Los guardianes del tiempo (39 page)

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Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

BOOK: Los guardianes del tiempo
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En uno de los coches, Martin Wallace tomaba notas. Estaba volviendo a escuchar toda la conversación, transmitida por Ragnar con un micrófono indetectable. Mientras tanto, Volker Schaeffer no paraba de dar órdenes y recibir información por teléfono. En el laboratorio informático de Silicon Valley, se activó de nuevo la cuenta atrás para la transmisión de la información esencial de la Sociedad a cientos de universidades y otros destinatarios por los medios más sofisticados del momento, pero se marcó un plazo de una semana para interrumpir la orden. En doce ciudades del planeta, otros tantos Sabios destacados recibieron instrucciones que denotaban la gravedad de la crisis: escribir un detallado testimonio sobre la Sociedad y la Amenaza, y depositarlo sellado ante notario, con el mandato de difundirlo a los medios de comunicación si en el plazo de un mes no se revocaba la orden.

Unos minutos después, mientras la comitiva de seis vehículos regresaba al aeropuerto de Le Bourget, el islandés recordó que había dado luz verde a varias iniciativas de sus colaboradores más directos. ¿Habría funcionado alguna? De pronto el conductor del coche de delante, donde viajaban Martin y Volker, les indicó que pararan en el arcén. Volker salió del coche y se introdujo en el de Ragnar cambiándose por uno de los guardaespaldas. Venía radiante.

—Mira que te tengo dicho que el pesimismo no es racional.

—Volker, eres tan gracioso que no pareces alemán, pero te aseguro que no estoy de humor. Estamos a punto de…

—De resolver la crisis. Acabo de hablar con Alberto Zaldívar. Ha ejecutado el plan magistral que nos propuso hace unas horas, y lo ha hecho con discreción y limpieza absolutas, como es habitual en él. Un comando español de élite ha capturado hace quince minutos al cardenal Aguirre en Zaragoza. Había llegado ayer desde Roma para disfrutar de unos días junto a su anciana madre. Pero el príncipe de la Iglesia también aprovechaba para pasar algunos ratos de… digamos de "recreo". Ahora mismo lo están trasladando en helicóptero a La Línea y desde allí los ingleses le van a llevar por tierra a Gibraltar, al edificio K.

A Ragnar le horrorizó pensar que, por primera vez en su historia, la Sociedad estaba cometiendo un secuestro. "Tiempo", se dijo, "esto lo que nos da es tiempo". Entonces pensó en el riesgo que estaba corriendo el general español.

—Si los soldados hablan…

—Los soldados son solamente tres y creen que el
paquete
es un empresario vasco que financia a ETA. Lo primero que han hecho es dormirle con un dardo, así que no hay riesgo de que obtengan otra información. Mañana se les dirá que todo fue un entrenamiento, que el
target
era un colaborador del CESID, un voluntario. Y lo mejor es que ni siquiera le han visto la sotana —Volker empezó a reírse—. Llevaba ropa normal porque estaba en una sauna
gay
, rodeado de jovencitos de pago. ¡Y estos son los que van por ahí condenando la homosexualidad! En fin, vamos a informar al presidente.

—No, Volker, es mejor no molestarle de momento, a pesar de la magnitud de la crisis. Él tiene que hacer frente a otra muy delicada, ya sabes. Nos llamará cuando pueda.

—Que sólo la razón le guíe.

Capítulo 21

Gijón, 4 de octubre de 1989.19:15

Cuando Carlos Román pagó al taxista y abrió apresuradamente la verja del jardín, su mujer, Leonor, llevaba ya varias horas hablando con Diana. Durante el vuelo, Carlos había intentado convencerse de que por una vez el físico nuclear, el alto responsable de la inteligencia española y el presidente de la Sociedad debían quedar en un segundo plano respecto al padre. Y sin embargo, era vital que Diana comprendiera, perdonara… y asimilara en cuestión de horas la información y la responsabilidad que a los demás miembros se les dosificaba a lo largo de un complejo proceso de aprendizaje, esa "iniciación racional" que les llevaba a convertirse en "Sabios", con el significado heredado de Zalmoxis y del propio Zalm de Aahtl: "los que
saben
que existe la Amenaza".

Entró en la casa sintiendo los latidos de su corazón. Vio luz bajo la puerta del despacho. Llamó y escuchó la voz de su mujer: "Adelante". No estaban sentadas a la mesa de trabajo, sino en el pequeño sofá pegado a una de las gruesas paredes de la estancia. Carlos estaba acostumbrado a leer la expresión de su mujer. Esta vez vio en ella severidad, tristeza y preocupación, pero quiso creer que también había un cierto alivio. Tal vez ya había pasado lo peor.

Diana le miraba directamente a los ojos. Tenía la misma mirada que en 1976, cuando la regañaron por haber entrado en ese despacho. Y otra vez fue el padre quien tuvo que apartar la vista. Acercó una silla y se sentó. Todos guardaban un tenso silencio. Finalmente habló Leonor, pero, para sorpresa de Carlos, lo hizo en lengua de Aahtl.

—Ya era hora de que llegaras. Muy bien, aquí tienes a tu hija. ¿No le vas a decir nada?

—No sé por qué estamos hablando en este idioma, pero aprovecha para contarme cómo ha ido la conversación.

—Estamos hablando en lengua de Aahtl a petición suya. Quería oírnos. A fin de cuentas es filóloga. Fuiste tú quien hizo de ella una apasionada de los idiomas, así que no te quejes. Espera una disculpa sincera y profunda, pero creo que ha encajado bien todo este asunto. Lo que no soportaba era no saber, sentir que había algo más y que se le estaba ocultando deliberadamente. Siempre fue una mala estrategia, Carlos, digas lo que digas. Yo os voy a dejar solos un rato. Tengo que reunirme con Mónica y con el comisario que está coordinando la búsqueda de Marcos.

—¿Nada nuevo?

—De momento no.

Leonor Muñoz se levantó y salió del despacho cerrando la puerta tras de sí.

—Una fonética bonita pero al mismo tiempo endiablada, papá. No sé cómo lográis articular algunos de esos sonidos —Diana, muy seria, parecía querer retrasar el momento de las explicaciones—. Sin embargo, la gramática es bastante sencilla y a la vez muy precisa. Lo poco que ha llegado hasta nosotros de la poesía y la narrativa de Aahtl es un auténtico tesoro. Bueno, toda la Herencia es un tesoro. Estamos impacientes por hacernos con el arca.

—Quiero tu versión.

—¿Mi versión?

—Mamá me lo ha explicado todo y me prometió dejarnos solos para que tú me lo contaras de nuevo, a tu manera. Espero que no te dejes nada en el tintero.

—Diana… me siento… no sé, creo que "desolado" es la palabra que mejor lo describe. Tu madre y yo habríamos querido explicarte todo esto hace años, hacerte conocedora de nuestra otra vida y tal vez, si tú lo deseabas, también partícipe de la misma. Pero el proceso normal de iniciación es largo y la primera fase requiere normalmente varias semanas de conversaciones en un entorno tranquilo. Además el candidato al ingreso tiene que haber cumplido veinte años. Desde antes incluso de que alcanzaras esa edad, a ti no había manera de sacarte de Madrid, de la universidad… ¿Sabes cuántos días seguidos has pasado con nosotros desde que te matriculaste para tu primera carrera? Seis, hija: tu récord está en seis días. Y desde el incidente con tu hermano, muchos menos. Vienes y te vas al día siguiente o dos días después… casi ni te vemos más cuando viajamos nosotros a Madrid. Además, el problema de tu hermano, mi trabajo en el CERN y en los demás proyectos científicos, mi labor como presidente de nuestra organización, mi responsabilidad secreta en el gobierno… todo contribuía a aplazar el momento. Ya sabes: lo urgente impide hacer lo necesario. A veces me cuesta creer que haya podido compatibilizar tantas facetas de una misma vida.

—Excusas —suspiró mirando a su padre con cierta amargura—. Lo que pasa es que no te atrevías a contármelo. Tú siempre estás muy liado, pero no me digas que no podía haberse encargado mamá. Bastaba con que se fuera a Madrid y se pasara una temporada conmigo.

—Es posible que haya habido algo de cobardía por mi parte, hija. No puedo negarlo. Eres lo más importante para mí, y el momento de revelarte quién soy, quiénes somos… ese momento era muy delicado y no he podido evitar aplazarlo una y otra vez. Pero ten en cuenta que tu misión en el CESID era y es fundamental para todos, Diana, para nuestra especie. Desde que se te reclutó y comenzó tu formación, habría sido materialmente imposible compatibilizarla con un proceso normal de iniciación en la Sociedad. Tomé la decisión de esperar. Una vez cumplida tu misión, se te iba a informar de todo. Pero te has adelantado.

—Y yo ocultando a mis padres que trabajaba para el CESID…

—Lo hiciste muy bien. Si no lo hubiéramos sabido desde el principio, nunca lo habríamos descubierto.

—¿Por qué se me reclutó?

Carlos titubeó ante aquella pregunta y se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas y la barbilla en las manos.

—Tienes todas las condiciones para ser
una
espléndida agente, como has demostrado sobradamente en las duras misiones de prueba que se te han asignado durante tu proceso de formación. Pero el principal motivo es que yo… yo sobre todo necesito que el agente directamente encargado de ejecutar las misiones centrales de la Operación Zalmoxis sea una persona en quien pueda confiar a ciegas, sin dudar ni por un instante. Diana: el futuro de la humanidad entera depende de esta operación, y no hay nadie en quien yo crea más que en ti.

Diana le miró con un gesto severo, sin decir nada durante unos instantes. Una vez más, su intuición le decía que aún se le estaba ocultando algo.

—Papá, yo creo que tú planeas esto desde que yo era pequeña. Sabías que el arca está en Rumanía y me enseñaste precisamente rumano. Nuestra "lengua secreta"… ¡mira qué casualidad!

—No, no, hija, en eso sí que te equivocas. Te enseñé rumano porque es un idioma bonito y fácil de aprender para una niña cuya lengua materna también era latina, pero bastante diferente para escapar a la comprensión de los demás y servirnos como un idioma particular que alimentara la complicidad entre padre e hija. Pero reconozco que sí había un motivo oculto, un motivo inocente que no tiene nada que ver con la Sociedad ni con la misión que se te ha asignado en el CESID. Te he hablado a veces de tu abuelo y hasta de su padre, pero nunca de
las
generaciones anteriores.

»Tu tatarabuelo se llamaba Daniel y llegó a España con unos meses de edad, en 1869. Su padre, Corneliu Roman, había sido un estrecho colaborador de Alexandru Ioan Cuza, el gobernante que unificó los tres principados rumanos. Cuando Cuza fue derrocado en 1866 por Ion Bratianu y otros políticos, Corneliu prefirió irse también de Rumanía. Era un hombre ilustrado y cosmopolita, miembro de la masonería, y había sido uno de los principales ejecutores de la gran desamortización de las tierras eclesiásticas impulsada por Cuza. Sabía que la Iglesia Ortodoxa se la tenía jurada, así que se exilió con Cuza en Viena, donde falleció su mujer. Dos años después se trasladó a París y allí conoció a una asturiana con la que se casó en segundas nupcias. Tuvieron un hijo, Daniel, y terminaron por instalarse en Gijón. El apellido Roman se convirtió en Román. El "idioma secreto" entre tú y yo es el mismo que yo mantuve con mi padre durante la infancia, y él con su padre, y así hasta Daniel Roman, o Román. Siempre ha sido una tradición de la familia, un secreto transmitido por cada uno de nosotros a su primogénito. Pero no tiene relación con el asunto que nos ocupa.

—¿Por qué no me lo habías contado?

Carlos sonrió.

—Bueno, a mí tu abuelo me lo contó cuando cumplí treinta años, nada menos.

Diana no pudo evitar un gesto de fastidio, mirando al techo mientras negaba con la cabeza.

—Desde luego, está claro que el secretismo es cosa de familia. Entonces, enseñarme rumano no formaba parte de tu… —Diana buscó la palabra— de tu estrategia…

—No, te aseguro que no. Es una coincidencia. Sabíamos desde 1970 que la llave y la tablilla estaban en manos de Ceausescu, claro, pero no podíamos imaginar que tú fueras a ser la persona encargada de recuperarlas. Eras muy niña. Te habría enseñado rumano de todas formas, según la tradición de la familia. Tu ingreso en el CESID se ideó hace un año y pico. Fue idea de Mónica. Tu madre y yo dimos el visto bueno a tu captación para el CESID porque los argumentos que nos presentó Mónica eran convincentes. Estaba segura de que eras la persona idónea, y a mí me pareció una idea magnífica. Como te he dicho, necesitaba confiar plenamente en el agente que fuera a encargarse de obtener la llave. Es una misión delicadísima de la que depende… todo. Supongo que tu madre ya te ha puesto en antecedentes sobre Mónica.

—Cuéntamelo tú.

—La mujer que tú has conocido como Marina García es en realidad tu tía Mónica, a quien creías muerta desde que tenías trece años. El accidente de coche fue real. De hecho fue espantoso: murieron tu tío Nicolás y tu prima Laura, pero mi hermana se salvó. Enseguida nos resultó evidente la conveniencia de simular que ella también había muerto. Su desaparición ayudaría mucho a su tarea en el servicio secreto, y sus jefes estuvieron encantados con la idea, claro. Por entonces ya se ocupaba casi exclusivamente de la operación que hoy llamamos Zalmoxis. Mónica está en Gijón y vendrá dentro de un rato.

Diana asintió. Su madre ya se lo había explicado. Con razón le había resultado tan familiar la cara de Mónica, y por eso su jefa la trataba con tanto cariño.

—Papá… cuéntamelo todo desde el principio.

—¿Cómo todo?

—La historia de la Sociedad. Mamá ya me la ha contado pero quiero oírla de labios del presidente —por primera vez Diana sonrió levemente a su padre, llenándole de alivio y de gratitud.

Carlos se levantó y se trasladó al sofá, junto a su hija.

—Muy bien. Es una historia larga, pero intentaré centrarme en lo esencial.

* * *

En las oficinas policiales, Mónica se había enzarzado en una fuerte discusión con el comisario respecto a la búsqueda de Marcos. Estaban en su despacho y de pronto salió sin decirles nada, llamando a voces a uno de sus policías.

—Éste es un inepto, y encima apesta a alcohol —dijo a Leonor en lengua de Aahtl.

El comisario se había dejado su
walkie-talkie
encima de la mesa, y alguien le llamaba insistentemente. Mónica bajó el volumen.

—¿Dónde se habrá metido tu hijo?

—Marcos es capaz de cualquier cosa, ya lo sabes —respondió Leonor con tristeza—. Pero yo creía que estaba demasiado débil para irse del hospital.

—La adicción a las drogas duras puede provocar una fuerza increíble en sus víctimas cuando se trata de ir a buscar su dosis.

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