—¡Tío Jean! ¡De manera que lo logró! ¡Luce maravillosamente bien! Papá y mamá hubieran querido venir, pero los caminos están muy malos, de manera que tuve que traer el jeep y cadenas para pasar a través de la montaña. Jean Marie lo cogió por los hombros y lo alejó de él para contemplarlo mejor. El niño había desaparecido. Ahora estaba frente a un hombre, todo músculo y fortaleza, de rostro curtido por el aire y de manos duras y callosas. Jean Marie aprobó con satisfacción.
—Sí, ha conseguido lo que se propuso: parece un verdadero campesino.
—Oh, lo soy. Campesino hasta las suelas de mis zapatos. Para que la casa estuviera lista para el invierno, tuvimos que trabajar duro, pero lo conseguimos. No espere, sin embargo, encontrar nada muy grandioso. Lo único que podemos garantizarle es comida y abrigo contra el frío.
—Ya descubrirán que soy muy fácil de contentar —dijo Jean Marie.
—Toda su gente llegó y está muy bien.
—¿Mi gente?
—Usted sabe, los que usted envió con su contraseña "el cosmos es una copa de vino". Vinieron en tres grupos, nueve personas en total. Están instalados y muy contentos.
Un instinto elemental retuvo a Jean Marie de continuar preguntando. En cuanto llegara al valle el misterio se aclararía solo. Se limitó pues a asentir diciendo.
—Me alegro de que no significaran ningún problema.
—Por el contrario.
—¿Cómo se encuentran su madre, su padre y Katrin?
—Oh, están espléndidos. Madre ha encanecido, pero le sienta bien. Padre se pasea de arriba abajo como un capitán sobre su alcázar, inspeccionando todo con su único ojo bueno y aprendiendo a manejar herramientas con el aparato mecánico que le hace las veces de mano. Katrin está embarazada de dos meses y decidieron con Franz que lo aguardarían a usted para que los casara.
El señor Atha salió en ese momento, abriéndose paso a través de los grupos con un carro cargado de equipaje. Johann se quedó mirándolo con la boca abierta y luego estalló en una carcajada.
—¡Lo conozco! Es el que… Tío Jean, esto es realmente extraordinario. Este hombre…
—No se lo diga ahora —dijo el señor Atha—. Espere un poco aún. Las sorpresas son muy convenientes para él.
—De acuerdo —dijo Johann riendo de nuevo mientras cogía el brazo de Jean Marie—. Realmente creo que vale la pena esperar.
Los dos jóvenes abrieron camino a Jean Marie entre la multitud hasta que llegaron a la zona de embarque. Mientras Johann corría a buscar el jeep, Jean Marie miró al señor Atha con velado reproche.
—Creo, amigo mío, que me debe algunas explicaciones.
—Lo sé —dijo el señor Atha con su encanto acostumbrado—. Pero estoy seguro de que encontraremos un lugar y un momento más apropiado para hacerlo que ahora y aquí… Es un esplendido muchacho.
—¿Johann? Sí, en efecto. Ha madurado mucho desde la última vez que lo vi. —Un súbito pensamiento lo asaltó. Gimió en voz alta—. Es la víspera de Navidad. Y yo he estado tan concentrado en mí mismo que me olvidé por completo de comprar regalos para la familia, o para usted. Me siento muy avergonzado.
—Yo no necesito regalos y usted me paga precisamente para que recuerde. De manera que, antes que partiéramos, compré algunas cosas. Ahí las tengo, muy bien empaquetadas. Lo único que tiene que hacer es escribir las tarjetas. —Sonrió y agregó—: Espero haber elegido bien.
—Estoy seguro de que sí, pero esta vez preferiría no tener sorpresas. ¿Qué compró?
—Para Frau Mendelius, pañuelos de cabeza y pañuelos de bolsillo, para el joven, una camiseta de lana para hacer esquí; para la joven, un perfume y para el profesor, unos prismáticos de aumento que le faciliten la lectura. ¿Está bien?
—¡Magnífico! Soy su eterno agradecido… Pero eso no lo dispensa de las explicaciones que me debe:
—Le prometo que las tendrá y espero que comprenderá —dijo el señor Atha—. Aquí está Johann.
Ayudaron a Jean Marie a subir al jeep, lo envolvieron en una manta y una chaqueta de piel de oveja y partieron rumbo a la autopista que conducía a Garmisch, con Johann charlando animadamente sobre la pequeña comunidad del valle.
—…Nuestras intenciones, al comienzo, fueron más bien vagas. Papá tenía su idea respecto de la fundación de una academia para postgraduados; en cuanto a mí, lo veía más bien como un lugar donde mis amigos y yo pudiéramos escondernos en caso de conflicto con las autoridades. Eso fue, como recordará, en aquellos días cuando nos encontrábamos organizando un grupo clandestino en la Universidad y comprándole armas a Dolman… Luego, naturalmente, todo cambió. Era preciso ayudar a papá a rehacer su vida y este lugar parecía ideal para eso.
"Ocho de nosotros vinimos pues aquí y comenzamos a trabajar en la habilitación de los edificios. Acampamos en el pabellón y trabajamos de sol a sol. Como podrá ver, el lugar queda bastante alejado de las grandes vías de comunicación, de manera que no esperábamos recibir muchas visitas. Sin embargo la gente comenzó a llegar poco a poco, casi toda gente joven, pero también algunas personas de más edad. Atribuimos esto al hecho de que en el otoño Bavaria se llena de turistas. Está el Festival de la Cerveza, la Opera y las grandes colecciones de la moda. Debido a eso llegó toda clase de gente: italianos, griegos, yugoeslavos, vietnamitas, polacos, americanos, japoneses. Muchos dijeron que querían quedarse y ayudar. Fue estupendo porque nos hacía falta mano de obra. Así es que implantamos una ley muy sencilla: trabaje y participe. Es sorprendente lo que se ha obtenido. Hasta aquí y a pesar de que somos una comunidad muy heterogénea, nos hemos mantenido unidos, como no tardará en constatarlo.
—¿Dio esa gente alguna razón especial para unirse a ustedes?
—No hacemos preguntas —dijo Johann—. Simplemente si alguien quiere hablar, lo escuchamos. Supongo que podría decirse sin faltar a la verdad que muchos de ellos llevan heridas ocultas.
—Y les gustaría nacer de nuevo sin ellas —dijo el señor Atha.
—Sí, es una buena forma de expresarlo —dijo Johann pensativamente.
Cuando alcanzaron los primeros contrafuertes de los Alpes, Johann dobló al sur y comenzó una larga ascensión por un retorcido camino rural, densamente hundido en la nieve. En el preciso lugar en que el camino terminaba para transformarse en un sendero de leñador que cruzaba a través de los pinos, había un pequeño templo, erigido a la vera del camino que consistía en el acostumbrado crucifijo tallado en madera y protegido por un pequeño techo. Johann disminuyó la velocidad del jeep.
—Este fue el lugar donde encontramos por primera vez al señor Atha cuando mis amigos y yo caminábamos por aquí rumbo a Austria. Le preguntamos si conocía algún buen lugar para acampar y nos señaló el sendero que ahora estamos tomando… Afírmese tío Jean, de aquí en adelante la cosa se pone fea.
De hecho fueron quince minutos de bamboleo, sacudidas y brincos tan violentos que parecían amenazar con arrancar las dentaduras, hasta que cuando finalmente emergieron del bosque, vieron delante de ellos un negro muro de roca con las hendiduras blancas de nieve. A través de este muro, claro y nítido, como cortado por el hacha de un gigante, se abría un desfiladero de más o menos cien metros de largo cuya extremidad más lejana se hallaba cerrada por una empalizada formada por troncos cortados a lo largo y armados en grandes ejes de hierro forjado a mano. Johann saltó del jeep, abrió la empalizada y condujo hacia una larga depresión en forma de plato cuyos bordes de negros peñascos se abrían, de trecho en trecho para dar paso a los pinares y las plantas silvestres que crecían en las tierras bajas que rodeaban al lago. Johann detuvo el jeep. El señor Atha se bajó a cerrar la empalizada. Johann señaló hacia los remolinos de nieve que se divisaban allá abajo.
—A través de esta oscuridad no es mucho lo que podrá ver. El lago es bastante más grande de lo que parece visto desde aquí. Las luces que se divisan a través de los árboles vienen de la habitación principal y de las cabinas situadas a cada uno de sus costados. La caída de agua se encuentra en aquel lugar más alejado y la entrada de la vieja mina cincuenta yardas hacia la izquierda… ¡Hay tanto que mostrarle! Pero primero lleguemos a casa. Padre y madre deben estar mordiéndose las uñas de impaciencia…
El señor Atha se trepó al jeep y volvieron a sacudirse a través del sendero para ciervos en dirección a las dispersas luces amarillas que los aguardaban en la lontananza.
—Hasta la hora de la cena usted nos pertenece enteramente —le dijo una radiante Lotte—. Carl instauró unas leyes tan severas como las de los Medos y los Persas. Nada de comité de recepción. Nada de visitantes. Ninguna interrupción hasta que hubiéramos podido disfrutar de nuestro propio tiempo con nuestro propio Jean Marie. Johann prometió hacerse cargo de su señor Atha. Los demás están muy ocupados decorando el árbol de Navidad y cocinando la comida de esta noche… Todos hemos tenido que acostumbrarnos a disponer de menos espacio y también de una menor vida privada; pero en esta época de Navidad es bastante agradable pertenecer a una tribu.
Se hallaban sentados alrededor de una antigua estufa de porcelana en lo que un día había sido la sala de los sirvientes del lugar. El moblaje consistía en una pequeña mesa de pino cubierta por pilas de libros, un piso de madera y tres desvencijados sillones. Tomaban café al que se había agregado un poco de coñac y mordisqueaban unos bizcochos recién salidos del horno.
En aquellos cortos meses Lotte había envejecido visiblemente. Los últimos rastros de juventud habían desaparecido y ahora ella no era sino una señora de cabellos plateados, de rasgos suaves y maternales y la pronta sonrisa de una mujer en paz consigo misma y con el mundo. Mendelius se veía también disminuido por la edad y la enfermedad, pero continuaba siendo un hombre sólido y vigoroso. Uno de los lados de su cara había sido destruido, herido y manchado por los diminutos fragmentos que habían provocado la ruptura de su sistema capilar, pero el parche negro que llevaba sobre el ojo le daba un cierto aspecto de truhán y su desmochada sonrisa conservaba todo su humor. Demostró no hallarse del todo insatisfecho con Jean Marie Barette.
—…La cojera no tiene ninguna importancia. Al contrario es justo lo suficiente para darle el aspecto de un distinguido veterano de guerra. ¿El rostro? Bien, la verdad es que yo no me habría dado cuenta de que había sufrido de una hemiplejia. ¿Lo habrías notado tú, Lotte? De todos modos, al lado mío parece el David de Donatello… De manera que, a pesar de todo, mi viejo querido, ¡seguimos siendo dos hombres muy vitales! ¿Qué le parece este lugar? Por supuesto, ahora, con esta tempestad de nieve es imposible ver nada, pero es muy estimulante. En este momento somos cuarenta aquí, incluidos cuatro niños. Ya los conocerá, antes de la cena. Y le aseguro que será una buena cena. Johann y sus amigos lograron almacenar, durante el pasado mes, alrededor de cincuenta toneladas de pertrechos diversos. Los bosques están llenos de ciervos. Tenemos cuatro vacas en el granero. Ya tendrá esta noche ocasión de olerlas porque su habitación está precisamente encima de los establos… Naturalmente usted celebrará la misa de medianoche para nosotros, aunque no todos los que están aquí sean cristianos. Solucionamos ese punto estableciendo lo que llamamos la "comunión de amigos" y cuyo centro es la comida de la noche. El que no se sienta bien y no quiera participar tiene el recurso de llegar tarde a cenar. El resto de nosotros se sienta y se toma de las manos en silencio. Si alguien desea decir una oración, la dice, si alguien quiere ofrecer un testimonio o preguntar por algún detalle o por un relato de nuestro día común, este es el momento para hacerlo. Terminamos con la recitación del Padre Nuestro. La mayoría de la gente se une a la oración. Luego cenamos… Parece que la cosa está dando resultados. Pero hay algo más que debe saber. —Mendelius se enderezó en su silla y su tono se hizo más formal—. Las acciones del valle están a nombre mío y al de Lotte, con los niños como herederos naturales. Sin embargo hemos comprendido que, puesto que la mayoría de la gente que hay aquí es joven, ya no resultaba apropiado que yo fuera el jefe, de tal suerte que, por común acuerdo, Johann es ahora el guía de la comunidad.
—Ha resultado muy bien —dijo alegremente Lotte—. Ya cesó toda rivalidad entre Carl y Johann. Se respetan mutuamente. Johann recurre constantemente al consejo de Carl y al mío también. Escucha con mucha atención, pero en fin de cuentas, él toma la decisión. Nos gustaría no obstante, que usted ocupara el lugar de honor, presidiera la mesa, en fin, cosas así.
—No, mi querida Lotte —dijo Jean Marie extendiendo la mano para tocarle la mejilla—. Están equivocados. Yo soy el servidor de los servidores de Dios. Ocuparé mi lugar entre Carl y usted, como viejos amigos, y tendré la prudencia suficiente para dejar que los jóvenes hagan solos sus propias experiencias.
Bruscamente, como si hubiera estallado un cohete, la afectuosa charla pareció haberse agotado. Mendelius extendió su mano sana y agarró la muñeca de Jean Marie. Dijo sombríamente:
—Este cuadro que hemos pintado es demasiado dulce, Jean. Y ambos lo sabemos. Es el mismo tipo de charla que escuchamos aquí todos los días entre nuestra gente. Todo no es sino dulzura y luz. ¡Dios nos ayude! Usted podría pensar que somos jóvenes enamorados construyendo la casa que hemos soñado.
—Carl, eso no es justo —dijo Lotte indignada—. Hablamos de temas sencillos para olvidarnos de los temas terribles sobre los que no tenemos control alguno. ¿Y por qué no disfrutamos de lo que estamos haciendo aquí? Hay mucho sudor en este lugar, pero también mucho amor. Sólo que a veces tú eres demasiado caprichoso para verlo en su justa luz.
—Lo siento,
schatz
. No era mi intención demostrar mal humor. Pero Jean entiende lo que estoy tratando de decir.
—Los comprendo a ambos —dijo Jean Marie—. La respuesta más directa consiste en decir que todas las noticias son malas. La mayor esperanza es que las hostilidades no comiencen hasta la primavera. La peor predicción hecha por mi amigo el señor Atha e implícitamente confirmada por el "sin comentarios" de Pierre Duhamel es que los americanos planean llevar a cabo algunos ataques preventivos con bombas grandes antes de Año Nuevo.
Hubo un largo momento de silencio. Lotte extendió su mano para tocar a su esposo. Carl Mendelius dijo:
—Si eso sucede, Jean, entonces la caldera de las brujas hervirá con todos los horrores del arsenal bélico: gases paralizantes, gérmenes, rayos láser…