Authors: Christopher Paolini
Te encontré a ti, ¿no es así?
—No tiene ninguna gracia —gruñó Eragon—. Maldita sea, tienes que saber algo más.
No.
—¡Pues piensa! Si no encuentro algo que me ayude en la lucha contra Galbatorix, perderemos, Solembum. Perderemos, y la mayoría de los vardenos, incluidos los hombres gato, morirán.
Solembum soltó otro bufido.
¿Qué esperas de mí, Eragon? No puedo inventarme una ayuda que no existe. Lee el libro.
—Habremos llegado a Urû‘baen antes de que lo haya terminado.
Es como si el libro no existiera.
El hombre gato volvió a echar las orejas hacia atrás.
No es culpa mía.
—No me importa de quién sea la culpa. Solo quiero evitar que acabemos muertos o como esclavos. ¡Piensa! ¡Tienes que saber algo más!
Solembum emitió un gruñido largo y profundo.
No sé nada. Y…
—¡Tienes que saber algo o estamos perdidos!
Mientras pronunciaba esas palabras, Eragon notó un cambio en el hombre gato. Las orejas se le enderezaron despacio, los bigotes cayeron, relajados, y su mirada se dulcificó y perdió la dureza de su brillo. Al mismo tiempo, la mente del gato quedó vacía, de un modo extraño, como si se le hubiera calmado, o como si se la hubieran quitado.
Eragon se quedó inmóvil, sin saber qué hacer.
Entonces sintió que Solembum decía con unos pensamientos que eran tan planos y faltos de color como un lago bajo un cielo sin nubes:
Capítulo cuarenta y siete. Página tres. Empieza en el segundo párrafo.
La mirada de Solembum volvió a hacerse penetrante, sus orejas se replegaron hacia atrás de nuevo.
¿Qué?
—preguntó, visiblemente irritado—.
¿Por qué me miras así?
—¿Qué es lo que has dicho?
He dicho que no sé nada más. Y que…
—No, no, lo otro, lo del capítulo y la página.
No juegues conmigo. No he dicho nada de eso.
—Sí lo has dicho.
Solembum lo observó con atención unos segundos. Entonces, con una gran tranquilidad, dijo:
Dime exactamente qué has oído, Jinete de Dragón.
Y Eragon repitió las palabras con toda la exactitud de que fue capaz. Cuando hubo terminado, el hombre gato se quedó en silencio un rato.
No lo recuerdo
—dijo, por fin.
—¿Qué crees que significa?
Significa que deberíamos mirar qué hay en la página tres del capítulo cuarenta y siete.
Eragon dudó un momento. Luego asintió con la cabeza y empezó a pasar las páginas. Mientras lo hacía recordó de qué iba ese capítulo: estaba dedicado a las consecuencias de la separación entre los Jinetes y los elfos, después de la breve guerra de los elfos contra los humanos. Eragon había leído el principio de esa parte, pero no le habían parecido más que estériles disquisiciones sobre tratados y negociaciones, así que lo había dejado para otra ocasión. Pronto encontró la página que buscaba. Siguiendo las líneas de runas con el índice, leyó en voz alta:
—«La isla tiene un clima muy templado en comparación con las zonas de tierra firme que se encuentran en la misma latitud. Los veranos pueden ser frescos y lluviosos, pero los inviernos son suaves, y no alcanzan el frío brutal de otras zonas del norte de las Vertebradas, lo cual significa que se puede cultivar durante gran parte del año. Sin duda, el suelo es fértil, lo cual se debe a las montañas de fuego que, tal como es sabido, entran en erupción de vez en cuando y cubren toda la isla con una fina capa de cenizas. Y los bosques están llenos de grandes ciervos, la caza preferida de los dragones, y de muchas especies que no se encuentran en ningún otro sitio de Alagaësia.»
Eragon hizo una pausa.
—Nada de esto parece importante.
Continúa leyendo.
Eragon frunció el ceño y continuó en el siguiente párrafo:
—«Fue allí, en la gran cuenca que hay en el centro de Vroengard, donde los Jinetes construyeron su famosa ciudad Doru Araeba. ¡Doru Araeba! La única ciudad en toda la historia que fue diseñada tanto para dragones como para elfos y humanos. ¡Doru Araeba! El lugar de la magia, del aprendizaje y de los misterios antiguos. ¡Doru Araeba! El mismo nombre parece vibrar. Nunca hubo una ciudad como esa antes, y nunca habría otra igual, pues ahora se ha perdido, destruida, convertida en polvo por Galbatorix, el usurpador.
»Los edificios se construyeron siguiendo el estilo de los elfos (con cierta influencia de los Jinetes durante los últimos años), pero de piedra y no de madera. Los edificios de madera, como debe de resultar evidente para el lector, no sirven de mucho cuando hay criaturas de afiladas zarpas y que tienen la habilidad de escupir fuego.
Pero la característica más remarcable de Doru Araeba era la enormidad de la escala con que fue construida. Las calles eran tan anchas que podían pasar por lo menos dos dragones de través, y, con pocas excepciones, las habitaciones y las puertas tenían el tamaño suficiente para que pudieran utilizarlas dragones de todos los tamaños.
»Por tanto, Doru Araeba era un lugar enorme y extenso, con unos edificios de tales proporciones que incluso un enano se hubiera quedado impresionado. Por toda la ciudad había jardines y fuentes, debido a la irrefrenable pasión que sienten los elfos por la naturaleza, y también había altas torres en las casas y mansiones de los Jinetes.
»En las cumbres que rodeaban la ciudad, los Jinetes colocaron torres de vigilancia para estar prevenidos en caso de ataque, y más de un dragón y un Jinete tenían una cueva bien situada en lo alto de las montañas donde podían apartarse del resto de los suyos. A los dragones más grandes y viejos les gustaban en especial estas cuevas, puesto que a menudo preferían la soledad y, además, vivir por encima del nivel de la cuenca les hacía más fácil levantar el vuelo.»
Eragon, frustrado, dejó de leer. La descripción de Doru Araeba era muy interesante, pero ya había leído otras detalladas explicaciones referentes a la ciudad de los Jinetes cuando estaba en Ellesméra.
Además, tampoco le gustaba tener que esforzarse tanto por descifrar las complicadas runas, una tarea, como mínimo, ardua.
—Esto no tiene sentido —dijo, bajando el libro hasta su regazo.
Solembum parecía tan molesto como Eragon.
No abandones todavía. Lee un par de páginas más. Si no aparece nada, entonces déjalo.
Eragon suspiró y asintió. Pasó el dedo sobre las líneas de runas hasta que localizó el punto en que había dejado la lectura.
—«La ciudad contenía muchas maravillas, desde la Fuente Cantarina de Eldimirim hasta la fortaleza de cristal de Svellhjall y los terrenos de reproducción de los dragones. Pero a pesar de todo ese esplendor, creo que el mayor tesoro de Doru Araeba era su biblioteca.
Y no, como se podría suponer, por su imponente estructura (aunque era verdaderamente imponente), sino por el hecho de que los Jinetes, a lo largo de los siglos, habían recopilado uno de los más completos fondos de conocimiento de toda la Tierra. En la época de la Caída de los Jinetes, solo había tres bibliotecas que podían rivalizar con ella: la de Ilirea, la de Ellesméra y la de Tronjheim. Pero ninguna de ellas contenía tanta información sobre magia como la de Doru Araeba. La biblioteca se encontraba en el extremo noroeste de la ciudad, cerca de los jardines que rodeaban el chapitel de Moraeta, también conocido como roca de Kuthian…»
Eragon se quedó sin voz al encontrar el nombre. Al cabo de un momento, volvió a leer, esta vez más despacio:
—«… también conocido como roca de Kuthian (ver capítulo doce), y no muy lejos de ese alto asiento, donde los líderes de los Jinetes recibían a los reyes y reinas que acudían a hacer sus peticiones.»
Un profundo asombro y un gran pavor asaltaron a Eragon al mismo tiempo. Alguna persona o alguna cosa había procurado que él descubriera esa información, y se trataba de la misma persona o cosa que había hecho posible que encontrara el acero brillante para su espada. Daba miedo pensarlo. Y ahora que sabía adónde tenía que ir, ya no estaba tan seguro de querer hacerlo.
Se preguntó qué era lo que les estaría esperando en Vroengard.
Tenía miedo de pensar en las posibilidades, pues temía albergar alguna esperanza que luego fuera imposible colmar.
Eragon pasó las páginas del
Domia abr Wyrda
hasta que encontró la referencia a Kuthian en el capítulo doce. Pero se desilusionó al ver que lo único que decía era que Kuthian había sido uno de los primeros Jinetes en explorar la isla Vroengard. Cerró el libro y se quedó con la mirada clavada en la cubierta mientras pasaba el dedo, con gesto distraído, por una arruga que se había formado en el lomo. Solembum, todavía encima del catre, también permaneció en silencio.
—¿Crees que en esa Cripta de las Almas hay espíritus? —preguntó Eragon.
Los espíritus no son las almas de los muertos.
—No, pero ¿de qué otra cosa podría tratarse?
Solembum se puso en pie y se desperezó. Todo su cuerpo, desde la cabeza hasta la cola, se estiró.
Si lo descubres, me interesará saber lo que has aprendido.
—¿Entonces crees que Saphira y yo deberíamos ir?
No puedo decirte lo que debes hacer. Si esto es una trampa, entonces casi todos los miembros de mi raza han sido esclavizados sin darse cuenta. Por tanto, los vardenos ya podrían ir rindiéndose, porque nunca conseguirán burlar a Galbatorix. Si no lo es, entonces quizás exista una oportunidad de encontrar ayuda en un momento en que creíamos que no era posible hallarla. No lo sé. Tú tienes que decidir por ti mismo si vale la pena correr el riesgo. Por lo que respecta a mí, ya he tenido suficiente misterio.
Solembum saltó del catre al suelo y caminó hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo y miró a Eragon otra vez.
En Alagaësia existen fuerzas extrañas, Asesino de Sombra. Yo he visto cosas que son difíciles de creer: remolinos de luz que giran en profundas cavernas subterráneas, hombres que envejecen hacia el pasado, piedras que hablan y sombras que acechan. Habitaciones que son más grandes por dentro que por fuera… Galbatorix no es el único poder en el mundo al que enfrentarse, y quizá ni siquiera sea el más fuerte. Elige con cuidado, Asesino de Sombra, y si decides ir, camina en silencio.
Y entonces el hombre gato se deslizó entre las cortinas y desapareció en la oscuridad.
Eragon suspiró y se recostó. Sabía lo que tenía que hacer: debía ir a Vroengard. Pero no podía tomar esa decisión sin consultarlo con Saphira.
La despertó ejerciendo una suavísima presión mental sobre su conciencia. Después de tranquilizarla y decirle que no sucedía nada malo, compartió con ella sus recuerdos de la visita de Solembum. El asombro de Saphira fue tan grande como el suyo. Cuando terminó, la dragona dijo:
No me gusta la idea de ser una marioneta de quien haya hechizado a los hombres gato.
A mí tampoco, pero ¿qué alternativa tenemos? Si Galbatorix está detrás de esto, ir a Vroengard significará ponernos en sus manos.
Pero si nos quedamos, estaremos haciendo exactamente lo mismo cuando lleguemos a Urû‘baen.
La diferencia está en que allí tendremos a los vardenos y a los elfos a nuestro lado.
Eso es verdad.
Se quedaron en silencio un rato. Luego, Saphira dijo:
Estoy de acuerdo. Sí, debemos ir. Necesitamos uñas y dientes más afilados si tenemos que vencer a Galbatorix y a Shruikan, además de a Murtagh y a Thorn. Además, Galbatorix cree que iremos directamente a Urû‘baen con la esperanza de rescatar a Nasuada. Y si hay algo que me pone las escamas de punta es hacer lo que nuestros enemigos esperan que hagamos.
Eragon asintió con la cabeza.
¿Y si es una trampa?
Saphira soltó un suave gruñido.
Entonces le enseñaremos a quien sea a tener miedo con solo oír nuestro nombre, aunque se trate de Galbatorix.
Eragon sonrió. Por primera vez desde el rapto de Nasuada, tenía un objetivo. Ahora había algo que podía hacer, una manera de influir en el desarrollo de la situación en lugar de permanecer sentado como un mero observador pasivo.
—De acuerdo, pues —asintió.
Arya llegó a su tienda poco después de que Eragon contactara con ella. Eragon se sorprendió por su prontitud, pero ella le explicó que había estado vigilando con Blödhgarm y los demás elfos por si Murtagh y Thorn volvían a aparecer.
Entonces Eragon contactó mentalmente con Glaedr y lo persuadió para que se uniera a su conversación, a pesar de que el hosco dragón no estaba de humor para charlar.
Cuando los cuatro, incluida Saphira, hubieron reunido sus mentes, Eragon dijo sin más preámbulo:
¡Sé dónde está la roca de Kuthian!
¿Qué roca es esa?
—rugió Glaedr con tono agrio.
El nombre me resulta familiar
—dijo Arya—, pero no sé de qué.
Eragon frunció el ceño. Los dos le habían oído hablar del consejo de Solembum. No era propio de ninguno de ellos olvidar algo así. A pesar de todo, el chico repitió la historia de cómo había encontrado a Solembum en Teirm y luego les contó las últimas revelaciones del hombre gato. También les leyó la parte correspondiente del libro
Domia abr Wyrda
.
Arya se pasó un mechón de pelo tras la puntiaguda oreja y dijo, tanto con la voz como con el pensamiento:
—¿Y cómo dices que se llama ese sitio?
—Chapitel de Moraeta, o la roca de Kuthian —repitió Eragon, un tanto asombrado por la pregunta de la elfa—. Queda un poco lejos, pero…
… si Eragon y yo partimos de inmediato…
—dijo Saphira.
—… podremos ir y volver…
… antes de que los vardenos lleguen a Urû‘baen. Esta…
—… es la única oportunidad que tenemos de ir.
No tendremos tiempo de…
—… hacer el viaje más adelante.
¿Y adónde vais a ir?
—preguntó Glaedr.
—¿Qué…, qué quieres decir?
Lo que he dicho
—rugió el dragón, cuya mente se oscureció—.
Tanto parloteo y todavía no nos has dicho dónde se encuentra… esa cosa misteriosa.
—¡Pero si lo acabo de decir! —protestó Eragon, desconcertado—. ¡Está en la isla Vroengard!
Bueno, por fin una respuesta directa…
Arya frunció el ceño.
—Pero ¿qué vas a hacer en Vroengard?
—¡No lo sé! —repuso Eragon, que empezaba a enojarse. Por un momento pensó en enfrentarse a Glaedr. Parecía que el dragón estuviera pinchándolo a propósito—. Depende de lo que encontremos.