Los escarabajos vuelan al atardecer (10 page)

BOOK: Los escarabajos vuelan al atardecer
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Para controlar si alguien se detenía delante de la quinta o merodeaba por allí, tuvo la idea de tender una red de alambre por el jardín, en todas las direcciones. Conectó los alambres con un disparador; así, cada vez que alguien tropezara con alguno de ellos se produciría una detonación. El disparo tendría un doble efecto: indicaría que alguien andaba por fuera y, al mismo tiempo, lo asustaría.

Era una instalación ingeniosa y práctica. La había probado con Annika. Había colocado en la puerta del jardín un cable de prueba y, al tropezar con él la chica, se produjo la detonación. Annika se pegó un susto tremendo. Se puso furiosa y lo sometió a un interrogatorio desagradable: quería saber de quién era la instalación y si el muchacho había pedido permiso. Jonás no se creyó obligado a entrar en detalles, pero las preguntas de Annika eran atinadas, y la chica siguió formulando otras:

—¿Has estado otras veces enredando en la instalación de alarma de papá? ¿Lo sabe él? ¿Le has pedido permiso?

Jonás respondió que sí a la primera pregunta y que no a la segunda y a la tercera. Como es natural, Annika se enfadó e inició una discusión que el muchacho no quiso continuar.

A ella siempre le habían resultado difícil comprender que, en ocasiones, fuese preciso tomar iniciativas sin pedir permiso a los demás. De lo contrario, no se conseguiría nada en la vida. No se puede correr el riesgo de exponerse a prohibiciones miopes, sobre todo cuando se trata de personas que no comprenden lo que está en juego.

Por eso debería tener cierta precaución con Annika cuando se tratara de acciones arriesgadas. Annika era muy inteligente, él era el primero en reconocer sus méritos, pero le faltaba visión para las grandes empresas.

David, en cambio, la tenía cuando quería. Pero, como queda dicho, era poco práctico, perezoso y soñador. En una palabra: vivía fuera de la realidad. No tenía espíritu de iniciativa. Y tampoco era tan hábil como Jonás para sacar conclusiones: para sumar dos y dos. Por lo demás, Annika y David eran extraordinariamente buenos, y él no los cambiaría por nada del mundo.

Annika había terminado de copiar las cartas, y Jonás se dirigía a la quinta Selanderschen para recoger un informe sobre su contenido. Los datos sobre la estatua eran realmente escasos, a decir de Annika. Pero cabía que Annika no hubiera caído en la cuenta de algunos detalles. Jonás sabía que, a veces, él descubría algo que otros no veían…

Annika estaba en el cuarto de baño de la quinta, lavando las plantas. El cuarto de baño se encontraba junto al vestíbulo. La muchacha había dejado la puerta abierta y podía hablar con David, que se hallaba en el cuarto de estar.

Ella comenzaba a sentirse en la quinta como en su casa, y hablaba un poco con las plantas mientras las regaba. David le había dicho que eso era bueno y que convenía hacerlo. Las plantas se sienten mejor cuando se les habla con cariño.

Annika recordaba que su abuela siempre había tenido unas plantas preciosas y había asegurado que se criaban tan bien porque les hablaba. Annika se había reído, pensando que se trataba de una vieja superstición. Pero, ahora, David decía que los últimos estudios daban por seguro que tal práctica era excelente. Andreas Wiik venía a decir lo mismo cuando hablaba en sus cartas de un alma común universal, gracias a la cual podían entenderse todos los seres vivos.

Annika les hablaba sin parar:

—Hola, plantita, ¿quieres que te eche agua debajo de las hojas?

—¿Qué dices? —gritó David desde el cuarto de estar.

—Nada. Charlaba con la planta.

Cogió otra planta y la lavó. Tenía muchas flores. Había crecido tanto y estaba tan tupida que apenas se sostenía en la maceta. Mientras pensaba que debía hacer con ella, oyó que David la llamaba:

—¿Que haces, Annika?

La voz del muchacho reflejaba preocupación. Annika dejó la planta y se dirigió hacia él. Llevaba una tijera en la mano. David le señaló el medidor de la selandria.

—Mira cómo se comporta la planta. Tiene que haberla asustado algo, de repente. ¿Has cortado alguna flor o algún tallo?

No. Annika no había hecho nada a ninguna planta; pero también ella pudo ver cómo la aguja del medidor se movía medrosamente de una lado a otro.

—¿Qué ibas a hacer con las tijeras? —preguntó David.

—Podar una planta que apenas cabe en el tiesto.

—No lo hagas —contestó David—. En mitad de la floración no sería bueno. La sujetaremos clavando un palo en el tiesto.

Annika guardó las tijeras.

David controló el medidor. Ahora, la aguja estaba otra vez quieta. La planta se había tranquilizado; por tanto, bastaba que Annika se propusiera podar aquella planta, para que la selandria se intranquilizara.

Annika le observó con cierto respeto. Vivía en el mismo sitio desde el siglo XVII. Había nacido de unas semillas sembradas, sin duda con gran cariño, por Emilie Selander. En el curso de los años se habría renovado por medio de sus brotes, pero procedía de la planta original. Tenía tras sí una larga vida vegetal, con muchas experiencias y recuerdos, que expresaba de esa forma misteriosa. Lo mismo que los hombres, tenía su lenguaje corporal. ¿Acaso entendían las plantas los pensamientos de los hombres y éstos eran incapaces de comprender el de las plantas? Porque los seres humanos sólo respetan su propia inteligencia.

Sonó el teléfono. Annika estaba tan sumida en sus pensamientos que se sobresaltó. Volvió al cuarto de baño mientras David se apresuraba a responder a la llamada.

—Buenas tardes, David. Soy Julia Jasón Andelius.

—Si, la he reconocido. ¿Cómo está?

En el auricular resonó una risa breve, una sonrisa divertida.

—Esta vez sí que me has hecho pensar, David. Primero decidí poner el alfil en E-3, pero como tuviste la ingeniosa ocurrencia de colocar un peón en E-5, creí que sería mejor mover mi…

Julia se calló de repente y preguntó si pasaba algo. Tenía la impresión de que David se había asustado.

—Hay alguien fuera. He visto un rostro tras el cristal de la ventana.

—¡Ah! ¿Lo conoces?

—No sé… Creo que sí, pero… Si hace el favor de darme su número, la llamaré más tarde.

—No, ya llamaré yo. Hasta luego, David.

Julia colgó, y David fue en busca de Annika.

—Alguien ha estado mirando por la ventana —murmuró—. Creo que era Ante.

Annika había terminado con las plantas. Sugirió que no había que preocuparse de Ante. Estaría borracho otra vez.

—A lo mejor no es tan absurdo el artilugio de los alambres que ha montado Jonás —comentó David.

En ese momento entró Jonás. Era hora de empezar a estudiar las cartas.

13. EMILIE Y ANDREAS

Estaban sentados los tres en el suelo del cuarto de verano. Era de noche. Los tilos estaban inmóviles delante de la ventana. David había encendido una vela y la había puesto en el suelo. Jonás conectó el magnetofón y comenzó su reportaje, como de costumbre.

—Aquí, Jonás Berglund desde la quinta Selanderschen. Mis colegas y yo acabamos de reunirnos en el cuarto de verano, para analizar el contenido de esta singular colección de cartas. Las cartas aluden a la historia que en el siglo dieciocho se desarrolló entre estas paredes. Nos hablarán de ella. Annika Berglund y David Stenfäldt. Los dos las han estudiado a fondo y poseen mucha información ¿Quién de vosotros quiere empezar? ¿Tal vez David? Bien, David, la cinta está en marcha.

David clavó los ojos en el micrófono que Jonás le ponía debajo de la nariz y carraspeó.

—No es posible ofrecer aún su informe definitivo, pues todavía quedan muchos enigmas por resolver. Pero esperamos poder resolverlos uno tras otro.

David se calló y tomó la palabra Annika. Señaló que, para entender el contenido de las cartas, era preciso ponerse en el lugar de Emilie y Andreas, personas que habían vivido en el siglo XVIII. Añadió que era un problema de sensibilidad. Naturalmente, había que intentar entender cómo pensaban y sentían y por qué se comportaron como lo hicieron.

—Vivieron en un tiempo que en muchos aspectos tenía una escala de valores distinta a la nuestra. Pero lo más importante es procurar entablar con ellos una relación amistosa, como si siguieran vivos —concluyó.

—Esto es lo que han hecho mis colegas —intercaló Jonás—. Queridos oyentes, vamos a trasladarnos con ellos al pueblo de Ringaryd en el siglo dieciocho. Comencemos por el principio. Aquí, en la quinta Selanderschen corretean Emilie y Andreas… juegan…

—¡No, no! —le interrumpió Annika—. Eso no lo hicieron nunca. Emilie y Andreas se conocieron de niños y jugaron juntos. Así lo reflejan las cartas. Andreas habla a menudo de las cosas que hacían juntos cuando eran pequeños. Pero no jugaban aquí, en la quinta Selanderschen, sino en la casa del campanero, donde vivía Andreas. Su padre se llamaba Petrus Wiik, era el campanero y se ocupaba de la iglesia. Tocaba el órgano y las campanas. Al parecer, era un hombre simpático y delicado. Andreas y su hermana Magdalena hablan de él con mucho cariño en las cartas. También dicen que apreciaban mucho a Emilie. Petrus Wiik era un hombre importante en su entorno.

»Ocurrió que Emilie y Andreas perdieron muy pronto a sus respectivas madres. Esto pudo contribuir a que los dos se entendieran tan bien desde el principio. El padre de Andreas no volvió a casarse. El de Emilie, si. Se llamaba Jacob Selander y era un rico terrateniente del pueblo. Emilie no tuvo hermanos.

»Pocos meses después de la muerte de su esposa, Jacob Selander se casó de nuevo con una prima adinerada.

»Así, Emilie comenzó a vivir con una madrastra. Se llamaba Ebba. Las cartas no dicen como era. Apenas la mencionan. Al parecer, Emilie y ella estaban distanciadas. Cuando se alude a ella, es siempre en relación con Andreas. A Ebba no le gustaba que Emilie frecuentara el trato de Andreas.

»Tampoco le gustaba a su padre, es decir, a Jacob. No querían que Emilie se casara con él. Deseaban casarla con un hombre rico y distinguido. En aquella época eran los padres quienes casaba a las muchachas. No elegían ellas su pareja. Al parecer, ni siquiera podían opinar sobre la decisión de sus padres.

En este punto se interrumpió David. Dijo que, a pesar de todo, no habría sido fácil prohibirles que se vieran; Emilie tenía que ir a la escuela. La escuela se encontraba en la casa del campanero, y el maestro era Petrus Wiik, el padre de Andreas. Mientras Emilie fue a la escuela, nadie pudo impedirle entrar en aquella casa. Además, Jacob Selander quería estar en buenas relaciones con el campanero del pueblo y no enemistarse con el párroco. Andreas poseía un talento poco común y era muy aplicado en la escuela por eso, el párroco se interesó por sus estudios, lo tomó bajo su protección, le enseñó latín y se ocupó de que continuara sus estudios en el instituto de Växjö. Andreas llegó a Växjö en 1752. Tenía catorce años y Emilie doce. Magdalena, la hermana de Andreas, había cumplido diecisiete. Ella y Emilie fueron muy buenas amigas, y mientras Emilie vivió, se mantuvieron siempre unidas y se ayudaron mutuamente.

—¿Puedo añadir otra cosa? —preguntó Annika con entusiasmo—. Las cartas de Magdalena nos han proporcionado la mayoría de los datos, en particular sobre los últimos años de Emilie. Esta se confió en todo momento a Magdalena, que contestaba a sus cartas enseguida y le daba consejos. Así hemos podido averiguar lo que ocurrió.

»De vez en cuando nos hemos visto obligados a aventurar hipótesis personales; pero los puntos más importantes no ofrecen ninguna duda, porque Magdalena escribe con gran meticulosidad y da muchos detalles. Cita con frecuencia las cartas de Emilie, menciona los problemas a que responde, y es muy clara. Magdalena es una persona muy singular: casi nunca habla de sí misma; se centra en Emilie y Andreas y en los problemas de ambos. Por eso, las cartas de Magdalena no permiten averiguar mucho de ella, salvo que tuvo que ser una persona increíblemente generosa y desinteresada.

»Eso es todo. Puedes continuar, David.

—Bueno, Andreas estudió dos años en Växjö; Emilie y él se escribieron cartas durante todo el tiempo. Al principio, esas cartas son infantiles; pero se nota que, al final de esa época, la relación entre los dos ha madurado y sus sentimientos son más profundos. Andreas y Emilie se prometieron en secreto el año mil setecientos cincuenta y cuatro, durante una estancia de Andreas en Ringaryd. Él estaba de profesor en una granja de las cercanías, y podían verse con regularidad. Y lo hicieron de hecho, pese a que los padres de ella intentaron por todos los medios ponerles obstáculos.

»Entrado el otoño, Andreas fue a Upsala, para estudiar en la Universidad y asistir a las clases de Linneo. Las cartas que escribió a Emilie desde allí reflejan con claridad que se consideraban verdaderos prometidos. Sin embargo, los padres de ella siguieron siendo motivo de preocupación, y la correspondencia tuvo que efectuarse en secreto a través de Magdalena. En Navidad, Andreas pasó en su casa un par de semanas; no pudieron verse con frecuencia. Emilie estuvo todo el tiempo vigilada y tuvo que ir a pasar la Nochebuena en casa de unos parientes.

—Si —intervino Annika—. Y es triste ver la sumisión con que lo aceptó. Apenas opuso resistencia. Lloró en secreto porque no le permitían encontrarse con Andreas. Pero no luchó. Al parecer, eso era imposible en aquella época. No se atreve ni una sola vez a rebelarse contra su padre y contra Ebba. Se limita a obedecer y llorar en secreto. Y tiene que escabullirse para encontrarse con Andreas, sin permiso. Magdalena vuelve a hacer otra vez todo lo que puede, y las cartas están ahora llenos de encuentros previamente concertados, que a veces se frustran. Las cartas de Andreas y de su hermana hablan de que él deberá “perfeccionarse”, como se decía entonces, para ganar el favor del padre y llegar a ser digno de Emilie…

Aquí, Jonás, la interrumpió sonriendo, como suele hacer todo entrevistador experto.

—Como han oído ustedes, queridos oyentes, nuestros investigadores han profundizado en la suerte de los protagonistas y lo han hecho de una forma muy personal. Esto es muy interesante; pero quizá lo sea mucho más trasladarnos rápidamente al futuro lejano y hablar un poco del apasionante descubrimiento que Andreas hace en el extranjero, por decirlo de alguna manera! ¿Podríamos hablar un poco sobre eso? ¿Qué te parece, David?

—Si, por supuesto, llegaremos a ello dentro de poco. Pero tenemos que contar las cosas por orden para que sea posible entender el conjunto.

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