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Authors: Juan Pina

Tags: #Intriga

Los guardianes del tiempo (3 page)

BOOK: Los guardianes del tiempo
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Cristian no lo tuvo nada fácil para ingresar en la universidad, un espacio normalmente vedado no solamente a los "contrarrevolucionarios", sino incluso a sus hijos. Pero sus calificaciones eran tan impresionantes como su constante simulación de un profundo odio a la figura de su padre y a cuanto significaba el pasado burgués de los Bratianu. En realidad, el padre de Cristian procedía de una rama de la familia cuyo parentesco era bastante remoto con aquellos Bratianu que fueron protagonistas esenciales de la política de su país durante un siglo.
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Pero en la Rumanía del ignorante zapatero Nicolae Ceausescu la mera vinculación familiar con aquellos políticos liberales, por remota que fuera, constituía un desdoro en el curriculum. Cristian había crecido huérfano de padre desde antes incluso de que éste muriera: a su hermana Silvia y a él mismo, el régimen les había hurtado la convivencia con su padre durante los dos últimos años de su vida, cuando Cristian tenía diez años y Silvia apenas seis. Finalmente había muerto en la espantosa prisión de Sighel, igual que otros Bratianu más ilustres,
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no se sabe si por la neumonía que arrastraba o por los malos tratos de que fue objeto. Ese mismo año se cerró definitivamente aquel odiado centro de reclusión y tortura, conocido como la "Lubianka rumana" aunque probablemente superó en horror a la tristemente famosa prisión moscovita. El régimen, por supuesto, siguió torturando a los disidentes en muchos otros lugares.

Nunca supieron nada de él, ni siquiera en qué cárcel estaba recluido, ni si estaba vivo o muerto. Sólo unos meses después de su fallecimiento recibieron una fría notificación administrativa. El cadáver había sido "destruido". El corazón de la viuda estuvo a punto de estallar y desde entonces se convirtió en una máquina muy frágil. El delito Laurentiu Bratianu había sido mantener cierta correspondencia personal con algunos parientes lejanos en el exilio, y escribir para sí mismo, como una válvula de escape, un libro de ensayos críticos sobre el régimen. Por supuesto nunca habría podido imprimir ese libro, pero la maquinaria represiva comunista quiso creer que aquel desdichado profesor de literatura formaba parte de algún rocambolesco complot. De vez en cuando, los responsables de la seguridad del Estado hacían méritos presentando ante la cúpula del partido conspiraciones desmanteladas y traidores confesos y condenados. Un Bratianu era un candidato ideal a aparecer como reo de sofisticadas confabulaciones golpistas en los informes delirantes que se redactaba para las altas esferas del régimen.

Dos agentes de la Securitate habían abordado a Cristian al salir de su casa, en noviembre de 1988, para mantener con él una larga charla cuyo objetivo era incorporarlo a "tareas de arqueología" dentro del cuerpo. El chico había terminado la carrera unos meses antes y no sabía cuál iba a ser su futuro, ya que en el sistema comunista correspondía al Estado asignar a cada joven el puesto de trabajo "idóneo para el país" (no contaba mucho que fuera también el puesto deseado por esa persona). Ese proceso de "reparto" podía llevarle a trabajar de profesor de escuela en cualquier remoto pueblo de los Cárpatos, o en otra tarea más alejada aún de la arqueología. Lo difícil era lo que él estaba intentando: seguir en la universidad como profesor adjunto o trabajar en algún equipo de investigación arqueológica. Hacían falta enchufes y Cristian, pese a su brillante expediente académico, tenía un apellido que a muchos profesores les daba miedo respaldar. Al presentarse, todo el mundo le preguntaba lo mismo: "¿Vienes de esos Bratianu?". Y no podía decir que no.

La unidad para la que estaba siendo reclutado dependía directamente de la esposa de Ceausescu y casi nadie sabía de su existencia. Los reclutadores no tenían ni la más remota idea de en qué dirección, sección o unidad le iban a encuadrar. Sólo sabían que el número dos, el segundo hombre más poderoso de toda la Securitate, les había pedido que le propusieran un candidato que cumpliera unas determinadas condiciones y que fuera arqueólogo, nada menos. Uno de los reclutadores necesitó que el otro le explicara en qué consistía exactamente eso de "arqueólogo". Cuando entrevistaron a Cristian se les notaba que, fuera cual fuera el puesto a cubrir, a ellos les parecía absurdo captar a uno de esos aburridos empollones para el cuerpo de seguridad del Estado. Pensaron, y no iban descaminados, que se trataría de alguna nueva excentricidad de la
compañera
Elena Ceausescu, siempre con sus pretensiones de gran científica. A Cristian le repugnaban aquellos
securistas
que le estaban entrevistando, y también la idea de ingresar en el aparato responsable de la peor represión de Europa oriental. Pero rápidamente comprendió que aquella era una oportunidad de oro para mejorar sustancialmente la ruinosa economía familiar, y además le daba una remota esperanza de salir algún día en una misión a Occidente y aprovechar para pedir asilo político. Por otra parte, parecía que las tareas a realizar estaban relacionadas con la arqueología, y en cualquier caso, ¿cómo habría podido negarse?

* * *

Mientras caminaba ensimismado junto a la orilla del lago de Herastrau, que ocupa una buena porción del parque de idéntico nombre, alguien le agarró del brazo.

—Hola, Cristian, te has pasado de largo. ¿Es así como forman ahora a los agentes en Baneasa? —el "número dos" de la Securitate, el general Aurel Popescu, le miró fijamente a los ojos con un gesto frío y neutro. Con unos cincuenta años, el pelo algo cano y una expresión inescrutable, Popescu debía de ser el único miembro de la
nomenclatura
que se preocupaba por vestir con distinción. Lujosamente trajeado en un país donde conseguir una camisa era todo un logro, parecía más un diplomático inglés que un alto mando del servicio de inteligencia y seguridad del Estado. Cristian pensó, sin embargo, que aquel traje y aquella corbata debían de ser insoportables con el calor que empezaba a hacer.

—A sus órdenes, compañero general. Le pido disculpas. He debido de equivocarme de embarcadero. Ya veo que me había citado usted ahí detrás.

—No importa, Cristi, no importa. Vamos a sentarnos en aquel banco.

Mientras caminaban hacia el banco de madera, Cristian identificó automáticamente a los cuatro escoltas de su interlocutor, situados en semicírculo sin demasiado disimulo y a unos cuarenta metros de su jefe. Calculó sin proponérselo que tardarían unos siete segundos en llegar hasta su protegido si fuera preciso intervenir. Dedujo cuál de aquellos hombres era el jefe de los demás y memorizó su aspecto. Y reconoció como su mejor ruta de huida una lancha a motor atracada a pocos metros. "Así que tampoco es tan mala la formación de la escuela de Baneasa", pensó.

—Tú, Cristi… tú no eres un agente de la seguridad del Estado. Si no hay más que verte… —al joven le molestó por segunda vez la familiaridad con que le tuteaba Popescu, pero naturalmente tuvo que aguantarse—. Tú eres un arqueólogo, y al parecer uno bastante bueno, según las referencias de la universidad. Lo tuyo es limpiar vasijas y hachas de sílex con un pincelito, y escribir unos libros así de gordos que nadie se leerá… no ir por ahí de James Bond rojo. Eres uno de esos intelectuales delicados a los que les horroriza la violencia y la sangre. Te sienta como una patada en el hígado formar parte del cuerpo, aunque te gustan los privilegios que ello comporta, como es normal.

»Te he citado aquí, lejos de nuestras respectivas oficinas, para pedirte algo muy importante. Verás. En 1973 se reestructuró el servicio de seguridad del Estado, y al general Postelnicu le colocaron formalmente bajo su mando una pequeña unidad especial de inteligencia de la que no sabíamos nada, pero que ya llevaba dos o tres años funcionando. El mando real lo ejercía y lo ejerce la propia Elena Ceausescu. El conocimiento de la existencia de esta unidad seguiría estando restringido solamente al comandante en jefe de la Securitate, a su
staff
inmediato y al jefe de la Dirección 5, encargada como sabes de la seguridad personal de los Ceausescu… el "más querido hijo del pueblo" y la "científica de fama universal" —agregó burlándose de los eslóganes oficiales—. Hablo, naturalmente, de tu unidad, la dichosa unidad Z. Tanto secreto para un pequeño equipo de arqueólogos. En fin, cosas de la
compañera
. Pero el caso es que vuestra existencia, aunque desde luego no le sirve para nada a la seguridad del Estado, puede venirle muy bien a nuestros planes para el futuro de Rumanía.

A Cristian le sorprendió que el alto funcionario se refiriera al matrimonio Ceausescu con tanto desprecio e ironía, pero mucho más lo que vino a continuación.

—Cristian, esto se hunde. ¿Lo sabías?

—Disculpe, compañero general, pero no sé a qué se refiere.

—El partido, el comunismo, la
perestroika
de los rusos, la no
perestroika
nuestra, el mismísimo Gorbachov y desde luego nuestros amados dirigentes. Todo se está desmoronando como un castillo de naipes. Es cuestión de muy poco tiempo, yo diría que un año, o quizá menos. Y en este país puede ocurrir incluso antes. ¿No conoces los "informes verbales"? Tu jefe tiene rango de comandante de dirección y tú de subcomandante, cosa que nunca he comprendido, pero en fin… ¿no te sirve esto para estar informado, o es que te da igual estar informado? ¿De verdad no te enteras de nada? ¿Tan apasionantes son las ruinas de la vieja Dacia que no estás al tanto del mayor cambio político desde la Segunda Guerra Mundial? Polonia ya está perdida, claro: anteayer hubo elecciones y la oposición lo ganó todo. Jaruzelski tendrá que dimitir. Me sorprendería que llegara a septiembre como presidente. Hungría va por el mismo camino: la semana que viene va a comenzar una mesa redonda de negociaciones entre el gobierno y la oposición. Y ya veremos qué pasa en los próximos meses en Alemania oriental, en Checoslovaquia… Este fin de semana hubo unos disturbios fortísimos en Uzbekistán, y eso sólo es el principio del estallido del imperio soviético: demasiadas etnias y culturas en un país demasiado grande. Hasta en China se está moviendo algo: el martes hubo una auténtica masacre de estudiantes disidentes en la plaza de Tiananmen, en pleno centro de Beijing. El derrumbe del comunismo es imparable en todas partes. Incluso aquí, por difícil que pueda parecerte. Pero te aseguro que hay una cosa que no se va a hundir, Cristi.

Popescu se detuvo el tiempo suficiente para obligar a su joven interlocutor a preguntar cuál.

—La Securitate, por supuesto —la tímida sonrisa del alto oficial encerraba toda la arrogancia de aquella poderosa organización.

—Compañero, no acabo de comprender lo que…

—Es muy fácil, Cristian. Cuando llegue el momento oportuno la Securitate sabrá conducir los acontecimientos de tal forma que el cambio de régimen político esté bajo nuestro control. No vamos a permitir el caos, ni una masacre, ni una guerra civil ni tampoco una ocupación extranjera (aunque este último escenario es muy poco probable, salvo que se produzca un giro de ciento ochenta grados en la URSS). Pero una salida pactada, similar a la que se está cocinando en otros países socialistas, tampoco es viable en Rumanía. No con Ceausescu. Así que cuando llegue el momento, tomaremos limpiamente el poder mediante una operación sencilla, quirúrgica, sin derramamiento de sangre. Aseguraremos una transición civilizada y pacífica hacia un sistema democrático de corte occidental. El sistema socialista está acabado. Su modelo económico sin pies ni cabeza nos ha llevado a la bancarrota. La falta de libertades civiles ha llegado a ser asfixiante y la miseria prolongada ha aniquilado las expectativas y el espíritu de la población. Tus ilustres parientes deben de estar llorando de alegría en sus tumbas, porque la Historia les ha dado la razón. En estos momentos casi todo está en el aire, Cristi, pero lo único seguro es que la "pareja real roja" tiene fecha de caducidad y tú debes pensar dónde vas a estar cuando ese plazo se agote.

»Te voy a ser sincero. Fuera de la guardia personal, tu jefe y tú sois los dos únicos agentes del cuerpo en quienes Elena confía total y absolutamente. Aunque te resulte increíble, es así. Parece que tu jefe le ha hablado extraordinariamente bien de ti, y lo que él diga es verdad revelada para esta mujer. Tu jefe es un borrego leal a muerte a la vieja y al
Conducator
, pero tú no. A mí no me engañas, Cristian. ¡Si tenemos informes tuyos desde que tenías doce años, que ya sabes cómo funciona esto! Los he revisado personalmente y hay muchas cosas que no cuadran, además de varias pruebas directas de que odias el sistema y sueñas con exiliarte, cosa que me parece normal. Lo de tu padre fue una salvajada, y además una salvajada estúpida porque el pobre hombre era totalmente inofensivo. Fue por el apellido, ya sabes. Cristian… lo sé todo sobre ti, créeme. Por ejemplo, aquel ligue tuyo de hace unos meses, cuando todavía estabas formándote en Bratianu, era una agente nuestra. Para una vez que ligas y resulta que era mentira, siento decírtelo. Por eso nunca más has sabido de ella. Y no sólo le contaste más de lo que debías sobre tus ideas políticas sino que encima hablaste en sueños, idiota, ¡hablaste en sueños! A ver si aprendes que en este país después de echar un polvo cada uno se va a su casa, por si el otro es un informador…

A Cristian se le estaba revolviendo el estómago al conocer las artimañas que habían llegado a emplear con él.

—Cuando la
Ceauseasca
nos llamó en octubre para pedirnos que un par de agentes de confianza reclutaran con discreción a un arqueólogo joven y capaz de convertirse en un buen agente de inteligencia, yo me ocupé de que desaparecieran de tu dossier los datos negativos. También ordené que te redactaran un informe de confiabilidad política de primera, que te sorprendió incluso a ti. ¿Creíste que tu representación había engañado a todo el mundo? Pues no. Eres un buen actor, pero algunos espectadores estamos muy curtidos. Tu profunda vergüenza por haber tenido un padre burgués resulta algo sobreactuada. Y en tu casa se escucha la BBC más que en Londres, así que en realidad resulta que sí estás más informado de lo que parece.

Cristian estaba aterrorizado. El "número dos" le miró a los ojos y esbozó una mueca que intentaba pasar por un gesto afectuoso.

—Tranquilo, chaval. Como ves te he estado protegiendo e impulsando. Tu nivel de vida y el de tu familia han mejorado mucho. Ahora me toca a mí pedirte un favor. Lo que te pido es que hagas por este país algo mucho mejor que exiliarte a la primera oportunidad, porque la nueva Rumanía posterior al maldito zapatero va a necesitar gente como tú —intentó mostrar un rasgo de afecto poniéndole la mano en el hombro, pero se dio cuenta de lo forzado del gesto y la retiró—. Además, tengo órdenes de la compañera de matarte si te fugas, igual que a tu jefe y los demás miembros de tu unidad. Lo digo en serio. Ya puedes refugiarte en la mismísima Casa Blanca, que esa bruja no me permitirá dejarte vivo. Parece que la vieja loca le da una importancia extraordinaria a las investigaciones de tu unidad sobre "nuestros antepasados los dacios". ¡Manda cojones! ¿Se habrá vuelto culta, a fuerza de creérselo? Lo que te propongo es que cuando llegue el momento oportuno me ayudes a propiciar el cambio de régimen y contribuyas así a implantar el sistema que tú también deseas. No creo que sea pedir demasiado, ¿verdad? Para ello debes mantenerte en tu puesto y ganarte cada día la confianza de la jefa. Ten en cuenta que habrá que mandarlos al exilio. Cuando llegue la hora, serás una pieza clave por tu proximidad a Elena, Cristian. Y mientras tanto podrás ayudarnos desde tu puesto. Bueno, eso es todo. ¿Qué me dices?

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