Lobos (35 page)

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Authors: Donato Carrisi

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Lobos
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—¡Quieta ahí! —dijo Boris. —Va hacia vosotros.

Mila desplazó el índice al gatillo e inició una ligera presión. En sus oídos notaba el corazón latirle cada vez más de prisa.

—Está detrás de la esquina.

La presencia soltó un gemido sumiso. Asomó el morro peludo, luego los miró. Era un terranova. Mila levantó el arma y vio que Boris hacía lo mismo.

—Todo bien —le dijo él a la radio—, sólo es un perro.

Tenía el pelo revuelto y pegajoso, los ojos enrojecidos, y estaba herido en una pata.

«No lo ha matado», pensó Mila al tiempo que se acercaba a él.

—Hola, bonito, ven aquí…

—Ha resistido aquí solo durante al menos tres meses; ¿cómo lo ha hecho? —se preguntó Boris.

A medida que Mila avanzaba hacia él, el perro retrocedía.

—Ten cuidado, está asustado, podría morderte.

Mila no prestó atención a las recomendaciones de Boris y siguió acercándose lentamente al terranova. Se mantenía arrodillada, para tranquilizarlo, y mientras tanto lo llamaba:

—Vamos, precioso, ven conmigo.

Cuando estuvo bastante cerca, vio que llevaba una chapa colgada del collar. A la luz de la linterna leyó el nombre. —Terry, ven conmigo, valiente…

Por fin, el perro se dejó alcanzar. Mila le puso una mano delante del morro, para que la olisqueara. Boris mientras tanto estaba impaciente.

—Bien, terminemos de comprobar la planta y después dejemos entrar a los demás.

El perro levantó la pata hacia Mila, como si quisiera enseñarle algo.

—Espera…

—¿Qué pasa?

Mila no contestó, sino que se levantó y vio que el terranova se volvía hacia el rincón oscuro del pasillo. —Quiere que lo sigamos.

Fueron tras él. Doblaron la esquina y vieron que el pasillo acababa unos metros más allá. Al fondo, a la derecha, había una última habitación.

Boris lo comprobó en el plano.

—Da a la parte de atrás, pero no sé qué es.

La puerta estaba cerrada. Delante de ella había objetos arrinconados. Un edredón con dibujos de huesos estampados, un cuenco, una pelota de colores, una correa y restos de comida.

—Él es el que ha saqueado la despensa —dijo Mila.

—¿Por qué habrá traído aquí sus cosas?

El terranova se acercó a la puerta como para confirmar que aquélla era su caseta.

—Dices que se ha instalado solo ahí… ¿Por qué?

Como si quisiera contestar a la pregunta de Mila, el perro empezó a rascar la madera de la puerta y a aullar.

—Quiere que entremos…

Ella cogió la correa y ató al animal a uno de los radiadores. —Sé bueno, quédate aquí, Terry.

El perro ladró, como si la hubiera entendido. Apartaron los objetos y Mila agarró el pomo de la puerta mientras Boris la mantenía a tiro: los sensores térmicos no habían detectado otras presencias en la casa, pero nunca se sabía. Ambos, en cambio, estaban convencidos de que tras aquella sutil barrera se escondía el trágico epílogo de lo que había ocurrido durante muchos meses.

Mila hizo girar el pomo y luego empujó. La luz de las linternas traspasó la oscuridad. Los haces se movieron de un lado a otro.

La habitación estaba vacía.

Medía cerca de veinte metros cuadrados, el suelo no tenía moqueta y las paredes estaban pintadas de blanco. La ventana estaba cerrada por una gruesa cortina. Del techo colgaba una bombilla. Era como si aquella habitación nunca se hubiera utilizado.

—¿Por qué nos ha traído aquí? —preguntó Mila, más para sí que para Boris—. ¿Y dónde están Yvonne y sus hijos?

Aunque la pregunta exacta era: «¿Dónde han acabado los cuerpos?»

—Stern.

—¿Sí?

—Haz entrar a la científica; nosotros hemos acabado aquí. Mila volvió al pasillo y desató al perro, que huyó de su control, metiéndose en la habitación. La agente corrió tras él y lo vio colocarse en un rincón.


Terry
no puedes estar aquí!

Pero el perro no se movía. Entonces ella se le acercó con la correa entre las manos. El animal ladró de nuevo, pero no parecía amenazador. Finalmente empezó a olfatear el suelo al lado del zócalo. Mila se inclinó junto a él, le apartó el morro y apuntó mejor su linterna. No había nada en aquel punto. Pero luego la vio.

Una manchita marrón.

Tenía un diámetro inferior a tres milímetros. Se acercó más, vio que era oblonga y con la superficie ligeramente arrugada. Mila no tuvo dudas de lo que era. —Aquí fue donde sucedió —dijo. Boris no la entendió. Entonces Mila se volvió hacia él:

—Aquí fue donde los mató.

—En realidad nos dimos cuenta de que alguien había entrado en aquella casa… Pero ¿sabe?, la señora Yvonne Gress era una mujer sola, agradable… Por eso pensamos que era normal que recibiera visitas masculinas del vecindario a altas horas.

El jefe de los vigilantes jurados le hizo un gesto de complicidad, al que Goran reaccionó levantándose de puntillas para mirarlo mejor a los ojos.

—No se atreva jamás a volver a insinuar algo así.

Lo dijo con un tono neutro, pero que contenía todo el sentido de aquella amenaza.

El falso policía había tenido que justificarse ante sus subordinados por aquel grave incumplimiento. Pero ahora estaba soltando lo acordado con los abogados del complejo de Cabo Alto. Su estrategia consistía en hacer parecer que Yvonne Gress era una mujer fácil porque estaba soltera y era independiente.

Goran le hizo notar que el ser —porque no era posible definirlo de otro modo— que durante seis meses había entrado y salido de su casa se había aprovechado del mismo pretexto para cometer todas sus perversidades.

El criminólogo y Rosa habían visionado muchos días filmados de aquel largo período de tiempo. Tuvieron que acelerar la grabación, pero más o menos siempre se repetía la misma escena. A veces, el hombre no se quedaba por la noche, y Goran imaginó que aquéllos serían los mejores momentos para la familia segregada. Pero quizá también los peores, ya que no podían desatarse de sus camas, ni tampoco conseguir comida ni agua si él no se ocupaba de ellos.

Ser violados significaba sobrevivir, perennemente desesperados en la búsqueda del mal menor.

En aquellas filmaciones, el hombre también se veía de día, mientras estaba trabajando en la obra. Siempre llevaba una gorra con visera, que impedía a las cámaras de vigilancia grabar los rasgos de su rostro.

Stern interrogó al propietario de la empresa constructora que lo había contratado como temporal. Este dijo que el hombre se llamaba Lebrinsky, pero ese nombre resultó ser falso. Ocurría a menudo, sobre todo porque en las obras se empleaban extranjeros sin permiso de residencia. Por ley, el empresario sólo tenía la obligación de pedirles la documentación, pero no la de averiguar también que fuera auténtica.

Algunos obreros que trabajaron en la casa de los Kobashi en aquel período dijeron que era un tipo taciturno, que iba siempre a la suya, y pusieron a disposición sus recuerdos para trazar un retrato. Pero las reconstrucciones resultaron demasiado diferentes unas de otras para poder ser útiles.

Cuando hubo acabado con el jefe de los vigilantes privados, Goran se reunió con los demás en la casa de Yvonne Gress que, mientras tanto, se había vuelto dominio exclusivo de Krepp y los suyos.

Los piercings del experto en huellas tintineaban alegres sobre su cara, mientras se movía por aquel lugar como un duendecillo por un bosque encantado. Porque eso era precisamente lo que ahora parecía la casa: la moqueta estaba completamente cubierta por telas de plástico transparente, y las lámparas halógenas iluminaban aquí y allá, resaltando una zona o sólo un detalle. Hombres con batas blancas y gafas protectoras de plexiglás rociaban cada superficie con polvos y reactivos.

—Bien, nuestro hombre no es muy listo —empezó Krepp—. Aparte del lío que ha organizado el perro, él ha dejado por ahí toda clase de restos: latas, colillas de cigarrillo, vasos usados. ¡Hay tanto ADN que podríamos clonarlo! —ironizó el experto.

—¿Huellas digitales? —preguntó Sarah Rosa.

—¡A montones! Pero por desgracia nunca se ha hospedado en una cárcel, y no está fichado.

Goran sacudió la cabeza: semejante cantidad de huellas y no era posible relacionarlas con un sospechoso. Ciertamente, el parásito era mucho menos prudente que Albert, que se había apresurado a desconectar las cámaras de seguridad antes de introducirse con el cadáver de la niña en la casa de los Kobashi. Justo por eso, había algo que no le encajaba a Goran.

—¿Qué me decís de los cuerpos? Hemos visionado las filmaciones y el parásito nunca ha sacado nada de esta casa.

—Porque no han salido por la puerta…

Todos se interrogaron con la mirada, intentando encontrarle el sentido a esa frase. Krepp añadió:

—Estamos comprobando las alcantarillas, creo que se deshizo así de ellos.

Los había descuartizado, concluyó Goran. Aquel maníaco había jugado a hacer de maridito dulce y de papaíto adorado. Y luego, un día, se había cansado, o quizá simplemente había acabado su trabajo en la casa de enfrente y entró allí por última vez. Quién sabía si Yvonne y sus hijos se habían dado cuenta de que se estaba acercando el fin.

—Lo extraño, sin embargo, me lo he reservado para el final… —dijo Krepp.

—¿Qué es lo extraño?

—La habitación vacía de la planta superior, donde nuestra amiga policía ha encontrado esa pequeña mancha de sangre.

Mila se sintió cohibida por la mirada de Krepp. Goran la vio ponerse rígida, a la defensiva. El experto producía ese efecto en mucha gente.

—La habitación de la segunda planta será mi «capilla Sixtina» —enfatizó él—. Esa mancha nos hace suponer que llevó a cabo la masacre allí. Y que después él lo limpió todo, aunque se le escapó ese detalle. Pero también hizo algo más: ¡incluso repintó las paredes!

—¿Por qué motivo? —preguntó Boris.

—Porque es estúpido, obviamente. Después de haber dejado semejante montón de pruebas tras de sí y de haberse deshecho de los restos arrojándolos a la alcantarilla, ya se había ganado la cadena perpetua. Así pues, ¿por qué tomarse la molestia de pintar una habitación?

También a Goran le resultaba aún oscuro el motivo.

—Entonces, ¿cómo procederás?

—Quitando la pintura y mirando qué hay debajo. Tardaremos un poco, pero con las nuevas técnicas puedo recuperar todas las manchas de sangre que ese idiota trató de ocultar de una manera tan pueril.

Goran no estaba convencido.

—Por el momento solamente tenemos secuestro de personas y ocultación de cadáver. Le caerá cadena perpetua, pero eso no significa que hayamos hecho justicia. Para hacer salir la verdad y también colgarle la acusación de asesinato, necesitamos esa sangre.

—La tendrás, doctor.

Por el momento, lo que tenían era una descripción muy sumaria del sujeto que debían buscar. La confrontaron con los datos recogidos por Krepp.

—Diría que se trata de un hombre de entre cuarenta y cincuenta años —empezó a enumerar a Rosa—. Corpulento, de un metro setenta y ocho de altura.

—Las huellas de los zapatos en la moqueta son de un 43, por tanto, diría que se corresponde.

—Fumador.

—Lía los cigarrillos, con picadura y papel de fumar.

—Como yo —dijo Boris—. Siempre es un placer tener algo en común con gente de esa calaña.

—Y diría que le gustan los perros —concluyó Krepp.

—¿Sólo porque ha dejado con vida al terranova? —preguntó Mila.

—No, querida. Hemos hallado pelos de un perro callejero. —Pero ¿cómo sabemos que fue ese tipo quien lo llevó a la casa?

—Los pelos se encontraban en el lodo del que estaban compuestas las huellas de zapatos que el hombre dejó en la moqueta. Obviamente, también había material de la obra (cemento, colas, disolventes), que sirvió como receptor de todo lo demás. Y, por tanto, también incluía lo que el tipo traía de los alrededores de su casa.

Krepp miró a Mila con la expresión de quien ha sido desafiado de manera inconsciente y al final ha prevalecido con su astucia aplastante. Después de ese paréntesis de gloria, apartó la mirada de ella para volver a ser el frío profesional que todos conocían.

—Y hay otra cosa, pero todavía no he decidido si es digna de mención.

—Tú dila de todos modos… —lo azuzó Goran, manifestándole todo su interés porque sabía cuánto le gustaba a Krepp hacerse de rogar.

—En ese lodo bajo los zapatos había una gran concentración de bacterias. Le he pedido el parecer a mi químico de confianza…

—¿Por qué un químico y no un biólogo?

—Porque he intuido que se trataba de bacterias existentes en la naturaleza utilizadas para usos diferentes, como devorar plástico y derivados del petróleo. —Después especificó—: En realidad, no comen nada, sólo producen una enzima. Se usan para sanear los antiguos vertederos.

Al oír esas palabras, Goran notó que Mila desplazaba rápidamente la mirada hacia Boris, y que él hacía otro tanto.

—¿Los antiguos vertederos? Maldita sea… Lo conocemos.

24

Feldher estaba esperándolos.

El parásito se había atrincherado en su capullo, encima de la colina de residuos.

Tenía armas de todo tipo, que había acumulado durante meses para prepararse para ese ajuste de cuentas. No había hecho mucho por esconderse, en realidad. Sabía bien que antes o después alguien iría a pedirle explicaciones.

Mila llegó con el resto del equipo, seguido por las unidades especiales, que se desplegaron alrededor de la propiedad.

Desde lo alto de su posición, Feldher podía controlar los caminos que conducían al antiguo vertedero. Además, había cortado los árboles que le impedían una vista perfecta. Pero no empezó a disparar en seguida: esperó a que estuvieran apostados para iniciar su tiro al blanco.

Acertó primero a su perro,
Koch
, el chucho roñoso que vagaba entre la chatarra. Lo dejó seco de un solo tiro en la cabeza. Quería demostrarles a aquellos hombres de allí afuera que iba en serio. Aunque quizá también lo hizo para ahorrarle al animal un final peor, pensó Mila.

Acurrucada detrás de uno de los vehículos blindados, la policía observaba la escena. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde el día en que había estado en esa casa junto a Boris? Habían ido allí para preguntarle a Feldher sobre el orfanato religioso en que había crecido, y él, en cambio, escondía un secreto mucho peor que el de Ronald Dermis.

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