habituada a la cocaína que tenía que venderse con el solo fin de inhalar por la nariz y quedar satisfecha. Tenía la matriz destrozada. No sé si sabes lo que es convivir con una mujer que no puede darte un hijo. En consecuencia, entérate, Madden, te odiaba.

–Pero tú, a tu vez, me robaste a mi esposa –le dije con voz tranquila.

–Lo intenté. Quizá fue ella quien me robó a mí. Quedé atrapado entre dos mujeres, la tuya y la mía.

–Y también Jessica.

–No presento excusas. Cuando tu mujer se largó, nos dejó a los dos, muchacho. Tengo mis hábitos. Y el amor nada tiene que ver con ello. Tengo que metérsela a dos mujeres todos los días. Lo he hecho incluso con los pingos enfermos de Stude, lo que te digo con la única finalidad de demostrarte la fuerza del principio general. Jessica no era más que una sustituta…

–En ese caso, Madeleine y tú, siempre que dormías en tu casa…

–Desde luego –soltó un eructo de whisky y prosiguió–: Es muy sencillo. No nos apartemos del tema. Yo te odiaba y tengo una mentalidad muy sencilla. En consecuencia, cogí la cabeza de Jessica y la escondí en tu hoyo. Luego, casi literalmente, te dije que fueras allá.

–¿Y no pensaste que podía asociar el hecho contigo?

–Pensé que te acojonarías. Que te morirías de miedo. Sí, éstas son las expresiones justas.

–¿Y fuiste tú quien puso la sangre en el asiento de mi automóvil?

Movió afirmativamente la cabeza.

–¿De quién era la sangre? –le pregunté. No contestó.

–¿De Jessica? –insistí.

–Sí.

Cuando iba a preguntarle: «¿Y cómo lo hiciste?», vi que sus ojos se achicaban y se dilataban, como si la escena hubiera aparecido en su mente y se alejara y volviera a aparecer. Me pregunté si Regency había utilizado la cabeza de Jessica con aquel fin, pero aparté el pensamiento antes de que engendrara imágenes.

–¿Por qué no propusiste un análisis de la sangre encontrada en el asiento del automóvil? –preguntó mi padre.

Con el vaso de whisky junto a los labios, Regency sonrió felinamente y dijo:

–Pues porque nadie sería capaz de creer que era yo quien había puesto la sangre allí en el caso de que me comportara con tal torpeza que permitiera que la lavasen, y además ni siquiera pidiera un análisis. Si así lo hacía, nadie podría acusarme de preparar pruebas falsas –hizo una pausa, movió afirmativamente la cabeza y añadió–: Por la mañana, me levanté con la preocupación de que me acusaran de preparar pruebas falsas contra Tim. Ahora, parece una tontería, pero en aquel entonces eso era lo que pensaba.

–Perdiste la mejor ocasión de montar una buena acusación.

–Yo no quería ver a Tim ahorcado. Sólo quería volverle loco.

–¿Fuiste tú quien mató a Jessica? ¿O lo hizo Patty? –le pregunté.

–Ya llegaremos a ese punto. Por el momento carece de importancia. Lo importante es que estaba loco por tu esposa, en tanto que ella no hacía más que hablar de ti y de lo mucho que te odiaba, y de cómo habías destrozado su vida. Lo único que yo veía claramente era que tú no le llegabas ni a la suela del zapato, lo que me inducía a preguntarme por qué Patty sufría tanto por tu causa. Por fin lo supe. Patty tenía la absoluta necesidad de destrozar a los hombres. Ya que, cuando me negué a levantar siquiera un dedo contra ti, se largó y casi me hizo trizas con ello. Sí, entonces lo vi claro. Yo tenía que hacerte daño. Olvidarme de mis deberes de policía y llevar a cabo un buen trabajo.

–Y no fue un trabajo de poca importancia, ciertamente –dijo Dougy.

–Totalmente de acuerdo. Fue brillante –después de decir estas palabras, Regency movió la cabeza y añadió–: Los detalles fueron brillantes. Dije a Patty que cogiera la pistola que causó la muerte de Jessica y la volviera a guardar en su caja, sin limpiarla. Sólo el olor de la pistola bastaría para que te diera un soponcio. Bueno, el caso es que tú estabas totalmente borracho, y Patty entró y devolvió la pistola a su sitio.

–¿Cómo te las arreglaste para encontrar mis fotografías con Polaroid, para cortarles la cabeza? Patty ignoraba dónde las guardaba.

–No sabía que tuvieras fotos de este tipo –dijo Regency con expresión confusa.

Le creí. Mi corazón cayó en un pozo con paredes de plomo frío.

–Pues ocurrió realmente –le dije.

–Patty decía que cuando estás borracho te portas como un loco. Quizá tú mismo cortaste las cabezas de esas fotos.

Yo no quería siquiera pensar en la posibilidad de que así fuera, pero tuve que creer a Regency.

–En el caso de que tú cortaras una foto, ¿por qué lo harías? –le pregunté.

–Nunca haría una cosa así. Sólo puede hacerlo un majara.

–Lo hiciste. Cortaste las fotos de Jessica.

Bebió. Se atragantó y se le cayó parte del whisky.

–Sí, es cierto. Corté las fotos de Jessica.

–¿Cuándo? –le pregunté.

–Ayer.

–¿Por qué?

Pensé que le iba a dar un ataque.

–Para no ver la cara que puso al morir –consiguió decir–. Quería borrar esa cara de mi mente.

Tomó un poco más de whisky. Tuve la impresión de que Regency iba a sufrir un ataque. Le rechinaban los dientes, se le habían puesto los ojos saltones, y tenía tensos los músculos del cuello. Por fin, pudo formular la pregunta:

–¿Qué pasó con Patty?

Antes de que pudiera contestar, Regency soltó un terrible rugido, se levantó, se acercó a la puerta, y comenzó a golpearse la cabeza contra la jamba. La cocina entera retemblaba. Mi padre se le acercó por detrás, le abrazó por el pecho e intentó apartarle. De una sacudida, Regency se lo quitó de encima. Mi padre tenía setenta años, pero, a pesar de ello, apenas pude creerlo. De todas maneras, ello calmó a Regency, quien dijo:

–Lo siento.

Mi padre, como si se despidiera de la última ilusión de que aún conservaba sus fuerzas intactas, dijo:

–Bueno…

Yo volvía a temer a Regency. Como si yo fuera el encargado del interrogatorio, y él fuera el dolido marido de la víctima, le dije suavemente:

–Nada tuve que ver con la muerte de Patty.

–Te despedazaré con mis propias manos si mientes.

–Ignoraba si estaba muerta o viva hasta que vi su cabeza en el hoyo.

–Yo tampoco lo hice.

Y, acto seguido, Regency se echó a llorar. No era un sonido agradable el que producía. Seguramente no había llorado desde los ocho años. Sus sollozos recordaban el ruido que hace una máquina cuando una de sus patas se desclava del suelo. Al comparar mi dolor con el suyo, me sentí como un palanganero de casa de putas. ¡Cuánto había amado a mi esposa, aquel hombre! Sin embargo, entonces sabía que podía preguntarle cualquier cosa. En su llanto estaba indefenso. Había perdido el timón. Le encantaría contestar preguntas.

–¿Fuiste tú quien quitó del hoyo la cabeza de Jessica?

Movió los ojos hacia arriba. No. Tuve una intuición:

–¿Fue Patty? Afirmó con la cabeza.

Iba a preguntarle por qué, pero me di cuenta de que Regency apenas podía hablar. Tenía que dar otro giro a la pregunta, pero no sabía cómo hacerlo.

–¿Pensaba Patty que fuera lo que fuese lo que Tim merecía, no debías haber hecho aquello? –intervino mi padre.

Regency dudó. Luego movió afirmativamente la cabeza. ¿Cómo podría estar seguro de que Patty no lo había hecho para confundirme aún más? No me convenció. Pero, de todos modos, había hecho que sí. También pensé que tal vez Patty pensara usar la cabeza para chantajear a Wardley. Nunca llegaría a saber la verdad. Mi padre hizo otra pregunta.

–¿Te pidió Patty que guardaras la cabeza?

Regency movió afirmativamente la cabeza.

–Y la guardaste.

Volvió a inclinar la cabeza.

–¿Y, luego, Patty desapareció?

Otro movimiento afirmativo de Regency, quien consiguió decir:

–Desapareció. Y me dejó con la cabeza.

–¿Y decidiste devolver la cabeza de Jessica al sitio del que la habías sacado?

Otro movimiento afirmativo de Regency. En voz muy suave, mi padre preguntó:

–¿Y allí descubriste a Patty?

Regency se llevó las manos a la parte trasera de la cabeza y, ejerciendo presión, movió rotatoriamente el cuello. Hizo un movimiento afirmativo.

–¿Y ésa fue la visión más terrible que has tenido en tu vida?

Regency hizo un movimiento afirmativo.

–¿Cómo pudiste conservar la serenidad?

–Lo he conseguido hasta ahora.

Y volvió a llorar. Lloraba a relinchos. Pensé en la última vez que había visto a Regency. En aquellos momentos éste forzosamente tenía que saber, desde hacía pocas horas, que Patty estaba muerta y decapitada. ¡Con cuánta fuerza había guardado el secreto!

–¿Sabes quién puso a Patty allí? –le preguntó mi padre. Regency afirmó con la cabeza. –¿Fue Nissen?

Asintió con un movimiento de cabeza. Se encogió de hombros. Quizá no lo sabía.

–Sí, tuvo que ser él –dijo mi padre.

Estuve de acuerdo. Tuvo que ser el Araña. Sólo había que tener en cuenta lo comprometido que estaba en todo aquello. Y claro está, quería comprometerme. El y Stude querían cogerme con las cabezas. ¿Quién creería en mi inocencia, si me encontraban con dos cabezas cortadas en mi poder?

–¿Fuiste tú quien mató a Jessica?

Encogió los hombros, y movió negativamente la cabeza.

–¿Lo hizo Patty?

Movió afirmativamente la cabeza.

Tuve la impresión de ver las líneas generales del caso. Si Jessica había llamado a Wardley inmediatamente después de que Lonnie se pegara un tiro, lo más probable era que, al darse cuenta de que Wardley no acudía, Jessica hubiera pedido ayuda a Regency. Y Patty, cuando Wardley le contó lo ocurrido y le pidió que le dijera cómo ir a Race Point, le dio unas indicaciones que no le llevaron a ninguna parte y se apresuró a reunirse con Regency. Naturalmente, Patty acompañó a Regency cuando éste fue a buscar a Jessica. Entonces, una de las dos, Patty o Jessica, condujo el automóvil alquilado hasta el Mirador. Habida cuenta del estado de ánimo de Jessica, seguramente fue Patty. Una vez aparcado, los tres se fueron en el coche patrulla. Poco podía tardar Patty en descubrir que Jessica tenía cierta relación con Alvin Luther. Si tenemos en cuenta esto y lo añadimos a las pretensiones de Jessica de quedarse con la mansión Paramessides, bien pudo haber una tremenda pelea entre las dos. El único problema radicaba en saber por qué Patty llevaba su 22. ¿Para protegerse del Machete? No era improbable. Sí, las líneas generales eran ésas.

Regency estaba sentado en una silla, con el aspecto propio del boxeador que se encuentra en su rincón después de haber sido terriblemente vapuleado en el último asalto.

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