»Incluso calculando que las cosas vayan del mejor modo posible, no se puede esperar nada bueno de todo esto. Haz lo imposible para hacerle olvidar a ese intruso, de modo que pueda tener una vida normal. Será difícil al principio, no tengo la menor duda. Pero no tan difícil como si el niño hubiera sido realmente suyo.
Alan se frotó la frente.
—Sí, es difícil —dijo—. Pese a la forma como ha ocurrido todo, ella siente hacia ese ser un sentimiento maternal, sí, una especie de afecto físico, e incluso un sentimiento de responsabilidad.
—Por supuesto. Así es como ocurre. Es por eso por lo que la pobre madre se mata para alimentar al pequeño y glotón cuclillo. Es una variante del abuso de confianza, como te decía antes, la explotación desvergonzada de una inclinación natural. La existencia de esta inclinación es importante para la conservación de la especie, pero, después de todo, en una sociedad civilizada, no podemos permitirnos el ceder ante todas nuestras inclinaciones naturales, ¿no crees? En este caso, Ferrelyn debe simplemente negarse a ceder ante el chantaje que se ejerce sobre sus buenos instintos.
—Admitiendo —dijo suavemente Alan— que su hijo hubiera sido... ¿qué habría hecho usted?
—Lo que estoy aconsejándote que hagas con Ferrelyn. Alejar a la madre. Hubiera cortado también toda relación con Midwich vendiendo esta casa, aunque nos sintamos muy ligados a ella. Puede que incluso me vea obligado a hacerlo, aunque Anthea no esté directamente ligada con el asunto. Dependerá de las circunstancias. El tiempo lo dirá. Las probabilidades se me escapan, pero no me dejo atrapar por la lógica. Es por eso por lo que, cuanto más pronto se aleje Ferrelyn de aquí, más satisfecho me sentiré. No pienso hablarle yo mismo. Por un lado, se trata de un problema que tenéis que resolver vosotros dos juntos; por otro lado, puede que haciendo cristalizar un amor aún confuso, cometa un error, suscitando por ejemplo una actitud de despecho. Tú, por el contrario, puedes ofrecerle una alternativa positiva. Sin embargo, tu labor es dura, y necesitas encontrar algo que haga inclinar la balanza. Anthea y yo os daremos todo nuestro apoyo.
Alan agitó suavemente la cabeza.
—Espero que no sea necesario... no lo creo al menos. Ambos sabemos muy bien que esto no puede seguir así. Ahora que usted me ha proporcionado el empuje inicial, terminaremos con este asunto.
Permanecieron un rato sentados, reflexionando en silencio. Alan se daba cuenta, con un cierto alivio, que sus compartidos sentimientos y sus vagas sospechas habían cristalizado e iban a empujarle a actuar de una forma práctica. Se sentía también considerablemente impresionado, ya que era la primera vez que, en el transcurso de una conversación, su suegro, apartando una tras otras las divergencias más tentadoras, se había mantenido firmemente en el centro del asunto a tratar. Sobre todo teniendo en cuenta que las consideraciones sobre las que podía extenderse eran interesantes y numerosas. Estaba a punto de lanzarse sobre algunas de ellas pero se retuvo al ver a Anthea que atravesaba el césped, acudiendo en su dirección.
Se sentó en la tumbona frente a su marido y pidió un cigarrillo, Zellaby le tendió uno y le ofreció fuego. La miró aspirar las primeras bocanadas.
—¿Malas noticias? —preguntó.
—No creo. Acabo de recibir una llamada telefónica de Margaret Haxby. Se ha ido.
Zellaby achicó los ojos.
—¿Quieres decir definitivamente?
—Sí. Me ha hablado de Londres.
—¡Oh! —dijo Zellaby, y se quedó pensativo. Alan preguntó quién era Margaret Haxby.
—¡Oh, perdón! Probablemente no la conoces. Es, o más bien era, una de las empleadas del señor Crimm. Una de las más brillantes, creo, académicamente hablando: la doctora Margaret Haxby, doctor en filosofía por la Universidad de Londres.
—¿Una de las... esto... personas encausadas? —preguntó Alan.
—Sí, y una de las más vindicativas —dijo Anthea—. Ha decidido abandonarlo todo, y simplemente se ha ido dejando al niño a cargo de Midwich.
—¿Y qué tienes que ver tú con ello? —preguntó Zellaby.
—Oh, ha pensado que yo era la más cualificada para transmitir oficialmente la noticia. Debe haber telefoneado a Crimm, pero hoy estaba ausente. Quiere que alguien se ocupe del niño.
—¿Dónde está ahora?
—Donde ella vivía. En casa de la vieja señora Dolly...
—¿Y lo ha dejado completamente solo?
—Ajá. La señora Dorry aún no lo sabe. Tengo que ir a decírselo.
—Es un asunto bastante delicado —dijo Zellaby—. Preveo un hermoso pánico entre todas las mujeres que albergan a esas chicas. Van a ponerlas de patitas en la calle de un día para otro, antes de que les hagan la misma faena. ¿No podemos impedir esto? ¿Dejarle tiempo a Crimm para que vuelva y haga algo? Después de todo, el pueblo no es responsable de sus empleados, no al menos directamente. Y además, ella puede cambiar de opinión.
Anthea negó con la cabeza.
—De ella no lo creo. No se trata de un impulso irreflexivo. Se lo ha estado pensando mucho antes de decidirse. Este es su razonamiento: en ningún momento pidió venir a Midwich, simplemente fue denominada. Si la hubiera enviado a una región infestada de fiebre amarilla, hubiera sido responsable de las consecuencias; bien, la destinaron aquí, y sin que ella hiciera nada al respecto pilló esa otra enfermedad, y ahora se libera de la misma.
—Hum —dijo Zellaby—. Tengo la impresión de que esta comparación no va a ser aceptada en los medios gubernamentales sin una dura controversia. Sin embargo. . .
—De todos modos, ella mantiene su postura. Repudia enteramente al niño. Estima que no es más responsable que si lo hubiera dejado ante su puerta, y en consecuencia no hay ninguna razón para que lo acepte, o se le exija que debe aceptarlo, comprometiendo así su vida y su carrera.
—En definitiva, el niño ha sido impuesto a la comunidad, a menos evidentemente que ella tenga intención de atender a sus necesidades.
—Por supuesto, le he planteado el problema. Me ha respondido que el pueblo y la Granja tenían que ponerse de acuerdo al respecto. Rehúsa pagar absolutamente nada, ya que esto puede constituir una prueba legal de responsabilidad. Sin embargo, la señora Dorry, o cualquier otra persona bien intencionada que se ocupe del bebé, recibirá dos libras por semana... enviadas anónimamente.
—Tienes razón, querida: ha reflexionado mucho sobre el asunto. Habrá que examinarlo todo más atentamente. Admitiendo que se le acepte esta repudiación, ¿cuáles van a ser las consecuencias? Supongo que se deberá establecer legalmente a quién incumbe la responsabilidad del niño. ¿Cómo se hacen esas cosas? ¿Crees que sea necesario hacer intervenir el juez de paz e imponerle una decisión del tribunal?
—No lo sé, pero ella ha considerado esta eventualidad. Si se presenta el caso, tiene intención de litigar. Pretende que se puede establecer médicamente que este niño no puede ser suyo; a partir de este argumento, ella puede concluir que, habiendo sido dejado
in loco parentis
a su cuidado sin su consentimiento y contra su voluntad, no puede ser tenida por responsable del mismo. En caso de fracasar en este intento, siempre tiene la oportunidad de presentar demanda ante el Ministerio por no haber hecho nada por preservarla de este peligro o, lo que es peor, por complicidad en la agresión, e incluso por proxenetismo. No está decidida aún.
—Entiendo —dijo Zellaby—. Realmente, sería interesante encontrar la fórmula adecuada para presentar una demanda.
—A decir verdad, no parecía creer realmente que las cosas llegaban hasta ese extremo —dijo Anthea.
—Y no creo que se equivoque —admitió Zellaby—. Hemos hecho las cosas lo mejor que hemos podido, pero los esfuerzos del gobierno para mantener oculto el asunto han debido ser considerables, aunque sus maquinaciones hayan quedado en secreto. Las pruebas portadas para sostener una demanda serían una mina de oro para los periodistas del mundo entero. De todos modos, fuera cual fuese el resultado de un tal debate, a doctora Haxby haría realmente fortuna. ¡Pobre Crimm, y pobre coronel Westcott! Tengo la impresión que van de cabeza a una montaña de problemas. Me pregunto cuales son los medios de que disponen para evitar todo esto... —Permaneció unos instantes en silencio antes de proseguir—: Querida Anthea, precisamente acabo de hablarle a Alan de que debe alejar a Ferrelyn de aquí lo que acabas de decirnos hace el problema aún más urgente. ¿No crees que el ejemplo de Margarey Haxby, una vez sea conocido, sería ampliamente seguido?
—Es algo que puede hacer decidirse a algunos, en efecto —admitió Anthea.
—En este caso, y admitiendo que un gran número siga su ejemplo, ¿no crees que hay un medio de contraatacar y de prever otras deserciones?
—Pero si, como dices, hay que evitar la publicidad...
—No se trata de una intervención de las autoridades, querida. No, me preguntaba lo que podría ocurrir si los niños se opusieran a ser desertados tanto como a ser desplazados.
—¿Pero no crees realmente que...?
—No lo sé. Tan sólo hago lo más que puedo para ponerme en la piel de un joven cuclillo. Tengo la impresión de que en su lugar tomaría muy a mal cualquier tentativa susceptible a atentar contra mi confort y mi bienestar. No se necesita siquiera ser un cuclillo para pensar así. No hago más que emitir una sugerencia, compréndelo, pero estimo que debemos asegurarnos de que Ferrelyn no se arriesgue a ser presa en la trampa aquí, si ha de ocurrir algo al respecto.
—De todos modos, será mejor que se vaya —afirmó Anthea—. Alan, podrías proponerle para comenzar un alejamiento de unas dos o tres semanas, mientras nosotros, aquí. vemos lo que ocurre.
—Muy bien —dijo Alan—. Es un buen principio. ¿Dónde está?
—La he dejado en el porche.
Los Zellaby lo contemplaron atravesar el césped y desaparecer tras la casa. Gordon Zellaby giró los ojos hacia su mujer.
—No creo que sea muy difícil —dijo Anthea—. Naturalmente, ella querrá quedarse cerca de él. Su sentido del deber es un obstáculo. Este conflicto le hace daño y la agota.
—¿Siente afecto por el bebé?
—Es difícil de decir. Las mujeres nos hallamos tan sometidas en este aspecto a un determismo social y tradicional. El instinto de autodefensa nos empuja a conformarnos con los ritos en vigor. Hay que dejar tiempo para que la sinceridad personal se afirme tanto como sea posible.
—No creo que ocurra así con Ferrelyn —dijo Zellaby, casi ofendido.
—¡Oh!, llegará a superarlo, estoy segura de ello. Pero aún no está preparada. Tiene todavía mucho camino que recorrer. Ha sufrido todos los traumas y las incomodidades de un embarazo como si se tratara de su propio hijo, y ahora, tras todo ello, debe hacerse a la idea de que biológicamente no es en absoluto su hijo y que ella no es más que lo que tu llamas una madre-huésped. Ese esfuerzo de adaptación es enorme.
Se detuvo unos instantes, mirando fijamente al césped.
—Cada noche rezo una pequeña oración de acción de gracias —añadió—. No sé a quién va dirigida, pero tan sólo quiero que se sepa en alguna parte, no importa donde, hasta qué punto estoy agradecida.
Zellaby tendió una mano y tomó la de su mujer. Tras unos instantes observó:
—Me pregunto si jamás se ha cometido catacresis más estúpida y más ignorante que la de la Madre Naturaleza. Es precisamente debido a que la naturaleza es despiadada, odiosa y más cruel que todo lo que uno pudiera imaginar por lo que ha sido necesaria la civilización Se dice de los animales salvajes que son feroces, pero los más violentos de ellos parecen casi domésticos cuando se piensa en la alevosía de los seres que pueblan los mares. En cuanto a los insectos, su vida no es más que un entretejido de horrores tan fantásticos como complejos. No hay convención más falaz que la idea de sabiduría sugerida por la madre naturaleza. Cada especie debe luchar para sobrevivir, y luchar con todos los medios posibles, a menos que el instinto de conservación se vea debilitado por otro instinto.
Antes de que Zellaby hubiera podido recuperar su aliento, Anthea se interpuso con una cierta impaciencia.
—Estás dando vueltas alrededor de la cuestión, Gordon. ¿Dónde quieres ir a parar?
—En efecto —confesó Zellaby—. Vuelvo de nuevo a los cuclillos. Los cuclillos son supervivientes muy determinados. Tan determinados que no hay más que una cosa a hacer cuando un nido está infestado de ellos. Ya sabes que soy muy humano, creo incluso poder decir que soy un hombre benévolo por naturaleza.
—Lo sé Gordon.
—Tengo también la desventaja de ser civilizado. Por todas estas razones, no puedo decidirme a aprobar lo que habría que hacer. Por otro lado, no creo que ninguno de nosotros pueda, aunque perciba su necesidad. Es por eso, como la pobre madre tordo, que vamos a alimentar y criar a ese monstruo, traicionando así a nuestra propia raza...
»Es curioso, ¿no crees? Ahogaremos una camada de gatos que no representan ninguna amenaza para nosotros, pero sin embargo criaremos dedicadamente a esas criaturas.
Anthea permaneció unos instantes sentada, sin moverse; luego giró la cabeza y le miró largamente.
—Gordon, cuando dices que sería necesario hacerlo, ¿lo piensas realmente?
—Sí, querida.
—No es algo que pueda creer de ti.
—Ya te lo he hecho notar. Pero nunca tampoco me he hallado ante una situación parecida. Me he dado cuenta de que "vive y deja vivir" tan sólo está al alcance de aquellos que se sienten confortablemente protegidos. Ahora estimo, y es algo que estaba lejos de esperar, que mi posición en la cima de la creación se halla amenazada, y esto es algo que no me gusta en absoluto.
—Pero, querido Gordon, seguramente exageras. Después de todo, no se trata más que de algunos bebés que no son como los demás...
—Y que puedan provocar a voluntad la neurastenia en mujeres bien equilibradas... y no olvides tampoco a Harriman... a fin de imponer su voluntad.
—Puede que esto desaparezca con la edad. Siempre se ha oído hablar de esta extraña comprensión, de esta especie de simpatía psíquica.
—En casos aislados quizá, pero no cuando se trata de sesenta y un casos idénticos. No, no hay una tierna inclinación hacia esos niños, y no se hallan rodeados tampoco de un aura de gloria. Son los bebés, más sensatos, listos y resueltos que haya visto nunca. Son también los más despiertos, y no tiene nada de sorprendente esto, puesto que consiguen todo lo que quieren. Por ahora se hallan en un estadio en el que sus necesidades son bastante limitadas, pero dentro de un tiempo... bien, ya veremos.