Los perros de Riga (9 page)

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Authors: Henning Mankell

BOOK: Los perros de Riga
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A las tres menos cuarto volvía a abrir la puerta de su apartamento. Se sentó a la mesa de la cocina y tomó nota de la conversación que había mantenido en la sala de máquinas del pesquero.

«Los Estados bálticos —pensó—. ¿Realmente puede llegar un bote a la deriva desde tan lejos?» Se levantó y se dirigió a la sala de estar. En un armario, entre pilas y pilas de revistas viejas y programas de ópera, encontró su viejo atlas del colegio. Abrió el mapa que cubría el sur de Suecia y el mar Báltico. Aquellos tres Estados parecían estar muy lejos y muy cerca al mismo tiempo.

«No sé nada sobre el mar, absolutamente nada sobre corrientes, derivas y vientos. Quizá tenga razón. ¿Y por qué, si no, iba a afirmar algo que no es verdad?»

Volvió a pensar en lo asustado que estaba el hombre, en el segundo hombre de a bordo, el desconocido, que tanto le asustaba.

A las cuatro se metió en la cama. Estuvo despierto un buen rato antes de conciliar el sueño.

Se despertó sobresaltado y enseguida supo que se le habían pegado las sábanas.

El despertador de la mesilla de noche señalaba las siete y cuarenta y seis de la mañana. Masculló una maldición, salió de un salto de la cama y empezó a vestirse. Puso el cepillo de dientes y el dentífrico en el bolsillo de la chaqueta. A las ocho menos tres minutos aparcó el coche delante de la comisaría. Ebba le hizo señas desde la recepción.

—Björk te está esperando —informó—. ¡Vaya pinta tienes! ¿Te has dormido?

—Claro —contestó Wallander, y entró corriendo en el lavabo para cepillarse los dientes, al tiempo que intentaba poner en orden sus pensamientos antes de la reunión. ¿Cómo iba a exponer la visita nocturna a un pesquero del puerto de Brantevik?

El despacho de Björk estaba vacío. Se dirigió hacia una de las salas de reuniones más grandes de la comisaría y llamó a la puerta, sintiéndose como un colegial que llega tarde. Cuando entró, las seis personas sentadas alrededor de una mesa ovalada alzaron sus ojos hacia él.

—Llego un poco tarde —dijo, y se sentó en la primera silla libre que vio.

Björk le miró con expresión severa, mientras que Martinson y Svedberg le sonreían con curiosidad. En el rostro de Svedberg encontró, además, una sombra de mofa. A la izquierda de Björk estaba sentada Birgitta Törn, con su semblante indefinido.

En la sala había dos personas más a las que nunca había visto. Se levantó de la silla y dio la vuelta a la mesa para saludarlos. Eran dos hombres de unos cincuenta años, curiosamente parecidos, de complexión fuerte y rostros amables. Uno se presentó como Sture Rönnlund, el otro se llamaba Bertil Lovén.

—Pertenezco al grupo de homicidios —dijo Lovén—. Y Sture es de narcóticos.

—Kurt es nuestro mejor inspector —empezó Björk—. Por favor, servíos café.

Cuando todos los vasos de plástico estuvieron llenos, Björk dio por comenzada la reunión.

—En primer lugar estamos muy agradecidos por toda la ayuda que podamos recibir. Ninguno de los presentes habrá dejado de observar el revuelo que el hallazgo de los dos cadáveres ha suscitado en los medios de comunicación. Por eso es muy importante llevar la investigación con rigor e intensidad. Birgitta Törn ha venido en principio en calidad de observadora, y para ayudarnos con los contactos con los países en los que la Interpol no tiene competencia, lo que no quita que no podamos escuchar sus puntos de vista respecto al trabajo de investigación en concreto.

Luego le tocó el turno a Kurt Wallander. Puesto que todos en la sala habían recibido copias de los informes existentes, no se molestó en repasar la situación con detalle, sino que se limitó a hacer un breve resumen. Se entretuvo, en cambio, en el examen patológico y en su resultado. Cuando terminó, Lovén quiso que le aclarasen ciertos detalles. Björk miró a su alrededor.

—Bien —dijo—. ¿Cómo procederemos a continuación?

A Kurt Wallander le irritaba la actitud sumisa de Björk ante la mujer del Ministerio de Asuntos Exteriores, y ante los dos inspectores de los departamentos de Estocolmo. Tuvo la necesidad de atacar, e hizo señas a Björk para que le cediera la palabra.

—Hay muchos puntos oscuros —empezó—, y no me refiero solo a la investigación. No entiendo por qué el Ministerio de Asuntos Exteriores considera necesario enviar a Birgitta Törn a Ystad, y realmente me cuesta creer que sea para que nos ayude a ponernos en contacto con la policía rusa, por ejemplo, en caso de necesidad. Eso puede hacerse desde Estocolmo por medio de un télex. Me inclino más bien a pensar que están supervisando nuestro trabajo de investigación, y si es así considero que tengo derecho a saber qué es lo que van a supervisar, y sobre todo las razones de que el ministerio proceda de este modo. No puedo negar que me asalta la sospecha de que saben algo que nosotros ignoramos, pero quizá no sea obra del ministerio, sino de otros.

Tras estas palabras, se produjo un silencio glacial. Björk le miró con espanto.

Fue Birgitta Törn quien rompió el hielo.

—No hay razón para dudar de los motivos que me han traído a Ystad —arguyó—. La inestable situación del Este exige que sigamos el desarrollo de este caso con toda minuciosidad.

—Pero si ni siquiera sabemos si los muertos eran del Este —objetó Wallander—. ¿O acaso sabéis algo que nosotros ignoramos? Si es así, quiero saber de qué se trata.

—Será mejor que nos tranquilicemos un poco —interrumpió Björk.

—Quiero una respuesta concreta a mis preguntas —protestó Wallander—. No me satisfacen los comentarios gratuitos sobre la inestable situación política.

El rostro de Birgitta Törn perdió de repente su expresión indefinida. Le clavó una mirada que daba claras muestras del creciente desprecio y distanciamiento que sentía por él. «Soy molesto —pensó Wallander—. Pertenezco a esa gente molesta de a pie.»

—Acabo de responderte —replicó Birgitta Törn—. Si fueses más sensato, te darías cuenta de que no hay ninguna razón para montar este numerito.

Wallander sacudió la cabeza. Luego se volvió hacia Lovén y Rönnlund.

—Y a vosotros, ¿qué instrucciones os han dado? Estocolmo raras veces envía a alguien sin haber solicitado una petición formal de ayuda, y por lo que tengo entendido nosotros no lo hemos hecho. ¿O me equivoco?

Björk negó con la cabeza cuando Wallander se volvió para consultarle.

—Así que se trata de una decisión de Estocolmo —continuó—. Me gustaría saber por qué, si es que vamos a cooperar. No creo que la capacidad de nuestro distrito policial para cumplir con su trabajo haya sido desechada antes de empezar siquiera.

Lovén se movía avergonzado. Contestó Rönnlund, y Kurt Wallander pudo apreciar cierta simpatía en su voz.

—El director general de la policía pensó que podríais necesitar ayuda —explicó—. Nuestras órdenes son estar a vuestra entera disposición, nada más; vosotros sois los que lleváis el trabajo de investigación. Ahora bien, si podemos ayudaros en algo, estaremos encantados de hacerlo. Ni Bertil ni yo dudamos de vuestra capacidad de manejar este caso solos. Personalmente considero que habéis trabajado rápido y con firmeza estos días.

Wallander agradeció el reconocimiento. Martinson sonreía, mientras que Svedberg se hurgaba los dientes con una astilla de la mesa de reuniones.

—Entonces quizá podamos empezar a analizar cómo proseguir —dijo Björk.

—Estupendo —dijo Wallander—. Tengo algunas teorías sobre las que me gustaría saber vuestra opinión, pero antes voy a contaros una pequeña aventura nocturna.

La ira había desaparecido, y volvía a sentirse tranquilo. Había probado sus fuerzas contra Birgitta Törn y no había sido vencido. Con el tiempo ya averiguaría la verdadera razón de su llegada. La simpatía de Rönnlund reforzó su autoestima. Pasó a contar a los presentes la llamada anónima y la visita al pesquero de Brantevik, e hizo especial hincapié en la expresa convicción del hombre de que el bote provenía de algún Estado báltico. En un arrebato, Björk llamó a la recepción y pidió que les proporcionasen inmediatamente unos mapas detallados y panorámicos del territorio en cuestión. En su interior Wallander vio cómo Ebba agarraba al primer policía que pasaba por la recepción y le daba órdenes de sacar esos mapas sin demora. Se sirvió más café y pasó a informar sobre sus teorías.

—Todo indica que los hombres han sido asesinados a bordo de un barco —continuó—. A la pregunta de por qué no han hundido los cuerpos en el fondo del mar tengo una posible explicación: el asesino o los asesinos querían que los cuerpos fuesen encontrados, pero eso resulta poco factible dada la dificultad de adivinar cuándo y dónde podría llegar el bote a tierra firme. Después de torturarlos, les dispararon desde muy cerca. Generalmente, cuando se tortura a alguien es por venganza o para obtener información. El otro hecho objetivo que debemos recordar es que los dos hombres estaban bajo los efectos de drogas, anfetaminas para ser exactos. De algún modo las drogas están mezcladas en este asunto. Además, tengo la impresión de que los muertos estaban bien situados socialmente a juzgar por sus ropas. Según los parámetros de la Europa oriental, debía tratarse de individuos acaudalados para poder costearse esa indumentaria y ese calzado que yo no puedo permitirme.

Lovén soltó una carcajada ante ese último comentario, mientras que Birgitta Törn continuó mirando a la mesa fijamente con semblante agrio.

—Es decir, que sabemos bastante —continuó Wallander—, aunque no lo suficiente como para juntar las piezas del rompecabezas y explicar la sucesión de los hechos y razones por las que mataron a esos hombres. Lo que en realidad necesitamos descubrir ahora es una sola cosa: quiénes eran. Tenemos que centrarnos en eso, y en obtener una rápida información balística de la munición usada. Quiero un informe detallado de las personas desaparecidas y buscadas en Suecia y Dinamarca. Las huellas dactilares, las fotografías y las descripciones se enviarán de inmediato a la Interpol. Tal vez encontremos algo en nuestros propios archivos. Además, hay que ponerse en contacto cuanto antes con la policía báltica y soviética, si no se ha hecho ya. Quizá Birgitta Törn nos pueda contestar a esto.

—Se hará hoy —aseguró ella—. Vamos a ponernos en contacto con la unidad internacional de la policía de Moscú.

—Y también con las policías de Estonia, Letonia y Lituania.

—Eso se hace vía Moscú.

Wallander la miró sorprendido. Luego se volvió hacia Björk.

—¿No tuvimos una visita de la policía lituana el otoño pasado?

—Se hará lo que dice Birgitta Törn —contestó Björk—. Los países bálticos tienen policías nacionales, pero todavía es la Unión Soviética la que decide formalmente.

—No lo sabía —comentó Wallander—, pero supongo que el Ministerio de Asuntos Exteriores estará mejor informado que yo.

—Sí —respondió Birgitta Törn—. Me temo que sí.

Björk dio por concluida la reunión, tras lo cual desapareció con Birgitta Törn. Habían anunciado una conferencia de prensa para las dos de la tarde.

Wallander se quedó en la sala de conferencias y con los demás repasaron las diferentes tareas que les esperaban. Svedberg fue a buscar la bolsa de plástico con las dos balas y Lovén prometió encargarse y acelerar la investigación balística. El resto se repartió el largo trabajo de examinar minuciosamente los archivos de personas desaparecidas o buscadas. Martinson, que tenía ciertos contactos personales con la policía de Copenhague, se encargó de ponerse en contacto con colegas del otro lado del estrecho.

—No tenéis que preocuparos por la conferencia de prensa —informó Wallander para finalizar—. Será problema de Björk y mío.

—¿Son tan desagradables como en Estocolmo? —preguntó Rönnlund.

—No sé cómo son en Estocolmo —contestó Wallander—, pero aquí no son nada divertidas, no.

El resto del día se ocupó en distribuir descripciones a todos los distritos de policía del país y a los demás países nórdicos. Los policías, además, tenían que repasar cierta cantidad de registros. No tardaron mucho en averiguar que las huellas dactilares de los muertos no estaban registradas ni en la policía sueca ni en la danesa. La Interpol necesitaría un poco más de tiempo para contestar. Wallander y Lovén tuvieron una larga conversación sobre si la antigua Alemania del Este era ya un miembro de derecho de la Interpol o no. ¿Habrían traspasado su archivo policial a un sistema central informatizado para toda Alemania? De hecho, ¿había existido un archivo normal de criminales en Alemania del Este? ¿Existía alguna línea de demarcación entre el archivo de la policía secreta y el archivo de delincuencia común?

Lovén prometió averiguar algo más sobre esta cuestión mientras Wallander preparaba la conferencia de prensa. Antes de que empezara, se encontró con Björk, que se mostró distante. «¿Por qué no dice nada? Quizá piensa que he sido grosero con la elegante señora del ministerio.»

En la sala donde iban a celebrar la conferencia de prensa se habían reunido muchos periodistas y representantes de los medios de comunicación. Wallander buscó con la mirada al joven periodista del
Expressen
, pero no lo encontró. Björk hizo las presentaciones como de costumbre, y con inesperada rabia atacó a lo que llamó las «incomprensibles noticias infundadas» que la prensa había divulgado. Wallander, mientras, evocó el encuentro nocturno con el desconocido en Brantevik. Cuando le tocó su turno, empezó con el llamamiento a la población de ponerse en contacto con la policía en caso de haber visto algo. Cuando uno de los periodistas le preguntó si aún no tenían ninguna pista, contestó que hasta ahora solo había silencio. La conferencia de prensa fue insípida, y Björk se alegró de abandonar la sala.

—¿Qué hace la dama del ministerio? —preguntó Wallander en el pasillo.

—Se pasa la mayor parte del tiempo hablando por teléfono —contestó Björk—. Apuesto lo que sea a que piensas que deberíamos escuchar sus conferencias.

—No sería mala idea —murmuró Wallander.

El día transcurrió sin que pasara nada destacable. Había que tener paciencia y atar los cabos sueltos.

Poco antes de las seis, Martinson se asomó al despacho de Wallander para preguntarle si le apetecía ir a su casa por la noche a cenar. También invitó a Lovén y a Rönnlund, que parecían sentir añoranza.

—Svedberg ya tenía planes —le comunicó— y Birgitta Törn ha dicho que iría a Malmö esta noche. ¿Te apuntas?

—No tengo tiempo. Lo siento, pero estoy ocupado esta noche.

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