Los señores de la instrumentalidad (12 page)

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
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Juli miró alrededor y advirtió que Herkie ronroneaba suavemente. —Sí —dijo—, entiendo a qué te refieres.

—Deseamos —continuó Laird— organizar una
verdadera
Instrumentalidad, una fuerza que no esté al servicio de los Jwindz sino al servicio de la humanidad. Estamos decididos a que el hombre nunca traicione de nuevo su propia imagen. Fundaremos la Instrumentalidad de lo Humano, benévola pero no manipuladora.

Carlotta asintió lentamente. Su cara envejecida expresaba preocupación.

—Yo moriré dentro de pocos días, y tú te casarás con Laird. Serás la nueva Vomacht. Con suerte, cuando llegues a mi edad, tus descendientes y algunos de los míos habrán liberado la Tierra del poder de los Jwindz.

Juli volvió a sentirse desorientada.

—¿Debo casarme con tu esposo?

—He amado a tu hermana durante más de doscientos años —intervino Laird—. Te amaré a ti también, pues te pareces mucho a ella. No creas que soy desleal. Ella y yo hemos hablado mucho sobre esto antes de que yo te trajera. Si ella no se estuviera muriendo, yo seguiría siéndole fiel. Pero ahora te necesitamos a ti.

Carlotta manifestó su acuerdo.

—Es verdad. Él me ha hecho muy feliz, y te hará feliz a ti también, durante toda tu vida, Juli. No te habría traído si no hubiera tenido un plan para tu futuro. Nunca serías feliz con uno de esos hombres nuevos, drogados y apaciguados. Confía en mí, por favor. No hay otra solución.

Los ojos de Juli se llenaron de lágrimas.

—Haberte encontrado al fin para perderte al cabo de tan poco tiempo...

Herkie le palmeó la mano y Juli descubrió lágrimas de comprensión en sus ojos azules y turbios.

Carlotta murió tres días después. Murió con una sonrisa, mientras Laird y Juli le asían una mano cada uno. Ella habló al fin y les apretó las manos.

—Os veré luego. Entre las estrellas.

Juli no pudo reprimir el llanto.

Postergaron la boda durante siete días de luto. Por una vez, las puertas de la ciudad se abrieron y los campos estáticos de fuerza se apagaron, pues ni siquiera los Jwindz podían dominar los sentimientos de las personas derivadas de animales, los hombres no autorizados, y aun de algunos hombres verdaderos, hacia esa mujer que había llegado de un mundo antiguo.

El Oso estaba especialmente triste.

—Fui yo quien la encontró cuando la hiciste bajar —le dijo a Laird.

—Lo recuerdo.

Conque a eso se refería el Oso cuando dijo «otra mas»
, pensó Bil.

Charis y Oda, Bil y Kae estaban entre los que lloraban. Juli los vio y pensó
mis pobres cachorros
, aunque esta vez el pensamiento era afectuoso y no despectivo.

Oda meneaba la cola.
He tenido una idea
, le linguó a Juli.
¿Puedes venir a verme en el cenote dentro de dos días?

Sí, pensó Juli, orgullosa de sí misma. Por primera vez estaba segura de que el pensamiento había ido sólo hacia la persona a quien se dirigía. Supo que lo había logrado cuando atisbo de reojo la cara de Laird y notó que él no le había leído el pensamiento.

Cuando fue a ver a Oda en el
cenote
, Juli no sabía qué se esperaba de ella, ni qué esperaba ella.

—Debes dirigir tus pensamientos con mucho cuidado —linguó Oda—. Nunca sabemos cuando hay un Jwindz en lo alto.

—Creo que estoy aprendiendo —linguó Juli. Oda asintió.

—Mi idea era recurrir a los árboles luchadores. Los hombres verdaderos aún temen a la enfermedad. Pero yo sé que la enfermedad ya no existe. Me harté tanto de andar entre los árboles con constante ansiedad que resolví hacer una prueba, y comí una vaina de árbol luchador. No me pasó nada. Desde entonces no les he tenido más miedo. De modo que si los rebeldes nos reuniéramos allí, en un bosquecillo de árboles luchadores, los funcionarios de los Jwindz nunca nos encontrarían. No se atreverían a perseguirnos por allí.

A Juli se le iluminó la cara.

—Es una idea excelente. ¿Puedo consultar a Laird?

—Desde luego. Él siempre ha sido uno de los nuestros. Y tu hermana también lo fue.

Juli se entristeció de nuevo.


Me siento muy sola.


No. Tienes a Laird, y nos tienes a nosotros, y al Oso, y a su ama de llaves. Y con el tiempo habrá más. Ahora debemos despedirnos.

Cuando Juli regresó de su encuentro con Oda en el
cenote
, encontró a Laird reunido con el Oso y un joven que se parecía extraordinariamente a Laird y a la joven Carlotta, según la recordaba Juli.

Laird le sonrió.

—Éste es tu sobrino—nieto —le dijo—. Mi nieto. El concepto que Juli tenía del tiempo y la edad sufrió otra conmoción. Laird no aparentaba más edad que su nieto.
¿Cómo encajo yo en todo esto?
, se preguntó, y sin querer dejó escapar el pensamiento.

—Sé que te cuesta asimilar tantas cosas —dijo Laird, cogiéndole la mano—. Carlotta también tuvo dificultades para adaptarse. Pero inténtalo, querida, por favor. Inténtalo, pues te necesitamos desesperadamente, y yo, en particular, no puedo prescindir de ti. Sin ti no podría afrontar la pérdida de tu hermana Carlotta.

Juli sintió una vaga turbación.

—¿Cómo se llama mi...? —No consiguió decirlo—. ¿Cómo se llama él?

—Disculpa. Se llama Joachim, por tu tío. Joachim sonrió y la abrazó.

—Verás —dijo—, necesitamos tu ayuda en la rebelión a raíz del culto que se creó en torno de tu hermana, mi abuela. Cuando ella regresó a la Tierra como una antigua, se instituyó un culto para venerarla. Por esa razón era «la Vomacht», y tú también debes serlo. Es esencial para quienes nos oponemos al poder de los Jwindz. La abuela Carlotta tenía aquí un pequeño reino, y ni siquiera los Jwindz podían impedir que la gente viniera a rendirle homenaje. Lo habrás notado durante el período de luto.

—Sí, vi que ella contaba con el respeto de muchos. Si mi hermana estaba fomentando una rebelión, no me cabe duda de que estaba en lo cierto. Carlotta fue siempre una persona muy justa. Y ahora debo contaros el plan que sugiere Oda.

Les explicó su idea.

—Podría dar resultado —afirmó el Oso—. Los hombres verdaderos siempre han observado cuidadosamente el
tambn
de los árboles luchadores. Más aún, creo que conozco una forma de perfeccionar la idea de Oda. —Se entusiasmó y se le cayeron las gafas. Joachim las recogió.

—Oso —dijo—, siempre te pasa lo mismo cada vez que te excitas.

—Creo que eso significa que tengo una buena idea —sonrió el Oso—. ¿Por qué no usamos los manshonyaggers?

Los otros lo miraron desconcertados y Laird dijo lentamente:

—Creo entender adonde quieres llegar. Los manshonyaggers, aunque no quedan muchos, ciertamente sólo responden al alemán y...

—Y los dirigentes Jwindz son chinos, demasiado orgullosos para haber aprendido otro idioma —interrumpió el sonriente Oso.

—Sí. De manera que si instalamos nuestro cuartel general en los árboles luchadores y difundimos la noticia de que la Vomacht está allí...

—Y rodeamos el bosquecillo con manshonyaggers... Empezaron a interrumpirse unos a otros mientras la idea iba cobrando forma. La excitación aumentó.

—Creo que funcionará —dijo Laird.

—También yo —lo tranquilizó Joachim—. Reuniré a la Banda de los Primos, y después de que te hayas instalado en los árboles luchadores haremos una incursión al centro de drogas y llevaremos los tranquilizantes al bosquecillo, donde podremos destruirlos.

—¿La Banda de los Primos? —preguntó Juli.

—Descendientes míos y de Carlotta que no se han unido a la Instrumentalidad de los Jwindz —explicó Laird.

—¿Y por qué algunos se han unido a ellos?

Laird se encogió de hombros.

—Codicia, poder, diversos motivos muy humanos. Incluso una ilusión de inmortalidad física. Tratamos de inculcar ideales a nuestros hijos, pero la corrupción del poder es muy grande. Tú debes de saberlo.

Al recordar una cara aullante y odiosa con bigote negro, una cara de su propia época, Juli asintió.

Herkie y el Oso, Charis y Oda, Bil y Kae acompañaron a Juli hasta el bosquecillo de árboles luchadores. Al principio, Bil y Kae tenían sus reservas. Sólo aceptaron ir cuando Oda confesó haber comido una vaina, y entonces la reacción de Bil fue típicamente paternal.

—¿Cómo se te ocurrió correr semejante riesgo? —le preguntó a Oda.

Los ojos de su hija brillaron. Meneó la cola con fastidio.

—Tenía que hacerlo —respondió. Bil miró de soslayo a Herkie.

—Entendería que
ella
lo hubiera hecho... Herkie irguió el cuerpo.

—La curiosidad de los gatos tiene una fama exagerada —declaró—. En realidad somos bastante prudentes.

—No he querido menospreciarte —se apresuró a decir Bil, y Herkie advirtió que se le aflojaba la cola.

—Es un error muy extendido —dijo amablemente, y la cola de Bil se enderezó.

Cuando llegaron al corazón del bosquecillo, prepararon una merienda y formaron un círculo. Juli tenía hambre. En la ciudad le habían ofrecido comida sintética, sin duda saludable y llena de vitaminas, pero insatisfactoria para el apetito de una antigua muchacha prusiana. Las personas derivadas de animales habían traído comida verdadera, y Juli disfrutó complacida de cada bocado.

El Oso reparó en su felicidad.

—¿Ves? —le dijo—. Así fue como lo consiguieron.

—¿Como consiguieron qué? —preguntó Juli con la boca llena de pan.

—Como drogaron a la mayoría de los hombres verdaderos. Los hombres verdaderos estaban tan habituados a la comida sintética que cuando los Jwindz introdujeron los tranquilizantes en los alimentos sintéticos los hombres verdaderos no advirtieron la diferencia. Si la Banda de los Primos logra capturar el suministro de drogas, espero que los síntomas de abstinencia no sean demasiado agudos para los hombres verdaderos.

—Es un factor que deberíamos tener en cuenta —intervino Bil—. Si se producen síntomas agudos, es posible que algunos hombres verdaderos sientan la tentación de unirse a los Jwindz en un intento de recuperar las drogas.

El Oso asintió.

—En eso estaba pensando —dijo.

Transcurrieron varios días hasta que Laird, Joachim y la Banda de los Primos se reunieron con ellos. Juli casi se había acostumbrado a la penumbra diurna que reinaba bajo las gruesas hojas y las ramas de los árboles luchadores, y al tenue resplandor nocturno.

Laird la saludó con afecto.

—Te he echado de menos —dijo simplemente—. Ya siento un gran afecto por ti.

Juli se sonrojó y cambió de tema.

—¿Has tenido éxito... o, mejor dicho, lo ha tenido la Banda de los Primos?

—OH, sí. Se plantearon muy pocas dificultades. Los funcionarios de los Jwindz se han vuelto muy negligentes después de controlar la mente de la mayoría de los hombres verdaderos durante generaciones. Bastó con que Joachim fingiera que estaba sedado para que le permitieran entrar en la sala de drogas. Al cabo de varios días logró entregar toda la provisión a los Primos y reemplazarla por sustitutos. Quién sabe cuándo lo descubrirán.

—Supongo que en cuanto se presenten los primeros síntomas de abstinencia —aventuró Joachim.

Juli se animó a preguntar algo que la inquietaba desde hacía tiempo.

—Aquí tienes a tu nieto, y a la Banda de los Primos. Pero ¿dónde están los hijos que tuviste con Carlotta? Es obvio que tuvisteis algunos.

La carta de Laird se entristeció.

—Desde luego. Pero como eran semiantiguos, no sólo no pudimos rejuvenecerlos, sino que la combinación química impidió que les pudiéramos prolongar la vida. Todos murieron entre los setenta y los ochenta años. Resultó muy doloroso para Carlotta y para mí. También tú, querida mía, debes estar preparada para esta circunstancia si tenemos hijos. Pero en la siguiente generación la sangre antigua estará tan diluida que se podrá practicar el rejuvenecimiento. Joachim tiene ciento cincuenta años.

—¿Y tú? ¿Y tú? —preguntó ella. Laird la miró.

—Esto es muy difícil para ti, ¿verdad? Tengo más de trescientos años.

Juli lo creía, pero no conseguía asimilarlo. Laird era tan apuesto y juvenil; Carlotta le había parecido tan vieja.

Trató de apartar las ideas inquietantes.

—¿Qué haremos con las drogas, ahora que las tenemos? Durante la última parte de la conversación, Oda se había acercado. Le brillaban intensamente los ojos y agitaba la cola con frenesí.

—Tengo una idea —anunció.

—Espero que sea tan buena como la anterior —la animó Laird.

—Yo también lo espero. ¿Por qué no se las administramos a los funcionarios? Quizá los Jwindz nunca lo noten. Así no tendremos que preocuparnos por combatirlos. Poco a poco irán muriendo... o quizá podamos enviarlos al espacio. A otro planeta.

Laird asintió lentamente.

—Sin duda se te ocurren brillantes ideas. Sí, administrarles los tranquilizantes a ellos... ¿pero cómo?

—Nos complementamos bien —dijo el Oso, señalando a Oda—. Ella tiene una idea y a mí me inspira otra. —Se caló las gafas con todo cuidado—. Aquí tengo un mapa del terreno circundante. Excepto en el
cenote
, no hay agua en muchos kilómetros a la redonda. Si arrojáramos todos los tranquilizantes al
cenote
, y si uno de los primos pudiera preparar la comida sintética de los Jwindz para que estuviera debidamente condimentada... creo que el problema quedaría resuelto.

—De hecho, uno de los Primos se ha infiltrado entre los Jwindz —manifestó Laird—. Pero ¿quién los induciría a beber el agua?

Charis se había reunido con el grupo.

—He oído hablar de un antiguo condimento que usaba la gente, y que luego producía sed. Se encontraba en los océanos, antes de que los llenaran con hierba. Pero queda un poco a orillas del mar. Creo que se llamaba «sal».

—Ahora que lo mencionas, yo también he oído algo de eso —dijo el Oso, cabeceando sabiamente—. Pues eso es lo que debemos hacer. «Sal.» La echamos en la comida y los atraemos hacia el bosquecillo con la noticia de que la nueva Vomacht está aquí junto con los cabecillas de una rebelión. Es arriesgado, pero creo que es la mejor idea, o combinación de ideas, de que disponemos.

Laird manifestó su aprobación.

—Como bien dices, es arriesgada, pero puede funcionar, y es improbable que ejecuten a alguno de nosotros si no da resultado. Simplemente nos darán tranquilizantes. Me parece que tenemos muchas probabilidades de ganar. Y supongo que si los hombres verdaderos no se revitalizan y liberan de esta sujeción a la tranquilidad y la apatía, la especie se extinguirá en unos pocos cientos de años. Han llegado al extremo de que nada les importa.

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