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Debemos devolvérselo a los hechiceros, por supuesto, aunque, en mi opinión, no a Dalamar. —Lord Vivar frunció el entrecejo—. Como mínimo habría que alejar el objeto de las manos del kender. ¿Dónde está Palin Majere? Creo que es la persona adecuada a quien consultar.
—No podréis impedir que el artilugio vuelva a mis manos —señaló Tas—. Siempre regresa a mí, y lo hará, tarde o temprano. Par-Salian, el gran maestro a quien conocí personalmente, ¿sabéis?, se mostraba muy respetuoso con los kenders. Mucho. —Tas dirigió una mirada severa a Gerard con la esperanza de que el caballero cogiera la indirecta—. En fin, como decía, Par-Salian le explicó a Caramon que el ingenio estaba diseñado mágicamente para que volviera siempre a la persona que lo utilizaba. Es una medida de precaución para que uno no se quede atrapado en otro tiempo sin medios para regresar a casa. Una medida muy útil, por cierto, ya que tengo tendencia a perder cosas. Una vez se me extravió un mamut lanudo. Ocurrió que...
—Estoy de acuerdo, milord —dijo Gerard—. Cierra el pico, kender. Habla sólo cuando se te pregunte algo.
—Disculpadme —intervino Tas, que empezaba a aburrirse—, pero si no vais a prestarme atención, ¿podría ir a ver esos mapas? Me encantan los mapas.
Lord Vivar hizo un gesto de aquiescencia con la mano y Tas se alejó; al cabo de unos instantes se hallaba absorto en el examen de los mapas, que eran realmente preciosos pero que, cuanto más los miraba, más desconcertado se sentía.
Gerard bajó el tono de voz hasta el punto de que a Tas le costó un gran esfuerzo oírlo.
—Por desgracia, milord, Palin Majere se encuentra en una misión secreta en el reino de Qualinesti, con el propósito de consultar con los hechiceros elfos. Dichas reuniones fueron prohibidas por Beryl, y si llega a sus oídos dónde ha ido, su represalia sería terrible.
—Con todo, opino que Palin Majere debe saber esto de inmediato —argumentó el comandante.
—Y también debe ser informado de la muerte de su padre. Si me dais vuestro permiso, milord, me encargaré de escoltar al kender y de llevar este artefacto hasta Qualinesti, para poner ambos en manos de Palin Majere y para comunicarle la triste nueva. Le explicaré la petición de su padre a la hora de su muerte y le pediré que juzgue si es oportuno, o no, cumplir su voluntad. No me cabe duda de que me exonerará del compromiso.
La expresión preocupada de lord Vivar se desvaneció.
—Tienes razón. Deberíamos poner el asunto en manos de su hijo. Si decide que la última voluntad de su padre es imposible de cumplir, podrás, sin menoscabo a tu honor, declinarla. Pero ojalá no tuvieses que viajar a Qualinesti. ¿No sería más prudente esperar hasta el regreso del mago?
—Ignoramos cuándo regresará, milord. Sobre todo ahora que Beryl ha cerrado todos los caminos. Considero este asunto de suma urgencia, aparte de que —bajó el tono de voz— tendríamos problemas para retener indefinidamente al kender.
—Fizban me ordenó que regresara de inmediato a mi propio tiempo —informó Tas—. No debo zascandilear. Sin embargo, me encantaría ver a Palin y preguntarle por qué todo fue tan mal en el funeral. ¿Creéis que eso podría considerarse «zascandilear»?
—Qualinesti se encuentra en pleno territorio de Beryl —decía lord Vivar—, y es jurisdicción de los Caballeros de Neraka, quienes se sentirían sumamente complacidos de echar mano a uno de nuestra Orden. Y si los Caballeros de Neraka no te prenden y te ejecutan por espía, lo harán los elfos. Un ejército de los nuestros no podría entrar en ese reino y sobrevivir.
—No pido un ejército, milord, ni escolta alguna —respondió Gerard con firmeza—. Preferiría viajar solo.
Realmente lo prefiero —
dijo, poniendo énfasis en sus palabras—. Solicito vuestro permiso para dejar el servicio en la guarnición durante un tiempo, milord.
—Lo tienes, desde luego. —Lord Vivar sacudió la cabeza—. Aunque no sé qué dirá tu padre de todo esto.
—Dirá que se siente orgulloso de su hijo, porque le comunicaréis que he emprendido una misión de suma importancia, que lo hago para satisfacer la última voluntad de un moribundo.
—Correrás peligro, y eso no le gustará —adujo el comandante—. En cuanto a tu madre... —Frunció el entrecejo en un gesto ominoso.
Gerard adoptó una actitud firme y seria.
—Hace diez años que soy caballero, milord, y todo lo que tengo para demostrarlo es el polvo de una tumba en mis botas. Merezco que se me dé esta oportunidad, señor.
—Bien, éste es mi dictamen —anunció lord Vivar mientras se ponía de pie—. La Medida establece que el último deseo de un moribundo es sagrado. El honor nos obliga a realizarlo si es humanamente posible. Irás a Qualinesti y consultarás el asunto con el hechicero Palin. Lo tengo por un hombre con buen criterio y sentido común... para ser un mago, se entiende. No se puede esperar mucho de ellos. Aun así, creo que puedes confiar en él para que te ayude a determinar lo que es correcto, o, al menos, para dejar en sus manos al kender y el artilugio mágico robado.
—Gracias, milord. —Gerard parecía complacido en extremo.
«¿Y quién no? —pensó Tas—. Viaja hacia un territorio dominado por un dragón que ha cerrado todas las calzadas, y tal vez lo capturen los caballeros negros, que pensarán que es un espía, y si eso no funciona, entrará al reino elfo y verá a Palin, Laurana y Gilthas.»
El placentero cosquilleo tan conocido para un kender, un cosquilleo al que esa raza tenía una grave adicción, empezó a dejarse notar en las inmediaciones de la columna vertebral de Tas; después se abrió camino hasta sus pies, que empezaron a picarle, se extendió por los brazos hasta los dedos, los cuales comenzaron a moverse, y subió hasta su cabeza. Tas notó que el cabello se le erizaba por la excitación.
Finalmente, el cosquilleo se enroscó en los oídos de Tasslehoff y, debido al aumento de riego sanguíneo en la cabeza, el kender reparó en que la advertencia de Fizban de que regresara
enseguida
empezaba a perderse entre ideas de caballeros oscuros, espías y, lo más importante, la calzada abriéndose ante él.
«Además —se dio cuenta Tas de repente—, sir Gerard cuenta con que lo acompañe. No puedo decepcionar a un caballero. Y tampoco puedo dejar tirado a Caramon. Caray, qué expresión tan poco afortunada. El pobre se cayó rodando por la escalera y se golpeó la cabeza.»
—Iré contigo, sir Gerard —anunció Tas con aire magnánimo—. Lo he meditado seriamente y no me parece que eso sea zascandilear, sino una misión. Estoy seguro de que a Fizban no le importará si emprendo una pequeña aventura.
—Pensaré algo que decirle a tu padre para apaciguarlo —decía en ese momento lord Vivar—. ¿Necesitas que te proporcione algo para esa misión? ¿Cómo viajarás? Sabes que, de acuerdo con la Medida, no te está permitido disimular tu verdadera identidad.
—Viajaré como caballero, milord —respondió Gerard al tiempo que aparecía una leve arruga en su entrecejo—. Os doy mi palabra.
—Tramas algo —manifestó lord Vivar, que lo observaba con intensidad—. No, no me lo digas. Cuanto menos sepa sobre eso, mejor. —Echó una ojeada al ingenio, que resplandecía sobre la mesa, y suspiró—. Magia y un kender. Una combinación funesta, a mi entender. Mis bendiciones van contigo.
Gerard envolvió el objeto cuidadosamente. El comandante acompañó a Gerard a la puerta del despacho, recogiendo a Tas en el camino. El joven caballero le retiró varios mapas de los más pequeños que, a saber cómo, habían ido a parar debajo de la pechera de su camisa.
—Los cogí para rectificarlos —explicó Tas, que dirigió una mirada acusadora a lord Vivar—. En verdad empleáis cartógrafos muy malos. Han cometido varios errores garrafales. Los caballeros negros ya no ocupan Palanthas. Los expulsamos dos años después de la Guerra de Caos. ¿Y por qué hay ese extraño círculo, parecido a una burbuja, dibujado alrededor de Silvanesti?
Los dos caballeros seguían enfrascados hablando de temas que les concernían, algo relacionado con la misión de Gerard, y no le hicieron caso. Tas sacó otro mapa que, de algún modo, se había abierto camino hacia el interior de sus calzas y que en ese momento se le estaba clavando en una parte muy sensible de su anatomía. Cambió el mapa de los calzones a una bolsa y, mientras lo hacía, sus nudillos rozaron algo duro, con forma de huevo.
Era el ingenio para viajar en el tiempo. El artilugio que lo devolvería a su tiempo y que había regresado a él, como no podía ser de otro modo. De nuevo se encontraba en su poder. La severa orden de Fizban pareció retumbar con fuerza en sus oídos.
Tas miró el artilugio, pensó en Fizban y reflexionó sobre la promesa que había hecho al viejo mago. Obviamente, sólo había un modo de proceder.
Asió con firmeza el ingenio, con cuidado de no activarlo de manera accidental, y siguió a Gerard, que seguía enfrascado en la conversación con lord Vivar. A fuerza de soltar una esquina del envoltorio que llevaba el caballero más joven, con la destreza y el sigilo que sólo un kender sabe emplear, Tasslehoff deslizó el ingenio de vuelta al interior del paquete.
—¡Y quédate ahí! —le ordenó, severo.
El tajo de Beckard
Situada a orillas del Nuevo Mar, Sanction era la mayor ciudad portuaria del nordeste de Ansalon. Era una urbe antigua, establecida mucho antes del Cataclismo. Se sabía muy poco de su historia, excepto que antes de aquella gran hecatombe Sanction había sido un lugar agradable donde vivir.
Muchos se preguntaban la razón de que tuviese un nombre tan raro, que significaba «sanción». Según la leyenda, cuando no era más que un pequeño pueblo, vivía allí una humana de avanzada edad cuya opinión era respetada en todas partes. Disputas y desacuerdos sobre cualquier asunto, desde la propiedad de barcas hasta contratos matrimoniales, se le consultaban a la anciana. Ella escuchaba a todas las partes y después daba su veredicto, que siempre era justo e imparcial, sabio y acertado. «La anciana así lo ha sancionado», era la respuesta a sus sentencias y, en consecuencia, el pequeño pueblo en el que residía se hizo famoso como un lugar de autoridad y ley.
Cuando los dioses desataron su ira y arrojaron la montaña de fuego sobre el mundo, el continente de Ansalon se fraccionó. Las aguas del océano Turbulento, al que a partir de entonces se lo llamó mar de Sirrion, se vertieron en grietas y fisuras recién creadas en la masa continental y dieron lugar a un mar nuevo que la gente, con sentido práctico, dio en llamar precisamente así: el Nuevo Mar. Los volcanes de la cordillera de la Muerte entraron en erupción y vomitaron ríos de lava que fluyeron hacia Sanction.
Con la innata capacidad de recuperación del género humano, la población no tardó en convertir un desastre en algo de lo que se podía sacar ventaja, y quienes antaño labraban la tierra y recogían cosechas de alubias o cebada cambiaron el arado por la red y cosecharon los frutos del mar. Surgieron multitud de aldeas pesqueras a lo largo de la costa del Nuevo Mar.
Los vecinos de Sanction se trasladaron a las playas, donde la brisa marina arrastraba lejos los gases de los volcanes. La ciudad prosperó, pero no creció de manera significativa hasta la llegada de los grandes barcos. Marineros aventureros de Palanthas surcaron con sus naves el Nuevo Mar confiando en encontrar un paso fácil y rápido al otro lado del continente, a fin de evitar la ruta mucho más larga y peligrosa que discurría por el norte, a través del mar de Sirrion. La esperanza de los emprendedores marineros se truncó, ya que tal pasaje no existía. Sí descubrieron, sin embargo, que había un puerto natural en Sanction, una ruta por tierra que no era demasiado difícil, y mercados que necesitaban sus mercancías al otro lado de las montañas Khalkist.
La ciudad empezó a prosperar, a expandirse y, como cualquier criatura que se desarrolla, a soñar. Sanction se vio como una segunda Palanthas: famosa, respetable, consolidada y opulenta. Sin embargo, esos sueños no se materializaron. Los caballeros solámnicos velaban por Palanthas, la protegían y la dirigían conforme al Código y la Medida. Sanction pertenecía a quienquiera que tuviese la fuerza y el poder para gobernarla. La urbe creció como un niño testarudo y malcriado, sin reglas ni leyes y con dinero de sobra.
Sanction no se mostró quisquillosa con quienes llegaban hasta ella. Acogió de buen grado a gentes codiciosas, especuladoras, sin escrúpulos. Ladrones y forajidos, timadores y prostitutas, mercenarios y asesinos consideraban a Sanction su hogar.
Llegó el momento en que Takhisis, Reina de la Oscuridad, intentó regresar al mundo, y agrupó ejércitos para conquistar Ansalon en su nombre. Ariakas, general de dichos ejércitos, se dio cuenta del valor estratégico de Sanction para la ciudad sagrada de Takhisis, Neraka, así como para el puesto avanzado de Khur. Lord Ariakas marchó con sus tropas sobre Sanction y la conquistó, si bien apenas encontró resistencia. Construyó templos para su diosa y estableció su cuartel general allí.
Los Señores de la Muerte, tres volcanes que rodeaban Sanction, percibieron el ardor de la ambición de la Reina Oscura agitándose bajo ellos y despertaron de su prolongado letargo. Ríos de lava fluyeron desde los cráteres e iluminaron las noches de Sanction con un intenso resplandor. Los temblores de tierra se sucedían de continuo, y las tabernas de Sanction perdieron fortunas por la rotura de vajillas, de modo que empezaron a servir la comida en platos de estaño y la bebida en jarras de madera. El aire era ponzoñoso, cargado de gases sulfúricos, y los Túnicas Negras debían trabajar sin descanso para que la ciudad fuese habitable.
Takhisis se lanzó a la conquista del mundo, pero al final no pudo vencerse a sí misma; sus generales se enfrentaron y lucharon unos contra otros. El amor y el sacrificio generoso, la lealtad y el honor ganaron la batalla. Las ruinas de Neraka quedaron esparcidas y malditas en el sombrío valle que conducía a Sanction.
Los Caballeros de Solamnia marcharon contra Sanction y se apoderaron de ella tras librar una batalla con sus habitantes. Conscientes de la posición estratégica de la ciudad, así como de su importancia financiera para esa parte de Ansalon, los caballeros establecieron una fuerte guarnición en ella. Derribaron los templos dedicados al Mal, incendiaron los mercados de esclavos, arrasaron los burdeles. El Cónclave de Hechiceros envió magos para proseguir la labor de limpieza de la emponzoñada atmósfera.
Cuando los Caballeros de Takhisis empezaron a acumular poder, unos veinte años más tarde, Sanction se encontraba entre los primeros objetivos de una lista de prioridades. Y podrían haberla capturado sin demasiado esfuerzo, ya que los solámnicos se habían dejado envolver en el letargo de los años de paz y ya no estaban alertas en sus puestos. Pero antes de que los caballeros negros tuvieran ocasión de atacar Sanction, la Guerra de Caos ocupó la atención de los Caballeros de Takhisis y despertó a los solámnicos.