Los escarabajos vuelan al atardecer (6 page)

BOOK: Los escarabajos vuelan al atardecer
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En el auricular, una corta y frágil risa.

—Me parece que ahí hay alguien que pregunta quién soy… Dile que soy Julia Jasón Adnelius.

—Si, se lo diré —respondió David. Pero Jonás ya lo había oído.

—¿Y quién es ella? —preguntó.

Otra vez se oyó una breve risa.

—Di que soy la dueña de la casa.

—Si —le contestó David.

—Sé que os estáis ocupando de las plantas —dijo la voz—. ¿Cómo están?

—A mí me parece que bien.

—¡Me alegro! ¿Y la selandria? ¿Cómo está?

—¿Selandria?

—Es esa planta grande, de hojas en forma de corazón.

—¡Ah, ya! No sabía como se llamaba. Bueno, es la única que no parece estar tan bien. Tiene las hojas mustias.

—¿Está en su sitio? ¿En la ventana que da al patio? ¿Junto al reloj de pie?

—Si, por supuesto.

—¡No movedla! Con un poco de atención se recuperará de nuevo.

—Bueno, ya me he ocupado algo de ella —le dijo David.

—Cuídala bien, David; ocúpate tú de ella. Es una planta que sólo tiene amistad con una única persona, ¿sabes…?

—¿Ah, si?

—Sí —se produjo un silencio en el auricular y luego se oyó un suspiro—. Desgraciadamente yo ya no puedo ir ahí. Estoy en la capital y ya no iré más.

—¿No? —preguntó David—. Pues no se preocupe, nosotros lo haremos muy bien.

—Estupendo, David. Bueno, adiós. Llamaré de nuevo.

—¿Qué quería en realidad? —indagó Annika.

David tenía todavía el auricular en la mano, lo colgó despacio y se fue hacia la puerta. Los otros lo siguieron.

—¿Por qué no contestas, David?

Tenía la mirada clavada en un punto fijo. Entonces vieron que la planta de la ventana ya no estaba mustia. Las hojas se habían enderezado, elevándose poco a poco hacia arriba, y se extendían y se abrían como unas manos levantadas. ¡Como en el sueño de David!

Pero lo más extraño era que todas las hojas apuntaban hacia el interior de la habitación, hacia un punto determinado.

—¿Por qué no se dirigen hacia la luz de la ventana? —preguntó Annika—. Es lo que hacen normalmente las plantas.

—Esta, vemos claramente que no —repuso Jonás.

—Está señalando la escalera —advirtió David. Y, antes de que nadie pudiera impedírselo, Jonás subió corriendo las escaleras y chocó con una recipiente de cobre que rodó con estrépito escaleras abajo.

—¡No debemos subir, Jonás! —le gritó Annika. Parecía enojada. Corrió hacia el recipiente de cobre y lo levantó—. ¡Ojalá no esté abollado!

Aparentemente había resistido bien el golpe. Sin embargo, algo había sonado dentro. Levantó la tapadera y descubrió una llave que tenía un letrero amarillento. En él estaba escrito el nombre del cuarto al que pertenecía la llave. Annika lo leyó y palideció.

—Déjamelo ver —le dijo David.

—Si, ¿qué pone? —preguntó Jonás.

Sin ningún comentario les pasó la llave y vio que también ellos palidecieron cuando leyeron lo que estaba escrito con grandes letras góticas: “cuarto de verano”.

8. EL CUARTO DE VERANO

David paseaba inquieto por su habitación, con un libro abierto entre las manos. Leía: «Algunos dicen que han encontrado pruebas que apoyen la opinión, poética y filosófica, de que las plantas, como seres vivos que son, están dotados no sólo de conocimientos y espíritu sino también de la capacidad de comunicarse con otros seres vivos».

El libros se llamaba La vida secreta de las plantas y lo había cogido de la biblioteca. La planta de la quinta Selanderschen, con la que había soñado antes de verla, no lo dejaba tranquilo.

«Esta planta sólo tiene amistad con una única persona», le había dicho la señora del teléfono, la dueña de la casa, Julia Jasón Andelius.

¿Por qué, precisamente, con él?

Otro hecho que le preocupaba era la llave que habían encontrado en el recipiente de cobre, la llave del cuarto de verano.

Sentía no haber podido convencer a Annika para que investigaran a dónde los llevaba la llave. Jonás se hubiera apuntado sin dudarlo, pero Annika no cedió. Y quizás tuvo razón, porque no sabían dónde iban a meterse…

Sin embargo, había una cosa clara: él ya no creía que las voces del magnetofón de Jonás fueran unas palabras huecas, carentes de sentido. Aunque la voz de la cinta no existiera, no podía ser casualidad que David hubiera entendido precisamente “cuarto de verano”. La llave lo confirmaba. Y ahora sabía dónde de se encontraba la llave.

¿Cómo pudo prometer a Annika que no iría…?

Arriba, en su cuarto, Jonás iba impaciente de un lado para otro, masticando regaliz. De vez en cuando conectaba el magnetofón y escuchaba atentamente la voz. No había duda. David tenía razón: «En el cuarto de verano» era lo que la voz decía.

¡Y, para colmo, había tenido la llave del cuarto en su mano! Por supuesto que no había sido una simple casualidad el que tropezara con el recipiente de cobre. ¡No había ninguna duda de que la llave tenía que aparecer!

¿Cómo puedo ser tan tonto como para prometer a Annika que no haría por encontrar aquel cuarto? Era imperdonable. Aunque, bien mirado…, ¿hay que cumplir siempre lo que se promete? ¿Aunque se haya prometido algo absurdo? ¿Debería intentar convencer a Annika?

No, eso no tenía ningún sentido. Ella se había llevado un susto espantoso con lo que había pasado, y no quería saber más del asunto. Inútil hablar con ella. Hasta se negaba a admitir que existía la voz.

Entonces, ¿por qué tenía miedo del cuarto de verano? Verdaderamente, su actitud no era lógica.

Y allá, dentro del recipiente de cobre, estaba la llave. Le esperaba… Seguir pensando en ello se hacía insoportable.

Abajo, en el almacén, detrás de la tienda, Annika estaba sentada, colocando los precios en los tarros de conservas que habían llegado aquel mismo día. Estaba acostumbrada a ese trabajo, y normalmente no le suponía ningún problema. Pero hoy estaba distraída y cometía errores continuamente. No cogía el ritmo del trabajo. Estaba marcando por segunda vez un montón de latas.

¿Por qué habría prometido ayudar durante las vacaciones en la tienda? ¿Por qué había prometido regar las plantas de la quinta Selanderschen? ¡Esto último era aún más estúpido! Lo había hecho por David, como siempre. Para que él pudiera entrar en la quinta Selanderschen; por ser un poco complaciente.

Siempre obraba así. Con casi todos. Pero, en realidad, ¿quién sacaba provecho? David no pensaba en absoluto que gracias a ella podía ver la cerca la planta con que había soñado. ¡Pero ya estaba bien! ¡No pensaba ceder en lo referente a la llave!

Pero, por otra parte, ¿tenía ella derecho a obligar a los otros a prometer nada? ¿Era justo frenar el entusiasmo de Jonás? ¿No sería ella una aguafiestas? ¿Era razonable impedir que David prosiguiera la búsqueda del cuarto de verano? Al fin y al cabo, él fue el primero en oír la voz en la cinta y el que descifró el susurro. ¿Y si fuera algo importante? ¿Y si, de hecho, estuviera pasando algo en la quinta Selanderschen?

De nuevo comprobó que estaba marcando los precios por segunda vez. ¡Eso ya era demasiado! Furiosa, dio un empujón a unas latas, que rodaron por la mesa.

Se marchó y telefoneó a David.

Lo primero que les llamó la atención cuando llegaron a la quinta Selanderschen, fue la planta. Aquel día tenía buen aspecto. Sin embargo, a pesar de que era mediodía y lucía el sol a través de la ventana, y aunque, normalmente, todas las plantas dirigen sus hojas hacia la luz, aquélla dirigía sus hojas persistentemente hacia el interior de la habitación, hacia la escalera.

—Esto es muy extraño —dijo David—. Tanto más cuanto que lo último que hice ayer, antes de salir, fue girar la maceta y orientar las hojas hacia la ventana.

—Puede haber estado alguien aquí y… —Annika se calló. Lo que iba a decir era totalmente absurdo.

Pero Jonás ya había pensado en esa posibilidad. Para él, la idea de que alguien pudiese introducirse en la casa no era descabellada. En previsión, y para poder comprobar, había colocado en todos los picaportes de la casa unas hojas de pino, con lo que era sencillísimo comprobar si alguien había abierto alguna puerta durante su ausencia. Si seguían todavía en los picaportes, sería prueba de que nadie había estado la casa. Pero si no estaban, sería evidente que alguien había entrado.

—¡Qué ingenioso! —dijo David, admirado.

—¿Y has comprobado ya los picaportes? —le preguntó Annika sonriendo.

—Si, y las agujas de pino siguen en su sito. Así que nadie ha podido mover la maceta. La planta ha girado ella sola sus hojas. ¡Nos está diciendo que subamos la escalera!

—Así parece —exclamó Annika algo asustada.

—Si, cojamos de una vez la llave y busquemos el cuarto de verano —propuso David.

—Será lo mejor —admitió Annika.

Subieron las escaleras y David sacó la llave del recipiente de cobre. Desde el último escalón miró a su alrededor. ¿Adónde los llevaría aquella llave? Había varias puertas, pero solamente una estaba cerrada con llave: la que conducía arriba, al desván. En un gancho, junto a la puerta, colgaba la llave del desván.

Una habitación que sólo se utilizaba en verano podía muy bien estar en el desván. Abrieron la puerta del desván y, frente a ellos, vieron una empinada escalera de madera, que subía.

Jonás conectó el magnetofón.

—¡Qué desván más viejo y feo! —dijo Annika.

—Es poco acogedor —admitió David, que llevaba una linterna.

Jonás empezó a grabar:

—Si, amigos oyentes, me encuentro en el desván de la quinta Selanderschen. Es, como acaba de decir uno de mis colegas, un lugar poco acogedor. La luz del día penetra escasamente por un par de tragaluces, cubiertos de telarañas. Entre el polvo y la oscuridad que me rodea, distingo un montón de trastos. Un olor enrarecido me llega de frente. Apenas puedo moverme sin tropezar con las telarañas que cuelgan de las vigas del techo y se me pegan por la cara. Millones de murciélagos revolotean por todas partes y…

—¡Jonás, no exageres de esa manera! ¿No crees que ya es bastante desagradable la realidad?

Jonás, furioso, apagó el magnetofón.

—¿Quieres estropearme el reportaje, o qué? ¡Justo cuando me había venido la inspiración…!

—Perdóname, no era mi intención… —Annika pareció lamentarlo.

David se había adelantado con la linterna. Lo vieron parado delante de una puerta pintada de azul. Metió la llave en la cerradura y la giró. La cerradura rechinó. Jonás, conectando su magnetofón, continuó:

—Estamos ante una puerta azul, que no sabemos a dónde conduce. La puerta tiene huellas de manos humanas. La cerradura funciona mal. La oímos chirriar. No quiere ceder, es vieja, está oxidada. No cede. Y ante esta puerta azul cerrada, nos asaltan inevitablemente estas preguntas: ¿Quién fue el último que la cruzó? ¿Quién el último que la cerró? ¿Qué se oculta detrás de ella? Esta última pregunta será la única que obtendrá una respuesta. ¡Ya cede la cerradura! ¡Por fin hemos encontrado el cuarto de verano!

Jonás había hablado en voz baja y en tono misterioso. Desconectó el magnetofón. Estaba en la puerta de la habitación. Dentro se oía un fuerte zumbido.

—¡Qué enorme cantidad de moscas! —dijo Annika, y atravesó el cuarto directamente hacia la ventan, con la intención de abrirla para que se fueran. Pero la ventana estaba encajada. David la tuvo que ayudar, hasta que lograron abrirla.

—¡Qué bonito paisaje! ¡Se puede ver hasta la iglesia!

Echaron las moscas fuera de la habitación y miraron a su alrededor. La habitación estaba inundada por la bella luz del sol, que entraba atravesando las verdes copas de los altos y viejos tilos.

El cuarto era frío y tenía un aire muy severo. Junto a una pared había un viejo banco. Enfrente, junto a la ventana, una vieja cama, una mesita y una silla.

—Me gustaría saber quién se sentó aquí el último y miró por la ventana —dijo David sentándose en la silla. Annika había descubierto un pequeño espejo en la pared. Su cristal, empañado, tenía un tono verdoso.

—A mí me gustaría saber quién se miró por última vez en este espejo.

—Y quién fue el último que leyó este extraño texto.

Jonás estaba al lado de Annika. Junto al espejo colgaba un texto enmarcado. En un papel amarillento estaba delicadamente escrito:

¿Qué tiene de extraño

que yo no vea a Dios,

si no puedo ver siquiera

al Yo que vive en mí mismo?

CARLOS LINNEO

Jonás se disponía a grabar el texto, cuando Annika empezó, de repente a dar manotazos en el aire.

—¿Qué te pasa? —le preguntó David.

—Que ha entrado un insecto enorme por la ventana y me ha dado un golpe en la frente. ¡Me ha hecho daño!

Vieron como el insecto iba inseguro de una pared a otra. Voló entonces hacia David, chocó también contra su frente y cayó al suelo. Allí quedó agitándose patas arriba. David se inclinó y lo levantó.

—¡No lo toques! —le gritó Annika.

—¡Si es un escarabajo pelotero! Hay que ayudar siempre a estos animales cuando se quedan así, pues ellos solos no pueden darse la vuelta.

David enseñó a Annika el escarabajo, que correteaba con la palma de su mano, y luego quiso echarlo por la ventana. Jonás llegó con un trozo de madera, para que el escarabajo correteara sobre ella. Pero fue tan torpe, que el escarabajo cayó de nuevo al suelo y desapareció por una grieta que había entre las tablas del suelo.

—¿Cómo vamos a sacarlo? Ten mucho cuidado —aconsejó David. Porque una vieja superstición decía que traía mala suerte hacerle daño a un escarabajo pelotero.

Hurgaron por la grieta, pero el insecto seguí sin aparecer. Entonces Jonás descubrió que la tabla bajo la cual había desaparecido el escarabajo se podía mover. Estaba suelta. Agarraron por ambos extremos, pues la tabla era larga. También era pesada, pero fue difícil levantarla.

En aquel momento sonó el teléfono abajo. Ahora no tenía tiempo para atender la llamada. David.

Mientras, seguía sonando el teléfono.

Jonás se tumbó en el suelo y miró debajo de las tablas. Había mucho polvo y porquería, pero el hueco estaba vacío. Lo alumbró, lo tanteó con la mano.

Abajo, el teléfono seguía sonando.

—¡Me va a volver loca ese ruido! —dijo Annika.

Jonás seguía mirando. David estaba tumbado junto a él, observando la maniobra.

—¿No lo ves? —David estaba muy nervioso. ¡El escarabajo pelotero tenía que aparecer!

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