Authors: Christopher Paolini
A la tenue luz del anochecer, la cicatriz que le recorría la sien y la cabeza adquiría una palidez inquietante en contraste con su piel bronceada.
—¿Qué es lo que has hecho otra vez? ¿Qué camino has encontrado? ¡Habla más despacio, no entiendo nada!
Jeod miró a su alrededor con gesto furtivo. Luego se acercó a Eragon y murmuró:
—Todas mis lecturas y mis investigaciones han tenido recompensa. ¡He descubierto un túnel secreto que conduce directamente al interior de Dras-Leona!
—Explícamelo otra vez —dijo Nasuada.
Eragon, impaciente, pasó el peso de su cuerpo de una pierna a otra, pero no replicó.
Jeod, delante de un montón de pergaminos y de libros, cogió un delgado volumen encuadernado con cuero rojo y volvió a explicar lo mismo por tercera vez:
—Hace unos quinientos años, por lo que yo puedo saber…
Jörmundur lo interrumpió con un gesto de la mano.
—Deja los calificativos. Ya sabemos que es solo especulación.
Jeod volvió a comenzar:
—Hace unos quinientos años, la reina Forna envió a Erst Barbagris a Dras-Leona, o mejor dicho, a lo que sería luego Dras-Leona.
—¿Y por qué lo envió allí? —preguntó Nasuada, jugueteando con el borde de la manga de su vestido.
—Los enanos se encontraban en medio de una guerra entre clanes, y Forna esperaba poder contar con el apoyo de nuestra raza si ayudaba al rey Radgar en la planificación y construcción de las fortificaciones de la ciudad, mientras que los enanos se encargaban del diseño de las defensas de Aroughs.
Nasuada dobló un trozo de tela de su vestido con gran concentración y dijo:
—Y entonces Dolgrath Mediavara mató a Forna…
—Sí. Y Erst Barbagris no tuvo otro remedio que regresar a las montañas Beor tan deprisa como pudo para defender a su clan de los ataques de Mediavara. Pero —Jeod levantó el índice y abrió el libro—, antes de partir, parece que Erst empezó este trabajo. El principal consejero del rey Radgar, Lord Yardley, escribió en sus memorias que Erst había comenzado a esbozar unos planos para un sistema de cloacas que pasaba por debajo del centro de la ciudad, porque eso afectaría a la construcción de las fortificaciones.
En ese momento, Orik, que se encontraba al otro extremo de la mesa que ocupaba el centro del pabellón de Nasuada, asintió con la cabeza y dijo:
—Eso es verdad. Es necesario decidir dónde y de qué manera se distribuye el peso para decidir qué es apropiado para la tierra en que se construye. Si no, se corre el riesgo de sufrir desprendimientos en el interior de los túneles.
Jeod prosiguió:
—Por supuesto, Dras-Leona no tiene cloacas subterráneas, así que supuse que los planes de Erst nunca se llevaron a cabo. A pesar de ello, unas cuantas páginas más adelante, dice… —Jeod miró hacia la punta de su nariz y leyó—: «… y por un trágico giro del destino, los saqueadores quemaron muchas casas y se hicieron con muchos tesoros familiares. Los soldados reaccionaron con lentitud, pues estaban trabajando bajo tierra, como si fueran campesinos comunes».
Jeod bajó el libro.
—Bueno, ¿y qué excavaban? No pude encontrar ninguna otra referencia a actividades subterráneas ni dentro ni por los alrededores de Dras-Leona hasta que… —Dejó el volumen de color rojo y cogió un tomo descomunal con cubiertas forradas con láminas de madera que tenía casi treinta centímetros de ancho—. Por casualidad, estaba echando un vistazo a
Los hechos de Taradas y otros misterios y fenómenos ocultos tal como han quedado registrados durante las edades de los hombres, los enanos y de los más antiguos elfos
cuando…
—Ese trabajo está lleno de errores —interrumpió Arya. Se encontraba de pie a la izquierda de la mesa, apoyada en ella con ambas manos, frente a un mapa de la ciudad—. El autor sabía muy poco acerca de mi gente, y lo que no sabía se lo inventó.
—Es posible —asintió Jeod—, pero sabía mucho acerca de los humanos, y son estos quienes nos interesan. —Jeod abrió el libro casi por la mitad y, con cuidado, lo dejó completamente abierto encima de la mesa—. En el curso de sus investigaciones, Othman pasó algún tiempo en esta región. Básicamente estudió Helgrind y los extraños sucesos relacionados con él, pero también dijo lo siguiente acerca de Dras-Leona: «La gente de la ciudad se queja a menudo de unos extraños sonidos que proceden de debajo de las calles y de los suelos de las casas, sobre todo durante la noche, y los atribuyen a fantasmas y a espíritus, así como a otras raras criaturas. Pero si se trata de espíritus, no se parecen a aquellos sobre los que yo he oído hablar, pues los espíritus de los demás lugares evitan los espacios cerrados».
Jeod cerró el libro.
—Por suerte, Othman era meticuloso, y marcó las localizaciones de los sonidos en un mapa de Dras-Leona. En él, como podéis ver, estas localizaciones dibujan una línea casi recta que atraviesa la parte antigua de la ciudad.
—Y tú crees que estos puntos indican la existencia de un túnel —dijo Nasuada. Era una afirmación, no una pregunta.
—Eso es —repuso Jeod, asintiendo con la cabeza.
El rey Orrin, sentado al lado de Nasuada, había hablado poco en todo el rato, pero en ese momento intervino:
—Nada de lo que nos has mostrado hasta ahora, maese Jeod, demuestra que ese túnel exista de verdad. Si hay algún espacio debajo de la ciudad, bien podría tratarse de unas catacumbas o de unos sótanos, o de alguna otra habitación que comunica con el edificio que tenga encima. Y aunque se tratara de un túnel, no sabemos si tendría salida en algún punto del exterior de Dras-Leona ni adónde conduciría. ¿Al centro del palacio, quizás? Y lo que es más, según tu relato, es muy probable que la construcción de este supuesto túnel no se terminara jamás.
—Parece improbable que sea otra cosa que un túnel, teniendo en cuenta la forma, majestad —repuso Jeod—. Un sótano o unas catacumbas no serían tan largas. Y acerca de si fue terminado…, sabemos que nunca se utilizó para lo que se había planeado, pero también sabemos que duró, por lo menos, hasta la época de Othman, lo cual significa que el túnel o pasaje, o lo que sea, tuvo que terminarse hasta cierto punto. Si no, las filtraciones del agua lo habrían destruido haría ya mucho tiempo.
—¿Y qué me dices de la salida, entonces? ¿O de la entrada? —preguntó el rey.
Jeod rebuscó entre los montones de pergaminos y sacó otro mapa de Dras-Leona donde se veía un trozo del paisaje que rodeaba la ciudad.
—Sobre esto no estoy seguro, pero si el túnel conduce fuera de la ciudad, entonces tendría que salir a algún lugar cercano a este.
Jeod colocó el dedo índice en un punto próximo al lado este de la ciudad. La mayoría de los edificios construidos fuera de los muros que protegían el centro de Dras-Leona se encontraban en el lado oeste de la ciudad, cerca del lago. Eso significaba que el punto que Jeod señalaba eran las tierras deshabitadas más cercanas al centro de Dras-Leona.
—Pero es imposible de saber si no vamos allí a investigar.
Eragon frunció el ceño: había creído que el descubrimiento de Jeod sería más fiable.
—Te felicito por tu investigación, maese Jeod —dijo Nasuada—. Es posible que hayas vuelto a prestar un gran servicio a los vardenos. —Se levantó de la elegante silla y se acercó a la mesa para mirar el mapa. El borde del vestido susurró al rozar el suelo—. Si mandamos a un explorador para que investigue, nos arriesgamos a alertar al Imperio de que estamos interesados en esa zona. Suponiendo que el túnel exista, nos serviría de bien poco si eso sucediera. Murtagh y Thorn nos estarían esperando en el otro extremo. —Miró a Jeod y preguntó
—: ¿Qué anchura crees que puede tener el túnel? ¿Cuántos hombres podrían caber dentro?
—No lo sé. Podrían ser…
Orik carraspeó y dijo:
—La tierra aquí es blanda y arcillosa, incluso tiene un poco de cieno. Es horrible para perforar. Si Erst tenía sentido común, no hubiera planificado un largo canal para llevarse los residuos de la ciudad, sino que hubiera construido varios pasajes más pequeños para reducir el riesgo de desprendimientos. Yo diría que ninguno de ellos debería tener más de un metro de ancho.
—Demasiado estrecho para que pase más de un hombre a la vez
—dijo Jeod.
—Demasiado estrecho para un único knurla —añadió Orik.
Nasuada regresó a su asiento y posó la vista en el mapa desplegado encima de la mesa sin fijarse en él, como si estuviera viendo algo a kilómetros de distancia.
Al cabo de unos segundos de silencio, Eragon dijo:
—Yo podría buscar el túnel. Sé cómo ocultarme con magia: los centinelas nunca me verían.
—Quizá —murmuró Nasuada—. Pero sigue sin gustarme la idea de que tú o cualquier otro merodee por allí. Las probabilidades de que el Imperio lo sepa son demasiado grandes. ¿Y si Murtagh estuviera vigilando? ¿Puedes engañarlo a él? ¿Sabes siquiera de qué es capaz él ahora? —Negó con la cabeza—. No, debemos actuar como si el túnel existiera y tomar las decisiones en consecuencia. Si se demuestra lo contrario, no nos habrá costado nada; pero si el túnel está allí…, podríamos capturar Dras-Leona de una vez por todas.
—¿Qué has pensado? —preguntó Orrin con expresión precavida.
—Algo atrevido; algo… inesperado.
Eragon soltó un bufido de burla.
—Entonces, quizá deberías consultarlo con Roran.
—No necesito la ayuda de Roran para elaborar mis planes, Eragon.
Nasuada se quedó en silencio otra vez, y todos los que estaban en el pabellón, incluido Roran, esperaron a ver qué proponía. Por fin, dijo:
—Enviaremos a un pequeño grupo de guerreros para que abran las puertas de la ciudad desde dentro.
—¿Y cómo se supone que podrán hacerlo? —preguntó Orik—. Ya sería bastante difícil si solo tuvieran que enfrentarse a los cientos de soldados apostados en la zona, pero, por si te has olvidado, también hay un lagarto gigante que escupe fuego por sus fauces. Estoy seguro de que a él no le pasará desapercibida la presencia de cualquier insensato que pretenda abrir las puertas. Y eso sin tener en cuenta a Murtagh.
Antes de que la discusión degenerara, Eragon intervino:
—Yo puedo hacerlo.
Sus palabras tuvieron un efecto inmediato: todo el mundo se calló.
Eragon hubiera esperado que Nasuada rechazara la propuesta, pero se sorprendió al ver que ella la tenía en cuenta. Y todavía se sorprendió más cuando, al fin, dijo:
—Muy bien.
Eragon olvidó todos los argumentos que había preparado y la miró, atónito: de repente, supo que Nasuada había seguido el mismo hilo de razonamiento que él.
Todo el mundo empezó a hablar a la vez y el pabellón se llenó de un caos de voces que se superponían las unas a las otras. Al fin, Arya se impuso al griterío general:
—Nasuada, no puedes permitir que Eragon se ponga en peligro de esa manera. Eso sería una imprudencia desmedida. En lugar de eso, envía a los hechiceros de Blödhgarm. Sé que ellos aceptarían ayudarnos, y son unos guerreros tan valientes como los que más, incluido Eragon.
Nasuada negó con la cabeza.
—Ninguno de los hombres de Galbatorix se atrevería a matar a Eragon: ni Murtagh, ni los hechiceros del rey, ni siquiera el más bajo de los soldados. Deberíamos utilizar eso a nuestro favor. Además, Eragon es nuestro mejor hechicero, y es posible que abrir esas puertas requiera una gran cantidad de energía. De todos nosotros, él es quien tiene más posibilidades de lograrlo.
—Pero ¿y si lo capturan? Eragon no puede resistir a Murtagh. ¡Tú lo sabes!
—Nosotros distraeremos a Murtagh y a Thorn. Eso le dará a Eragon la oportunidad que necesita.
Arya levantó la cabeza, desafiante.
—¿Cómo? ¿Cómo piensas distraerlos?
—Fingiremos un ataque a Dras-Leona por el sur. Saphira volará alrededor de la ciudad, incendiando los edificios y matando a los soldados de la muralla. A Thorn y a Murtagh no les quedará más opción que perseguirla, puesto que parecerá que Eragon está volando con Saphira todo el tiempo. Blödhgarm y sus hechiceros pueden conjurar un reflejo de Eragon, como ya hicieron antes. Siempre y cuando Murtagh no se acerque demasiado, no descubrirá el engaño.
—¿Estás decidida a hacerlo?
—Lo estoy.
La expresión de Arya se endureció.
—Entonces, yo acompañaré a Eragon.
Este se sintió aliviado al oírla. Había deseado que lo acompañara, pero no se había atrevido a pedírselo por miedo a que ella se negara.
Nasuada suspiró.
—Tú eres la hija de Islanzadí. No me gustaría exponerte a un peligro como ese. Si murieras… Recuerda cómo reaccionó tu madre cuando creyó que Durza te había matado. No podemos permitirnos perder la ayuda de tu gente.
—Mi madre… —Pero Arya se mordió la lengua y empezó de nuevo—. Puedo asegurarte, lady Nasuada, que la reina Islanzadí no abandonará a los vardenos, me pase lo que me pase. Por eso no debes preocuparte. Acompañaré a Eragon, junto con dos hechiceros de Blödhgarm.
Nasuada negó con la cabeza.
—No, solo puedes llevarte a uno. Murtagh conoce el número de elfos que protegen a Eragon. Si se da cuenta de que faltan uno o dos, sospechará algo. Además, Saphira necesitará toda la ayuda posible si tiene que mantenerse a salvo de Murtagh.
—Tres personas no son suficientes para completar una misión como esta —insistió Arya—. No podríamos garantizar la seguridad de Eragon, y mucho menos abrir las puertas.
—Entonces uno de
Du Vrangr Gata
puede ir con vosotros también.
Arya no pudo disimular una ligera expresión de mofa.
—Ninguno de tus hechiceros tiene la fuerza ni la habilidad suficiente. Seremos uno contra cien, o peor. Nos enfrentaremos tanto a espadachines como a magos. Solamente los elfos y los Jinetes…
—O los Sombras —puntualizó Orik con voz grave.
—O los Sombras —concedió Arya, aunque Eragon se dio cuenta de que estaba irritada—. Solamente ellos pueden tener alguna esperanza de enfrentarse a esa situación con éxito. Y ni siquiera así estaría asegurado el logro. Permite que nos llevemos a dos de los hechiceros de Blödhgarm. No hay nadie más adecuado para esta tarea, por lo menos entre los vardenos.
—Oh, ¿y yo qué soy, un hígado triturado?
Todo el mundo se dio la vuelta para ver quién había hablado.
Angela, que se encontraba en una esquina del pabellón, dio un paso hacia delante. Eragon no tenía ni idea de que se encontraba allí.