Los escarabajos vuelan al atardecer (8 page)

BOOK: Los escarabajos vuelan al atardecer
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Cuando Annika terminó de leer, hubo un momento de silencio. Después surgieron un sinfín de preguntas, sobre todo de Jonás, a quién le costaba entender el lenguaje antiguo. Annika tuvo que leer otra vez algunos fragmentos de la carta. El pasaje relativo a la vieja estatua funeraria egipcia de hace tres mil años era lo que más le interesaba.

Al escucharlo otra vez, le vino una idea y se levantó.

—¿El banco del cuarto del desván? ¿Podrá ser este viejo banco? —dijo señalando el banco que se encontraba en la otra pared, frente a la cama.

Si, eso mismo pensaba David y Annika.

—¡Así que a lo mejor hay dentro de él una estatua egipcia de hace tres mil años…! —exclamó Jonás con admiración.

Se dirigió al banco e intentó levantar la tapa del asiento. Pero era demasiado pesada. David fue a ayudarle, no porque creyera que fuesen a descubrir ninguna estatua, sino porque sabía que Jonás no se quedaría contento hasta asegurarse de ello.

No había ninguna estatua dentro del banco, sólo dos viejas y descoloridas alfombras.

—Lo mejor será olvidar por completo este asunto —dijo Annika tranquilamente.

Jonás la miraba sin entenderla.

—¿Olvidarlo? ¿Crees tú que podemos olvidarnos de una estatua de hace tres mil años? ¡Al contrario, lo que tenemos que hacer es encontrarla! ¡Quizá hemos sido designados para ello por el destino! ¿Qué crees tú, David?

Pero David no contestó. Tenía una expresión distraída. La estatura no le preocupaba demasiado. También se hablaba en la carta de otras cosas.

La planta, por ejemplo. La planta que sobreviviría a Emilie y Andreas. ¿Podría ser la que estaba abajo, la planta con la que él había soñado, la selandria, por la que había preguntado Julia?

De repente, Annika dio un grito de sorpresa, había descubierto un broche en el estuche, un broche de plata bastante pesado, en forma de flor. En la parte posterior estaba grabado: «A Emilie, de Andreas; 29-8-1759».

Se lo pasó a Jonás, a quien le encantaría hablar en la cinta sobre el hallazgo. Estaba precisamente grabando algo sobre estatuas egipcias y sus horribles maldiciones.

¡Aquella carta planteaba tantos interrogantes…!

Emilie quería ser enterrada en tierra sin bendecir, junto a Andreas…

¿Por qué descansaba Andreas en tierra no sagrada?

¿No enterraban de esa forma a los criminales?

¿Y también a los suicidas?

¿Podría Andreas haberse quitado la vida?

Si así fue, ¿por qué lo hizo?

Emilie lo amaba, pero ¿sería posible que él no la amara?

¿Y por qué nadie entendía entonces sus pensamientos?

¿Serían mejor comprendidos en la actualidad?

10. SELANDRIA EGYPTICA

Como no querían sacar el estuche de la quinta, los tres amigos se reunían, por lo menos una vez al día, en el cuarto de verano, para ir leyendo juntos las cartas. Cada vez colocaban con cuidado el estuche en su lugar y ponían la tabla del suelo encima.

Como eran muchas cartas, tardaron bastante en leerlas todas. Querían proceder metódicamente. Era como si hubieran encontrado un puzzle con miles de piezas. Cuando se empieza a colocarlas surge el temor de que falte alguna pieza importante.

Cada uno buscaba sus piezas: Jonás, las que hacían referencia a la estatua; David, las concernientes a los pensamientos de Andreas; Annika, las relativas a las personas.

Annika tomó la dirección y organizó el trabajo. Estaba feliz. Pero algunas veces se preguntaba adónde los llevaría todo aquello.

—No es que esté preocupada —les dijo—, pero a veces tengo la sensación de que ya no somos nosotros mismos los que decidimos, sino que alguien nos dirige.

—Como si estuviéramos dirigidos por un poder invisible —confirmó David.

—Exacto —dijo Jonás con voz misteriosa—. ¡Paso a paso, conducidos hasta este estuche! ¡Sometidos al destino!

El estuche guardaba dos paquetes de cartas: uno contenía las de Andreas; el otro, las de Magdalena a Emilie.

Distribuyeron el trabajo de manera que David leía en voz alta una carta de Andreas, y luego, Annika, otra de Magdalena. Mientras, Jonás grababa todo. Cuando Annika volvía a casa, pasaba a máquina el texto grabado.

Al mismo tiempo se ocupaba de las plantas, y David echaba su partida de ajedrez con Julia Jasón Andelius, que telefoneaba con regularidad.

En general, las plantas eran fáciles de cuidar. Pero la selandria, la planta de David, como ellos la llamaban, se comportaba casi como un niño mimado. En cuanto intentaba atenderla alguien que no fuera David, empezaba a ponerse mustia y parecía triste. Un día, por fin, habían conseguido enterarse de dónde procedía la planta. Una carta de Andreas lo explicaba:

Mi queridísima Emilie:

Encontrarás dentro de este sobre unas cuantas semillas que me traje de Egipto. Siémbralas en una maceta del jardín.

El resto de las semillas se las he enviado a Carlos Linneo, mi admirado profesor y maestro.

Al ser desconocida esta planta en nuestras tierras, él quería llamarla, como tantas veces lo ha hecho, con el nombre del que la trajo hasta aquí. En este caso llevaría mi nombre: Andreas. Pero le rogué que en vez de mi nombre le pusiera el tuyo, lo que aceptó de inmediato y con entusiasmo.

La planta que, con la ayuda de Dios, verás crecer de esta semilla, echará unas grandes hojas en forma de corazón, tendrá unas flores de un azul intenso, y se llamará selandria egyptica.

Tuyo siempre, ANDREAS

Cuando David terminó de leer la carta, Annika miraba a lo lejos, con ojos soñadores.

—¡Qué detalle! —exclamó—. Pedirle a Linneo
[1]
que la planta, en vez de su nombre, llevara el de Emilie
[2]

—Si queréis saber lo que pienso, os diré que todo eso me parece una tontería —intervino Jonás—. Sin embargo, es curioso que ambas cosas, la planta y la estatua, hayan venido de Egipto. ¡No debemos olvidarlo!

—¡Muy ingenioso, Jonás! —exclamó Annika, irónica—. ¡Anda, tómate otra pastilla de regaliz! Eso despeja la mente, ¿no?

El interés de Jonás por las cartas era nulo, como no tuvieran alguna relación con la estatua. En su fantasía todo estaba lleno de misteriosas relaciones. Estaba convencido de que la estatua se hallaba escondida en alguna parte de la quinta. Posiblemente en el desván, mezclada con las demás cosas viejas. Aquél si que era un escondite ideal. Estaba enfadado con David y Annika porque no le dejaban buscar en el desván, y porque no comprendían que si la estatua, al morir Emilie, estaba en el banco, habría sido llevada, como era natural, al desván y allí debía estar, olvidada.

Annika y David le contestaban que tan natural y tan posible era el que la estatua hubiera sido sacada de la casa. De todas maneras no quería hacer nada hasta haber leído todas las cartas.

Y eso, ¡aunque las hojas de pino no estuvieran en los manillares de las puertas! ¡Hoy habían desaparecido las del manillar de la puerta de la casa, y de dos picaportes más, dentro de la casa! Pero David y Annika se reían de ello. ¡Creían que las agujas se habrían caído! ¡No entendían nada! ¡Estaban perdiendo el tiempo, y otro se les adelantaría y les arrebataría la estatua delante de sus mismas narices! ¡No sabían lo que era responsabilidad! ¡Sólo hablan de cosas sin importancia!

—¿No te parece un detalle muy noble, David? —preguntó Annika.

—¿El qué…?

—El haber pedido a Linneo que pusiese a la planta el nombre de Emilie.

Annika podía pasarse horas enteras hablando sobre semejantes temas. Por eso la desilusionó el que David no le contestara, y que se limitase a hablar sobre Linneo.

—¡Así que Andreas Wiik fue alumno de Linneo! —exclamó, como si eso fuera algo extraño.

—Y, para colmo, hay una estatua egipcia de hace tres mil años esperando arriba, en el desván. ¿No os dais cuenta de que hemos sido elegidos para encontrarla?

—Si, si, pero en primer lugar ocupémonos de Andreas Wiik —le contestó David—. Otra cosa, Jonás, ¿por qué le colgaste esta mañana el teléfono a Julia cuando te llamó? ¡Podrías haberla saludado por lo menos!

—¿Qué? ¡Yo no he contestado a ninguna llamada de Julia! ¿De qué estás hablando?

—Lo digo porque, cuando Julia me llamó antes, me preguntó que quién había cogido esta mañana el teléfono. Le colgó enseguida, sin decir nada. Pensó que habrías sido tú.

Jonás estaba extrañadísimo. Ni él ni Annika habían estado por la mañana en la quinta Selanderschen. Así que no podían haber cogido el teléfono. ¡Tenía que haber sido otro! Eso explicaba por qué las hojas de pino desaparecían de las manillas de las puertas.

Pero David y Annika no lo veían así.

—Será que Julia ha marcado mal el número —era todo lo que David decía. Y Annika lo apoyaba.

Jonás estaba furioso con ellos. ¿Por qué no le harían caso? Annika le decía que no había nadie, aparte de ellos, que supiera lo de las cartas, lo de la estatua. Pero ¿qué sabría ella de eso? ¿Y qué diría si se les adelantaban otros y encontraban la estatua? ¡Seguro que serían invitado a Egipto, a visitar las pirámides y la tumba de Tutankamón!

Pero ellos se reían cuando Jonás hablaba de todo esto. ¿Por qué lo tomarían a broma? ¡Se trataba de una estatua procedente de una vieja tumba! ¡Quizás, de una pirámide! Y era muy temerario eso de robar estatuas de las tumbas…

Además, pesaba una maldición sobre aquella estatua; así lo ponía en las cartas. ¡Y otra maldición sobre la quinta Selanderschen, según había dicho Ante! ¿No eran Annika y David capaces de reconocer la evidencia de los hechos? Si los tres habían sido predestinados para salva la estatua y, por negligencia, dejaban que la estatua fuese a parar a manos extrañas, a lo mejor también les alcanzaba a ellos la desgracia. ¡Pero era inútil, Annika y David no se hacían cargo de la situación!

Annika decidió volverse a casa para pasar a máquina las cartas grabadas en la cinta, y David tenía prisa también por llegar a la suya, para consultar unos libros y reflexionar un poco.

11. EL PEUGEOT AZUL

David rebuscó por la biblioteca y, al final, descubrió en un libro de botánica una descripción detallada de la selandria. Esta planta fue traída de Egipto hacia mediados del siglo XVIII por un discípulo de Linneo. Eso ya lo sabía él. Después seguía una descripción del aspecto exterior de la planta. Las flores, naturalmente, él no las había visto nunca. Pero eran descritas de la siguiente manera: «Las hojas del cáliz, de un suave azul claro, ofrecen un bello contraste con los oscuros estambres de fuertes colores».

Más abajo decía que era una planta extraña: «A menudo crece desmesuradamente y, sin embargo, otras veces muere de manera inexplicable».

Que era extraordinariamente sensible, ya lo había notado. Parecía reaccionar de diferente forma ante las distintas personas. Pero ¿de qué dependía eso?

David también encontró un libro sobre insectos, en el que el escarabajo pelotero era descrito de forma tal que le dio mucho que pensar.

«El escarabajo pelotero pertenece a la misma familia que el escarabajo egipcio: la familia de los escarabeidos. En el antiguo Egipto se consideraba al escarabajo como animal sagrado. Linneo recogió ese detalle al darle su nombre latino: scarabeus sacer: escarabajo sagrado.

»Ningún animal ha desempeñado un papel tan importante en la cultura humana como el escarabajo sagrado entre los antiguos egipcios. Se le encuentra con frecuencia momificado en las antiguas tumbas, e incluso en las mismas momias, colocado sobre el corazón. Los antiguos egipcios creían que el escarabajo ayudaba a los hombres a llegar al dios Sol, pues decían que el escarabajo estaba formado por la misma sustancia que el dios Sol, principio de toda vida. ¡Y nuestro vulgar pelotero es pariente del escarabajo sagrado!»

Realmente parecía como si todo se concentrara en Egipto. Primero, la selandria egyptica, que había señalado con sus hojas la habitación de verano. Después, el escarabajo pelotero que desapareció por la rendija del suelo. Al buscarlo encontraron el estuche con las cartas. En la primera carta se mencionaba una estatuilla funerario egipcia… ¡Muy extraño tanta coincidencia!

Todo ello entusiasmaba a Jonás. ¿Debía David contarle esto? ¿O no se dedicaría entonces nada más a buscar la estatua egipcia? David tenía el presentimiento de que la estatua no era lo más importante. Antes estaban, por supuesto, los pensamientos de Andreas, confiados por Emilie a la posteridad y, por tanto, también de ellos.

La responsabilidad que tenían los tres muchachos era demasiado grande. ¿Cómo iban ellos a decidir si el mundo estaba lo suficientemente maduro para recibir el mensaje de Andreas? David no sabía ni si él mismo lo entendería. Y se preguntaba hasta qué punto habría entendido Emilie los pensamientos de Andreas.

Por aquel entonces, Andreas le había escrito una serie de cartas sobre la vida, desarrollando su teoría de que entre todo lo viviente existe una profunda interdependencia. ¿Qué había contestado Emilie a todo eso? Desgraciadamente, no lo sabremos jamás. Seguramente no se conservaron las cartas de Emilie. Lo único que se podía saber sobre Emilie era lo que dejaban traslucir las cartas que le escribían; aparte, naturalmente, la carta que ella misma dirigió a la posteridad.

Llamaría a Annika y le preguntaría como iba su trabajo.

Mi queridísima Emilie.

Annika estaba sentada junto al magnetofón y copiaba las cartas. Escuchaba atentamente la voz de David en la cinta. Parecía como si el mismo David hubiera escrito esas cartas; y Annika deseaba que… No, no sabía lo que deseaba… Desconectó el magnetofón y escribió a máquina lo que acababa de oír:

Ya que ahora terminaré mis estudios en Växjö, quisiera pasar la mitad del verano próximo junto a ti, en Ringaryd, antes de irme en otro a Upsala, a la Universidad. Espero poder asistir a las conferencias del gran Carlos Linneo sobre botánica…

En ese momento llamó David.

—¿Cómo va tu trabajo de copiar las cartas? —le preguntó.

—Estupendo. ¡Son fantásticas estas cartas!

—¿Hasta dónde has llegado?

—Estoy terminando las cartas de juventud, las que Andreas escribió desde el colegio en Växjö. ¡Fíjate, él sólo tenía dieciséis años y ella catorce, y sin embargo, ya estaban muy enamorados el uno del otro! Parece como si ya entonces se hubieran comprometido para toda la vida. Todas las cartas terminan con “Tuyo por siempre, Andreas”.

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