Baley la observó y se sintió impotente.
—Lo lamento, Gladia. No tengo más preguntas. ¿Llamo a un robot? ¿Necesitas ayuda?
Gladia hizo un gesto de negativa y agitó la mano.
—No. Vete... vete —dijo con voz ahogada—. Vete.
Baley titubeó y por fin abandonó la sala, echando una última e inquieta mirada atrás al cruzar la puerta. Giskard siguió sus pasos y Daneel se unió a ellos cuando salieron de la casa. Baley apenas lo advirtió. Con la mente abstraída, pasó por su cabeza la idea de que estaba empezando a aceptar la presencia de los robots como la de su sombra o como la de su ropa, y que estaba alcanzando un punto en el que se sentiría desnudo sin ellos.
Regresó rápidamente hacia el establecimiento de Fastolfe con multitud de ideas dándole vueltas en la cabeza. Su deseo de ver a Vasilia había sido en un principio cuestión de desesperación, de falta de cualquier otro objeto de curiosidad. Sin embargo, ahora las cosas habían cambiado. Cabía la posibilidad de que hubiera tropezado con algo vital.
El feo rostro de Fastolfe estaba surcado de ceñudas arrugas cuando Baley regresó.
—¿Algún progreso? —preguntó al recién llegado.
—He eliminado parte de una posibilidad... quizás.
—¿Parte de una posibilidad? ¿Y cómo elimina la otra parte? Mejor aún, ¿cómo establece una posibilidad?
—Cuando uno encuentra imposible eliminar una posibilidad, pone los cimientos para establecerla.
—¿Y si le resulta imposible eliminar la otra parte de la posibilidad que tan misteriosamente ha mencionado?
Baley se encogió de hombros y contestó:
—Antes de que perdamos el tiempo con eso, tengo que ver a su hija.
—Bien, señor Baley —dijo Fastolfe con aire abatido—. He hecho lo que me ha pedido y he intentado ponerme en contacto con ella. He tenido que despertarla.
—¿Quiere decir que está en la parte del planeta donde ahora es de noche? —Baley se sintió disgustado—. Me temo que soy tan estúpido que he imaginado que todavía estaba en la Tierra. En las ciudades subterráneas, el día y la noche pierden su significado y el tiempo tiende a ser uniforme.
—No se preocupe. Eos es el centro de robótica de Aurora y pocos roboticistas viven fuera del complejo. Sencillamente, Vasilia estaba durmiendo y ser despertada no ha contribuido a mejorar su habitual mal genio, según parece. No ha querido hablar conmigo.
—Vuelva a llamar —insistió Baley en tono urgente.
—He hablado con su robot secretario y ha habido un incómodo intercambio de mensajes. Vasilia ha dejado bien claro que no desea hablar conmigo bajo ningún concepto. Con usted se ha mostrado más flexible. El robot ha anunciado que Vasilia le concederá cinco minutos a través de su canal privado de videoteléfono, si la llama... —Fastolfe consultó el panel cronómetro de la pared— dentro de media hora. No le verá en persona bajo ningún concepto.
—Esas condiciones son insuficientes, al igual que el tiempo que me concede. Debo verla en persona durante todo el tiempo que sea preciso. ¿Le ha explicado la importancia del asunto, seflor Fastolfe?
—Lo he intentado, pero a ella no le preocupa.
—Usted es su padre. Seguramente...
—Vasilia es más reacia a ceder en sus decisiones por lo que yo le diga que por el consejo de cualquier extraño. Como lo sabía, he utilizado a Giskard.
—¿Giskard?
—Sí. Giskard es uno de los favoritos de Vasilia. Cuando estudiaba robótica en la universidad, se tomó la libertad de ajustar algunos aspectos secundarios de su programa, y no hay nada que haga más íntima la relación con un robot que eso... excepto el método de Gladia, por supuesto. Era casi como si Giskard fuera Andrew Martin...
—¿Quién es Andrew Martin?
—Quién era, no es —respondió Fastolfe—. ¿No ha oído hablar de él?
—¡Jamás!
—¡Qué extraño! Nuestras viejas leyendas tienen todas a la Tierra por escenario, pero en la Tierra no se conocen. Andrew Martin era un robot que gradualmente, paso a paso, se supone que se fue haciendo humaniforme. Naturalmente, hubo otros robots humaniformes antes de Daneel, pero eran simples juguetes, apenas algo más que autómatas. Sin embargo, se cuentan historias sorprendentes de las habilidades de Andrew Martin, señal inequívoca de la naturaleza mítica del relato. Había una mujer que formaba parte de las leyendas y que es conocida popularmente por la Señorita. La relación es demasiado compleja para describirla ahora, pero supongo que todas las muchachitas de Aurora habrán soñado con ser la Señorita y tener por robot a Andrew Martin. Así le sucedió a Vasilia... y Giskard fue su Andrew Martin.
—¿Y bien?
—Le he pedido al robot que le dijera que usted iba a ir acompañado por Giskard. Hace años que no lo ve, y creí que así podría inducirla a verle.
—Pero no ha dado resultado, supongo.
—No ha dado resultado.
—Entonces, tenemos que pensar en otra cosa. Debe de haber algún modo de conseguir que me reciba.
—Quizás a usted se le ocurra alguna. Dentro de unos minutos la verá por el trídiménsico y tendrá cinco minutos para convencerla de que debe recibirle en persona.
—¡Cinco minutos! ¿Qué puedo hacer en cinco minutos?
—No lo sé. Pero aun así, menos es nada.
Quince minutos después, Baley estaba frente a la pantalla de visión tridimensional, dispuesto para conocer a Vasilia Fastolfe.
El doctor había salido de la sala con una amarga sonrisa, diciendo que su presencia no contribuiría precisamente a hacer más accesible a su hija. Tampoco Daneel estaba presente. Sólo Giskard permanecía detrás de Baley, acompañándole.
—El canal tridimensional de la doctora Vasilia está abierto para recepción. ¿Está preparado, señor?
—Todo lo que puedo estarlo —asintió Baley en tono serio. No había querido sentarse, pues tenía la idea de que resultaba más imponente si permanecía de pie. (¿Cuán imponente podía resultar un terrícola?)
La pantalla se iluminó, mientras el resto de la sala quedaba a oscuras, y en ella apareció una mujer, ligeramente desenfocada al principio. También ella estaba de pie, frente a él, con la mano derecha apoyada en una mesa de laboratorio inundada de planos y diagramas. (Sin duda, ella también quería impresionarle.)
Cuando la imagen quedó enfocada, los ángulos de la pantalla parecieron fundirse y la figura de Vasilia (si realmente se trataba de ella) se hizo más profunda hasta convertirse en tridimensional. Ahora, la mujer estaba en la sala con todo el aspecto de realidad tangible, salvo que la decoración de la sala en la que se encontraba no coincidía con la de Baley, y la diferencia resultaba chocante.
La mujer llevaba una falda marrón oscuro que se dividía en dos perneras amplias semitransparentes, de modo que sus piernas quedaban medio visibles a partir de la mitad del muslo. Vestía una blusa ceñida y sin mangas, con los brazos desnudos hasta los hombros y el escote pronunciado. Tenía el cabello muy rubio y muy rizado.
No guardaba ningún parecido con los feos rasgos de su padre, y desde luego no había heredado sus grandes orejas. Baley sólo pudo pensar que su madre debía de haber sido una mujer muy hermosa, y que la hija debía de haber sido afortunada en el reparto de los genes.
Era de baja estatura, y Baley apreció un notable parecido con Gladia en los rasgos de su rostro, aunque su expresión era mucho más fría y denotaba una personalidad dominante.
—¿Es usted el terrícola que ha venido a resolver los problemas de mi padre? —preguntó en tono cortante.
—Sí, doctora Fastolfe —respondió Baley con voz igualmente seca.
—Puede llamarme doctora Vasilia. No quiero que se me confunda con mi padre.
—Doctora Vasilia, debe usted concederme la posibilidad de hablar con usted, en persona, durante un período de tiempo razonablemente extenso.
—No lo dudo, siendo como es un terrícola y una fuente segura de infecciones.
—He sido tratado médicamente y se puede estar conmigo con toda garantía. Su padre ha estado constantemente en mi compañía durante más de un día.
—Mi padre se hace pasar por idealista y tiene que hacer tonterías de vez en cuando para apoyar su pantomima. Yo no voy a imitarle.
—Creo entender que no desea usted ningún mal para su padre. Pues bien, se lo causará si se niega usted a verme.
—Está perdiendo el tiempo. No deseo verle más que por este sistema, y ya ha consumido la mitad de su tiempo. Si lo prefiere, podemos dejarlo aquí, si no le resulta satisfactorio.
—Doctora Vasilia, aquí está Giskard e insiste en solicitarle una entrevista personal conmigo.
Giskard entró en el campo de visión.
—Buenos días, Señorita —dijo en voz baja. Por un instante, Vasilia pareció desconcertada y, cuando habló otra vez, lo hizo en un tono ligeramente más suave.
—Me alegro de verte, Giskard, y te recibiré siempre que lo desees, pero no pienso ver a ese terrícola aunque tú me lo pidas.
—En ese caso —dijo Baley, jugándose todas sus bazas desesperadamente—, tendré que hacer público el caso de Santirix Gremionis sin haber consultado con usted.
Vasilia abrió los ojos como platos y alzó la mano que tenía sobre la mesa, cerrando el puño.
—¿Qué es eso del caso de Gremionis?
—Gremionis es un joven muy atractivo y que la conoce a usted muy bien. ¿De verdad quiere que trate estos temas sin escuchar antes lo que tengo que decirle?
—Va usted a decirme ahora mismo...
—¡No! —la interrumpió en voz alta Baley—. No voy a decirle nada a menos que me permita verla personalmente.
Vasilia frunció los labios.
—Está bien, le recibiré, pero no me quedaré con usted un momento más de lo que yo desee, se lo advierto. Y traiga a Giskard.
La conexión tridimensional se interrumpió bruscamente y Baley se sintió mareado ante el repentino cambio de decoración que siguió. Se encaminó hacia una silla y tomó asiento.
Giskark le acompañó cogiéndole por el codo, para asegurarse de que llegaba indemne a la silla.
—¿Puedo ayudarle en algo, señor? —preguntó después.
—Estoy bien —contestó Baley—. Sólo necesito recuperar el aliento.
El doctor Fastolfe estaba sentado frente a él.
—Vuelvo a excusarme por no cumplir mis deberes de anfitrión. He estado escuchando por una extensión que puede recibir pero no transmitir. Deseaba ver a mi hija, aunque ella no me viera a mí.
—Comprendo —dijo Baley, jadeando ligeramente—. Si la costumbre señala que su acción requiere una disculpa, ya está aceptada.
—Pero ¿qué era eso de Santirix Gremionis? Ese nombre me es desconocido.
Baley miró fijamente a Fastolfe y contestó:
—Doctor Fastolfe, he conocido ese nombre de labios de Gladia esta mañana. Sé muy poco de él, pero he corrido el riesgo de decirle a su hija lo que usted ha oído. No tenía muchas probabilidades a favor, pero los resultados han sido exactamente los que buscaba. Como ha podido ver, puedo hacer unas deducciones muy atinadas aún cuando posea muy poca información, así que será mejor que me deje en paz para seguir haciéndolo. En el futuro, haga el favor de colaborar plenamente y no volver a mencionar el sondeo psíquico.
Fastolfe enmudeció y Baley sintió una extraña satisfacción por haber impuesto su voluntad primero a la hija, y luego al padre.
Lo que ignoraba era cuánto tiempo podría seguir haciéndolo.
Baley se detuvo ante la puerta del planeador y dijo en tono firme:
—Giskard, no quiero las ventanillas oscurecidas, ni quiero sentarme en la parte trasera. Deseo sentarme en el asiento delantero y observar el Exterior. Dado que estaré sentado entre tú y Daneel, creo que estaré suficientemente protegido, a menos que el vehículo entero sea destruido. Y en tal caso, resultaríamos destruidos todos y poco importaría si estaba sentado delante o detrás.
Giskard respondió a la fuerza de aquellas palabras retirándose hacia atrás con grandes muestras de respeto.
—Señor, si se sintiera usted mal...
—En tal caso, detendrías el vehículo, me colocarías en la parte trasera y dejaría que volvieras opacas las ventanillas. O quizá no será preciso siquiera detenerse. Podría pasar del asiento delantero al trasero saltando por encima del respaldo mientras seguimos avanzando. Escucha, Giskard, para mí es muy importante ambientarme lo más posible con Aurora y, en todo caso, es importantísimo que me acostumbre al Exterior. Y lo que acabo de decirte es una orden, Giskard.
—El compañero Elijah tiene razón en lo que pide, amigo Giskard —intervino Daneel en voz baja—. Creo que estará razonablemente protegido.
Giskard, quizás a regañadientes (Baley no podía interpretar la expresión de su rostro no del todo humano), cedió y ocupó su puesto ante los controles. Baley le siguió y echó un vistazo por el claro cristal del parabrisas sin la rotunda seguridad que acababa de demostrar en la voz. Con todo, tener un robot a cada costado resultaba reconfortante.
El vehículo se levantó sobre sus chorros de aire comprimido y se balanceó ligeramente como si estuviera buscando dónde posar las patas. Baley notó una sensación de mareo en la boca del estómago e intentó no arrepentirse de su valiente actuación de momentos antes. No servía de nada intentar decirse a sí mismo que Daneel y Giskard no mostraban el menor signo de temor y que debería imitarles. Ambos eran robots y no podían sentir miedo.
Y entonces el coche avanzó de pronto y Baley se sintió aplastado contra el asiento. Al cabo de un minuto, se desplazaba a una velocidad mayor de la que jamás había experimentado en las autopistas de la Ciudad. Delante de ellos se extendía una carretera ancha y llena de hierba.
La velocidad parecía mayor por cuanto a los lados no se veía ninguna de las amistosas luces y estructuras de la Ciudad, sino grandes extensiones de vegetación y formaciones irregulares.
Baley pugnó por mantener serena su respiración y por hablar con la mayor naturalidad posible de cosas sin importancia.
—No parece que haya ninguna granja por aquí, Daneel. Debe de ser una tierra sin utilizar.
—Son terrenos de la ciudad, compañero Elijah —respondió Daneel—. Es una zona de propiedades y parques privados.
—¿De qué ciudad? —Baley no podía aceptar a ciegas la explicación. El conocía perfectamente qué era una Ciudad.
—Eos es la ciudad más importante de Aurora, y la que tiene más habitantes. Fue la primera ciudad que se fundó, y en ella tiene su sede la Asamblea Legislativa Mundial de Aurora. El Presidente de la Asamblea tiene su finca por aquí y pronto pasaremos por delante.