Los robots del amanecer (18 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Los robots del amanecer
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—¿Qué falsedades?

—La destrucción de un robot no es lo único que me imputan. Eso ya es bastante grave y sería suficiente. Murmuran, por ahora sólo es un murmullo, que la muerte únicamente es un experimento mio y muy peligroso, por cierto. Murmuran que estoy elaborando un sistema para destruir cerebros humaniformes con rapidez y eficacia, a fin de que cuando mis enemigos creen sus propios robots humaniformes, yo, junto con los miembros de mi equipo, pueda destruirlos todos, impidiendo así que Aurora colonice nuevos mundos y dejando la Galaxia a mis aliados terrícolas.

—Sin duda no puede haber nada de verdad en esto.

—Claro que no. Ya le he dicho que son mentiras. Y mentiras ridículas, además. Ese método de destrucción no es siquiera teóricamente posible, y los del Instituto de Robótica no están a punto de crear sus propios robots humaniformes. Yo no puedo entregarme a una orgía de destrucción en masa aunque quisiera. No puedo.

—¿Significa eso que todo caerá por su propio peso?

—Desgraciadamente, no es probable que lo haga a tiempo. Quizá sea una patraña absurda, pero seguramente durará lo bastante para inclinar la opinión pública en contra mía hasta el punto de generar votos suficientes en la Asamblea Legislativa para derrotarme. A la larga, se reconocerá que es una patraña, pero entonces será demasiado tarde. Y dése cuenta de que la Tierra está siendo utilizada como cabeza de turco en todo este asunto. La acusación de que trabajo a favor de la Tierra es muy grave y muchos optarán por creerlo, a pesar de su buen juicio, debido a su aversión por la Tierra y los terrícolas.

Baley concretó:

—Lo que me está diciendo es que se está creando un resentimiento activo contra la Tierra.

Fastolfe contestó:

—Exactamente, señor Baley. La situación se agrava día a día para mí, y para la Tierra, y tenemos muy poco tiempo.

—Pero ¿no hay algún modo de echar por tierra esas acusaciones? —(Baley, abatido, decidió que ya era hora de recurrir al argumento de Daneel)—. Si usted estuviera tan ansioso por probar un método para la destrucción de un robot humaniforme, ¿por qué escoger uno de otro establecimiento, uno con el que quizá sería incómodo experimentar? Tenía a Daneel en su propio establecimiento. Estaba a mano y no presentaba ningún inconveniente. ¿No habría realizado el experimento con él si hubiera algo de verdad en el rumor?

—No, no —dijo Fastolfe—. Jamás lograría convencer a nadie de esto. Daneel fue mi primer éxito, mi triunfo. No le destruiría bajo ninguna circunstancia. Sin duda alguna, me volvería hacia Jander. Cualquiera se daría cuenta de eso y sería un tonto si intentara convencerles de que habría sido más lógico sacrificar a Daneel.

Habían echado a andar nuevamente, y estaban aproximándose a su punto de destino. Baley guardaba silencio, con los labios apretados.

Fastolfe preguntó:

—¿Cómo se siente, señor Baley?

Baley contestó en voz baja:

—En lo que se refiere al Exterior, ni siquiera soy consciente de él. En lo que se refiere a nuestro dilema, creo que estoy tan cerca de darme por vencido como es posible estar sin entrar voluntariamente en una cámara ultrasónica de desintegración cerebral. —Luego añadió con apasionamiento—: ¿Por qué me envió a buscar, doctor Fastolfe? ¿Por qué me ha encomendado este trabajo? ¿Qué le he hecho yo para que me trate así?

—En realidad —dijo Fastolfe—, no fue idea mía y sólo puedo alegar mi desesperación.

—Entonces, ¿de quién fue la idea?

—La persona que vive en este establecimiento al que acabamos de llegar fue quien lo sugirió... y a mí no se me ocurrió nada mejor.

—¿La persona que vive en este establecimiento? ¿Por qué iba él a...?

—Ella.

—Bueno, pues, ¿por qué iba ella a sugerir tal cosa?

—¡Oh! No le he dicho que ella le conoce, ¿verdad, señor Baley? Ahí está, esperándonos.

Baley levantó los ojos, perplejo.

—Jehoshaphat —murmuró.

6
GLADIA
23

La mujer que estaba ante ellos dijo con una leve sonrisa:

—Sabía que cuando volviera a verte, Elijah, ésta sería la primera palabra que oiría.

Baley la miró fijamente. Había cambiado. Llevaba el cabelló más corto y su cara reflejaba incluso más inquietud que dos años antes y, por alguna razón, parecía más de dos años mayor. Sin embargo, seguía siendo inequívocamente Gladia. Aún tenía la cara triangular, con los pómulos pronunciados y la barbilla pequeña. Aún era baja, aún era delgada, aún tenía un aspecto vagamente infantil.

Había soñado a menudo con ella —aunque no de un modo abiertamente erótico— tras regresar a la Tierra. Sus sueños siempre giraban en torno a su incapacidad de alcanzarla del todo. Siempre estaba allí, un poco demasiado lejos para hablarle fácilmente. Nunca le oía cuando la llamaba. Nunca estaba más cerca aunque él se aproximara.

No era difícil comprender por qué los sueños habían sido así. Ella era una persona nacida en Solaria y, como tal, raramente estaba en la presencia física de otros seres humanos.

Elijah le había sido prohibido porque era humano —y aparte de eso (naturalmente) porque procedía de la Tierra—. Aunque las exigencias del caso de asesinato que estaba investigando les forzaron a encontrarse, ella se mantuvo cubierta a lo largo de sus relaciones, cuando estaban físicamente juntos, para evitar el contacto efectivo. Sin embargo, en su último encuentro y desafiando a todo buen sentido, le tocó fugazmente la mejilla con la mano desnuda. Sin duda sabía que eso podía contaminarla. Baley apreció más la caricia, pues todos los aspectos de su educación solariana contribuían a hacerla impensable.

Los sueños se habían desvanecido con el tiempo.

Baley dijo, bastante estúpidamente:

—Eras tú quien poseías el...

Hizo una pausa y Gladia terminó la frase en su lugar.

—El robot. Y hace dos años, era yo quien poseía el marido. Destruyo todo lo que toco.

Sin saber realmente lo que hacía, Baley alzó una mano para llevársela a la mejilla. Gladia pareció no advertirlo.

Dijo:

—Aquella primera vez acudiste en mi ayuda. Perdóname, pero tenía que recurrir nuevamente a ti... Entra, Elijah. Entre, doctor Fastolfe.

Fastolfe retrocedió para ceder el paso a Baley. Le siguió. Luego entraron Daneel y Giskard, y ellos, con la discreción característica de los robots, se dirigieron a unos huecos vacíos que había en la pared en lados opuestos y permanecieron silenciosamente en pie, de espaldas a la pared.

Por un momento, pareció que Gladia iba a tratarlos con la indiferencia que los seres humanos solían mostrar hacia los robots. Sin embargo, tras echar una ojeada a Daneel, se volvió y dijo a Fastolfe con voz ahogada:

—Ese. Por favor. Pídale que se marche.

Con un ligero movimiento de sorpresa, Fastolfe preguntó:

—¿Daneel?

—¡Es demasidado... demasiado parecido a Jander!

Fastolfe se volvió a mirar a Daneel y una expresión de evidente dolor le contrajo momentáneamente el rostro.

—Por supuesto, querida. Debes perdonarme. No se me había ocurrido... Daneel, ve a otra habitación y quédate allí mientras estemos aquí.

Sin una palabra, Daneel salió.

Gladia miró un momento a Giskard, como para ver si también él se parecía demasiado a Jander, y luego se volvió con un ligero encogimiento de hombros.

Dijo:

—¿Les apetece algún refresco? Tengo una excelente bebida de coco, natural y fría.

—No, Gladia —contestó Fastolfe—. Yo me he limitado a traer al señor Baley como te prometí que haría. No me quedaré mucho rato.

—Si puedo tomar un vaso de agua —pidió Baley—, no te molestaré con nada más.

Gladia levantó una mano. Indudablemente estaba siendo observada, pues al cabo de un momento apareció un robot con un vaso de agua en una bandeja y un plato de algo semejante a unas galletas con un bulto rosado sobre cada una.

Baley no pudo evitar tomar una, aunque no estaba seguro de lo que podía ser. Tenía que ser algo originario de la Tierra, pues no creía que en Aurora, él —o cualquier otro— comiera una porción de la escasa biota natural del planeta, o bien algo sintético. No obstante, los derivados de las especies alimenticias terrícolas podían cambiar con el tiempo, fuese a través de un cultivo deliberado o por la acción de un medio ambiente extraño, y el mismo Fastolfe lo había confirmado, a la hora del almuerzo, al declarar que la comida aurorana tenía un sabor al que había que estar acostumbrado.

Quedó agradablemente sorprendido. El sabor era fuerte y picante, pero lo encontró delicioso y casi en seguida cogió otra galleta. Dio las gracias al robot (que de lo contrario habría permanecido allí indefinidamente) y cogió todo el plato, así como el vaso de agua.

El robot salió.

La tarde tocaba a su fin y los rojizos rayos del sol entraban por las ventanas orientadas hacia el oeste. Baley tuvo la impresión de que aquella casa era más pequeña que la de Fastolfe, pero habría sido más alegre si la triste figura de Gladia no hubiese provocado un efecto desalentador.

Naturalmente, eso podía ser imaginación de Baley. La alegría, en todo caso, le parecía imposible en una estructura que pretendía ser una casa y proteger a los seres humanos y, sin embargo, permanecía expuesta al Exterior tras cada pared. Ni una sola pared, pensó, tenía el calor de la vida humana al otro lado. No podía mirarse en ninguna dirección en busca de compañía y comunidad. Tras cada una de las paredes exteriores, todos los lados, el suelo y el techo, estaba el mundo inanimado. ¡Frío! ¡Frío!

Y la frialdad envolvió al propio Baley cuando volvió a pensar en el dilema en que se encontraba. (Por un momento, la sorpresa de ver nuevamente a Gladia lo había alejado de su mente.)

Gladia dijo:

—Vamos. Siéntate, Elijah. Debes disculparme por no ser enteramente yo misma, Por segunda vez, soy el centro de una sensación planetaria... y la primera fue más que suficiente.

—Lo comprendo, Gladia. Te ruego que no te disculpes —contestó Baley.

—Y en cuanto a usted, querido doctor, le ruego que no se sienta obligado a marcharse.

—Bueno... —Fastolfe lanzó una mirada a la banda horaria de la pared—. Me quedaré un rato, pero luego, querida, tendré que volver al trabajo sin más dilaciones. Debo hacerlo, en especial si se me prohibe ejercer toda actividad profe-sional en un futuro próximo.

Gladia parpadeó con rapidez, como para contener las lágrimas.

—Lo sé, doctor Fastolfe. Se encuentra en una posición muy delicada por lo... lo que sucedió aquí y yo no parezco tener tiempo para pensar en nada más que mi propia... inquietud.

Fastolfe declaró:

—Haré todo lo posible para solucionar mi propio problema, Gladia, y no hay necesidad de que tú te sientas culpable por lo ocurrido... Quizás el señor Baley pueda ayudarnos a los dos.

Baley apretó los labios al oír estas palabras, y luego dijo con abatimiento:

—No sabía, Gladia, que estuvieras implicada de algún modo en este asunto.

—¿Cómo no iba a estarlo? —respondió ella con un suspiro.

—¿Es, era, Jander Panell de tu propiedad?

—No exactamente. El doctor Fastolfe me lo había prestado.

—¿Estabas con él cuando...? —Baley dudó respecto a la mejor manera de expresarlo.

—¿Cuándo murió? ¿No podríamos decir que murió? No, no estaba con él. Y antes de que lo preguntes, no había nadie más en la casa en aquel momento. Estaba sola. Estoy sola con frecuencia. Casi siempre. Es mi educación solariana, ¿recuerdas? Claro que no es obligatorio. Vosotros dos estáis aquí y a mí no me importa... mucho.

—¿Y no hay ninguna duda de que estabas sola en el momento que Jander murió? ¿Es absolutamente seguro?

—Ya te lo he dicho —replicó Gladia, un poco irritada—. No, no importa, Elijah. Sé que debes cerciorarte de todos los detalles. Estaba sola. De veras.

—Sin embargo, habia robots presentes.

—Sí, por supuesto. Cuando digo «sola», me refiero a que no había otros seres humanos presentes.

—¿Cuántos robots tienes, Gladia? Sin contar a Jander.

Gladia hizo una pausa como si contara mentalmente. Al fin dijo:

—Veinte. Cinco en la casa y quince en el jardín. Los robots van y vienen libremente de mi casa a la del doctor Fastolfe, al igual que los suyos, de modo que no siempre es posible juzgar, cuando se ve rápidamente a un robot en cualquiera de los dos establecimientos, si es uno mío o uno de él.

—Ah —dijo Baley—, y ya que el doctor Fastolfe tiene cincuenta y siete robots en su establecimiento, eso significa que, entre los dos, hay un total de setenta y siete robots disponibles. ¿Hay otros establecimientos cuyos robots puedan mezclarse inadvertidamente con los vuestros?

Fastolfe contestó:

—No hay ningún otro establecimiento lo bastante cerca para eso. Y la práctica de mezclar robots no es muy corriente. Gladia y, yo somos un caso especial porque ella no es aurorana y porque yo me siento... responsable de ella.

—Aun así. Setenta y siete robots —dijo Baley.

—Sí —admitió Fastolfe—, pero ¿por qué se empeña en destacar este hecho?

Baley repuso:

—Porque significa que tienen hasta setenta y siete objetos móviles, todos ellos con forma vagamente humana, a los que están acostumbrados a ver de refilón y a los que no prestarían particular atención. ¿No es posible, Gladia, que si un verdadero ser humano se introdujera en la casa, con el propósito que fuera, tú no lo advertirías? Sería otro objeto móvil, de forma vagamente humana, y no le prestarías atención.

Fastolfe se rió entre dientes y Gladia, sin sonreír siquiera, meneó la cabeza.

—Elijah —dijo—, cualquiera puede ver que tú eres un terrícola. ¿Te imaginas que algún ser humano, incluso el doctor Fastolfe aquí presente, podría acercarse a mi casa sin que mis robots me informaran de ello? Yo podría pasar por alto una forma móvil, tomándola por un robot, pero un robot jamás lo haría. Ahora mismo estaba esperándoos cuando habéis llegado, pero sólo porque mis robots me habían informado de que os acercabais. No, no, cuando Jander murió, no había ningún otro ser humano en la casa.

—¿Excepto tú?

—Excepto yo. Igual que no había nadie en la casa excepto yo cuando mataron a mi marido.

Fastolfe intervino dulcemente:

—Hay una diferencia, Gladia. Tu marido fue asesinado con un objeto contundente. La presencia física del asesino era necesaria, y si tú eras la única persona que estaba presente, eso era muy grave. En este caso, Jander fue inutilizado por medio de un sutil programa hablado. La presencia física no era necesaria. El hecho de que estuvieras sola en la casa no significa nada, en especial porque no sabes bloquear la mente de un robot humaniforme.

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