Los crí­menes de un escritor imperfecto (34 page)

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Authors: Mikkel Birkegaard

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Los crí­menes de un escritor imperfecto
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Cuando al fin me senté en mi coche, experimenté un enorme alivio. Sentí pleno control, no solo sobre el coche, sino también sobre lo que sucedería.

Había llegado la hora de jugar mi papel.

La primera parada fue en la estación de tren de Nordhavn. Allí compré un periódico, algunas revistas, golosinas variadas y patatas fritas. Me aseguré de que me dieran el cambio en monedas para el fotomatón. Desde allí me dirigí a Correos, donde encontré un sobre grande en el que deposité mi mensaje y lo eché a la caja del apartado de correos que se indicaba en
Demonios exteriores
. No dudé un instante de que el asesino se habría procurado el mismo apartado de correos de la novela. Cuando solté el sobre, tuve la sensación de que el acto desplegaba un lazo de unión entre los dos, la conexión quedaba establecida como una conversación a través de una centralita de teléfonos.

Ahora solo me quedaba esperar.

Por eso había comprado cosas para leer. Pero los periódicos y las revistas no eran suficiente compañía. Dejé el coche aparcado delante de Correos, atravesé Trianglen y bajé por la calle Nordre Frihavnsgade. Después de recorrer unos cincuenta metros apareció como un oasis Vinborsen, la tienda de licores. Compré dos botellas de Oban Single Malt de dieciocho años y un juego de vasos de güisqui en pack de regalo. De vuelta al coche, arranqué el papel de envolver y me serví un vaso. El primer trago me hizo rechinar los dientes, me obligué a beber el resto y después dejé el vaso junto al freno de mano.

No contaba con atrapar al asesino a la entrada o a la salida de Correos, así que hice girar la llave de arranque y puse el coche en marcha. Era ya entrada la tarde y no había mucho tráfico y sí muchas plazas de aparcamiento en la siempre concurrida zona de Osterbro.

No iba muy lejos. Las casas adosadas de Kartoffelrekkerne estaban a un kilómetro de Correos y en menos de cinco minutos ya entraba por la calle en la que viví diez años atrás. Los precios de las casas se habían cuadruplicado desde entonces y estaba claro que ese incremento en su valor había elevado el estatus de la zona. Varias de esas casas adosadas de dos pisos tenían cien años de antigüedad, pero las ventanas y el tejado eran nuevos, los jardines de las fachadas estaban bien cuidados y casi todos con muebles de teca y barbacoas Weber.

Aparqué a cincuenta metros de la casa donde vivía Line, ahora con un nuevo marido. El hombre al que mis hijas llamaban padre. Parecía que la casa estaba sin vida. Line debía de estar en el trabajo y mis hijas, en la escuela. El jardín delantero no desmerecía los de las casas vecinas. Unos buenos diez metros cuadrados allanados con losas, parterres y, en algunas partes, con césped recién cortado. Debía de ser Bjorn quien lo cuidaba, porque a Line nunca le había gustado arreglar el jardín, aunque tuviera predisposición a ser muy práctica. Sonreí para mí mismo recordando que Line con sus graciosos movimientos se ofrecía para ayudarme a arreglar el jardín, pero enseguida encontraba una excusa. «¿Quieres que prepare una taza de café?», proponía, y desaparecía hacia la cocina. Media hora más tarde volvía con el mejor capuchino del mundo colmado de espuma dibujando formas caprichosas.

Me hundí en el asiento de manera que pudiera ver por encima del tablero de mandos y me serví un güisqui más. El calor del alcohol y los recuerdos se extendieron por mi cuerpo. Una vez había vivido allí, había trabajado en esa casa y sido feliz. Entonces tenía todo lo que podía desear. Casa, esposa, hijas y un trabajo que me permitía mantenerlo todo.

La gente que en las entrevistas afirma que, en su vida, no se arrepiente de nada o que no hubiera hecho nada diferente, siempre me ha dado náuseas. Todo el mundo ha herido los sentimientos de alguien o ha hecho cosas egoístas que han perjudicado a alguna persona, pero no todos están dispuestos a admitirlo ni mucho menos. Los peores son los que admiten que han hecho daño, pero no se arrepienten de ello y dicen: «Eso me ha convertido en lo que soy». Pues, hostias, ¿qué seres tan fantásticos son que creen que es válido herir los sentimientos de otros? ¿Y si no hubieran herido a nadie, no serían mejores personas? Si no desean que su vida haya sido diferente, ¿no será porque están faltos de autocrítica o, como mínimo, de fantasía?

La fantasía a mí me sobraba.

Unas cuantas gotas de lluvia cayeron en la luna frontal y en el techo del coche, eran como pequeñas lanzas de agua. El ruido que producían al chocar contra el metal era contundente y rítmico. Poco a poco, se volvió más intenso, las gotas más pequeñas pero más abundantes, y al final, el ruido era casi estático. En pocos minutos la temperatura de la cabina disminuyó considerablemente, tirité y me ajusté la chaqueta al cuerpo mientras me hundía todavía más en el asiento.

Era imposible distinguir los detalles del exterior, todo se veía distorsionado a través de la cortina de agua que se deslizaba por la luna frontal. De vez en cuando podía intuir a personas que se movían bajo la lluvia, figuras misteriosas de cuerpos desfigurados detrás de la cortina de agua.

Sopesé poner en marcha el parabrisas, pero rehusé hacerlo. No podía saber cuánto tiempo me quedaría allí y no quería atraer atención innecesaria. Si funcionaba la comunicación con el asesino mediante el apartado de correos, quizá no hiciera falta permanecer tan cerca de mi familia, pero, si resultaba que él decidía seguir con su plan pese a todo, este sería el único lugar donde debería estar.

La sensación de que había hecho lo que estaba en mi mano, lo único que podía hacer, me tranquilizó. Leí un poco los periódicos, comí golosinas y bebí pausadamente de la botella. Fuera la lluvia amainó. No paró del todo, pero continuó suavemente mientras anochecía. La gente volvía a sus casas y las luces se encendían detrás de las ventanas.

De repente se encendió la luz en la casa que vigilaba. No había visto llegar a nadie, pero pudo haber ocurrido, claro, cuando leía los periódicos. Desde mi posición no podía ver directamente dentro del salón, solo constaté que la lámpara del alféizar de la ventana se había encendido. No podía saber si era Bjorn, Line o mis hijas quien había llegado.

No tenía pensado ponerme en contacto con ellos, pero allí sentado, cayéndome la noche encima y el frío calándome los huesos, deseé estar detrás de esos cristales, al calor del salón, rodeado de esa cálida iluminación, donde el repiqueteo de la lluvia era ensordecido por las voces de mis hijas y la preparación de la cena en la cocina.

Cerré los ojos y casi pude percibir el olor de la comida.

38

A
PORREARON el cristal.

Un ruido fuerte e insistente. Abrí los ojos lentamente. Era de día. Mis ojos se achicaron contra la luz y miré a mí alrededor para localizar el origen de los golpes. Tenía la botella de güisqui en mi regazo, apretada contra mí como un niño de pecho a quien se quiere proteger del frío. El vaso estaba encima del salpicadero. Todavía quedaba un trago, pero una repentina náusea hizo que desviara la mirada.

Volvieron a golpear el cristal. A mi lado.

Miré hacia la ventana y la sequé porque estaba empañada. Al otro lado estaba Line. Encorvada hacia el cristal, me miraba con rabia y asombro a la vez.

—¿Frank?

Creo que conseguí esbozar una sonrisa, pero muy bien podía haber sido una mueca, porque todavía no estaba consciente del todo. Con movimientos lentos pude dar con la manivela y bajé el cristal. Durante la acción se cayó la botella de güisqui y fue a dar en uno de los pedales produciendo un audible catacroc.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Line tras bajar el cristal. Se inclinó hacia delante, pero se retiró de golpe cuando el olor del interior del coche le dio en la cara. Arrugó la nariz un poco.

—Hola, Line. —Tenía la voz pastosa y carraspeé. Todavía estaba amodorrado de sueño y no sabía qué responder. Lo único que registré fue un deseo terrible de abrazar a mi exmujer.

—Pensaba si no tendrías un poco de desayuno.

Line me miró desarmada. Sus ojos inspeccionaron el interior del coche, y repasaron la bolsa de golosinas vacía, los periódicos y el vaso de güisqui.

—¿Has pasado toda la noche aquí?

—Solo una taza de café —continué yo—. Me reconfortaría.

—No es una buena idea, Frank.

—Voy a portarme bien. Yo… he dejado de beber.

Line me sostuvo la mirada. Después se enderezó y miró de un lado a otro.

—Hay algo que debo contarte —dije—. Algo importante.

Vi que tomaba una profunda bocanada de aire y después miró la calle como para asegurarse de que no nos observaba nadie.

—Una taza de café —dijo—. No más. Tengo que ir al trabajo dentro de una hora.

Asentí con ímpetu y empecé a removerme en el asiento. Tenía los miembros del cuerpo entumecidos de estar tanto tiempo en la misma posición y me quejé en silencio al bajar del coche. Line iba unos pasos por delante de mí. Arrastraba una bicicleta. La luz trasera todavía estaba encendida.

—He acompañado a Tilde —dijo, y abrió la puerta de la casa—. Le hace sentirse un poco incómoda que la acompañe.

—Han crecido tanto —dije. En mis adentros me maldecía por la banalidad de mis palabras. Line suspiró.

—Si tú supieras —dijo. Al momento de decirlo, me miró aterrada. Después desvió la mirada—. Perdona.

Yo me encogí de hombros.

—No importa… Mis padres me mantienen informado. —Era mentira, pero no estaba allí para ponerla en un aprieto. En realidad, todavía no sabía por qué estaba allí.

Mucho había cambiado la casa desde que yo no vivía allí. Todo muy arreglado y las paredes, pintadas con tonos claros. Habían cambiado los muebles y las fotografías, y las pequeñas fruslerías mostraban las experiencias comunes de los allí residentes. Me hubiera gustado entretenerme mirando las fotos, pero Line continuó. La cocina estaba reformada y la habían ensanchado para instalar un comedor en un rincón, y ahí nos sentamos. Yo seguía con mi chaqueta puesta. Line no me había dicho que me la quitara y yo no quería forzar la situación. Necesitaba el calor de la casa y agarré la taza con las dos manos para ahuyentar el frío de los dedos.

—¿Qué hacías ahí fuera? —preguntó Line tras un momento de silencio.

—Ironika vino a verme a la feria del libro —dije—. Casi no la reconocí.

Line asintió con la cabeza.

—Ya no quiere que la llamemos Ironika —dijo—. Rompió con el sobrenombre en una reunión familiar de hace unos meses. Nos sorprendió a todos. Se levantó y dijo que estaba cansada de que la llamaran Ironika y que quería que la llamáramos por su nombre verdadero. —Line sonrió para sí misma—. Me sentí triste y orgullosa a la vez.

—Ha heredado la determinación de su madre —dije, e intenté olvidar la expresión «reunión familiar» que Line había usado.

—Lo de la feria del libro fue idea suya también —continuó sin hacerse cumplidos—. Lo supe después.

—Sí, a mí también me sorprendió. —Suspiré con el recuerdo de nuestra corta conversación en el reservado del
stand&mdash
;. Creo que me cogió en un mal momento.

—Mencionó que te habías comportado de forma un poco rara.

Asentí con la cabeza.

—Son tiempos extraños.

Posé la mirada en mi taza. Era un buen café. Fuerte y caliente, producido con grano ecológico hecho en cafetera a presión. Line lo tomaba con leche o crema de leche, pero yo siempre lo tomaba solo, y ella se acordaba.

—He venido porque estoy preocupado por vosotras —dije al fin.

Line iba a decir algo, pero yo alcé una mano para darle a entender que iba a explicárselo.

—Me ha salido un fan —empecé diciendo—. Un fan muy pedante al que desagradan los errores de mis libros. Se ha puesto como meta instruirme sobre mis insuficiencias, señalarme los fallos que he cometido y mostrarme cómo ocurre en la realidad.

Line abrió los brazos.

—Siempre habrá esta clase de gente —dijo—. Recuerdo algunas cartas que recibías…

—Esta vez es diferente —la interrumpí—. Este de ahora pretende mostrarme cómo debería haberlo escrito. ¿Entiendes? Quiere «mostrármelo».

Line frunció las cejas.

—Quieres decir que…

—Ha matado a gente —dije.

Pasaron unos segundos antes de que uno de los dos hablara. Line me estudiaba detenidamente como si esperara que en cualquier momento fuera a estallar en risas o en llanto.

—Ejecuta escenas de mis libros, las lleva a cabo hasta el último detalle, para mostrarme que no controlo la veracidad de algunos detalles y datos de las descripciones. Es como un profesor de danés que corrige mi estilo, a excepción de que no se limita a subrayarlo en rojo, al menos, no con tinta.

Line sacudió la cabeza.

—Frank, ¿estás seguro?

—Verner está muerto —dije.

La mirada de Line adquirió una expresión de desconcierto como si quisiera sacar el nombre de un cajón que se había cerrado hacía mucho.

—Fue asesinado en el hotel Marieborg, exactamente como yo lo había descrito en
Quien bien siembra
.

—Nunca leí ese libro —dijo Line tranquila.

—Bueno, no importa, pero puedo asegurarte que no es una manera agradable de morir, ese alguien se ha esmerado para reconstruir el desarrollo completo de los hechos.

—¿Porqué?

Me encogí de hombros.

—Para avergonzarme, instruirme, castigarme, quién sabe.

—¿Qué dice la policía?

—Creen que lo han asesinado por venganza. —Pero ¿no les has explicado esto de tu fan? Meneé la cabeza negándolo.

—No puedo. Linda Hvilbjerg también está muerta. La asesinaron mientras yo dormía arriba. —Me callé cuando vi que un amago de resignación cruzaba por sus ojos.

—Necesitas ayuda, Frank.

—No puedo acudir a la policía —dije.

—No me refería a ese tipo de ayuda —respondió—. Me refería a que necesitas un psicólogo.

Le cogí una mano entre las mías.

—Lo que necesito es que me creas —dije.

—¿Por qué? ¿Qué puedo hacer yo? Intentó retirar la mano, pero yo no se la solté. —Puedes proteger a nuestra hija.

Line se levantó de un respingo, tan bruscamente que no pude retener su mano.

—¡¿Qué?!

—Creo que lo tengo bajo control, pero…

—¿Qué pasa con Veronika? —Podría ser la siguiente.

—¡Estás enfermo, Frank! —gritó Line, y dio un paso atrás.

Extendí las manos ante mí.

—No, espera…

—¡Si existe alguien de quien debo protegerla, ese eres tú! —Sacudió la cabeza—. Siempre has sido tú. Nunca has
podido
separar fantasía y realidad, ¿verdad? Todo lo que sucede en la vida real pasa a ser un relato para ti, ¿no? Algo que puedes usar, algo que puedes escribir. Y, ahora, todo lo que escribes se hace realidad, ¿no?

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