Los robots del amanecer (13 page)

Read Los robots del amanecer Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Los robots del amanecer
9.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

Baley dijo:

—Y deduzco que algo así fue lo que le ocurrió a Jander Panell. ¿Se encontró frente a una contradicción de términos y su cerebro se quemó?

—Es lo que parece haber ocurrido, aunque no sería algo tan fácil de lograr como en tiempos de Susan Calvin. Quizás a causa de la leyenda, los roboticistas siempre han procurado evitar que pudieran surgir contradicciones. A medida que la teoría de los cerebros positrónicos se ha hecho más sutil y la práctica del diseño de los cerebros positrónicos se ha hecho más complicada, han ido desarrollándose sistemas cada vez más efectivos para impedir la igualdad de todas las situaciones que pudieran surgir, de modo que siempre pueda emprenderse alguna acción que sea interpretada como obediencia a la Primera Ley.

—Eso significa que no se puede bloquear el cerebro de un robot. ¿Es eso lo que me está diciendo? Porque si lo es, ¿qué le ocurrió a Jander?

—No es lo que estoy diciendo. Los sistemas cada vez más efectivos de los que le hablo nunca son completamente efectivos. No pueden serlo. Por muy sutil e intrincado que sea un cerebro, siempre hay algún modo de establecer una con-tradicción. Esa es una de las verdades fundamentales de las matemáticas. Siempre será imposible fabricar un cerebro tan sutil e intrincado que reduzca las posibilidades de contradicción a cero. Nunca llegarán a cero. Sin embargo, los sistemas desarrollados se acercan de tal modo a cero que para provocar un bloqueo mental estableciendo una contradicción adecuada se requeriría un profundo conocimiento del cerebro positrónico determinado que se quisiera destruir... y para eso se necesitaría un teórico muy competente.

—¿Como usted, doctor Fastolfe?

—Como yo. En el caso de robots humaniformes, sólo yo.

—O nadie en absoluto —dijo Baley con ironía.

—O nadie en absoluto. Exactamente —convino Fastolfe, pasando por alto la ironía—. Los robots humaniformes tienen un cerebro, y también un cuerpo, construido a imagen y semejanza del ser humano. Los cerebros positrónicos son sumamente delicados y asumen parte de la fragilidad del cerebro humano. Tal como un ser humano puede sufrir un ataque fulminante, causado por algún incidente fortuito dentro del cerebro y sin la intervención de ningún efecto externo, un cerebro humaniforme podría sufrir bloqueo mental, debido igualmente a un factor fortuito, como sería el desplazamiento ocasional de los positrones.

—¿Puede probarlo, doctor Fastolfe?

—Puedo demostrarlo matemáticamente, pero de los que comprenderían las operaciones matemáticas, no todos estarían de acuerdo con la validez del razonamiento. Implica ciertas suposiciones mías que no se ajustan a las corrientes de pensamiento aceptadas en robótica.

—Y ¿cuáles son las probabilidades de un bloqueo mental espontáneo?

—Dado un gran número de robots humaniformes, digamos que cien mil, hay un ciencuenta por ciento de probabilidades de que uno de ellos sufriera un bloqueo mental espontáneo durante una vida aurorana media. Aunque también podría suceder mucho antes, como ha sido el caso de Jander, a pesar de que entonces las posibilidades estarían fuertemente en contra de ello.

—Vamos a ver, doctor Fastolfe. Aunque lograra probar de modo concluyente que los robots en general pueden sufrir un bloqueo mental espontáneo, eso no equivaldría a probar que fue lo que le sucedió a Jander en particular.

—No —admitió Fastolfe—, tiene razón.

—Usted, el mayor experto en robótica, no puede probarlo en el caso específico de Jander.

—Vuelve a tener razón.

—Entonces, ¿qué espera que pueda hacer yo, si no sé nada de robótica?

—No hay necesidad de probar nada. Seguramente bastaría con formular una sugerencia ingeniosa que pudiera convencer al público en general de que el bloqueo mental espontáneo es posible.

—Como por ejemplo...

—No lo sé.

Baley preguntó ásperamente:

—¿Está seguro de que no lo sabe, doctor Fastolfe?

—¿Qué insinúa? Acabo de decirle que no lo sé.

—Permítame exponerle algo. Supongo que los auroranos, en general, saben que he venido al planeta para tratar de solventar este problema. Sería difícil traerme aquí en secreto, considerando que soy terrícola y esto es Aurora.

—Sí, desde luego, y no he intentado hacer tal cosa. Consulté al presidente del Cuerpo Legislativo y le convencí para que me autorizara a hacerle venir. Así es como he logrado el aplazamiento del juicio. Se le concederá una oportunidad para resolver el misterio antes de que yo sea procesado. Dudo que el aplazamiento sea muy largo.

—Así pues, repito... Los auroranos, en general, saben que estoy aquí y me imagino que también saben exactamente por qué: porque debo resolver el enigma de la muerte de Jander.

—Naturalmente. ¿Qué otra razón podría haber?

—Y desde el momento en que subí a la nave que me ha traído aquí, usted me ha mantenido bajo una estrecha y constante vigilancia por miedo a que sus enemigos intentaran eliminarme, juzgándome como una especie de mago que podría resolver el enigma de tal modo que usted resultara ganador, a pesar de que todas las posibilidades estén en contra mía.

—Me temo que así es, en efecto.

—Suponga que alguien que no quiere ver el enigma resuelto y a usted, doctor Fastolfe, exculpado consiguiera matarme. ¿No decantaría eso las simpatías en su favor? ¿No pensaría la gente que sus enemigos le consideraban, en realidad, inocente o no temerían la investigación hasta el punto de querer matarme?

—Un razonamiento bastante complicado, señor Baley. Supongo que, debidamente explotada, su muerte podría utilizarse para dicho propósito, pero eso es algo que no ocurrirá. Está usted protegido y no le matarán.

—Pero ¿por qué protegerme, doctor Fastolfe? ¿Por qué no dejar que me maten y usar mi muerte como un medio para ganar?

—Porque yo preferiría que continuara vivo y lograra demostrar mi inocencia.

Baley objetó:

—Pero usted sabe que no puedo demostrar su inocencia.

—Quizá pueda. Tiene todos los incentivos. El bienestar de la Tierra depende de su actuación y, como me ha dicho, también su propia carrera.

—¿De qué sirven los incentivos? Si usted me ordenara volar agitando los brazos y me dijera que si fracasaba, me torturarían hasta matarme y la Tierra sería destruida y toda su población aniquilada, tendría un incentivo enorme para agitar mis alas y volar, pero seguiría siendo incapaz de hacerlo.

Fastolfe reconoció con desasosiego:

—Sé que hay pocas posibilidades.

—Sabe que no hay ninguna —replicó Baley con violencia—, y que sólo mi muerte puede salvarle.

—Entonces no me salvaré, porque estoy haciendo todo lo posible para que mis enemigos no puedan llegar hasta usted.

—Pero usted sí puede.

—¿Qué?

—Mi idea, doctor Fastolfe, es que podría matarme usted mismo y hacer que pareciese obra de sus enemigos. Luego utilizaría mi muerte en contra de ellos... y que ésta es la razón por la que me ha traído a Aurora.

Por un momento, Fastolfe miró a Baley con una especie de suave sorpresa y luego, en un acceso de pasión tan repentina como extrema, su cara enrojeció y se contrajo en una horrible mueca. Agarrando el especiero, lo levantó por encima de su cabeza y bajó el brazo para lanzárselo a Baley.

Y Baley, cogido totalmente por sorpresa, apenas logró encogerse en la silla.

5
DANEEL Y GISKARD
18

Si Fastolfe actuó con rapidez, Daneel reaccionó aún más rápidamente.

Para Baley, que casi se había olvidado de la existencia de Daneel, todo se redujo a un veloz movimiento, un sonido confuso, y Daneel ya estaba a un lado de Fastolfe, con el especiero en la mano, diciendo:

—Confío, doctor Fastolfe, en que no le habré causado ningún daño.

Baley advirtió, aún aturdido, que Giskard no estaba lejos al otro lado de Fastolfe y que los cuatro robots apostados en la pared del fondo habían avanzado hasta casi la mesa del comedor.

Jadeando ligeramente y con el cabello despeinado, Fastolfe dijo:

—No, Daneel. Lo has hecho muy bien. —Levantó la voz—. Todos lo habéis hecho muy bien, pero recordad, no debéis permitir que nada os frene, ni siquiera mi propia intervención.

Se rió quedamente y volvió a tomar asiento, arreglándose el cabello con la mano.

—Lamento haberle asustado así, señor Baley —declaró—, pero he pensado que la demostración sería más convincente que cualquiera de mis explicaciones.

Baley, cuyo movimiento de retroceso había sido una mera cuestión de reflejos, se aflojó el cuello y dijo con voz áspera:

—Me temo que yo esperaba palabras, pero estoy de acuerdo en que la demostración ha sido convincente. Me alegro de que Daneel estuviese lo bastante cerca para desarmarle.

—Cualquiera de ellos estaba lo bastante cerca para desarmarme, pero Daneel era el que lo estaba más y ha llegado el primero. Ha sido lo bastante rápido para actuar con suavidad. De haber estado más lejos, quizás habría tenido que retorcerme el brazo o incluso golpearme.

—¿Habría llegado hasta ese extremo?

—Señor Baley —dijo Fastolfe—. He dado instrucciones para protegerle a usted y sé cómo dar instrucciones. No habrían vacilado en salvarle, aunque la alternativa fuese dañarme a mí. Naturalmente, habrían procurado hacerme el menor daño posible, como ha hecho Daneel. Lo único que ha dañado ha sido mi dignidad y la pulcritud de mi cabello. Y los dedos me hormiguean un poco. —Fastolfe los flexionó con aire lastimoso.

Baley respiró hondo intentando recobrarse de aquel corto período de confusión, y preguntó:

—¿No me habría protegido Daneel, incluso sin sus instrucciones explícitas?

—Indudablemente. Habría tenido que hacerlo. Sin embargo, no debe creer que la respuesta robótica es un simple si o no, arriba o abajo, dentro o fuera. Es una equivocación que los profanos suelen cometer. Está la cuestión de la velocidad de respuesta. Mis instrucciones con respecto a usted se formularon de tal modo que el potencial formado en el interior de los robots a mi servicio, incluido Daneel, es anormalmente alto, tan alto como es posible dentro de los límites de la razón. Así pues, la respuesta ante un peligro claro e inmediato para usted es extraordinariamente rápida. Yo lo sabía y por eso le he atacado tan de repente; para hacerle, una demostración de lo más convincente sobre mi incapacidad para causarle ningún daño.

—Sí, pero no se lo agradezco demasiado.

—Oh, estaba totalmente seguro de mis robots, en especial de Daneel. Sin embargo, sí se me ha ocurrido, un poco tarde, que si no hubiera soltado instantáneamente el especiero, él en contra de su voluntad, o el equivalente robótico de la voluntad, me habría roto la muñeca.

Baley comentó:

—Considero que ha corrido un riesgo demasiado grande.

—Sí, también yo... después de haberlo hecho. Ahora bien, si usted se hubiera preparado para lanzarme el especiero a mí, Daneel habría impedido inmediatamente su movimiento, pero no con la misma velocidad, pues no ha recibido instrucciones especiales respecto a mi seguridad. Espero que habría sido lo bastante rápido para salvarme, pero no estoy seguro... y preferiría no comprobar esa cuestión. —Fastolfe sonrió jovialmente.

Baley preguntó:

—¿Y si lanzaran algún explosivo contra la casa desde un vehículo aéreo?

—O si un rayo gamma fuera disparado contra nosotros desde una colina cercana... Mis robots no representan una protección infinita, pero esos atentados terroristas tan radicales son muy improbables en Aurora. Sugiero que no nos preo-cupemos por ellos.

—Yo estoy dispuesto a no preocuparme por ellos. En realidad, no creía seriamente que usted fuera un peligro para mí, doctor Fastolfe, pero tenía que eliminar por completo esa posibilidad si quería seguir adelante. Ahora ya podemos continuar.

Fastolfe accedió:

—Sí, continuemos. A pesar de esta distracción adicional y muy dramática, aún nos enfrentamos al problema de probar que el bloqueo mental de Jander fue un suceso espontáneo.

Pero Baley era consciente de la presencia de Daneel y se volvió hacia él, preguntándole con inquietud:

—Daneel, ¿te duele que tratemos este asunto?

Daneel, que había dejado el especiero sobre una de las mesas vacías que estaban más alejadas, contestó:

—Compañero Elijah, yo preferiría que mi antiguo amigo Jander aún funcionara, pero como no es así y como no puede ser reparado para que pueda volver a funcionar debidamente, lo mejor que se puede hacer es tomar alguna medida para prevenir incidentes similares en el futuro. Ya que la actual conversación tiene ese objetivo, me complace más que dolerme.

—Bien, pues, para zanjar otra cuestión, Daneel, ¿crees tú que el doctor Fastolfe es culpable del fin de tu amigo Jander? ¿Me perdonará que lo pregunte, doctor Fastolfe?

Fastolfe hizo un gesto de aprobación y Daneel dijo:

—El doctor Fastolfe ha declarado que no era culpable, de modo que, naturalmente, no lo es.

—¿No tienes ninguna duda al respecto, Daneel?

—Ninguna, compañero Elijah.

Fastolfe parecía ligeramente divertido.

—Está interrogando a un robot, señor Baley.

—Lo sé, pero me cuesta pensar en Daneel como un robot y por eso se lo he preguntado.

—Sus respuestas no tendrían ningún valor ante un Consejo de Investigación. Sus potenciales positrónicos le obligan a creerme.

—Yo no soy un Consejo de Investigación, doctor Fastolfe, y mis métodos son diferentes. Volvamos adonde estábamos. O usted inutilizó el cerebro de Jander o sucedió por una circunstancia fortuita y eso sólo me deja la alternativa de probar que usted es inocente. En otras palabras, si puedo demostrar que es imposible que usted matara a Jander, la circunstancia fortuita es la única opción que nos queda.

—¿Y cómo piensa hacerlo?

—Es una cuestión de medios, oportunidad y motivo. Usted tenía los medios para matar a Jander, la capacidad teórica para manipularlo de tal modo que se produjera un bloqueo mental. Pero, ¿tuvo la oportunidad? Era su robot, en el sentido de que usted diseñó sus mecanismos cerebrales y supervisó su construcción, pero ¿era propiedad suya en el momento del bloqueo mental?

—No, no lo era. Pertenecía a otra persona.

—¿Desde cuándo?

—Desde hacía unos ocho meses, o algo más de medio año terrestre.

—Ah. Es un punto interesante. ¿Estaba con él, o cerca de él, en el momento de su destrucción? ¿Habría podido llegar hasta él? Resumiendo, podemos demostrar que estaba tan lejos de él, o tan fuera de su alcance, que no sería razonable suponer que habría podido realizar el hecho en el momento que supuestamente se realizó?

Other books

Won't Let Go by Avery Olive
Lily and the Duke by Helen Hardt
Blistered Kind Of Love by Angela Ballard, Duffy Ballard
Soul Song by Marjorie M. Liu