Los señores de la instrumentalidad (16 page)

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
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«Y fueron felices para siempre.» Así ocurría en los viejos libros, pero ¿cómo les podía ocurrir a ellos, en la vida real? En todo el año anterior, Martel había pasado sólo dieciocho días bajo el alambre, y sin embargo Lucí lo había amado. Aún lo amaba. Martel lo sabía. Lucí se inquietaba por él mientras Martel pasaba meses arriba-afuera. Trataba de brindarle un hogar aunque él fuera un háberman, de prepararle buenas comidas aunque él no pudiera saborearlas, de parecer atractiva aunque él no pudiera besarla: y quizá fuera mejor, pues el cuerpo de un háberman no era más que un mueble. Lucí tenía mucha paciencia.

¡Y ahora, Adam Stone! (Dejó que se le borrara la tablilla: ¿cómo podía irse?)

¿Dios bendiga a Adam Stone?

Martel no pudo menos que sentir lástima de sí mismo. Nunca más la imperiosa llamada del deber lo llevaría a través de doscientos años del tiempo de los Otros, a través de dos millones de eternidades propias. Podía relajarse y descansar. Podía olvidar el espacio profundo y dejar el arriba-afuera en manos de los Otros. Podía entrar en
cranch
cada vez que se le antojara. Podía ser casi normal —casi— durante un año, cinco años o ningún año. Pero al menos podía estar con lucí. Podía ir con ella al Yermo, a los parajes oscuros donde aún vagaban las Bestias y las Máquinas Antiguas. Quizá muriera en el fragor de la cacería, mientras arrojaba lanzas a un antiguo manshonyagger que saltaba desde su escondrijo, o tirara esferas de calor a las tribus de No Perdonados que aún merodeaban por el Yermo. ¡Todavía había una vida que disfrutar, una muerte acogedora y normal que aceptar, no el movimiento de una aguja en el silencio y la agonía del espacio!

Martel caminaba de un lado a otro con impaciencia. Tenía los oídos sintonizados con los sonidos del habla normal, pues no tenía ganas de mirar los labios de sus hermanos. Parecía que al fin habían tomado una decisión. Vomact se acercó a la tribuna. Martel buscó a Chang con la mirada y se le acercó.

—Estás inquieto como agua en el aire —susurró Chang—. ¿Qué te pasa? ¿Se te acaba el
cranch
.

Ambos contemplaron a Martel, pero los instrumentos no indicaban que el
cranch
llegara a su fin.

La gran luz resplandeció exigiendo atención. Las hileras de observadores se volvieron a ordenar. Vomact metió el viejo y enjuto rostro en el resplandor.

—Observadores y hermanos —dijo—, daré inicio a la votación.

Vomact esperó en la actitud que significaba:
Soy el decano y asumo el mando.

La luz de un cinturón relampagueó una protesta.

Era el viejo Henderson, quien subió a la tribuna y le dijo algo a Vomact. Ante una seña aprobatoria de Vomact, se volvió hacia los demás observadores y repitió la pregunta:

—¿Quién habla por los observadores que están fuera, en el espacio?

No hubo respuesta; ni manos ni luces de cinturones. Henderson y Vomact deliberaron unos instantes, cara a cara. Luego Henderson se volvió hacia los demás:

—Me someto a la autoridad del decano. Pero no a la asamblea de la hermandad. Somos sesenta y ocho observadores, sólo cuarenta y siete están presentes, y hay uno en
cranch
. Por tanto, he propuesto que el decano sólo asuma el mando de un comité de emergencia, pero no de una asamblea. Honorables observadores, ¿entendéis y aceptáis?

Varias manos se alzaron en señal de asentimiento.

—¿Qué diferencia hay? —murmuró Chang al oído de Martel—. ¿Quién puede distinguir una asamblea de un comité?

Martel aprobaba las palabras de Chang, pero le impresionaba aún más el hecho de que Chang dominara la voz a pesar de ser un háberman.

Vomact reasumió la presidencia.

—Ahora votaremos sobre el asunto Adam Stone. Primero, quizá no haya descubierto nada y todo sea una mentira. Nuestra experiencia práctica como observadores nos dice que el dolor del espacio es sólo parte de la observación —
pero la parte esencial, la base de todo
, pensó Martel—, y podemos tener la certeza de que Stone no resolverá el problema de la disciplina del espacio.

—De nuevo esa tontería —murmuró Chang. Sólo Martel lo oyó.

—La disciplina espacial de nuestra hermandad ha mantenido el alto espacio libre de guerras y conflictos. Sesenta y ocho hombres disciplinados dominan todo el espacio. Nuestro juramento y nuestra condición de hábermans nos apartan de las pasiones terrenas.

»Por tanto, si Adam Stone ha vencido el dolor del espacio para que los Otros desmantelen la hermandad y lleven al espacio la turbulencia y la destrucción que asola las Tierras, afirmo que Adam Stone está equivocado. ¡Si Adam Stone tiene éxito, los observadores viven en vano!

»Segundo, aunque Adam Stone no haya vencido el dolor del espacio, causará grandes problemas en todas las Tierras. Quizá la Instrumentalidad y los subjefes no nos den la cantidad de hábermans necesaria para manejar las naves. Correrán rumores descabellados, y habrá menos reclutas. Peor aún, si estas ridículas herejías se propagan ya no habrá disciplina.

»Por tanto, si Adam Stone consiguió algo, amenaza la existencia de la hermandad, y debe morir.

»Propongo la muerte de Adam Stone.

Y Vomact hizo la señal que indicaba:
Se invita a los honorables observadores a votar.

Martel buscó desesperadamente la luz del cinturón. Chang había esperado esas palabras de Vomact y ya había sacado la luz: enfocó el brillante rayo hacia el techo, votando «no». Martel sacó la luz y también dirigió el rayo hacia arriba. Luego miró alrededor. De los cuarenta y siete observadores, sólo seis habían encendido el rayo.

Se encendieron otras dos luces. Vomact estaba rígido como un cadáver congelado. Le relampagueaban los ojos mientras escrutaba al grupo buscando luces. Se encendieron otras más. Al fin Vomact adoptó la postura de cierre.


Que los observadores hagan el recuento
—indicó.

Tres de los hombres mayores subieron a la tribuna con Vomact. Miraron hacia la sala. (Martel pensó:
¡Estos condenados fantasmas están votando por la vida de un hombre verdadero, un hombre vivo! No tienen derecho. ¡Acudiré a la Instrumentalidad!
Pero sabía que no lo haría. Pensó en Lucí, y en lo que ella podría ganar con el triunfo de Adam Stone, y la desgarradora locura de esa votación le resultó intolerable.)

Los tres escrutadores levantaron las manos mostrando unánimemente la señal de un número:
Quince en contra.

Vomact los despidió con una reverencia. Se volvió hacia la sala e indicó:


Soy el decano y asumo el mando.

Asombrándose de su propia osadía, Martel mantuvo la luz del cinturón en alto. Sabía muy bien que cualquiera de los demás podía tender la mano para pasarle la caja cardiaca a
Sobrecarga
. Notó que la mano de Chang se acercaba para asirle por la aerochaqueta, pero lo eludió y corrió a toda prisa hacia la tribuna. Mientras corría se preguntó a qué podía apelar. Era inútil recurrir al sentido común. Ya era tarde. Tenía que invocar a la ley.

Se plantó en la tribuna junto a Vomact y adoptó la postura:
¡Observadores, una ilegalidad!

Habló sin abandonar esa postura, violando las normas.

—Un comité no puede condenar a muerte por simple mayoría. Se requieren dos tercios de la asamblea.

Martel vio que el cuerpo de Vomact se abalanzaba sobre él; sintió que se caía de la tribuna, chocaba contra el suelo y se lastimaba las rodillas y las manos, ahora sensibles. Lo ayudaron a incorporarse. Lo observaron, un observador que apenas conocía le tomó los instrumentos y lo tranquilizó.

Martel pronto se sintió más tranquilo y aliviado, y se odió a sí mismo por ello.

Miró hacia la tribuna. El cuerpo de Vomact indicaba:

¡Orden! ¡Orden!

Los observadores volvieron a sus puestos. Los dos observadores que estaban junto a Martel le asieron por los brazos. Martel les gritó, pero los observadores desviaron la mirada cerrando toda comunicación.

Vomact volvió a hablar cuando vio que de nuevo la tranquilidad reinaba en la sala.

—Un observador ha acudido en
cranch
. Honorables observadores, os pido perdón. No es culpa de nuestro digno observador, el amigo Martel. Ha venido aquí cumpliendo órdenes. Yo le dije que no dejara el
cranch
, esperando evitarle un innecesario estado de háberman. Todos sabemos que Martel es feliz en su matrimonio y le deseamos suerte en ese audaz experimento. Aprecio a Martel. Respeto su opinión. Quería tenerlo con nosotros. Sé que todos compartís mi opinión. Pero está en
cranch
, y ahora no es capaz de asumir la alta misión de los observadores. Por tanto, propongo una solución que considero ecuánime. Sugiero que excluyamos al observador Martel, por violación de las reglas. Esa violación resultaría imperdonable si Martel no estuviera en
cranch
.

»Pero, para hacer justicia a Martel, también propongo poner a votación el punto que tan inadecuadamente ha presentado nuestro digno pero descalificado hermano.

Vomact indicó:
Se invita a los honorables observadores a votar.
Martel trató de tocar la luz de su cinturón. Las muertas y fuertes manos lo aferraron y los esfuerzos de Martel fueron inútiles. Sólo una luz apuntaba hacia arriba: la de Chang, sin duda.

Vomact volvió a asomar la cara a la luz:

—Habiendo aprobado la proposición general mediante el voto de los dignos observadores presentes, propongo que este comité asuma la plena autoridad de una asamblea, y me haga además responsable de todos los delitos que pueda provocar la acción del comité. Responderé ante la próxima asamblea general, pero no ante ninguna otra autoridad fuera de las exclusivas y secretas filas de los observadores.

Vomact adoptó pretenciosamente la postura
Votada
seguro del triunfo.

Sólo centellearon unas luces: no sumaban la cuarta parte de los presentes.

Vomact habló de nuevo. La luz le iluminó la alta y serena frente, las distendidas y muertas mejillas, dejándole la barbilla casi en sombras. Sólo la claridad que venía de abajo le alumbraba a veces los labios, que aun inmóviles parecían crueles. (Se decía que Vomact era descendiente directo de una antigua dama que una vez atravesó de manera ilegítima e inexplicable muchos cientos de años en una sola noche. El nombre de la dama Vomact formaba parte de la leyenda, pero su sangre y su arcaica sed de poder persistían en el mudo y dominante cuerpo del descendiente. A Martel le parecieron ciertas las viejas historias mientras miraba la tribuna, y se preguntó qué olvidada mutación había permitido que la familia Vomact perdurara como una bandada de aves de presa entre los hombres.) Moviendo los labios como si gritara, pero en silencio, Vomact declaró:

—El honorable comité se complace ahora en reafirmar la sentencia de muerte dictada contra Adam Stone, hereje y enemigo.

Otra vez la postura de
Votad.

La luz de Chang brilló de nuevo como una protesta firme y solitaria.

Vomact hizo entonces la última propuesta:

—Solicito que se designe al presente decano como director de la sentencia y se le autorice a nombrar ejecutores, uno o muchos, que manifiesten la majestad y voluntad de los observadores. Asumiré la responsabilidad del acto, no de los medios. Se trata de un acto noble, para protección de la humanidad y del honor de los observadores; pero de los medios sólo podemos decir que serán los mejores de que dispongamos y nada más. ¿Quién sabe cómo matar a un Otro en una Tierra atestada y vigilante? No se trata en este caso de arrojar al espacio a un hombre que duerme encerrado en un cilindro, ni de hacer subir la aguja de un háberman. En los planetas la gente no muere como arriba-afuera. Se resiste a morir. Matar en la Tierra no es nuestra tarea habitual, como bien sabéis, oh hermanos y observadores. En vuestro nombre y el mío, yo escogeré al representante que considere apropiado. De lo contrario, el conocimiento común se convertiría en traición común; en cambio, si la responsabilidad es sólo mía, sólo yo podría traicionaros, y si la Instrumentalidad quisiera investigar, no tendríais que buscar muy lejos.
(¿Y el asesino?
, pensó Martel.
Él también sabrá, a menos que... a menos que lo hagan callar para siempre.)

Vomact adoptó la postura:
Se invita a los honorables observadores a votar.

Brilló una luz de protesta: de nuevo Chang.

Martel creyó distinguir una sonrisa alegre y cruel en el rostro inánime de Vomact: la sonrisa de un hombre que se consideraba justo y respaldaba esa rectitud con enérgica autoridad.

Por última vez, Martel intentó zafarse.

Las manos inflexibles le retuvieron. Permanecerían cerradas como tenazas hasta que los ojos de sus dueños las abrieran; de lo contrario, ¿cómo podrían pasar meses enteros al timón, allá en el espacio?

—Honorables observadores —gritó Martel—, esto es un asesinato.

Ningún oído percibió su grito. Martel estaba en
cranch
, y solo.

Sin embargo, insistió:

—Ponéis en peligro la hermandad.

Nada ocurrió.

El eco de la voz surcó la sala. Ninguna cabeza giró. Ninguna mirada buscó los ojos de Martel.

Martel notó que los observadores hablaban en parejas y rehuían su mirada. Ninguno deseaba ver sus palabras. Detrás del frío rostro de esos amigos se escondía la pena o la burla. Todos sabían que estaba en
cranch
: de forma provisional era absurdo, normal, humano, un no observador. Pero Martel también sabía que en este asunto la sabiduría de los observadores no servía de nada. Sólo un hombre normal podía sentir en la sangre la humillación y la ira que sentirían los Otros ante un asesinato premeditado. La hermandad estaba en peligro, pues la más antigua prerrogativa de la ley era el monopolio de la muerte. Aun las naciones antiguas lo sabían, ya en tiempos de las Guerras, antes de las Bestias, antes de que los hombres fuesen arriba-afuera. ¿Cómo lo decían?
Sólo el Estado matará.
Los Estados habían desaparecido, pero quedaba la Instrumentalidad, y la Instrumentalidad no podía perdonar delitos cometidos en las Tierras pero al margen de su autoridad. La muerte en el espacio era cuestión y derecho de los observadores. ¿Cómo Iba a imponer la Instrumentalidad leyes en un lugar donde los hombres sólo despertaban para morir en el gran dolor? La Instrumentalidad, con mucha sabiduría, había dejado el espacio a los observadores, y la hermandad, por su parte, no se inmiscuía en el gobierno de las Tierras. ¡Y ahora la hermandad actuaría como una pandilla de estúpidos y temerarios forajidos, como las tribus de los No Perdonados!

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