Los pueblos que el tiempo olvido (9 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

BOOK: Los pueblos que el tiempo olvido
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»Otro motivo era que Du-seen me quería, aunque yo no quería nada de él, y entonces mi padre descubrió que estaba conchabado con los wieroo: un cazador, una noche muy tarde, llegó temblando a ver a mi padre, diciendo que había visto a Du-seen hablar con un wieroo en un lugar solitario lejos de la aldea, y que claramente oyó las palabras: «Si me ayudas, te ayudaré: te entregaré a todas las cos-ata-lo entre los galus, ahora y para siempre; pero por ese servicio debes matar a Jor el Gran Jefe y causar terror y confusión entre sus seguidores».

»Cuando mi padre se enteró de esto, se enfureció. Pero también sintió miedo: miedo por mí, que soy cos-ata-lo. Me llamó y me contó lo que había oído, señalando dos formas con las que podríamos frustrar a Du-seen. La primera era que yo me convirtiera en compañera de Du-seen, pues después de eso odiaría tener que entregarme a manos de los wieroo o cumplir el perverso pacto que había hecho… un pacto que condenaría a sus propios retoños, quienes sin duda serían como yo soy, su madre. La alternativa era huir hasta que Du-seen hubiera sido vencido y castigado. Elegí lo segundo y huí al sur. Más allá de los confines del país galu hay poco peligro por parte de los wieroo, quienes buscan normalmente a los galus de las órdenes superiores. Hay dos motivos excelentes para esto: Uno es que desde el principio del tiempo ha existido animosidad entre los wieroo y los galus para ver quién acabará dominando el mundo. Generalmente se admite que la raza que primero llegue a un punto de la evolución que permita producir hijos de su propia especie y de ambos sexos dominará a todas las otras criaturas. Los wieroo empezaron primero a producir a los suyos propios… no se sabe por qué la evolución de galu a wieroo cesó gradualmente, pero los wieroo sólo producen varones, y por eso roban a nuestras hembras jóvenes, y al robar a las cos-ata-lo aumentan sus propias posibilidades de reproducir ambos sexos y al mismo tiempo reducen las nuestras. Los galus ya producen varones y hembras, pero los wieroo nos vigilan con tanta atención que sólo pocos machos llegan a ser adultos, mientras que aún son menores las hembras que no son robadas. Es en efecto una extraña situación, pues aunque nuestros mayores enemigos nos odian y nos temen, no se atreven a exterminarnos, sabiendo que también se exterminarían si no fuera por nosotros.

»Ah, pero podríamos tener ventaja, estoy segura, cuando todos los verdaderos cos-ata-lo evolucionaran por fin para convertirse en la verdadera raza dominante ante la que el mundo entero tendría que inclinarse.

Ajor siempre hablaba del mundo como si no existiera nada más allá de Caspak. No parecía comprender la verdad de mi origen ni que hubiera incontables pueblos al otro lado de la barrera de acantilados. Al parecer consideraba que yo procedía de un mundo completamente distinto. Dónde estaba y cómo llegué yo a Caspak eran asuntos que la superaban tanto que rehusaba a preocuparse por ello.

—Bien -continuó-, así que me escapé para esconderme, con la intención de dejar atrás las montañas al sur de Galu y encontrar refugio en el país de los kro-lu. Sería peligroso, pero no parecía haber otra manera.

»La tercera noche me refugié en una gran cueva en los acantilados, al borde de mi propio país; al día siguiente cruzaría al país de los kro-lu, donde me parecía que me encontraría razonablemente a salvo de los wieroo, aunque amenazada por otros incontables peligros. Sin embargo, para una cos-ata-lo cualquier destino es preferible a caer en las garras de los temibles wieroo, de cuya tierra no regresa nadie.

»Llevaba durmiendo pacíficamente varias horas cuando me despertó un leve ruido dentro de la caverna. La luna brillaba, iluminando la entrada, contra la que vi recortada la temible silueta de un wieroo. No había huida posible. La caverna era poco profunda, la entrada estrecha. Me quedé muy quieta, esperando contra toda esperanza, que la criatura se hubiera detenido allí a descansar y se marchara pronto sin descubrirme, pero al mismo tiempo sabía que iba buscándome.

»Esperé, sin atreverme a respirar, viendo cómo la cosa se arrastraba hacia mí sus grandes ojos brillando en la oscuridad del interior de la cueva, y por fin supe que esos ojos me miraban directamente, pues los wieroo pueden ver en la oscuridad mejor incluso que el león y el tigre. Unos pocos pasos nos separaban cuando me puse en pie de un salto y corrí locamente hacia mi acechante en un vano esfuerzo de esquivarlo y llegar al mundo exterior. Fue una locura, por supuesto, pues aunque hubiera conseguido hacerlo, el wieroo me habría seguido y atacado desde arriba. De todas formas, me agarró, y aunque me debatí, me venció. En el duelo, su larga túnica blanca se le desgarró, y se enfureció mucho, de modo que empezó a temblar y batió sus alas lleno de ira.

»Me preguntó mi nombre, pero yo no quise contestarle, y eso lo enfureció aún más. Por fin me arrastró hasta la entrada de la cueva, me cogió en brazos, desplegó sus grandes alas y saltó al aire para surcar la noche. Vi el paisaje iluminado por la luna quedar atrás, y entonces nos encontramos sobre el mar, camino de Oo-oh, el país de los wieroo.

»Los oscuros contornos de Oo-oh se dibujaban bajo nosotros cuando desde arriba llegó el fuerte batir de alas gigantescas. El wieroo y yo alzamos la cabeza simultáneamente, y vimos a un par de grandes jo-oos -(reptiles voladores; pterodáctilos)-, que nos atacaban. El wieroo giró en el aire y bajó casi hasta el nivel del mar, y entonces corrió hacia el sur intentando dejar atrás a nuestros perseguidores. Las grandes criaturas, a pesar de su enorme peso, son rápidas con sus alas; pero las de los wieroo son más rápidas. Incluso con mi peso añadido, la criatura que me sujetaba mantuvo la distancia, aunque no pudo aumentarla. Más rápido que el viento más rápido volamos a través de la noche, hacia el sur, siguiendo la costa. A veces nos elevábamos a grandes alturas, donde el aire era frío y el mundo de abajo apenas un borrón de oscuridad. Pero siempre los jo-oos se mantuvieron cerca.

»Yo sabía que habíamos cubierto una gran distancia, pues el batir del viento en mi cara atestiguaba la velocidad de nuestro avance, pero no tenía ni idea de dónde estábamos cuando por fin me di cuenta de que el wieroo se estaba debilitando. Uno de los jo-oos nos ganó terreno y consiguió alcanzarnos, de modo que mi captor tuvo que girar hacia la costa. Cada vez lo fueron obligando a ir más y más a la izquierda, a descender más y más. Su respiración era entrecortada, y los golpes de sus poderosas alas cada vez más débiles. No estábamos ni a tres metros sobre el suelo cuando los jo-oos nos alcanzaron, en la linde de un bosque. Uno de ellos agarró al wieroo por el ala derecha, y en un esfuerzo por liberarse, el wieroo me soltó y caí a tierra. Como un ecca asustado me puse en pie de un salto y corrí hacia el refugio del bosque, donde sabía que ninguno de ellos podría seguirme ni atraparme. Entonces me di la vuelta y miré atrás para ver cómo los dos grandes reptiles despedazaban a mi secuestrador y lo devoraban en el acto.

»Estaba a salvo, aunque perdida. No podía imaginar a qué distancia estaba del país de los galus, y no parecía probable que pudiera regresar a mi tierra.

»Estaba amaneciendo. Pronto los carnívoros empezarían a buscar sus primeras presas: yo estaba armada solamente con mi cuchillo. A mi alrededor el paisaje era extraño: las flores, los árboles, las hierbas incluso, eran diferentes a las de mi mundo del norte, y de pronto ante mí apareció una criatura tan horrible como el wieroo: una especie de hombre peludo que apenas se mantenía erguido. Me estremecí, y eché a correr. Huí de los horribles peligros que mis antepasados habían soportado en las primeras etapas de su evolución humana, siempre perseguida por el monstruo peludo que me había descubierto. Más tarde se le unieron otros de los suyos. Eran los hombres sin habla, los alus, de quienes tú me rescataste, mi Tom. ¡A partir de ahí, conoces la historia de mis aventuras, y desde el principio lo soportaría otra vez todo porque me llevaron a ti!

Fue muy amable al decir aquello, y yo lo agradecí. Pensaba que era una muchacha admirable de cuya amistad podría enorgullecerse cualquiera, pero deseaba que, cuando me tocaba, no me recorriera aquella peculiar emoción. Era muy incómoda, porque me recordaba al amor, y yo sabía que nunca podría amar a esta pequeña bárbara a medio cocer. Me interesó mucho su descripción del wieroo, que hasta ese momento había considerado una criatura puramente mitológica; pero Ajor se estremecía tanto ante la sola mención del nombre que no quise insistir en el tema, y por eso los wieroo continuaron siendo un misterio para mí.

Aunque los wieroo me interesaban enormemente, tuve poco tiempo para pensar en ellos, ya que nos pasábamos las horas del día ocupados con las necesidades de la existencia: la constante batalla por la supervivencia que es la principal ocupación de los caspakianos. To-mar y So-al estaban ya equipados para su ingreso en la sociedad kro-lu y por tanto debían dejarnos, pues nosotros no podíamos acompañarlos sin correr grandes peligros nosotros mismos y ponerlos en peligro a ellos. Pero cada uno juró ser siempre amigo nuestro y nos aseguraron que en caso de que necesitáramos su ayuda no teníamos más que pedirla. No dudé de su sinceridad, porque habíamos sido indispensables para traerlos a salvo a la aldea de los kro-lu.

Ese fue nuestro último día juntos. Por la tarde nos separaríamos. Tomar y So-al fueron directamente a la aldea kro-lu, mientras que Ajor y yo nos desviamos para evitar un conflicto con los arqueros. To-mar y So-al mostraron síntomas de nerviosismo cuando llegó el momento de acercarse a la aldea de su nuevo pueblo, pero a la vez se sentían orgullosos y felices. Nos dijeron que serían bien recibidos ya que las incorporaciones a una tribu son siempre bienvenidas, y a medida que la distancia desde el principio aumentaba, las tribus o razas más altas eran mucho más débiles numéricamente que las más bajas. El extremo sur de la isla rebosa de ho-lu, o simios; por encima están los alus, que son ligeramente inferiores en número que los ho-lu; y de nuevo hay menos bo-lu que alus, y menos sto-lu que bo-lu. Los kro-lu son inferiores en número a todos los demás, y aquí la ley se invierte, pues los galus superan a los kro-lu. Como me explicó Ajor, el motivo es que como la evolución cesa prácticamente con los galus, de los que no hay más, pues incluso los cos-ata-lo son considerados galus y permanecen con ellos. Y los galus procedían de las costas este y oeste. También hay menos reptiles carnívoros en el extremo norte de la isla, y no tantos de los grandes y feroces felinos como los que cobran su horrible precio entre las razas más al sur.

Por fin estaba haciéndome a la idea del esquema de la evolución en Caspak, que en parte explicaba la falta de jóvenes entre las razas que había visto hasta ahora. En su camino desde el principio, el caspakiano pasa, durante una sola existencia, a través de las diversas etapas de la evolución, o al menos muchas de ellas, las mismas por las que la raza humana ha pasado durante incontables épocas desde que la vida se agitó por primera vez en un nuevo mundo. Pero la cuestión que continuaba intrigándome era: ¿qué crea la vida en el principio, cor sva jo?

Había advertido que mientras nos dirigíamos al norte desde el país de los alus, el terreno se había ido elevando lentamente y ahora estábamos a varias docenas de metros por encima del nivel del mar interior. Ajor me dijo que el país de los galus estaba todavía más alto y era considerablemente más frío, lo que explicaba la escasez de reptiles. El cambio en formas y especies de los animales inferiores era aún más marcado que las etapas evolutivas del hombre. Los diminutos ecca, o caballos pequeños, se convertían en pequeños ponis de piel hirsuta en el país de los kro-lu. Vi gran número de pequeños leones y tigres, aunque muchos de los grandes persistían aún, mientras que el mamut lanudo se advertía más, igual que algunas variedades de labyrinthadonta. Estas criaturas, de las que Dios me libre, eran de esperar más al sur: por algún motivo inexplicable consiguen su masa más grande en los países de los kro-lu y los galus, aunque por fortuna son raros. Imagino que son una vida muy antigua que se acerca rápidamente a la extinción en Caspak, aunque dondequiera que se encuentran constituyen una amenaza para todas las formas de vida.

Era media tarde cuando To-mar y So-al se despidieron de nosotros. No estábamos lejos de la aldea kro-lu; de hecho, nos habíamos acercado mucho más de lo que pretendíamos, y ahora Ajor y yo tuvimos que hacer un desvío hacia el mar mientras nuestros compañeros iban directamente en busca del jefe kro-lu. Ajor y yo habíamos recorrido algo más de un kilómetro y estábamos a punto de salir de un tupido bosque cuando vi ante nosotros algo que me hizo ocultarme y al mismo tiempo empujar a Ajor detrás de mí. Lo que vi fue una partida de guerreros band-lu: hombres grandes y de aspecto feroz. Por la dirección en que marchaban vi que regresaban a sus cuevas, y que si permanecíamos donde estábamos, pasarían de largo sin descubrirnos.

Poco después Ajor me dio un codazo.

—Tienen un prisionero -susurró-. Es un kro-lu.

Y entonces lo vi, el primer kro-lu plenamente desarrollado que veía. Era un salvaje de buen aspecto, alto y erguido, con porte regio. To-mar era un hombre guapo, pero este kro-lu mostraba claramente en todos sus atributos físicos un plano superior de evolución. Mientras To-mar acababa de entrar en la esfera kro-lu, me pareció que este hombre debía estar cerca del siguiente paso de su desarrollo, que lo convertiría en un envidiado galu.

—¿Lo matarán? -le pregunté a Ajor.

—La danza de la muerte -respondió ella, y yo me estremecí, tan recientemente había escapado del mismo destino.

Parecía cruel que alguien que había sobrevivido a todas las temibles etapas de la evolución humana en Caspak debiera morir a las mismas puertas de su objetivo. Me llevé el rifle al hombro y apunté con cuidado a uno de los band-lu. Si lo alcanzaba, le daría a dos, pues otro hombre estaba directamente detrás del primero.

Ajor me tocó el brazo.

—¿Qué vas a hacer? -preguntó-. Todos son nuestros enemigos.

—Voy a salvarlo de la danza de la muerte, enemigo o no -repliqué, y apreté el gatillo.

Con la detonación, los dos band-lu cayeron de bruces. Le entregué mi rifle a Ajor, y tras desenfundar mi pistola me planté ante el sorprendido grupo. Los band-lu no huyeron como habían hecho algunas de las órdenes inferiores con el sonido del rifle. En cambio, en el momento en que me vieron, soltaron una serie de demoníacos gritos de guerra y, alzando las lanzas por encima de sus cabezas, me atacaron.

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