Los perros de Riga (5 page)

Read Los perros de Riga Online

Authors: Henning Mankell

BOOK: Los perros de Riga
6.68Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Por lo menos es una respuesta honrada.

—Mañana sí podré —dijo Wallander.

—Entonces iremos mañana —dijo su padre, y colgó.

Wallander lo apuntó en una nota y la pegó en el teléfono. Mañana no podía olvidarse.

Llamó a Svedberg, pero este seguía sin contestar. En cambio, sí encontró a Martinson, que acababa de entrar en el despacho. Wallander salió al pasillo a su encuentro.

—¿A que no sabes lo que he aprendido hoy? —dijo Martinson—. Pues que resulta prácticamente imposible describir un bote salvavidas. Todas las fabricaciones y modelos parecen iguales. Solo un experto puede distinguirlos. Así que he ido hasta Malmö y he visitado a unos cuantos importadores.

Entraron en el comedor para buscar un café. Martinson se hizo con unas galletas, y siguieron hasta el despacho de Wallander.

—De modo que ahora lo sabes todo acerca de los botes salvavidas —dijo Wallander.

—No, solo un poco. Lo que no sé es de dónde proviene ese en particular.

—Resulta extraño que no haya ninguna descripción de la marca o del país de fabricación —comentó Wallander—. Los equipos de salvamento suelen estar llenos de instrucciones.

—Estoy de acuerdo contigo. Los importadores de Malmö también estaban extrañados. La solución al problema nos la dará un tal capitán Österdahl.

—¿Quién es?

—Un comandante retirado que ha dedicado toda su vida a los barcos de vigilancia de la aduana. Estuvo quince años en Arkösund, diez en el archipiélago de Gryt, y luego en Simrishamn, donde se retiró. A lo largo de todos esos años fue elaborando un registro propio sobre todo tipo de embarcaciones, inclusive los botes de goma y los botes salvavidas.

—¿Quién te lo ha contado?

—Tuve suerte. Cuando llamé a los guardacostas, el que se puso al teléfono había trabajado a bordo de uno de los barcos aduaneros, a las órdenes del capitán Österdahl.

—Bien —dijo Wallander—. Tal vez pueda ayudarnos.

—Si él no puede, no podrá nadie —contestó filosóficamente—. Vive a las afueras, en Sandhammaren. He pensado ir a recogerlo para que examine el bote. ¿Ha pasado algo más mientras estaba fuera?

Wallander le contó las conclusiones a las que Mörth había llegado. Martinson escuchó con atención.

—Lo que significa que probablemente tengamos que colaborar con la policía rusa —dijo cuando Wallander hubo acabado—. ¿Sabes ruso?

—Ni una palabra. También puede significar que no tengamos que encargarnos del caso.

—La esperanza es lo último que se pierde.

Martinson se quedó de pronto pensativo.

—Tienes razón —admitió al cabo de un rato—. A veces preferiría no tener nada que ver con ciertas investigaciones criminales, por lo espantosas, sangrientas e irreales que son. En la academia de policía nunca nos enseñaron la actitud que teníamos que adoptar ante un caso como este. Es como si los crímenes se me hubieran adelantado, y solo tengo treinta años.

Últimamente, Kurt Wallander pensaba lo mismo que Martinson: cada vez era más complicado ser policía. Los tiempos que corrían mostraban un tipo de criminalidad del que hasta ahora no había constancia. Era un tópico afirmar que muchos policías dejaban su profesión por razones económicas, para hacerse guardias de seguridad o trabajar en empresas privadas. En realidad, los abandonos se debían a la inseguridad.

—Quizá tengamos que pedirle a Björk que nos impartan un cursillo sobre cómo tratar a las personas torturadas —dijo Martinson.

Wallander sabía que en las palabras de Martinson no había un trasfondo cínico, sino la misma inseguridad que él sentía a menudo.

—Todas las generaciones de policías suelen decir lo mismo —comentó—. Al parecer, no somos la excepción.

—No recuerdo que Rydberg se quejase nunca.

—Rydberg sí era la excepción. Pero antes de que te vayas, quiero preguntarte algo: el hombre aquel que llamó, ¿no había nada en él que denotara que era extranjero?

Martinson estaba seguro.

—Nada. Era escaniano.

—¿Has averiguado algo más sobre la conversación telefónica?

—No.

Martinson se levantó.

—Ahora salgo para Sandhammaren en busca del capitán Österdahl —dijo.

—El bote está en el sótano —le informó Wallander—. Suerte. A propósito, ¿sabes dónde se ha metido Svedberg?

—Ni idea. No sé nada de lo que está haciendo. Quizás esté en el Instituto Nacional de Meteorología.

Kurt Wallander se dirigió en coche al centro de la ciudad para comer. La noche anterior volvió a su memoria y se contentó con una ensalada.

Poco antes del comienzo de la conferencia de prensa estaba de vuelta en la comisaría. Había estado tomando apuntes, y fue a ver a Björk.

—Odio tanto las conferencias de prensa que jamás seré director general de la policía, aunque la verdad es que no lo he deseado nunca —dijo Björk.

En la sala les aguardaban los periodistas. Wallander recordó la muchedumbre que se congregó cuando trabajaban en el doble asesinato de Lenarp el año anterior. Ahora solamente había tres periodistas, de los cuales reconoció a dos de ellos: una señora del periódico
Ystads Allehanda
, que casi siempre escribía reseñas claras y concisas, y un hombre de la redacción local del periódico
Arbetet
, con el que había coincidido un par de veces. El tercero de la sala llevaba gafas y el pelo cortado a cepillo; Wallander nunca lo había visto antes.

—¿Dónde está el del periódico
Sydsvenskan?
—le susurró Björk al oído—. ¿Y
El Diario de Escania?
¿Yla radio local?

—Qué sé yo —contestó Wallander—. Va, empieza.

Björk subió a la pequeña tarima situada en un rincón de la sala y leyó los apuntes sin mucho interés. Wallander deseó en su fuero interno que no hablara más de lo imprescindible.

Luego le tocó el turno a él.

—Han aparecido dos cadáveres en la playa de Mossby Strand en un bote salvavidas —explicó—. Todavía no hemos podido identificar a los muertos. Por lo que sabemos no ha ocurrido ningún accidente marítimo que pueda relacionarse con el bote, ni tampoco nos han llegado denuncias de personas desaparecidas en el mar. Necesitamos la colaboración de todo el mundo, y por supuesto también la vuestra.

No dijo nada acerca del hombre que había llamado anónimamente, sino que fue directo al llamamiento:

—Rogamos a todo aquel que haya visto algo que se ponga en contacto con la policía: un bote salvavidas a la deriva cerca de la costa, o cualquier cosa que pueda ser de interés. Eso es todo, señores.

Björk volvió a la tarima.

—Si tienen alguna pregunta, adelante —dijo.

La amable señora del
Ystads Allehanda
preguntó si no empezaba a haber demasiados crímenes en la hasta ahora pacífica Escania.

Kurt Wallander suspiró ante esa pregunta. «Esta zona nunca ha sido especialmente pacífica», se dijo para sus adentros.

Björk negó que hubiese aumentado el número de crímenes, y la señora del
Ystads Allehanda
se contentó con la respuesta. El corresponsal local del
Arbetet
no tenía preguntas. Björk iba a concluir la conferencia de prensa, cuando el joven de las gafas alzó la mano.

—Yo tengo una pregunta —dijo—. ¿Por qué no decís que los hombres del bote han sido asesinados?

Wallander echó una ojeada rápida a Björk.

—De momento no sabemos las causas de la muerte de los dos hombres —respondió Björk.

—No es cierto; todo el mundo sabe que han muerto de un disparo al corazón.

—Siguiente pregunta —continuó Björk.

Wallander vio que estaba empezando a sudar.

—¿Siguiente pregunta? —replicó irritado el periodista—: ¿Por qué voy a hacer otra pregunta si no me respondéis a la primera?

—Es la única respuesta que te puedo dar por el momento —dijo Björk.

—¡Qué absurdo! —siguió el periodista—. Aun así, formularé otra pregunta: ¿por qué no decís que sospecháis que los dos asesinados son ciudadanos rusos? ¿Por qué organizáis una conferencia de prensa si no tenéis la intención de responder a las preguntas ni decir la verdad?

«Un soplón. ¿De dónde coño habrá sacado toda esa información?», pensó Wallander al tiempo que no entendía por qué Björk no decía la verdad. El periodista estaba en lo cierto: ¿qué razones había para no contar unos hechos objetivos?

—Tal y como el inspector Wallander acaba de decir, aún no hemos podido identificar a los dos hombres —continuó Björk—. Y por esa razón solicitamos la colaboración de la ciudadanía y la de la prensa, para que divulgue la noticia.

El joven periodista guardó, desafiante, el bloc en el bolsillo de la chaqueta.

—Gracias a todos por haber venido —concluyó Björk.

A la salida Kurt Wallander paró a la señora del
Ystads Allehanda.

—¿Quién era ese periodista? —preguntó.

—No lo sé. Nunca lo había visto. ¿Es cierto todo lo que ha dicho?

Wallander no contestó. Y la señora del
Ystads Allehanda
tuvo la gentileza de no preguntar nada más.

—¿Por qué no les has dicho la verdad? —preguntó Wallander cuando alcanzó a Björk en el pasillo.

—Estos cabrones de periodistas... —murmuró Björk—. ¿Cómo se habrá enterado? ¿Quién es el soplón?

—Puede ser cualquiera —dijo Wallander—, incluso yo mismo.

Björk se detuvo en seco y le miró, pero no hizo ningún comentario sobre lo que Wallander acababa de decir. Sin embargo, tenía noticias.

—Desde el Ministerio de Asuntos Exteriores nos han pedido discreción —informó.

—¿Por qué? —preguntó Wallander.

—Tendrás que preguntárselo a ellos —dijo Björk—. Espero disponer de más información esta tarde.

Wallander volvió al despacho. Se sintió repentinamente harto de todo aquel asunto. Se sentó en la silla y abrió con llave el cajón del escritorio. Sacó de allí una fotocopia de un anuncio de trabajo: la fábrica de caucho de Trelleborg buscaba un nuevo jefe de seguridad; Wallander había escrito la solicitud unas semanas atrás y en ese instante se planteaba seriamente la posibilidad de enviarla. No quería participar en aquel juego de informaciones ocultadas o desveladas sin justificación en el que parecía convertirse el oficio policial. Wallander se tomaba muy en serio su trabajo. El hallazgo de dos cadáveres en un bote salvavidas exigía su plena dedicación. Le parecía inconcebible que el trabajo policial no se rigiese siempre según unos principios racionales y morales incuestionables.

Le sacó de sus pensamientos Svedberg, que abrió la puerta con el pie y entró.

—¿Dónde coño has estado? —preguntó Wallander.

Svedberg le miró sorprendido.

—¿No has visto la nota que dejé en tu mesa? —preguntó.

La nota se había caído al suelo. Wallander la recogió y leyó que Svedberg estaría localizable en el centro de meteorología del aeropuerto de Sturup.

—He preferido tomar un atajo —dijo Svedberg—. Conozco a un meteorólogo del aeropuerto, con el que suelo contemplar aves en el istmo de Falsterbonäset. Me ha ayudado a calcular de dónde pudo provenir el bote.

—¿No iba a calcularlo el Instituto Nacional de Meteorología?

—Pensé que esta opción sería más rápida.

Sacó unos papeles enrollados del bolsillo y los desplegó sobre la mesa. Wallander vio unos cuantos diagramas y muchas columnas de números.

—Hemos hecho un cálculo suponiendo que el bote hubiese ido a la deriva durante cinco días y cinco noches —explicó Svedberg—. Puesto que la dirección del viento ha sido constante estas últimas semanas, hemos llegado a una conclusión cuyo resultado no creo que arroje mucha luz.

—¿Lo que significa...?

—Que probablemente el bote haya venido de muy lejos.

—¿Lo que significa...?

—Que pudo haber venido de lugares tan distintos como Estonia o Dinamarca.

Wallander miró incrédulo a Svedberg.

—¿Cabe esa posibilidad?

—Sí. Puedes preguntárselo a Janne tú mismo.

—Está bien —dijo Wallander—. Ve a contárselo a Björk. Así él podrá comunicárselo al Ministerio de Asuntos Exteriores. Y tal vez luego nos libren del caso.

—¿Nos libren?

Wallander contó lo que había ocurrido durante el día. Advirtió la decepción en el rostro de Svedberg.

—No me gusta dejar lo que he empezado —dijo este.

—No hay nada seguro. Solo digo lo que se cuece.

Svedberg se fue hacia el despacho de Björk, y Wallander continuó contemplando la solicitud de la fábrica de caucho de Trelleborg. El bote con los dos hombres asesinados seguía balanceándose en su conciencia.

A las cuatro le entregaron en mano el informe de la autopsia de Mörth. Antes de analizar las pruebas de laboratorio, Mörth solo podía emitir suposiciones. Los dos hombres llevaban muertos aproximadamente una semana, y con toda probabilidad llevaban el mismo tiempo expuestos al agua del mar. Uno de ellos tendría unos veintiocho años, y el otro sería un poco mayor. Ambos parecían haber gozado de buena salud. Los habían torturado brutalmente y los empastes de sus muelas estaban hechos por dentistas de Europa del Este.

Wallander apartó el informe y miró por la ventana. Había oscurecido, y se sentía hambriento. Por el teléfono interno Björk le informó de que el Ministerio de Asuntos Exteriores les daría más instrucciones durante las primeras horas de la mañana.

—Entonces me voy a casa —contestó Wallander.

—Hazlo —dijo Björk—. Todavía me pregunto quién sería ese periodista.

Al día siguiente lo supieron. En los titulares del periódico
Expressen
se relataba el terrible hallazgo de dos cadáveres en la costa de Escania. En primera plana, además, informaban de que los dos hombres asesinados probablemente eran ciudadanos soviéticos, de que el Ministerio de Asuntos Exteriores ya estaba sobre aviso y de que la policía de Ystad había recibido órdenes de silenciar todo el asunto. El periódico exigía saber por qué.

Wallander no tuvo tiempo de ver los titulares hasta las tres de la tarde.

Para entonces, habían acontecido muchas cosas.

4

Cuando Kurt Wallander llegó a la comisaría al día siguiente, poco después de las ocho, ocurrió todo al mismo tiempo. La temperatura sobrepasaba los cero grados y una fina lluvia caía sobre la ciudad. Había dormido bien y las molestias de la noche anterior no se habían reproducido. Se sentía descansado. Lo único que le preocupaba era de qué humor estaría su padre cuando más tarde fueran a Malmö.

Other books

LustingtheEnemy by Mel Teshco
Blood Blade Sisters Series by Michelle McLean
Midnight Pleasures by Eloisa James
Lost by Gregory Maguire
B00C4I7LJE EBOK by Skone-Palmer, Robin
Long Drive Home by Will Allison
Death Valley by Keith Nolan