Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros (15 page)

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Authors: John Steinbeck

Tags: #Histórica, aventuras, #Aventuras

BOOK: Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros
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Merlín no ignoraba la verdad de los hechos y conocía la fatídica culminación, pero su corazón enloquecía por la Doncella del Lago y nada podía hacer por evitarlo.

Fue al rey Arturo y le manifestó que era llegada la hora que una vez había predicho, pues su fin no estaba muy lejos. Le habló al rey sobre cosas futuras y le dio instrucciones sobre cómo afrontar el porvenir. Y ante todo le advirtió que cuidara con afán de la espada Escalibur y más aún de la vaina de la espada.

—Te la sustraerá alguien en quien confías —dijo Merlín—. Tienes enemigos que no conoces. —Y sentenció—: me echarás de menos. Vendrá el tiempo cuando querrás dar tu reino por tenerme contigo.

—Esto es incomprensible —dijo el rey—. Eres el hombre más sabio de este mundo y sabes lo que está por ocurrirte. ¿Por qué no elaboras un plan para ponerte a salvo?

—Porque soy sabio —respondió Merlín con serenidad—. En la lid entre la sabiduría y los sentimientos, la sabiduría nunca triunfa. Te he predicho el futuro con certeza, mi señor, pero no por saberlo podrás cambiarlo siquiera en el grosor de un cabello. Cuando llegue la hora, tus sentimientos te precipitarán a tu destino. —Y Merlín se despidió del rey que él mismo había creado.

Se alejó de la corte en compañía de Nyneve, y adondequiera que ella iba, él la seguía. Sabiendo el poder que ejercía sobre el anciano, la doncella rehusaba concederle sus favores, y Merlín, devorado por la ansiedad, invocaba sus artes mágicas para vencer esa resistencia. Pero Nyneve sabia que él apelaría a sus artes secretas y le dijo que si deseaba poseerla debía jurar que no utilizaría la nigromancia con esos fines. Y Merlín, con su vejez consumida por el deseo, hizo ese juramento y selló su destino.

La mal avenida pareja iba incesantemente de un lado a otro. Cruzaron a Francia y llegaron a Benwick, donde reinaba Ban y aún proseguía la guerra contra el rey Claudas.

La esposa del rey Ban era la reina Elaine, una dama bella y discreta, quien le suplicó a Merlín que los ayudara a terminar la guerra. Y mientras hablaban, entró el joven hijo de Elaine y Merlín lo miró atentamente.

—No te preocupes —dijo Merlín—. Este muchacho derrotará a Claudas dentro de veinte años y, lo que es más, tu hijo está destinado a ser el caballero más grande del mundo, y su fama y su memoria endulzarán y confortarán a los siglos venideros. Sé que primero lo llamaste Galahad, pero al bautizarlo lo llamaste Lanzarote.

—Sí, es verdad —dijo la reina Elaine—. Primero lo llamé Galahad. Pero dime, Merlín, ¿viviré para ser testigo de esa grandeza?

—Te aseguro que si, y aún después vivirás muchos años.

Nyneve, incitada por el tedio y el desasosiego, abandonó la corte de Ban perseguida por Merlín, quien le imploraba que yaciera con él y aplacara su deseo, pero ella estaba harta de su compañía y cansada de tolerar a un viejo. Además Merlín la intimidaba, pues tenía fama de ser hijo del Diablo. Pero no podía librarse de él, pues Merlín, con súplicas y gemidos, la seguía adondequiera que fuese.

Entonces Nyneve, con la innata astucia de las doncellas, empezó a interrogar a Merlín acerca de sus artes mágicas, insinuándole que le daría sus favores a cambio del conocimiento. Y Merlín, con la innata desazón de los hombres, no pudo evitar iniciarla en sus arcanos a pesar de que preveía sus intenciones. Y cuando regresaron a Inglaterra y cabalgaron lentamente por la costa rumbo a Cornualles, Merlín le mostró innumeras maravillas, y cuando le pareció que al fin despertaba el interés de Nyneve, le reveló cómo obrar prodigios y puso en sus manos los instrumentos para el sortilegio, le suministró los antídotos mágicos contra la magia, y por último, en su niñez, le enseñó los hechizos que no pueden quebrarse por ningún medio. Y como ella batía las palmas con juvenil alegría, el anciano, para complacerla, creó un aposento colmado de increíbles maravillas bajo un enorme peñasco, y con sus artes lo proveyó de comodidades, riquezas y hermosuras, para hacer de ese lugar el magnífico recinto que presenciara la consumación de su amor. Y los dos se internaron por un pasaje en la roca y entraron al cuarto de las maravillas, revestido de oro e iluminado por muchas velas. Merlín se adelantó para mostrárselo a su amada, pero Nyneve retrocedió y obró el espantoso encantamiento que no puede quebrarse por ningún medio, y el pasaje se cerró y Merlín quedó atrapado para siempre, clamando a través de la roca por su liberación, con voz apenas perceptible. Y Nyneve montó a caballo y se alejó. Y Merlín sigue encerrado allí hasta el día de hoy, pues todo se cumplió tal como él lo había previsto.

Poco después de la gran fiesta nupcial, el rey Arturo trasladó la corte a Cardolle, donde recibió amargas nuevas. Cinco reyes —el de Dinamarca y su hermano, el rey de Irlanda, junto con los reyes del Val, de Sorleyse, y de la Isla de Longtaynse— se habían mancomunado y habían invadido Inglaterra con un gran ejército, devastándolo todo a su paso, castillos, ciudades y ganado, y matando a quienes no podían huir. Cuando Arturo se enteró de esta noticia, dijo con voz extenuada:

—Desde que soy rey no tuve un mes de reposo. Y ahora no podré descansar hasta haber enfrentado y destruido a estos invasores. No puedo permitir que destruyan a mi pueblo. Quienes estén dispuestos a seguirme, que se preparen.

Y algunos de los barones protestaron en secreto, porque ansiaban vivir ociosamente. Pero Arturo envió un mensaje a Sir Pellinore pidiéndole que reclutara a cuantos hombres de armas le fuera posible, y que se apresurara a reunirse con él. Y también envió cartas a todos los barones que no estaban en la corte para que se reunieran con él en cuanto pudiesen. Finalmente, fue a ver a Ginebra y le dijo que se dispusiera a acompañarlo.

—No puedo soportar tu ausencia —dijo Arturo—. Si estás conmigo, crecerá mi valor en la batalla, pero no quiero ponerte en peligro, señora mía.

—Señor, me someto a tus deseos —respondió la reina—. Cuando quieras, estoy dispuesta.

A la mañana siguiente el rey y la reina iniciaron la marcha acompañados por los vasallos que estaban en la corte, y rápidamente enfilaron hacia el norte a marcha forzada, hasta que llegaron a las márgenes del río Húmber y acamparon allí.

Un espía comunicó a los cinco reyes que Arturo ya estaba en el norte del país y el hermano de uno de los reyes habló en el consejo.

—Debéis saber —dijo— que este Arturo trae consigo a la flor de la caballería, según lo demostró al batallar contra los once señores rebeldes. Al presente no tiene con él gran número de tropas, pero sus hombres no tardarán en reunírsele. Por lo tanto, debemos atacarlo pronto, pues cuanto más esperemos, más fuerte será él y más débiles nosotros. Os digo que es un rey tan temerario que aceptará combatir aun contra un ejército más numeroso. Ataquémoslo antes del alba y diezmemos sus fuerzas antes que los refuerzos vengan en su socorro.

Los cinco reyes asintieron y rápidamente avanzaron por el norte de Gales. Sorpresa dieron al rey Arturo por la noche, cuando sus hombres dormían en las tiendas. El rey Arturo yacía en su tienda junto a la reina Ginebra. Cuando sobrevino el ataque, despertó sobresaltado, gritando:

—¡A las armas! ¡Traición! —Y se apresuró a ceñirse la armadura mientras el estrépito y el griterío y el clamor de las armas reverberaban en la oscuridad.

Pronto llegó a su tienda un caballero herido y exclamó:

—Mi señor, salva tu vida y la de tu reina. Perdemos terreno y muchos de los nuestros perecen.

Entonces Arturo montó en compañía de Ginebra y sólo tres caballeros, Sir Kay, Sir Gawain y Sir Gryfflet y cabalgaron hacia el Húmber para intentar cruzarlo y ponerse a salvo, pero la turbulencia de las aguas les impidió atravesarlas.

—Debemos optar —dijo Arturo— entre defendernos o arriesgarnos a cruzar. Estamos seguros de que nuestros enemigos nos matarán si pueden hacerlo.

—Prefiero morir en el agua antes que ser capturada y muerta por nuestros enemigos —dijo la reina.

Mientras hablaban, Sir Kay vio a los cinco reyes cabalgando a solas, sin custodia.

—Mirad —dijo—, allá están los jefes. Ataquémoslos.

—Sería una torpeza —dijo Sir Gawain—. Son cinco y nosotros sólo cuatro.

—Lucharé contra dos de ellos si vosotros enfrentáis al resto —dijo Sir Kay. Y así diciendo, puso la lanza en ristre y acometió contra sus adversarios, y su hierro dio en el blanco y traspasó el cuerpo de un rey y lo derribó. Luego Sir Gawain se trabó en lucha con otro rey y lo mató de un lanzazo. Sir Gryfflet desmontó a un tercero con tal fuerza que su enemigo se partió el cuello al caer. El rey Arturo derribó y dio muerte al cuarto, y luego, tal como lo había prometido, Sir Kay enfrentó al quinto y de un tajo partió las correas del yelmo y lo decapitó.

—Combatiste magníficamente —dijo Arturo—. Cumpliste tu promesa y haré que tengas tu recompensa.

Luego descubrieron en la orilla una balsa para poner a salvo a la reina, quien le dijo a Sir Kay:

—Si amas a alguna doncella y ella no corresponde a tu amor, es una necia. Hiciste una gran promesa y la cumpliste grandemente, y yo me encargaré de que tu fama se difunda por toda la tierra. —Luego la balsa zarpó, llevándose a la reina por el río.

Arturo y sus tres caballeros se internaron en el bosque en busca de los hombres que pudiesen haber escapado al sorpresivo ataque, y hallaron a muchos de ellos y les dijeron que los cinco reyes habían muerto.

—Permanezcamos ocultos hasta la plena luz del día. Cuando el enemigo vea muertos a sus jefes, cundirá entre ellos el desánimo.

Sucedió tal como Arturo lo había supuesto. Cuando descubrieron los cadáveres de sus reyes, los invasores fueron presas del pánico y muchos de ellos se apearon sin atinar a hacer nada. Y entonces Arturo lanzó un ataque sobre esos hombres desmoralizados y sembró la muerte a diestro y siniestro, y con sus pocos guerreros se impuso sobre muchos, y muchos otros huyeron aterrorizados. Y al finalizar la batalla, el rey Arturo se hincó de rodillas y dio gracias a Dios por la victoria. Luego mandó buscar a la reina, y cuando ella llegó, el rey la recibió con jubilosa gratitud. Más tarde llegó Sir Pellinore con un inmenso ejército y saludó al rey y contempló maravillado lo que había acontecido. Cuando contaron a sus muertos, sumaron doscientos hombres y ocho Caballeros de la Tabla Redonda, ultimados en sus tiendas antes de tomar las armas.

Entonces Arturo ordenó erigir una abadía en el campo de batalla en señal de agradecimiento, y la dotó de tierras para su manutención. Y cuando las nuevas de la victoria trascendieron la frontera, los enemigos se atemorizaron y cuantos habían proyectado atacar a Arturo desistieron de su propósito.

Arturo regresó a Camelot y le dijo a Pellinore:

—Ahora hay ocho asientos vacantes en nuestra Tabla Redonda. Han muerto ocho de nuestros mejores caballeros. Será difícil reemplazarlos.

—Señor —dijo Pellinore—, hay en esta corte hombres de valía, de edades diversas. Mi consejo es que elijas a cuatro de los caballeros más veteranos y a cuatro de los más jóvenes.

—Muy bien —dijo el rey—. ¿A cuáles sugieres entre los primeros?

—El esposo de tu hermana Morgan le Fay, Sir Uryens, en primer lugar; luego el caballero conocido como Rey del Lago; en tercer lugar, el noble caballero Sir Hervis de Revel; y por último Sir Galagars.

—Buena elección —dijo Arturo—. ¿Y a quién prefieres entre los más jóvenes?

—En primer lugar tu sobrino Sir Gawain, mi señor. Es tan buen caballero como el que más. Luego, Sir Gryfflet, quien te ha prestado buenos servicios en dos guerras, y en tercer lugar, Sir Kay el Senescal, tu hermano de leche, cuya fama crece cada día.

—Tienes razón —dijo el rey—. Sir Kay es digno de la Tabla Redonda aunque nunca volviera a combatir. ¿Pero a quién escogeremos en cuarto lugar? Queda un sitio vacante.

—Sugiero dos nombres, señor, pero tú debes elegir entre ellos: Sir Bagdemagus y mi hijo Sir Tor. Como es mi hijo, no corresponde que lo elogie, pero si no fuera mi hijo yo diría que no hay caballero de su edad que se le compare.

—Tienes razón al ponderarlo —dijo el rey Arturo con una sonrisa—. Pero como no es hijo mío, puedo decir sin reservas que es tan buen candidato como cualquiera de los que has mencionado. Lo veo emprendedor. Ha pasado su prueba. Dice poco y actúa mucho. Es de buena cuna y muy semejante al padre en coraje y cortesía. Por lo tanto, optaré por él y dejaré a Sir Bagdemagus para otra oportunidad.

—Gracias, mi señor —dijo Pellinore.

Luego los ocho caballeros fueron propuestos para integrar la hermandad y aceptados unánimemente, y hallaron en sus sitios sus nombres inscriptos en caracteres de oro, y los nuevos caballeros tomaron asiento frente a la Tabla Redonda.

Pero Sir Bagdemagus se sintió mortificado y enfurecido porque lo hubieran elegido a Sir Tor y no a él. Se armó y dejó la corte seguido por su escudero, y los dos se internaron en el bosque hasta que llegaron a una cruz erigida en una encrucijada del sendero. Bagdemagus se apeó y pronunció devotamente sus oraciones, pero su escudero descubrió una inscripción en la cruz que decía que Sir Bagdemagus jamás regresaría a la corte hasta no haber derrotado a un Caballero de la Tabla Redonda en singular combate.

—Mira —dijo el escudero—, esta inscripción te concierne. Debes regresar y retar a uno de los caballeros del rey.

—Nunca regresaré hasta que los hombres proclamen mi honra y me juzguen digno de ser un Caballero de la Tabla Redonda. —Y montó a caballo y galopó obstinadamente, y en un pequeño cenagal encontró una planta que simbolizaba al Santo Grial, y entonces sintió regocijo en su corazón, pues era fama que ningún caballero podía encontrar ese signo a menos que fuera virtuoso y esforzado.

Muchas aventuras le acontecieron a Sir Bagdemagus y él siempre salió bien librado. Un día llegó a la roca donde estaba encerrado Merlín y pudo escuchar la voz del mago a través de la piedra. Hizo cuanto pudo por abrirse paso, pero Merlín le gritó que era imposible. Nadie podía liberarlo salvo quien lo había puesto allí. Muy a su pesar, el caballero siguió su camino, y en muchas tierras demostró su valía y su dignidad de modo que su fama cundió por todas partes. Y cuando por fin regresó a la corte de Arturo, le ofrecieron otro asiento que recientemente había quedado vacante, y así ocupó frente a la Tabla Redonda el sitial que había conquistado con su gloria.

Explicit

Morgan le Fay

M
organ le Fay, la media hermana del rey Arturo, era una mujer oscura, atractiva y apasionada, llena de crueldad y ambición. En un convento estudió nigromancia y aprendió a dominar la magia sombría y destructiva que es arma de los envidiosos. Se complacía en doblegar a los hombres y someterlos a su voluntad mediante la belleza y el encantamiento, y cuando fallaban estos recursos, apelaba a otras artes más negras como la traición y el asesinato. Era su deleite instigar a los hombres contra los hombres forjando con sus propias debilidades armas para fortalecerlos. Siendo mujer de Sir Uryens, hizo promesas a Sir Accolon de Galia, y tanto lo confundió con sueños y encantamientos que adormeció su voluntad y destruyó su honra, convirtiéndolo en instrumento de todos sus deseos. Pues Morgan aborrecía a su hermano Arturo, aborrecía su nobleza y sentía celos de su corona. Morgan le Fay planeó el asesinato de su hermano con intrincada minuciosidad. Le daría la corona a Uryens pero conservaría el poder para sí misma, y el aturdido Accolon había de ser su arma mortífera.

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