—Pero Pip y Don —dijo Harold, con voz seca y queda— no podían abandonar.
Hicieron preguntas, rastrearon las líneas del conflicto. Investigaron a los distribuidores de ciertos airados panfletos y a sus autores, y descubrieron que la mala ortografía y los arranques de locura a menudo eran fingidos. Buscaron entre los amigos de los amigos de los amigos al tipo que la gente creía que había sido el que había traído la pistola, o el primero en romper una botella, o el que podía presentarte a la gente que hacía cosas en serio, y no solo hablar. Buscaron y terminaron por encontrar.
Luego comenzaron las amenazas. A dos de sus amigos los hallaron apaleados dentro de un coche. Otro desapareció una tarde y no volvieron a verlo. Harold perdió su trabajo, lo que era el primer indicio de que aquella gente estaba mucho mejor conectada que los estudiantes y los hippies cuyas protestas estaban fagocitando.
Y al fin, una noche, siguieron a mi madre, la raptaron y se la llevaron en un coche. A punta de cuchillo alguien cuyo rostro no pudo ver le explicó que si no dejaban de fisgonear, su próximo hogar iba a ser para siempre y poco profundo, en un bosque en el que nadie se adentrara. La violaron cuatro hombres, antes de echarla del coche en las afueras de la ciudad, desnuda y con el pelo rapado.
Después de aquello, mi padre cambió. Decidió perseguirles. Durante cuatro meses dejaron atrás el mundo y a los demás, se sumergieron cada vez más en la oscuridad, hasta que encontraron la vela que iluminaba su centro. Los otros no supieron jamás los detalles de lo que sucedió durante esa época, solo que mis padres habían cambiado. Todavía se veían con los Hopkins, pero ahora que ya no estaban en la buena lucha, no parecía que cohesionasen el grupo tanto como antes. Don empezó a hablar de cosas extrañas. Los otros tres no le escuchaban, al principio no. Todo aquello era demasiado parecido al desvarío de una pareja cuyo anclaje en la realidad no fuera ya muy fiable.
Y entonces, una noche, ambos entraron en el bar donde solían reunirse. Mary había estado bebiendo, había discutido con Davids, y ni siquiera les habló. Mi padre se llevó a Harold aparte y conversó con él, le urgió. Al principio Harold se resistía, pero al final se marcharon los tres juntos; dejaron a Mary con Ed en el bar. Estos hicieron lo más obvio: se emborracharon y luego fueron al bosque y se acostaron juntos. Cerca del Estanque Perdido, de hecho. Harold y Mary se separaron muy poco después.
Los otros condujeron durante cuatro horas, hasta un lugar de las colinas del sur de Oregón. Iban armados, y llegaron sin hacer ruido. En cierto sentido, mi padre y mi madre habían perdido ya el rumbo en aquel momento, aunque es posible que creyeran haberlo encontrado, haber aprendido la dura lección según la cual, cuando se entabla la lucha entre los que creen en la vida y los que creen en la muerte, el combate debe librarse siguiendo los términos de estos últimos.
El campamento se encontraba en un claro a medio kilómetro de la carretera, en mitad del bosque. Un puñado de cabañas hechas a mano y dispuestas en círculo, tal y como solían ser esas cosas. Después de que mi madre se hubiera fijado en cada uno de los hombres y hubiese confirmado que habían estado involucrados en el incidente, los tres aceleraron sus movimientos y dispararon contra todos los que encontraron.
Hubo un completo silencio en el salón de la casa de Harold.
—¿Entrasteis y disparasteis contra todo el mundo? ¿Mis padres disparaban a la gente?
—Ni a las mujeres ni a los niños —contestó Davids—.Y no disparábamos a matar. Pero sí que disparamos a los hombres. A todos ellos. En las piernas. O en los hombros. O en las pelotas. Depende.
—No les culpo —dije. No sabía muy bien si era eso lo que quise decir. Probablemente sí—. Si lo que cuentas es cierto, no culpo a ninguno por lo que hicieron.
—Claro que es cierto —aseguró—.Yo estuve ahí. El último al que encontramos fue al tipo que le había puesto el cuchillo en la garganta a tu madre. Entonces no nos dimos cuenta, pero no eran solo un grupo de radicales que iban a la suya. Llevaba mucho tiempo por ahí. Tus padres encontraron a aquel tipo sentado a solas en su cabaña. Y tu padre, el gran Don Hopkins, agente de la propiedad júnior, le puso una pistola en la cara y lo mató de un tiro.
Intenté recrear esa noche, ver a mi padre en aquella situación, y comprendí que había sido un desconocido para mí. Sentí como si aquella información se vertiera por mis ojos.
—Entonces oyeron un ruido en la habitación de al lado, y Pip fue directa hacia allí. La esposa del tipo lo había abandonado, o tal vez él la hubiera matado. En cualquier caso había dejado a sus hijos allí. Gemelos, de unos seis meses, envueltos juntos en una misma cuna, y ahora huérfanos. Dos niños pequeños, exactamente lo que Pip más deseaba y no podía tener. —Davids sacudió la cabeza—. Al menos así fue como me lo contaron. Yo no estaba allí en ese momento. Quizá vieron primero a los niños. Quizá Pip encontrara a los pequeños y tu padre viera en ello el modo de reparar lo que le habían hecho. Quizá decidieron que un único tiro a muerte sí les estaba permitido.
—Mis padres no eran unos mentirosos —dije.
—Por eso sabías todo esto, ¿verdad?
—No eran mentirosos —repetí sin sentido—.Y todo esto es una bazofia.
—¿Qué sucedió con los niños? —preguntó Bobby.
—Los trajimos de vuelta a Hunter's Rock. Don y Pip se hicieron cargo de ellos durante un tiempo, pero al final se decidió que había que separarles. A Pip le disgustaba mucho, muchísimo la idea, y a tu padre también, pero los otros decidimos que aquello no era seguro. Los bebés no eran lo único que nos habíamos llevado de la cabaña de aquel hombre. Encontramos un montón de papeles y libros. Algunos eran muy, muy antiguos. Había pruebas de que tus padres tenían razón. Pip y Don pensaron que serían capaces de cambiar tu modo de ser, que lo más importante era el entorno. Entonces aquella idea era muy importante. Claro que ahora no es tan popular, no con todo este alboroto que arman sobre el ADN humano y todo eso. Ahora todo el mundo cree que la química lo explica todo.
—Separaron a los bebés —dijo Bobby.
—Se quedaron con uno y al otro se lo llevaron muy lejos. La idea era que ambos tendrían más probabilidades de cambiar, si no estaban juntos para reforzarse el uno al otro su modo de ser. O quizá, Ward, aquello fuera un pequeño experimento concebido por tu padre. Naturaleza contra nutrición. En realidad nunca terminé de entenderlo.
—¿Contra qué naturaleza, Harold? Si esto es cierto y realmente ocurrió todo eso, ¿por qué teníais tanto miedo de la naturaleza de los bebés?
—Bueno —dijo—. Por tus genes, claro. Porque tú eras tan poco viral. Tan puro.
—Por Dios —grité—. ¿No me digas que crees en toda esa porquería? No pensarás que... —De repente me detuve, iluminado—. Espera un momento. ¿Esto tiene que ver con la idea del virus?
—Claro. Pero ¿cómo te enteraste tú de eso?
—Encontramos la página web de los Hombres de Paja.
—¿Y cómo lo averiguaste?
—Papá dejó un vídeo —dije—. Lo acababa de encontrar cuando viniste a casa aquella vez. Tú también salías, aunque al principio no me di cuenta. Además, me dejó una nota. Diciendo que no estaban muertos.
Davids sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa.
—Don —dijo—. Siempre se adelantaba a los hechos.
—Su sonrisa era afectada, pero no solo eso.
—Pero si todo eso ocurrió en Hunter's Rock —intervino Bobby—, ¿cómo vinisteis a parar aquí?
—Seguimos juntos durante algunos años más. Pasábamos algunas buenas noches, pero no era como antes. Después de un tiempo, me fui. Vine a Dyersburg para empezar de nuevo. Mary llegó unos años más tarde. No funcionó. Pero se quedó en la ciudad. Durante mucho tiempo perdimos el contacto con los demás. En parte pensamos que sería lo mejor. Además, bueno... habíamos hecho algunas pequeñas barbaridades. Aquella noche nos pareció que hacíamos lo que había que hacer. Nos vimos empujados a ello, supongo. Por la frustración de que nada hubiese cambiado a pesar de todos nuestros esfuerzos, y además estábamos a merced de tipos como esos. Pero luego ninguno de nosotros quería recordarlo. Para Mary y Ed era todo más fácil. De hecho, ellos no habían estado allí. Aunque eran nuestros amigos, así que parte de la culpa también recaía sobre ellos. Lo sabían y mantuvieron el secreto con nosotros.
—Mi padre y Ed coincidieron una vez —dije—. Hace mucho tiempo. Yo también estaba. Fingieron que no se conocían.
—No me sorprende —respondió Davids—. No creo que tu padre confiara de verdad en que Ed mantuviera la boca cerrada. Aunque lo hizo.
—¿Sabías que había muerto?
—No hasta que me lo has dicho —dijo—. Me enteré de lo de Mary. No creí que fueran a por ella. Ni siquiera estuvo allí.
Afuera se oyó pasar un coche y Davids giró la cabeza como si le tiraran de ella con una cuerda. Esperó hasta que el ruido se hubo desvanecido. Nunca vi un hombre más temeroso de que las desgracias llamaran a su puerta.
—Si se suponía que estabais todos separados, ¿cómo fue que mis padres terminaran instalándose aquí?
—Después de veinte años no había ocurrido nada, no había venido nadie a por nosotros, y supongo que Don comenzó a pensar que todo aquello había terminado. Me visitó un par de veces, jugamos un poco al billar, hablamos de los viejos tiempos. De antes de aquella mala noche. De lo bien que lo habíamos pasado. De cuando creíamos que estábamos cambiando el mundo. Al principio era raro, pero luego fue como si los años no hubieran pasado. Trajo a tu madre y al final decidieron mudarse. Reunir de nuevo la vieja pandilla. Ser jóvenes otra vez.
—Entonces ¿por qué no me contaron que os conocíais de antes?
—Porque... —Davids suspiró—. Porque la construcción de Los Salones empezó justo antes de que se instalaran aquí, y Don oyó a hablar de ello. Se puso en contacto con ellos, les insistió. Quería el negocio y lo consiguió. Al cabo de un tiempo empezó a pensar que ahí había algo raro. Entonces decidió que debíamos volver a fingir. La verdad es que tu padre no maduraba. No como los demás. Tu madre tampoco, supongo. A la mayoría de nosotros, al llegar a cierta edad, hay cosas que ya no nos importan. A Don no. Le ponías un secreto delante y él tenía que averiguar de qué se trataba. Tenía que comprenderlo todo.
Asentí. Aquello era cierto.
—¿Y qué ocurrió entonces?
—Empezó a husmear por ahí. Intentó descubrir quién estaba detrás de aquel proyecto, en qué andaban. Llegó a convencerse de que era la misma gente con la que habíamos tropezado años atrás, en Oregón. Que formaban parte de algún movimiento internacional. De algún grupo secreto que operaba entre bastidores. —Negó con la cabeza.
—¿Tú no lo creías?
—No sé qué pensaba. Solo quería que lo dejara. Hay gente que le concede demasiada importancia a la verdad, Ward. A veces la verdad no es lo que uno quiere saber. A veces es mejor dejar la verdad como está.
—Y le descubrieron.
—Se dieron cuenta de que alguien andaba haciendo averiguaciones. No podían relacionarle con eso, pero el número de personas sospechosas era muy reducido. A Don empezaron a complicársele las cosas. Pequeñas cosas. Creo que debían de tener a alguien en la ciudad.
—Así es —dije—. Es el tipo que disparó a Bobby. Es un policía.
—Dios mío —exclamó Davids—. Dime que está muerto.
—¿Qué les ocurrió a mis padres, Harold? ¿Qué ocurrió esa noche?
—Don decidió que tenían que marcharse, desaparecer. No podía contarle a nadie aquella historia. Aunque le creyeran, habría sido admitir un asesinato. Pero al mismo tiempo estaba convencido de que podía con ellos. No sé cómo diablos pensaba hacerlo. Entre los cuatro sumábamos unos doscientos cincuenta años de edad. Sin embargo... íbamos a fingir su muerte, que pareciera que los habían borrado del mapa. Los Hombres de Paja tenían que creer que se había terminado. Estaba todo organizado.
El corazón me dio un vuelco al recordar la nota que mi padre había dejado dentro de su silla y al comprender que tal vez hubiera liquidado UnRealty para que los Hombres de Paja se convencieran de que aquello era el final antes de regresar a por ellos de algún modo. Lo había hecho para protegerme. No era que no confiara en mí, y tampoco significaba que ellos estuvieran...
Davids vio mi expresión y negó con la cabeza.
—Se nos adelantaron —explicó—. Los atraparon dos días antes de que pusiéramos el plan en marcha. Tenían que ir en coche hasta el lago Ely el domingo, por la tarde hacer una excursión en bote. Sufrir un accidente. Desaparición de los cadáveres. Pero luego, el viernes... bueno, ya sabes lo que ocurrió. Están muertos, Ward. Lo siento. No tenía que ser así. Pero están muertos de verdad. Y muy pronto, tal vez esta misma noche, yo también lo estaré. Entonces todo habrá terminado.
—Y una mierda —dijo Bobby—. Y una mierda como un piano. —Se quitó la toalla del brazo. Estaba bastante ensangrentado, pero del agujero de su camisa ya no salía nada—. Estoy listo. Vayamos allí y ventilémonos a toda esa gente.
Davids se limitó a decir que no con la cabeza. Parecía nervioso.
—Será mejor que nos quedamos aquí.
—Señor, con el debido respeto, creo que no —replicó Bobby—. En los últimos dos días he contemplado la matanza de tu antigua tropa. Si sabían lo de Lazy Ed, seguro que saben perfectamente bien lo tuyo.
Yo no era del todo consciente de lo que estaban diciendo. Trataba de asimilar lo que me habían contado, intentaba reacomodar todo lo que siempre había creído saber acerca de mi familia. Acerca de mí. Davids me miraba.
—Es todo verdad —aseguró—.Y puedo demostrarlo. Dame un minuto y te lo demostraré. —Se levantó y salió de la habitación.
—Esto es una asquerosa mentira —soltó Bobby cuando Davids ya no podía oírle—. ¿Te crees algo de lo que ha dicho?
—¿Y por qué no? —dije, aunque no sabía qué pensar—. Encaja, más o menos. ¿Y para qué iba a mentirnos? No hay duda de que es el tío del vídeo, así que en aquella época les conocía. Sabemos que yo no nací en Hunter's Rock. Y no lo veo capaz de inventarse todo esto a vuelapluma.
Oí el ruido de otro coche que pasaba por afuera, pero terminó en nada. Me quedé mirando la pared que tenía enfrente hasta que empezó a desenfocarse.
—Mi madre me llamó, más o menos una semana antes del accidente.
—¿Insinuó algo de todo esto?
—No hablé con ella. Dejó un mensaje. No llegué a devolverle la llamada. Pero por regla general no me llamaba. Si lo hacía alguien era mi padre, y casi siempre esperaban a que fuera yo el que diera señales de vida.