—Sí, ya sabes —le digo a Eugenio—, uno cortito, como el de antes.
Esta noche estoy tomando
gin-tonic
, lo que bebería mi madre si estuviera aquí. La echo mucho de menos, aunque poco a poco me voy acostumbrando a que no esté. A veces me da rabia cuando incluso se me olvida recordarla, pero sucede. La vida sigue. Es el tópico más cierto de cuantos he escuchado.
—¡Gracias por invitarme! —me dice Clara, a la que no había podido saludar todavía.
—Gracias a ti por venir —le devuelvo el cumplido.
—¿Qué tal te va con Lourdes?
—De maravilla. Llevo dos meses con ella y creo que ya tengo dependencia.
—La verdad es que engancha —afirma riendo.
Lourdes es la psicóloga de Clara, que me la recomendó a través de Eugenio. Tal cual me propuso Rosario, he buscado una psicóloga para mí y Lourdes es fantástica.
—Me ha dicho Eugenio que todavía no has encontrado trabajo.
—Estoy en ello —me contesta Clara.
—Ya sabes que si quieres puedes venir a Puente. Necesitamos gente que sepa organizar y Eugenio me ha dicho que eso lo haces de maravilla.
—Ya veremos —me agradece—, pero de momento puede que me salga algo en una productora de televisión.
Carla y Julia están fascinadas en un sofá con Luis Osuna, que sabe hacer juegos de magia con monedas, que hace aparecer y desaparecer entre las orejas de las niñas.
—¿Cómo estás? —le pregunto.
—¡Aquí, jugando con estas niñas tan preciosas! —me cuenta el torero después de sacarse de la manga una pelota de pimpón.
—¿Quién es ese señor? —me pregunta mi padre muy bajito.
—¡Un amigo!
—¿Un amigo? Pues no le había visto nunca.
Mi padre está un poco desubicado, no se acopla en ningún grupo de los que hay, así que me siento un rato a hablar con él. Y, cómo no, volvemos a hablar de lo único que se habla en esta casa en los últimos meses.
—Estuvo a punto de salirles el plan —me dice.
—¡Por poco!
—Vaya par de zorras —dice bebiendo de su coca-cola.
El par de «zorras» al que se refiere mi padre es el formado por la mexicana Assumpta Relate y la española Ingrid Cebrián, que eran los nombres reales de Estefanía y Rocío Hurtado, dos estafadoras de larga trayectoria que intentaron hacerse con los cuatro millones de euros que Gene Dawson quería invertir en mi estudio. Assumpta, que al parecer siempre ha tenido imán para los hombres con dinero, se convirtió en la amante de Gene. De este modo se enteró de que el escultor americano tenía una hija biológica a la que iba a dejar una herencia muy golosa. Con la ayuda de su amiga Ingrid urdieron un plan para el que necesitaban a dos hombres.
—¿Ya estáis otra vez con el temita?
—Es mi padre, que no para de darle vueltas.
—Os digo una cosa —nos confiesa mi padre—: Estefanía estaría conmigo por interés, pero a mí que me quiten lo
bailao
—concluye riendo.
Estefanía, bueno, Assumpta, se lio con mi padre para tener información del estudio de primera mano, mientras su amiga Ingrid, conocida por mí como Rocío Hurtado, se hizo amante de Óscar para completar la estafa. Mi marido pensó que esa mujer que se moría por sus huesos era una directiva del Banco Inversor, con el que siempre trabajamos en Puente. Le propuso una compra de terrenos a Óscar por cuatro millones para lo que le concedería un crédito rápido saltándose todas las instancias. Óscar se lo creyó, como se lo creyó también cuando le contó que la compra de los terrenos había sido una estafa y que a ella la habían despedido por haberle concedido el préstamo de forma irregular.
—¿Otro
gin-tonic
? —me propone Eugenio—. ¡Y levantaos de ahí que os vais a amuermar!
Eso hacemos y nos mezclamos con todo el mundo. A la gente ya se le está empezando a subir el alcohol un poco a la cabeza. Hay muy buen rollo. Es verdad que a pesar de pasar muchas horas juntos el ambiente en el estudio es bastante bueno y en general no hay rencillas insalvables. Yo me lo estoy pasando bien y estoy muy contenta de haber hecho una fiesta para inaugurar la casa. Hay muchas cosas que celebrar.
—Venga, ponme otro cortito —le pido a Eugenio, que parece el dueño de la cocina.
—¡Marchando! —dice encantado.
—¿Tú quieres otro? —le pregunto a Clara.
—Yo mejor un whisky con coca-cola.
—¡Eugenio, ponle a tu chica un whisky con coca-cola!
Todo el mundo anda contento, demasiado quizá, lo que me hace pensar que lo más conveniente es que las niñas se vayan a su habitación. Nuria, la chica que las cuida, se puede ir con ellas.
—¡Carla, Julia! Ya es hora de iros a dormir.
—No, mami, déjanos un ratito más.
—Venga, el último —dice Luis Osuna antes de hacer otro juego con unas monedas.
El torero ha hecho un corro de gente que observa sus habilidades y cuando termina, todos le aplauden.
—¿Pero este tío trabaja en el despacho? —vuelve a preguntarme mi padre.
—No, es un amigo al que he conocido hace poco.
—Pues es un poco mayor para ser tu amigo.
Las niñas aceptan irse a dormir y Nuria las acompaña a la planta de arriba. Antes de irse me dan un beso de buenas noches, le dan otro a su abuelo y otro a él.
—¡Papi, papi, acuéstanos tú!
—Venga, vale.
Óscar se va a acostar a las niñas y me dice que bajará cuando las deje en la cama. Veo cómo desaparece escaleras arriba.
—Me alegro mucho de que hayas vuelto con él —me dice mi padre al oído.
—Yo también estoy feliz, aunque haya cosas difíciles de olvidar.
—Al fin y al cabo, él no hizo nada que no hayas hecho tú —me recuerda—. Los matrimonios son difíciles de llevar después de muchos años.
Es cierto, Óscar tuvo una amante, como yo también los he tenido. Me puede doler, pero no seré yo quien le juzgue por eso.
—¿Pero tú creíste que él estaba compinchado con ella para estafarte? —me pregunta Blanca.
—Sí. Cuando vi las fotos de los dos juntos pensé que eran cómplices —reconozco.
Y es que a Óscar también le engañaron. Él siempre pensó que la deuda de los cuatro millones era real. El plan de Ingrid y Assumpta consistía en quedárselos cuando Óscar los devolviera creyendo que saldaría la deuda con el banco.
—¿Y qué ha sido de ellas? —me pregunta Blanca.
—Desaparecieron cuando descubrieron que les había salido mal el plan. Nosotros informamos de todo a la policía y supongo que las andarán buscando.
—¡Perdona, María! —reclama mi atención Luis, el torero.
—Dime, Luis.
—Me quería despedir. Es que tengo a mi mujer en casa y se está haciendo muy tarde.
—Gracias por haber venido —le digo, dándole dos besos y un abrazo.
—¡Cuánto os parecéis! —es lo último que me dice antes de marcharse.
—¡Y a mí que tu amigo me suena de algo! —me dice mi padre cuando desaparece por la puerta.
Óscar ha bajado de acostar a las niñas y se viene a mi lado. Veo a Eugenio y a Clara en una esquina. Deseo que Eugenio sea feliz y sé que jamás lo hubiera sido conmigo. Yo nunca he dejado de querer a Óscar.
—Si hasta te dijo él que estabas cometiendo un error —me recuerda mi marido.
—¿Quién? —le pregunto sorprendida.
—El espíritu de Gene, cuando se te apareció en esta casa, ¿no te acuerdas?
—Pero si tú no crees en esas cosas.
De repente, la música para de sonar, justo en el momento en el que un cantante español de moda empezaba a torturarnos con uno de sus éxitos. La gente se pregunta qué pasa.
—¿Quién está tocando la música?
—Nadie, ha saltado sola.
—Será que se ha acabado la fiesta.
—Espera, que creo que vuelve a sonar.
—¡Sí!
—¡Es Bruce Springsteen!
—¿Quién ha puesto a este tío?
—A mí me parece un poco pesado.
—Pues a mí me encanta.
—Oye, ¿no oléis un poco a marihuana?
Comienza a sonar en el salón una de sus canciones más famosas, de la que yo, como siempre, no recuerdo el título. Noto con esa música dentro de mí que ella me está diciendo que me quiere. Alzo mi copa y miro hacia arriba para brindar sin poder evitar una enorme sonrisa.
—¡Me alegro de que estés ahí!
A Miryam Galaz, por todo. A Ana Rosa Semprún, la jefa, por respetar nuestras ideas y decisiones. A Olga Adeva, por estar tan pendiente. A David Cebrián, por su complicidad. A Ruth, porque nos inspira. A Carmen, porque siempre se merece un agradecimiento. A Patricia, porque su opinión siempre nos anima. A todos los arquitectos que nos han ayudado, en especial a Joaquín Torres y a su equipo. A Pepe Leal, porque es un genio, aunque no sepa diferenciar a los guapos. A la Asociación Federal Derecho a Morir Dignamente DMD. A Jas, por su permanente generosidad. A Juancho, porque le debemos mucho y por coger el teléfono en vacaciones. A Susana, por hacernos la vida tan fácil. A Augusto, por recordar quiénes son los padres buenos y los malos. Y, sobre todo, a los lectores fieles, que siempre estáis ahí.
JUAN DEL VAL Y NURIA ROCA
, juntos en el amor, pero también en el trabajo. Han encontrado el equilibrio perfecto en su matrimonio y también en la literatura y es que la pareja ha vuelto a ponerse delante del teclado para escribir
Lo inevitable del amor
(Espasa).
Se trata de su segunda aventura editorial conjunta tras
Para Ana (De tu muerto)
, que tuvo un notable éxito de ventas hace un año, y de la cuarta en la lista personal de Nuria (
Sexualmente: El libro que tu chic@ no querrá que leas y Los caracoles no saben que son caracoles
).