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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras, Fantástico

Los pueblos que el tiempo olvido (6 page)

BOOK: Los pueblos que el tiempo olvido
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Ahora estábamos en el país de los band-lu, los hombres de las lanzas de Caspak. Bowen había observado en su narración que este pueblo era análogo a la raza Cro-Magnon del Paleolítico Superior, y por tanto yo estaba ansioso por verlos. No iba a quedarme con las ganas: ¡los vi, en efecto! Habíamos dejado el país de los sto-lu y literalmente nos habíamos abierto paso luchando a través de cordones de bestias salvajes durante dos días cuando decidimos acampar un poco antes que de costumbre, debido al hecho de que habíamos alcanzado una línea de acantilados que corría al este y el oeste donde había numerosas cavernas. Los dos estábamos muy cansados, y ver estas cavernas, en varias de las cuales podíamos colocar una barricada, nos hizo decidirnos a detenernos hasta la mañana siguiente. Con solo unos minutos de exploración descubrí una caverna en lo alto de la cara del acantilado que parecía ideal para nuestros propósitos. Daba a un estrecho saliente donde podríamos preparar nuestra hoguera; la abertura era tan pequeña que tuvimos que tumbarnos y arrastrarnos para ganar acceso, mientras que el interior era espacioso y tenía un techo alto. Encendí una cerilla y miré alrededor: pero por lo que pude ver, la cámara se internaba en el acantilado.

Tras soltar mi rifle, pistola y cinturón de municiones pesadas, dejé a Ajor en la cueva mientras iba a recoger leña. Ya teníamos carne y frutas, recogidas justo antes de llegar a los acantilados, y mi cantimplora estaba llena de agua fresca. Por tanto, lo único que necesitábamos era combustible, y como siempre permitía que Ajor conservara sus fuerzas, no quise dejar que me acompañara. La pobre muchacha estaba muy cansada, pero me habría acompañado hasta desplomarse, lo sé, tan leal era. Era la mejor camarada del mundo, y a veces lamentaba y a veces me alegraba que no fuera de mi propia casta, pues si lo hubiera sido me habría enamorado irremediablemente de ella. Por eso, viajábamos hacia el norte como dos muchachos, con enorme respeto mutuo pero ningún blando sentimiento.

Había poca leña cerca de la base de los acantilados, y por eso me vi obligado a entrar en el bosque situado a unos doscientos metros. Ahora me doy cuenta de lo alocada que fue mi acción en una tierra como Caspak, rebosante de peligros y muerte; pero hay cierta cantidad de locura en todo hombre; y la porción mía debía estar en ascenso aquel día, pues la verdad del asunto es que me interné en aquellos bosques completamente indefenso. Y pagué el precio, como suele hacer la gente por sus indiscreciones. Mientras rebuscaba entre los matorrales los trozos adecuados de leña, la cabeza inclinada y los ojos en el suelo, advertí de pronto un gran peso sobre mí. Caí de rodillas y agarré a mi asaltante, un hombre enorme y desnudo… desnudo a excepción de un taparrabos hecho de piel de serpiente que le colgaba hasta las rodillas. El tipo iba armado con una lanza con punta de piedra, un cuchillo de piedra, y un hacha. En su pelo negro había varias plumas de colores. Mientras luchábamos de un lado a otro, le fui consiguiendo ventaja, pero de pronto una docena de amigos suyos aparecieron corriendo y me superaron.

Me ataron las manos a la espalda con largas cuerdas de cuero y luego me observaron con atención. Me parecieron en su mayor parte buenos especimenes humanos. Entre ellos había algunos que se parecían a los sto-lu y tenían mucho pelo, pero la mayoría tenía cabezas grandes y rasgos no del todo feos. Había poco en ellos que recordara a los monos, como sucede con los sto-lu, los bo-lu y los alus. Pensé que me iban a matar al momento, pero no lo hicieron. En cambio, me interrogaron, pero resultó evidente que no creyeron mi historia, pues se burlaron y se rieron.

—Los galus te han rechazado -exclamaron-. Si vuelves con ellos, morirás. Si te quedas aquí, morirás. Te mataremos, pero primero bailaremos y tú bailaras con nosotros… la danza de la muerte.

¡Parecía muy tranquilizador! Pero supe que no iban a matarme inmediatamente, y por eso no desesperé. Me condujeron hacia los acantilados, y cuando nos aproximamos a ellos, miré hacia arriba y estoy seguro de que vi los brillantes ojos de Ajor observándonos desde nuestra alta cueva. Pero ella no dio muestras de haberme visto, y continuamos nuestro camino, rodeamos el extremo de los acantilados y seguimos a lo largo de la cara opuesta hasta que llegamos a una sección literalmente cubierta de cuevas. Por todas partes, en el suelo y en los salientes ante las entradas, había cientos de miembros de la tribu. Había muchas mujeres pero no bebés ni niños, aunque advertí que las hembras tenían pechos más desarrollados que los que había visto entre las de los hombres-hacha, los hombres-maza, los alus o los simios. De hecho, entre las órdenes inferiores del hombre caspakiano, el pecho femenino es un órgano rudimentario, apenas sugerido en los simios y alus, y sólo un poco más definido en los bo-lu y los sto-lu, aunque siempre aumentando hasta que se encuentra medio desarrollado en las hembras de los hombres-lanza; sin embargo, no había ninguna indicación de que las hembras amamantaran a los jóvenes, ni había ningún joven entre ellos. Algunas de las mujeres band-lu eran bastante bonitas. Las figuras de todos, hombres y mujeres por igual, eran simétricas aunque fornidas, y aunque había algunos que se parecían mucho al tipo de los sto-lu, había otros que eran decididamente guapos y cuyos cuerpos eran bastante poco velludos. Todos los alus tienen barba, pero entre los bo-lu las barbas desaparecen en las mujeres. Los hombres sto-lu muestran una barba escasa, los band-lu ninguna; y hay poco vello en los cuerpos de sus mujeres.

Los miembros de la tribu mostraron gran interés en mí, sobre todo en mis ropas, pues naturalmente nunca habían visto nada parecido. Me empujaron y tiraron de mí, y algunos incluso me golpearon, pero en su mayoría no se sintieron inclinados a la brutalidad. Fueron sólo los más velludos, los que más se parecían a los sto-lu, quienes me maltrataron.

Por fin mis captores me condujeron a una gran cueva, en cuya boca ardía una gran hoguera. El suelo estaba cubierto de suciedad, incluyendo los huesos de muchos animales, y la atmósfera apestaba a cuerpos humanos y carne putrefacta. Aquí me dieron de comer, me soltaron los brazos y comí un filete medio cocido de auroc y un guiso que debía de estar hecho de serpientes, pues eso sugerían los redondos trozos de repugnante carne.

Después de comer, me introdujeron en las profundidades de la caverna, que encendieron con antorchas colocadas en los huecos de las paredes y con las que pude ver, para mi sorpresa, que las paredes estaban cubiertas de dibujos y esbozos. Había aurocs, ciervos, tigres de dientes de sable, osos cavernarios, hyaenodones y muchos otros ejemplos de la fauna de Caspak, hechos en color, normalmente con cuatro tonos de marrón, o arañados sobre la superficie de la roca. A menudo estaban superpuestos y hacía falta un examen minucioso para distinguir las diversas figuras. Pero todos mostraban una aptitud bastante notable para el dibujo, lo que fortalecía las comparaciones de Bowen entre este pueblo y los extintos Cro-Magnon cuyo antiguo arte sigue todavía conservado en las cavernas de Niaux y Le Portel. Sin embargo, los band-lu no tenían arcos y flechas, y en este aspecto diferían de sus extintos progenitores, o descendientes, de Europa occidental.

Si alguno de mis amigos tiene oportunidad de leer la historia de mis aventuras en Caprona, espero que no se aburran con estas disgresiones, y si lo hacen, sólo puedo decir que estoy escribiendo mis memorias para mi propio solaz y por tanto anoto las cosas que me interesaron particularmente en su momento. No tengo ningún deseo de que el público general tenga acceso a estas páginas; pero es posible que mis amigos, y tal vez algunos sabios, puedan estar interesados, y para ellos, aunque no pido disculpas por mis reflexiones filosóficas, les explico humildemente que están siendo testigos de los recuerdos de una mente finita tras lo infinito, la búsqueda de explicaciones de lo inexplicable.

En un lejano hueco de la caverna mis captores me hicieron detenerme. De nuevo me ataron las manos, y esta vez también los pies. Durante la operación me interrogaron, y me alegré enormemente de que la clara similitud entre las diversas lenguas tribales de Caspak nos permitiera entendernos a la perfección, aunque ellos eran incapaces de creer o comprender la verdad de mi origen y las circunstancias de mi llegada a Caspak. Finalmente me dejaron diciendo que vendrían a por mí para celebrar la danza de la muerte al amanecer. Antes de que se marcharan con sus antorchas, vi que no me habían llevado hasta el fondo de la caverna, pues un oscuro y ominoso corredor conducía desde mi prisión hasta el corazón del acantilado.

No pude sino maravillarme de la inmensidad de esta gran gruta subterránea. Ya había recorrido varios cientos de metros de cueva, de la cual se bifurcaban muchos otros pasadizos. Todo el acantilado debía estar lleno de apartamentos y pasadizos de los que esta comunidad apenas ocupaba una parte comparativamente pequeña, de modo que la posibilidad de que los pasadizos más remotos fueran el cubil de bestias salvajes que tuvieran otros medios de entrada y salida distintos de los que usaban los band-lu me llenó de oscuros presagios.

Creo que normalmente no soy histérico ni aprensivo; sin embargo, he de confesar que en las condiciones en las que me hallaba, sentí que mis nervios estaban a flor de piel. Por la mañana iba a morir para diversión de una horda de salvajes, pero el amanecer se me antojaba menos terrorífico que el presente, y reto a cualquier hombre de mente equilibrada si no es aterrador estar atado de pies y manos en la negrura estigia de una cueva inmensa poblada por peligros desconocidos en una tierra llena de horribles bestias y de reptiles de la mayor ferocidad. En cualquier momento, quizá en este mismo instante, alguna bestia silenciosa podría captar mi olor desde su cubil en las sombras y arrastrarse hasta mí. Doblé el cuello, y a través de la oscuridad busqué los dos puntos diminutos de ardiente odio que sabía serían el heraldo de la llegada de mi ejecutor. Tan reales eran las imaginaciones de mi frenético cerebro que me cubrí de un sudor frío con la absoluta convicción de que alguna bestia estaba cerca de mí: sin embargo, pasaron las horas, y ningún sonido quebró la quietud como de tumba de la caverna.

Durante ese periodo de eternidad muchos acontecimientos de mi vida pasaron ante mis ojos, un vasto desfile de amigos y acontecimientos que desaparecerían para siempre con el amanecer. Me maldije por la tontería que me había apartado del grupo de búsqueda que tanto dependía de mí, y me pregunté qué progresos habrían hecho, si habían hecho alguno. ¿Estaban todavía tras la barrera de acantilados, esperando mi regreso? ¿O habían encontrado la forma de entrar en Caspak? Consideré que lo más probable era lo segundo, pues el grupo estaba compuesto por hombres de acción que no renunciaban fácilmente a sus propósitos. Era muy probable que ya me estuvieran buscando, pero dudaba que alguna vez encontraran ningún rastro de mí. Hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que era imposible para el ser humano rodear las orillas del mar interno de Caspak a la luz de la miríada de amenazas que acechaban en cada sombra de día y de noche. Hacía tiempo que había renunciado a la esperanza de alcanzar el lugar por donde había entrado en este país, y por eso estaba igualmente convencido de que nuestra expedición entera había sido peor que inútil desde que fue concebida, ya que Bowen J. Tyler Jr. y su esposa no podían haber sobrevivido durante todos estos largos meses, igual que Bradley y su grupo de marineros no podían seguir vivos todavía. Si la fuerza y el equipo superior de mi grupo les permitía rodear el extremo norte del mar interior, tal vez pudieran encontrar algún día los restos de mi avión destrozado colgando del gran árbol, pero mucho antes que eso mis huesos formarían parte de la basura que cubría el suelo de esta enorme caverna.

Y mientras tanto todos mis pensamientos, reales y caprichosos, se dirigían a la imagen de una muchacha perfecta, de ojos claros, fuerte, esbelta y hermosa, con el porte de una reina y la gracia ondulante de un leopardo. Aunque amaba a mis amigos, su destino me parecía menos importante que el destino de esta bella bárbara por quien, según me había convencido a mí mismo muchas veces, no albergaba mayores sentimientos que una amistad de paso por una compañera de viaje en una tierra de horrores. Sin embargo, tanto me preocupaba y angustiaba por ella y su futuro que por fin olvidé mi propia situación, aunque seguía debatiéndome con mis ligaduras en una vana pugna para poder liberarme y así, poder correr a protegerla si lograba escapar del destino que me tenían planeado. Y mientras me dedicaba a ello y olvidaba por el momento mis aprensiones sobre la proximidad de alguna bestia, en medio del silencio me sobresaltó un sonido claro e inconfundible que venía del oscuro corredor, desde el corazón mismo de la montaña: el sonido de pies acolchados moviéndose sibilinamente en mi dirección.

Creo que nunca antes en toda mi vida, ni siquiera entre los terrores de las noches de infancia, he sufrido una sensación de horror extremo como en ese momento, cuando me di cuenta de que estaba atado e indefenso mientras alguna horrible bestia reptaba para devorarme en la completa oscuridad de las cuevas band-lu de Caspak. Apestaba a sudor frío, y tenía la piel erizada, podía sentirlo. Si alguna vez estuve cerca de la cobardía abyecta, no recuerdo el caso, pero no puede decirse que tuviera miedo a morir, pues hacía tiempo que me consideraba perdido: unos cuantos días en Caspak impresionan a cualquiera y le hacen ver la total futilidad de la vida. Las aguas, la tierra, el aire rebosan de esa idea, y cualquier forma de vida es siempre devorada por otra. La vida no tiene ningún valor en Caspak, como no tiene valor ninguno en la tierra, y, sin duda, en todo el cosmos. No, no tenía miedo a morir: de hecho, rezaba por hacerlo, por poder librarme del temor del intervalo de vida que me quedaba: la espera, la horrible espera, a que alguna bestia temible me alcanzara y golpeara.

En este momento estaba tan cerca que pude oír su respiración, y entonces me tocó y di un rápido salto hacia atrás. Durante largos instantes ningún sonido rompió el silencio sepulcral de la cueva. Entonces oí un movimiento por parte de la criatura que tenía cerca, y de nuevo me tocó, y sentí algo parecido a una mano sin vello pasar sobre mi cara hasta tocar el cuello de mi camisa de franela. Y entonces, apagada, pero llena de emoción acumulada, una voz exclamó:

—¡Tom!

Creo que casi me desmayé, tan grande fue la reacción.

—¡Ajor! -conseguí decir-. Ajor, muchacha, ¿es posible que seas tú?

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