Legado (52 page)

Read Legado Online

Authors: Christopher Paolini

BOOK: Legado
4.42Mb size Format: txt, pdf, ePub

También se encontraban presentes el rey Orrin, con una capa de color púrpura sobre los hombros; Arya, con expresión conmocionada pero decidida; el rey Orik, que había encontrado una cota de malla para cubrirse; el rey de los hombres gato, Grimrr
Mediazarpa
, que llevaba una venda blanca sobre el corte que había recibido en el hombro derecho; Nar Garzhvog, el kull, que tenía que mantener la cabeza agachada para no perforar el techo del pabellón con los cuernos; y Roran, que permanecía de pie en un lateral de la tienda y escuchaba con atención sin hacer ningún tipo de comentario.

No se había permitido la entrada de nadie más en el pabellón. Ni a los guardias, ni a los consejeros, ni a los sirvientes. Ni siquiera a Blödhgarm ni a los elfos. Al otro lado de la puerta se había apostado un nutrido grupo de hombres, enanos y úrgalos para evitar que nadie, por muy poderoso o peligroso que fuera, interrumpiera la reunión.

Además, el pabellón había sido protegido con numerosos hechizos para impedir que alguien pudiera oír, ni siquiera mentalmente, lo que se decía dentro.

—Yo no quería esto —dijo Eragon, mirando el mapa de Alagaësia que se extendía encima de la mesa, en el centro del pabellón.

—Ninguno de nosotros lo quería —dijo el rey Orrin en tono mordaz.

Arya había sido lista al haber organizado esa reunión en el pabellón de Orik. El rey enano era conocido por su apoyo a Nasuada y a los vardenos —así como por ser el jefe del clan de Eragon y su hermano adoptivo—, pero nadie podía acusarlo de desear el puesto de Nasuada. Por otro lado, los humanos tampoco hubieran aceptado que tomara su lugar. Además, al haberlos reunido a todos en el pabellón de Orik, Arya había conseguido apoyar a Eragon y restar fuerza a sus detractores sin que pareciera que hacía ni una cosa ni la otra. Eragon tuvo que admitir que la elfa era mucho más hábil que él a la hora de manipular a los demás. El único riesgo que corrían era que algunos pensaran que Orik ejercía algún poder sobre él, pero Eragon estaba dispuesto a jugársela a cambio de recibir el apoyo de su amigo.

—Yo no quería esto —repitió, levantando la cabeza y mirando a los ojos de los allí reunidos—. Pero ahora que ha ocurrido, juro sobre la tumba de todos los que hemos perdido que haré todo lo que pueda por seguir el ejemplo de Nasuada y conducir a los vardenos a la victoria contra Galbatorix y el Imperio.

Eragon se esforzaba por ofrecer una imagen de confianza en sí mismo, pero la verdad era que la situación en que se encontraban lo asustaba y que no tenía ni idea de si estaría a la altura de las circunstancias. Nasuada había demostrado ser increíblemente capaz, y lo intimidaba el mero hecho de tener que hacer solo la mitad de lo que ella había realizado.

—Muy loable, desde luego —dijo el rey Orrin—. Pero los vardenos siempre han buscado el acuerdo de sus aliados: de los hombres de Surda, de nuestro amigo el rey Orik y de los enanos de las montañas Beor, de los elfos y ahora, últimamente, de los úrgalos dirigidos por Nar Garzhvog, así como de los hombres gato. —Dirigió un cortés saludo con la cabeza a Grimrr, quien le devolvió el gesto de respeto—. No sería propio de nuestro rango mostrar nuestros desacuerdos en público. ¿Estáis de acuerdo?

—Por supuesto.

—Por supuesto —repitió el rey Orrin—. ¿Entiendo, pues, que continuarás consultándonos todos los asuntos de importancia, igual que hizo Nasuada?

Eragon dudó un momento, pero antes de que dijera nada, Orrin retomó la palabra.

—Todos nosotros —e hizo un gesto que incluía los que se encontraban allí— hemos arriesgado mucho en este empeño, y a ninguno nos gustaría recibir órdenes. Tampoco las acataríamos. Para ser sincero, y a pesar de tus muchos logros, Eragon
Asesino de Sombra
, todavía eres joven y tienes poca experiencia, y eso puede resultar fatal. Nosotros gozamos de la experiencia que nos han proporcionado los muchos años de dirigentes, o de observar cómo otros lo hacían. Podemos ayudarte a ir por el buen sendero, y quizá, juntos, seamos capaces de encontrar la manera de corregir la situación y de derrocar a Galbatorix.

Todo lo que Orrin había dicho era cierto. Eragon sabía que era joven e inexperto, y que necesitaba el consejo de los demás, pero no podía admitirlo sin que eso pareciera un signo de debilidad. Así que respondió:

—Puedes estar seguro de que consultaré con vosotros cuando sea necesario, pero mis decisiones, como siempre, serán cosa mía.

—Perdóname,
Asesino de Sombra
, pero me cuesta creerlo. Tu familiaridad con los elfos —y Orrin miró a Arya— es conocida por todos. Además, eres un miembro adoptado del clan Ingeitum, y estás sujeto a la autoridad de su jefe, que resulta que es el rey Orik. Quizás esté equivocado, pero dudo de que tus decisiones sean solo tuyas.

—Primero me aconsejas que escuche a mis aliados, y ahora, no.

¿Se debe eso, quizás, a que preferirías que te escuchara a ti,… y solamente a ti?

El enojo de Eragon aumentaba a medida que hablaba.

—¡Preferiría que tus decisiones se tomaran en defensa de los intereses de nuestra gente, y no de los de otras razas!

—Así ha sido —gruñó Eragon—. Y así continuará siendo. Debo lealtad tanto a los vardenos como al clan Ingeitum, sí. Pero también a Saphira y a Nasuada, y a mi familia. Muchos tienen influencia sobre mí, pero también muchos tienen influencia sobre ti, majestad. De todas maneras, mi mayor preocupación es encontrar la manera de derrotar a Galbatorix y al Imperio. Siempre lo ha sido, y si me encuentro en un conflicto de lealtades, eso es lo que ocupará el primer lugar. Puedes cuestionar mi juicio, si te parece adecuado hacerlo, pero no cuestiones mis motivos. ¡Y te agradecería que no insinuaras que puedo traicionar a mi gente!

Orrin frunció el ceño y las mejillas se le encendieron. Estaba a punto de replicar algo cuando todos oyeron un fuerte estruendo. Orik acababa de golpear con fuerza su martillo de guerra contra su escudo.

—¡Basta de tonterías! —exclamó, enojado—. ¡Os estáis preocupando por una grieta en el suelo cuando la montaña entera está a punto de caer sobre nuestras cabezas!

Su expresión se hizo todavía más adusta, pero no dijo nada más.

Se limitó a coger la copa de vino y fue a sentarse a su silla. Desde allí clavó a Eragon una mirada fulminante.

Creo que te odia
—dijo Saphira.

O eso, o puede que odie todo lo que yo represento. De cualquier forma, soy un obstáculo para él. Habrá que vigilarlo.

—La cuestión que se nos plantea es sencilla —dijo Orik—. ¿Qué debemos hacer ahora que Nasuada no está con nosotros? —Dejó el martillo
Volund
encima de la mesa y se pasó la mano por el pelo—. Mi opinión es que nos encontramos exactamente en la misma situación que esta mañana. A no ser que admitamos la derrota y reclamemos la paz, solo nos queda una opción: marchar hacia Urû‘baen tan deprisa como nuestros pies nos lleven. Nasuada no pensaba enfrentarse a Galbatorix en persona. Eso era tarea vuestra —dijo, mirando a Eragon y a Saphira—, y de los elfos. Nasuada nos ha traído hasta aquí, y aunque su presencia se eche mucho de menos, no la necesitamos para continuar. El camino que nos espera ofrece poca desviación. Aunque ella estuviera con nosotros, no creo que hiciera nada distinto. Debemos ir a Urû‘baen, y eso es todo.

Grimrr jugueteaba con su pequeña daga negra, aparentemente indiferente a la conversación que se llevaba a cabo.

—Estoy de acuerdo —dijo Arya—. No nos queda alternativa.

Garzhvog levantó la cabeza por encima de los demás, proyectando unas largas sombras sobre las paredes el pabellón.

—El enano habla bien. Los Urgralgra se quedarán con los vardenos mientras Espada de Fuego sea su jefe de guerra. Con él y con Lengua de Fuego a la cabeza, reclamaremos la deuda de sangre que el traidor sin cuernos Galbatorix nos debe.

Eragon se sintió un poco incómodo.

—Todo eso está muy bien —dijo el rey Orrin—, pero todavía no sabemos cómo vamos a derrotar a Murtagh y a Galbatorix cuando lleguemos a Urû‘baen.

—Tenemos la
dauthdaert
—intervino Eragon, pues Yaela había conseguido encontrarla—, y con ella podemos…

El rey Orrin hizo un gesto con la mano.

—Sí, sí, la
dauthdaert
. Pero no te ha ayudado a detener a Thorn, y no creo que Galbatorix permita que te acerques, ni a él ni a Shruikan, con ella. En todo caso, eso no cambia el hecho de que no estás en condiciones de enfrentarte a ese traidor. ¡Maldita sea,
Asesino de Sombra
, ni siquiera puedes enfrentarte a tu hermano, y él hace menos tiempo que tú que es un Jinete!

«Medio hermano», pensó Eragon, pero no dijo nada. No encontraba la manera de contradecir las afirmaciones de Orrin. Eran todas ciertas. Eragon sintió una gran vergüenza.

El rey continuó:

—Nos sumamos a esta guerra con la garantía de que finalmente encontrarías la manera de contrarrestar la fuerza innatural de Galbatorix. Eso fue lo que Nasuada nos aseguró y prometió. ¡Y aquí estamos, a punto de enfrentarnos al mago más poderoso del mundo que la historia recuerde…, y no estamos más cerca de conseguir la victoria que el primer día!

—Fuimos a la guerra —repuso Eragon con tono tranquilo— porque era la primera vez, desde la Caída de los Jinetes, que teníamos una pequeña posibilidad de derrocar a Galbatorix. Ya lo sabes.

—¿Qué posibilidad? —se burló el rey—. Solo somos marionetas, todos nosotros, y bailamos al ritmo que Galbatorix toca. Si hemos llegado hasta aquí es porque él nos lo ha permitido. «Quiere» que vayamos a Urû‘baen. Desea que te llevemos hasta él. Si hubiera querido detenernos, hubiera volado hasta nosotros en los Llanos Ardientes y nos hubiera aplastado allí mismo. Y en cuanto te tenga en su poder, eso es lo que hará: aplastarnos.

La tensión entre Orrin y Eragon era más que palpable.

Cuidado
—dijo Saphira—.
Abandonará si no lo convences de lo contrario.

Arya también parecía preocupada.

Eragon apoyó las manos en la mesa y se tomó un instante para poner en claro sus pensamientos. No quería mentir, pero al mismo tiempo tenía que encontrar la manera de dar esperanzas a Orrin, lo cual era difícil, pues él mismo albergaba muy pocas. «¿Así es como ha sido para Nasuada durante todos estos años, una lucha para convencernos de que continuáramos adelante a pesar de sus propias dudas?»

—Nuestra situación no es… tan precaria como dices —dijo Eragon finalmente.

Orrin soltó un bufido de burla y tomó un trago.

—La
dauthdaert
es una amenaza real para Galbatorix —continuó el chico—, y eso es una ventaja que tenemos. Él irá con cuidado. Es por eso por lo que podremos obligarlo a hacer lo que queramos, aunque solo sea un poco. Y aunque no la podamos usar para matarlo, quizá podamos acabar con Shruikan. Ellos no son una verdadera pareja de dragón y Jinete, pero la muerte de Shruikan le afectará mucho.

—Nunca sucederá tal cosa —replicó Orrin—. Ahora él sabe que tenemos la
dauthdaert
, y adoptará las precauciones necesarias.

—Quizá no. Dudo que Murtagh y Thorn la hayan reconocido.

—No, pero Galbatorix si lo hará cuando examine sus recuerdos.

Y también se enterará de la existencia de Glaedr, si es que no se lo han dicho ya
—le dijo Saphira a Eragon.

El ánimo del chico se hundió todavía más. No había pensado en eso, pero ella tenía razón.

Ya no podemos contar con sorprenderlo. No nos quedan más secretos.

La vida está llena de secretos. Galbatorix no podrá predecir con exactitud cómo nos enfrentaremos a él. En eso, al menos, todavía podemos confundirlo.

—¿Cuál de las lanzas mortales es la que has encontrado, oh,
Asesino de Sombra
? —preguntó Grimrr en un tono de voz de aburrimiento.


Du Niernen… La Orquídea.

El hombre gato parpadeó ligeramente, y a Eragon le pareció que su respuesta lo había sorprendido.


La Orquídea
. ¿Es eso verdad? Qué extraño encontrar un arma como esa en esta época, especialmente esta… arma tan especial.

—¿Y eso por qué? —preguntó Jörmundur.

Grimrr se lamió los colmillos con su pequeña lengua rosada.


Niernen
es
esssspecial
—repuso, emitiendo un breve siseo al pronunciar.

Pero antes de que Eragon pudiera hacerle más preguntas al hombre gato, Garzhvog habló con una voz áspera que sonaba como una rueda de moler.

—¿Qué es esta lanza mortal de la que habláis, Espada de Fuego?

¿Es la que hirió a Saphira en Belatona? Hemos oído historias acerca de ella, pero todas eran muy extrañas.

Eragon recordó en ese instante que Nasuada le había dicho que ni los úrgalos ni los hombres gato sabían qué era en verdad
Niernen
.

Pensó que ahora ya no podía evitarlo.

Rápidamente, le explicó a Garzhvog qué era la
dauthdaert
y luego insistió en que todos juraran en el idioma antiguo que no hablarían de esa lanza con nadie sin obtener su permiso antes. Hubo una queja general, pero al final todos consintieron, incluso el hombre gato. Tal vez intentar que Galbatorix no se enterara de que la tenían en su posesión no había servido de nada, pero tampoco podía ser bueno permitir que la
dauthdaert
se convirtiera en tema de conocimiento general.

Cuando todos hubieron prestado el juramento, Eragon retomó la palabra.

—Así que, en primer lugar, tenemos la
dauthdaert
, y eso es más de lo que teníamos antes. En segundo lugar, no pienso enfrentarme a Murtagh y a Galbatorix a la vez; nunca lo he pensado así. Cuando lleguemos a Urû‘baen, atraeremos a Murtagh fuera de la ciudad y luego lo rodearemos, con el ejército entero si es necesario, elfos incluidos, y lo capturaremos o lo mataremos de una vez por todas. —Miró a su alrededor con determinación, en un intento por convencerlos—. En tercer lugar, y eso tenéis que creerlo de verdad, Galbatorix no es invulnerable por muy poderoso que sea. Quizás haya elaborado mil hechizos para protegerse, pero a pesar de todos sus conocimientos y de toda su astucia, todavía quedan hechizos que pueden terminar con él. Ahora quizá seré yo quien encuentre el hechizo que significará su ruina, pero también puede ser un elfo o un miembro de los
Du Vrangr Gata
. Galbatorix parece intocable, lo sé, pero siempre existe una debilidad, siempre hay una grieta por donde introducir la hoja de la espada para apuñalar al enemigo.

Other books

Una Princesa De Marte by Edgar Rice Burroughs
Hunting Ground by J. Robert Janes
Margherita's Notebook by Elisabetta Flumeri, Gabriella Giacometti
The Rogue by Arpan B
Into the Light by Ellen O'Connell
The Good Doctor by Paul Butler
La décima revelación by James Redfield
Head Over Heels by Jill Shalvis
Fearless Love by Meg Benjamin