Authors: Brian Weiss
Procedían de Philo, una persona que yo también había visto en sueños y que más tarde daría a conocer en mi primer libro. La paciente no sabía nada de mis experiencias oníricas. La «coincidencia» del nombre era interesante.
Estos mensajes, ¿provenían de su subconsciente, o de una fuente externa, de Philo, quizá de un recuerdo sepultado en su memoria, o de algo que ella había leído hacía años? Tal vez eso no sea Importante.
Como dice mi hija Amy: «Lo real es algo que existe y en su mente existía.» Los mensajes que yo recibía de Philo también hablaban de la mente.
Para Brian L. Weiss. Nuestra mente lo entiende todo, pero es incapaz de conocerse así misma. Permite, pues, que se diga qué es y de dónde viene, si es espíritu, sangre, fuego o alguna otra sustancia, o simplemente si es corpórea o incorpórea.
No nos percatamos de cuándo el alma entra en el cuerpo. Has hecho un buen trabajo ayudando a los seres humanos a reconocer ese momento. Es un buen comienzo.
No nos percatamos de cuándo el alma entra en el cuerpo. Has hecho un buen trabajo ayudando a los seres humanos a reconocer ese momento. Es un buen comienzo.
El otro mensaje llegó una semana más tarde y trataba de la naturaleza de Dios.
Para Brian L. Weiss. Debemos recordar que el Ser Superior es la única causa, el padre y el creador del universo. Recordemos que llena todas las cosas no con Su pensamiento sino con Su esencia. Su esencia no se agota nunca en el universo. Él está por encima y más allá de él.
Podemos afirmar que sólo Sus poderes están en el universo. Pero aunque Él esté por encima de Sus poderes, también los abarca. Lo que ellos hacen, lo hace Él a través de ellos. Ahora están visibles, obrando en el mundo. A partir de su actividad, obtenemos una clave sobre la naturaleza de Dios.
Puedo percibir grandes verdades en estas palabras, sea cual sea su origen. He conocido a videntes, médiums, sacerdotes y gurús muy célebres y he aprendido muchas cosas de ellos. Algunos están increíblemente dotados y otros no.
Me he dado cuenta claramente de que no existe una relación directa entre los poderes psíquicos y el nivel de evolución espiritual. Recuerdo una conversación que mantuve con Edgar Mitchell, el famoso astronauta e investigador de fenómenos paranormales. Edgar había estudiado en su laboratorio a un conocido individuo que tenía poderes sobre las energías, desplazaba un imán sobre un campo magnético e incluso llegaba a mover objetos de sitio con el poder de su mente, fenómeno conocido con el nombre de «telequinesia». Pese al desarrollo de capacidades mentales, Edgar se percató de que el carácter y la personalidad de este hombre no se correspondían de ninguna de las maneras con el hecho de tener un alto nivel de conciencia espiritual. Fue el primero en señalarme que los poderes psíquicos y el desarrollo espiritual no están necesariamente conectados.
Creo que los poderes psíquicos de algunas personas aumentan a medida que evolucionan espiritualmente, conforme van adquiriendo mayor conciencia. Esto, en vez de ser un paso esencial, es más bien una adquisición incidental. El ego de una persona no debería envanecerse simplemente porque sus poderes psíquicos aumenten. El objetivo es aprender algo sobre el amor y la compasión, la bondad y la caridad, y no cómo convertirse en un vidente famoso.
Incluso los terapeutas pueden llegar a aumentar en «percepción paranormal» si se lo permiten, mientras tratan a sus pacientes. A veces capto algunas impresiones psíquicas, conocimientos intuitivos o incluso sensaciones físicas que guardan relación con el paciente que está sentado en un cómodo sillón frente a mí.
Hace unos años traté a una joven judía que se encontraba profundamente desanimada. Se sentía desarraigada, incapaz de integrarse. Empecé a sentir un dolor punzante en el centro de las palmas de las manos conforme le hablaba y no sabía por qué. Observé los brazos de mi sillón. La piel no estaba desgastada, no había ningún extremo punzante ni motivo alguno para que sintiera esos pinchazos. Aun así, el dolor iba en aumento, hasta el punto de que las manos me empezaron a escocer y a arder. Las miré de cerca y no pude apreciar ninguna señal, marca ni corte. Nada.
De pronto un pensamiento acudió a mi mente: «Es como si me crucificaran.» A continuación, decidí hablar al respecto con mi paciente.
—¿Qué te sugiere la crucifixión? ¿Qué te sugiere el nombre de Jesucristo? Me miró y noté que había empalidecido. Desde que tenía ocho años había estado acudiendo a la iglesia en secreto. Nunca había comunicado a sus padres que en realidad se sentía católica.
Gracias a la sensación que percibí en las manos y la asociación que ambos hicimos, mi paciente desenredó la maraña de su vida y descubrió que no estaba loca, que no era una persona rara y que sus sentimientos estaban basados en la realidad. Finalmente empezó a comprender y a sanar. También descubrimos una intensa vida anterior, en Palestina, hacía dos mil años.
Todos tenemos capacidades paranormales, lo que ocurre simplemente es que lo hemos olvidado.
Un paciente me preguntó sobre Sai Baba, un famoso santón de la India. ¿Es un avatar, una encarnación divina, el descenso de una deidad a la tierra en forma humana?
—No lo sé —le respondí—, pero en cierto sentido, ¿no lo somos 'todos?
Todos somos dioses. Dios está en nuestro interior. No deberíamos dejar que nuestros poderes mentales nos distraigan, puesto que son tan sólo indicadores a lo largo del camino. Necesitamos expresar nuestra divinidad y nuestro amor mediante buenas acciones, poniéndonos al servicio de los demás.
Quizá nadie debería ser el gurú de otra persona durante más de un mes o dos. No es necesario viajar a la India repetidas veces, ya que el verdadero viaje transcurre en nuestro interior.
Hay unos claros beneficios que se pueden obtener de experiencias trascendentales como son el aceptar la existencia de lo divino o el comprender que la vida es mucho más que lo que ven nuestros ojos; pese a que la frase «si no lo veo, no lo creo» esté en boca de la mayoría.
Nuestro camino es interior. Éste es el viaje más difícil y doloroso. Somos los responsables de nuestro propio aprendizaje. No podemos rechazar esta responsabilidad y echada sobre las espaldas de otro, de algún guru. El reino de Dios está dentro de nosotros.
Estoy seguro de que he estado aquí tal como estoy ahora, mil veces antes, y espero regresar otras mil veces más.
De vez en cuando recibo noticias de Elizabeth y Pedro. Están felizmente casados y viven en México, donde Pedro se dedica a la política mientras sigue con sus negocios. Elizabeth se ocupa de su hija, una niña preciosa de cabellos largos y castaños. «Gracias por todo —me escribió Elizabeth recientemente—. Somos muy felices y en gran parte te lo debemos a ti.»
No creo que ellos me deban nada. No creo en las coincidencias. Les ayudé a conocerse, pero se hubieran encontrado de todos modos sin mi ayuda. El destino funciona así.
El amor, cuando fluye libremente, vence todos los obstáculos.